La violencia es una de las manifestaciones negativas del deporte contemporáneo. Se inició en la segunda mitad del siglo XX, generada por los fanáticos seguidores de los equipos de fútbol —los hinchas— dentro y fuera de los estadios. Lamentables fueron, por ejemplo, los trágicos episodios de brutalidad ocurridos en 1971 en el Ibrox Park de Glasgow, en 1981 en Atenas con 19 muertos, en 1982 en el Estadio Lenin de Moscú 340 muertos, en 1985 en los estadios Heysel de Bruselas 39 muertos y Bradford de Inglaterra 56 muertos; en ese mismo año en México 10 muertos, en 1988 en Katmandu (Nepal) más de 100 muertos, en 1989 en Hillsborough (Inglaterra) 96 muertos, en 1991 en Orkney (Sudáfrica) 40 muertos, en 1992 en Bastia (Córcega) 15 muertos, en 1996 en Guatemala 90 muertos, en el 2000 en Harare (Simbabwe) 13 muertos, en abril del 2001 en Joannesburgo 47 muertos, en abril del 2001 en Lubumbashi (R. D. Congo) 10 muertos y en mayo del 2001 en el estadio de Accra, Ghana, 130 muertos.
Hace más de dos décadas surgieron en Inglaterra los llamados hooligans, aficionados al fútbol y a la bebida, que han promovido actos de barbarie dentro y fuera de los estadios, hasta el extremo de que la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) y la Unión Europea de Fútbol (UEFA) se han visto obligadas a solicitar a los gobiernos severas penas contra los hooligans. El parlamento británico expedió una ley especial para reprimirlos. La ley autoriza a la policía para impedir que todo sospechoso de golfo o gamberro —sus tatuajes e indumentaria son característicos— entre en los escenarios deportivos e incluso que salga del país días antes de encuentros de fútbol importantes en cualquier ciudad europea. Según la ley anti-hooligans inglesa, que entró en vigor días antes de la Eurocopa 2000, un hooligan puede ser juzgado por un tribunal y condenado a diez años de ausencia forzosa a un partido internacional, sin perjuicio de sus responsabilidades penales por actos de violencia.
Réplicas de los hooligans han aparecido en otros países y los alemanes parecen ser aun más violentos y peligrosos que los ingleses porque además de fanáticos por el fútbol son racistas y neonazis, que se reúnen para agredir a jugadores e hinchas africanos o de otros países y para enfrentarse a las fuerzas de seguridad.
Con muy malas consecuencias para la salud de los deportistas, el dopaje ha estado presente en el deporte después de la II Guerra Mundial, aunque recién salió a la luz pública por las revelaciones hechas en la década de los 80 del siglo anterior. En algunos países del antiguo bloque comunista —especialmente en la República Democrática de Alemania y en la Unión Soviética— el dopaje administrado, dosificado y controlado por las autoridades públicas se convirtió en una práctica sistemática. En Occidente fue famoso el caso del atleta canadiense Ben Johnson, despojado de su medalla de oro ganada en los 100 metros planos durante los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. Durante la Olimpiada de Sydney en el 2000 se registraron alrededor de 50 casos de utilización de drogas prohibidas.