Esta es una expresión usada para señalar la inconsistencia, fragmentación y volubilidad del voto popular en los procesos electorales. Los partidos favorecidos hoy dejan de serlo mañana. Hay una suerte de carrusel electoral que da vueltas incesantemente. Lo cual ocurre en muchos países pero especialmente en las democracias inmaduras de América Latina, en las que las preferencias electorales varían periódicamente.
Este concepto ha sido desarrollado con mucho detenimiento por el profesor Scott Mainwaring de la Universidad de Notre Dame de los Estados Unidos, quien ha formulado la tesis de la electoral volatility de los partidos políticos latinoamericanos con base en estudios estadísticos de las elecciones presidenciales desde 1970 hasta 1993. Tales elecciones demuestran, según el profesor norteamericano, las acusadas fluctuaciones que los partidos registran en el respaldo popular. Su poder electoral se volatiliza con extremada facilidad de una elección a otra, lo que demuestra su poca consistencia, su inestabilidad y el alto índice de <transfugio de sus miembros.
En el argot político de Ecuador incluso se ha acuñado la expresión “cambio de camiseta” para señalar el transfuguismo político, por analogía con lo que sucede en el fútbol profesional cuando el jugador de un equipo se pasa al elenco contrario para la nueva temporada.
El profesor Mainwaring ha elaborado un cuadro indicador de la volatilidad electoral de los partidos latinoamericanos con base en el rendimiento de ellos en varios procesos eleccionarios. Los más estables son los de Uruguay y Colombia y los menos estables los de Brasil y Perú, pero en general hay un alto índice de inconsistencia en la fuerza electoral de los partidos políticos latinoamericanos.
El poder de ellos depende demasiado del prestigio de sus líderes y candidatos. Su institucionalización es incipiente. Están en un proceso evanescente. Todo lo cual es un claro síntoma del subdesarrollo político en que ellos se debaten.
Pero este es un fenómeno más amplio de lo que piensa el profesor de Notre Dame, aunque obviamente no tiene en los países desarrollados las dimensiones y características que en el tercer mundo. Desde finales del siglo XX hemos visto en Europa fortalecerse los liderazgos personales y decaer el prestigio de los partidos. Fenómeno que tiene alcances mundiales. Hay sin duda una crisis de identidad, credibilidad y prestigio que envuelve a los partidos y que se expresa en las tendencias electorales volátiles. Por eso hemos visto en Europa caer partidos gobernantes que subieron al poder con mucha fuerza popular y ser remplazados por otros que parecían no contar con esas posibilidades. El triunfo en Francia de los conservadores sobre los socialistas en las elecciones presidenciales y el regreso de los socialistas en los comicios parlamentarios, o la oscilación electoral izquierda-derecha y derecha-izquierda en Italia, o las preferencias de los electores españoles por los candidatos socialistas y después por los conservadores para volver a los socialistas, o la errática alternación entre socialistas y conservadores en Grecia, o el desplazamiento electoral de los comunistas por los demócratas en las elecciones partamentarias de Rusia, tuvieron mucho de volatilidad electoral y fueron un síntoma de inestabilidad política, aunque no con los perfiles tan acusados de América Latina.
Yo diría que la volatilidad electoral es un fenómeno mundial que en parte se explica, en la era de la televisión satelital e internet, porque los electores están mejor informados que en cualquier época anterior. Reciben noticias instantáneas de los acontecimientos de todos los lugares del mundo. Los medios de comunicación radiales y televisuales llevan y traen noticias a la velocidad de la luz. Y las malas noticias —porque las buenas no son noticias, según el lema amarillista de muchos medios— provenientes de lugares cercanos o remotos del planeta, no dejan de impactar en el ánimo de la gente y de condicionar su comportamiento político y electoral. Hay además una creciente incidencia de los asuntos externos en la política interna de los Estados. Cada vez más las cuestiones foráneas forman parte del repertorio de los políticos locales. Se han formado incluso nuevos movimientos sociales en función de aquellos temas —invasiones militares, desarme, neoliberalismo, globalización, ambientalismo, políticas migratorias, tratados de libre comercio, derechos humanos—, que han contribuido a fragmentar y diversificar el espectro político-electoral.
Durante los últimos años la penetración de la televisión satelital en las sociedades del mundo ha tenido efectos políticos muy claros. Los contrastes que ella suele mostrar entre los patrones suntuarios de las clases adineradas y la precaria forma de vida de los hogares pobres, especialmente en el tercer mundo, ha agudizado aun más el fenómeno de la fragmentación política y de la volatilidad electoral. La publicidad comercial, las telenovelas, los noticiarios están plagados de estas imágenes contrastantes, que generan una reacción de desencanto y rebeldía en los habitantes de las barriadas marginales y de los arrabales pobres porque son imágenes que inevitablemente conducen a comparaciones entre lo que ven en la pantalla del televisor y lo que tienen, comparaciones que no pueden dejar de alterar el ánimo de los pobres y de condicionar su conducta política y electoral. Surge en ellos un juicio de valor sobre su penuria. Los pobres toman conciencia de sus quebrantos económicos. La pobreza es hoy no solamente la carencia de los medios materiales para sobrellevar una vida digna sino además el juicio de valor que hacen los pobres sobre su propio quebranto. Y, como es lógico, esto genera en ellos sentimientos de rabia y frustración y les lleva a reaccionar emotivamente en los procesos políticos y electorales y a utilizar su voto —que es un voto de protesta contra lo establecido— de manera generalmente errática.
La <pobreza tiene efectos demoledores sobre la estabilidad política de los Estados. Los cinturones de vivienda precaria que se han formado en torno de las grandes ciudades condicionan la vida de la comunidad. El <populismo, que fragmenta los esquemas ideológicos y partidistas y que forja movimientos tan erráticos, es un fenómeno político de raíces económicas que se origina y prospera precisamente en aquellas zonas de hacinamiento que se forman alrededor de las grandes ciudades del tercer mundo. El Programa de las Naciones Unidas sobre Asentamientos Urbanos, en un informe especial sobre el estado de las ciudades del mundo 2006-2007, advirtió que, si las cosas siguen como están, en el año 2020 alrededor de 1.400 millones de personas vivirán en los asentamientos precarios que rodean a las grandes urbes, sin servicios públicos esenciales y con altos índices de violencia y criminalidad. Señaló que en el año 2006 mil millones de personas vivían en tales condiciones, diez por ciento de las cuales pertenecían a los países desarrollados y el resto se distribuía en los cinturones de vivienda precaria de las ciudades de África, Asia y América Latina. Especialmente dramática era la situación africana. En los países subsaharianos el 72% de la población urbana vivía en las zonas de hacinamiento y en algunos países —como Etiopía y Chad— toda la población urbana estaba asentada en ellas. El informe puntualiza que el hacinamiento era tan brutal que había más de tres personas por habitación, y que, por ejemplo, en un asentamiento urbano de Harare, capital de Zimbabue, mil trescientas personas compartían un baño compuesto por seis pozos que hacían de letrinas. En tan brutales condiciones de vida no puede pedirse a los ciudadanos fidelidad a los partidos ni coherencia electoral.