Se da este nombre en Colombia a quien se ha especializado en el estudio del fenómeno de la violencia que afecta desde 1948 a ese país. El asesinato del carismático caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 en las calles de Bogotá produjo ese día el episodio sangriento denominado “el bogotazo” y desencadenó una larga y terrible era de violencia armada entre liberales y conservadores.
A la una y cinco minutos de la tarde del 9 de abril se escucharon en Bogotá tres disparos que cambiaron los destinos de Colombia. En una esquina céntrica —formada por la carrera séptima y la calle 14— cayó abatido el formidable caudillo. La noticia cargada de materiales inflamables se regó rápidamente por la ciudad. La gente se lanzó a la calle con escopetas de caza, machetes, cuchillos de cocina, tubos de agua potable y cuanto instrumento de agresión estuvo a su alcance. Grupos enfervorizados, sin jefes ni conductores, asaltaron armerías y ferreterías para pertrecharse y al calor de la consigna gaitanista de “¡a la carga!” salieron a incendiar los edificios emblemáticos del poder conservador: el Ministerio de Gobierno, el Ministerio de Educación, el Ministerio de Relaciones Exteriores —que fue atacado bajo la creencia de que allí estaba el caudillo conservador Laureano Gómez, recientemente nombrado para desempeñarlo—, la Gobernación de Cundinamarca, la Procuraduría de la República, el Palacio Arzobispal, la Nunciatura Apostólica, el colegio de los hermanos cristianos, el diario “El Siglo” y otras entidades públicas y privadas que de alguna manera simbolizaban la política conservadora, a la que tan encendidamente había combatido Gaitán.
El cadáver despedazado del asesino —Juan Roa Sierra— fue arrastrado hasta las puertas del palacio presidencial, sitiado por una multitud exaltada. El presidente conservador Mariano Ospina Pérez, cuya cabeza pedía la muchedumbre, afrontó el peligro con serenidad y gallardía. Cuando alguien le sugirió abandonar el palacio contestó: "¡a Colombia más le vale un presidente muerto que un presidente fugitivo!" Agentes provocadores y delincuentes comunes, muchos de ellos evadidos de la cárcel de Bogotá, desviaron la protesta hacia el saqueo, el pillaje, el incendio y la orgía de sangre.
Para tratar de explicar la tragedia, el escritor ecuatoriano Raúl Andrade (1905-1981), que estuvo presente en los acontecimientos de Bogotá, afirmó en su libro “La Internacional Negra en Colombia” (1954) que “el disparo que puso fin a la vida de Jorge Eliécer Gaitán pudo ser dirigido desde dos ángulos, divergentes en su ubicación, pero análogos en sus propósitos: la extrema derecha y la extrema izquierda”. Pero se inclinó por la primera posibilidad. Gaitán había creado un poderoso movimiento reivindicativo popular. Para detenerlo, la derecha de los “falangistas criollos” había decidido imponer el programa “laureanista” de “a sangre y fuego”. Entonces se instrumentó lo que él denominó la “operación Calvo Sotelo”: matar a Gaitán —como en el caso del diputado español en julio de 1936— para culpar del crimen a sus adversarios y desencadenar la furia de sus seguidores.
El bogotazo —que tuvo inmediatas repercusiones en Cali, Barranquilla, Medellín, Ibagué, Manizales y otras ciudades— fue el acontecimiento detonante de la ola de violencia que se apoderó de Colombia. Conservadores y liberales se mataron salvajemente. Este enfrentamiento derivó más tarde en los movimientos guerrilleros marxistas y maoístas que se alzaron en armas contra el establishment impuesto por el bipartidismo liberal-conservador, bajo cuyo alero se habían alternado en el poder los dos partidos tradicionales desde hace muchas décadas.
Salvo el corto paréntesis de paz que dio a Colombia el llamado pacto de Sitges celebrado en la pequeña ciudad veraniega del sureste de Cataluña entre la dirigencia de los partidos conservador y liberal, para alternarse en el poder y compartirlo por 16 años, la violencia ha sido el signo que ha presidido la vida colombiana por muchas décadas desde el asesinato de Gaitán. Con el propósito de superar este orden de cosas, los líderes de los dos partidos tradicionales suscribieron el mencionado acuerdo en 1957. Pero desventuradamente la confrontación liberal-conservadora fue sustituida por la insurgencia guerrillera de extrema izquierda, con la presencia de varios grupos que se alzaron en armas: las Autodefensas Campesinas que después se convirtieron en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) directamente influido por la revolución cubana, el Ejército Popular de Liberación (EPL) de orientación maoísta, el Movimiento 19 de Abril (M-19) en los años 70 integrado por jóvenes de capas medias de la ciudad, el Quintín Lame, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y otros grupos menores, que llevaron a Colombia por el despeñadero de la más demencial violencia.
El principal y más grande de estos grupos son las FARC que, exhibiendo como bandera su “programa agrario”, surgieron el 27 de mayo de 1964 bajo la conducción del legendario Manuel Marulanda Vélez (1930-2008), mejor conocido como Tirofijo, quien fue probablemente el guerrillero más longevo del mundo: estuvo 58 años bajo las armas.
El problema de la violencia guerrillera y paramilitar, unida al narcotráfico, ha hecho de Colombia un eje políticomilitar de inestabilidad en Latinoamérica. No hay que olvidar que, desde el punto de vista geopolítico, Colombia está situada entre dos puntos estratégicos: el Canal de Panamá y la zona de las mayores reservas petroleras de América del Sur. De allí que el destino de la lucha armada colombiana tenga tan alta importancia y entrañe el riesgo internacionalizarse.
Cuando por iniciativa del presidente conservador Belisario Betancur se iniciaron las negociaciones de paz en La Uribe de los llanos orientales de Colombia y las FARC formaron en noviembre de 1985 el partido Unión Patriótica (UP) como brazo político de su organización, 2.500 de sus líderes y militantes fueron violentamente exterminados por los grupos paramilitares de ultraderecha. Por eso, cuando el presidente liberal Virgilio Barco logró mediante acuerdos políticos la desmovilización del M-19, del PRT y parte del EPL, las FARC y el ELN no aceptaron la desmovilización y se mantuvieron en pie de guerra.
Desde entonces las negociaciones de paz han avanzado muy poco. El 7 de enero de 1999 en el poblado de San Vicente de Caguán en el Caquetá, una delegación encabezada por el presidente conservador Andrés Pastrana inició un ciclo de conversaciones con los líderes de las FARC y poco tiempo después con el ELN en territorio cubano, pero sin logros perceptibles. En concepto de varios violentólogos colombianos la paz no se conseguirá a menos que se encuentre solución para el conflicto armado y para el conflicto social, que están íntimamente ligados en el marco del profundo desgarramiento que vive Colombia.
En todo caso, la tarea de los llamados violentólogos, que ejercen una rama especializada de la sociología colombiana, es estudiar en profundidad la etiología, las características, el diagnóstico, los efectos, el pronóstico y los remedios de la violencia en Colombia.