Se usa esta expresión para referirse a una cosa tan sabida y conocida que su sola enunciación constituye un disparate. Resulta curioso el origen de la locución. Perogrullo fue un personaje del folclor español de los siglos XV y XVI al que la tradición popular le atribuía máximas y “verdades” tan evidentes y conocidas que él se convirtió en la encarnación misma de la simpleza y la tontería. Sancho Panza se refiere a él en “El Quijote” y Francisco de Quevedo le hace decir “perogrulladas” en verso.
Cuando uno de esos tontos solemnes que fungen de políticos dice con mucha parsimonia una cosa elemental, pero supone que ha dicho cosa de sustancia, estamos ante el típico caso de una “verdad de perogrullo”.