En los tiempos modernos hemos visto numerosos procesos de terrorismo contestatario. Unos han tenido alguna justificación porque han sido respuestas ante regímenes tiránicos y acciones represivas. Por ejemplo, el que desarrollaron los patriotas franceses contra las tropas nazis de ocupación durante la Segunda Guerra Mundial. Recordemos que el ejército alemán invadió y ocupó Francia en 1940. En una fecha ominosa para los franceses y para la democracia, el 14 de junio de 1940, las tropas del Tercer Reich marcharon a paso de ganso bajo el Arco del triunfo de París. La ocupación se extendió por cuatro años, hasta que las fuerzas aliadas liberaron a Francia de la dominación alemana, tras el desembarco de Normandía, en el que intervinieron 1’750.000 soldados británicos, 1’500.000 norteamericanos y 250.000 franceses, canadienses, polacos y de otras nacionalidades. Durante la ocupación hitleriana los franceses de la resistencia consumaron centenares de atentados, sabotajes y acciones de terrorismo político contra los invasores. El 5 de enero de 1942 fue asesinado Ives Peringaut, jefe del gabinete del ministerio del interior del gobierno entreguista francés del mariscal Henri Philippe Pétain. En esa ocasión el ministerio, por primera vez, hizo pública la información de que desde julio de 1941 hasta enero de 1942 se habían cometido 230 actos de terrorismo contra militares alemanes. Los hombres de la resistencia francesa —los maquisards— golpearon incesantemente, a través de toda clase de atentados y <sabotajes, a las fuerzas nazis de ocupación.
En los dos últimos siglos se dieron numerosos movimientos terroristas, como la “mano negra”, que fue una organización secreta española que operó hacia el año 1880. Los “boxers” chinos que lucharon contra el colonialismo en 1889 y 1890. La organización paramilitar irlandesa denominada IRA (Irish Republican Army), que ha promovido una larga lucha guerrillera urbana en nombre del separatismo católico en Inglaterra. Las bandas guerrilleras de los “mau-mau” en Kenia, que fueron el brazo armado de los radicales negros kikuyo que formaron la sociedad antiblanca que operó hasta 1959 para expulsar a los europeos de su territorio. La OAS (Organisation de l’Armée Secrète) surgida en Francia en 1961, bajo el liderazgo de general Raoul Albin Louis Salan, para oponerse a que el gobierno francés concediera la independencia a Argelia. El Septiembre Negro, movimiento armado palestino dirigido por Abu Yihad, que surgió en 1971 entre los militantes extremistas del Al-Fatah con la meta de recuperar los territorios palestinos ocupados por Israel en 1948, después de que le fueron adjudicados por resolución de la Organización de las Naciones Unidas. El movimiento de liberación nacional del Uruguay llamado tupamaros (nombre tomado de Tupac Amaru, jefe inca que acaudilló la insurgencia contra los españoles en Perú entre 1780 y 1781), creado en 1962 por Raúl Sendic, que realizó una intensa actividad guerrillera urbana. Los montoneros argentinos, movimiento revolucionario de guerrilla urbana que surgió a raíz de la toma del poder por los militares en 1966. El grupo Baader-Meinhof, de tendencia anarquista, formado en Alemania Federal en los años 70, que hizo muchos actos terroristas como protesta contra la participación norteamericana en la guerra de Vietnam. En los años 90 operó en el Japón una misteriosa secta terrorista denominada La Verdad Suprema de Aum, de inspiración religiosa, que desencadenó una serie de atentados con gas letal sarín en el tren subterráneo de Tokio y Yokohama y perpetró asesinatos y secuestros. En 1995 fueron detenidos Tomomitsu Niimi, quien oficiaba de “ministro del interior” de la secta; Tetsuya Kibe, “ministro de defensa”; el médico Ikuo Hayashi, “ministro de terapia” y otros “altos funcionarios” de ella. La secta estaba estructurada como un Estado, con sus ministerios y dependencias administrativas a las órdenes del “emperador” y “gurú” Shoko Asahara. Disponía de laboratorios y tecnologías modernas para la fabricación de armas químicas y bacterianas de destrucción masiva.
Uno de los ámbitos nuevos del terrorismo fue el deporte. En la Villa Olímpica de Munich, la noche del 5 de septiembre de 1972, un comando palestino asesinó a dos atletas israelíes y secuestró a nueve, que murieron horas después juntamente con los terroristas en un tiroteo entre los comandos islámicos y los soldados alemanes en el aeropuerto militar de Furstenfelbruk, cercano a Berlín. Dos meses antes del Campeonato Mundial de Fútbol en Sudáfrica, junio y julio del 2010, la banda terrorista islámica al Qaeda emitió una declaración en la página web de la revista “Mushtaqun Lel Jannah”, reproducida inmediatamente con gran despliegue por todos los medios de comunicación del planeta, en la que amenazaba: “Qué increíble sería que cuando retransmitiesen en directo el partido entre Estados Unidos-Inglaterra, en un estadio repleto de espectadores, retumbase en las tribunas el sonido de una explosión. Todo el estadio se pondría patas arriba y el número de cadáveres se contaría por cientos, si Alá quiere”. Y agregaba: “Todos los controles de seguridad y aparatos de rayos X que Estados Unidos va a enviar no serán capaces de detectar los explosivos”. El blanco principal señalado por los terroristas fueron los equipos de fútbol de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, países a los que acusó de ser miembros de la “cruzada sionista contra el islam”.
La amenaza del grupo terrorista islámico produjo un terror masivo, que recorrió por el mundo a pesar de las declaraciones de los organizadores del campeonato en cuanto a la absoluta seguridad de los participantes y de los espectadores.
1. Euskadi ta Askatasuna (ETA). Uno de los terrorismos contestatarios más dramáticos fue el de la organización separatista vasca denominada Euskadi ta Askatasuna —que significa “pueblo vasco y libertad”—, fundada en 1959 por un grupo de estudiantes disidentes del Partido Nacionalista Vasco (PNV), encabezados por José Luis Alvarez Emparantza, mejor conocido como Txillardegi, quien fue desde 1959 hasta 1965 su principal líder.
El planteamiento ideológico de la ETA se inspiró originalmente en las ideas de Federico Krutwig, un veterano nacionalista heterodoxo, expresadas en su libro Vasconia, que más tarde se mezclaron con una serie de mitos nacionalistas entre los que están la creencia en que el pueblo vasco desciende de Tubal, nieto de Noé —mito que se conoce con el nombre de tubalismo— y en que su lengua, la euskera, es una de las 72 lenguas surgidas de la >torre de Babel, junto con la convicción de la invencibilidad del pueblo vasco, que no pudo ser dominado por los romanos ni por los árabes, y la pureza de su sangre no mezclada con la de moros ni judíos. Todo esto para justificar los anhelos de independencia de las provincias vascongadas “ocupadas” por el “imperialismo” español.
El nacionalismo de la ETA, cuyo precursor fue el nacionalista vasco Sabino Arana, hace de la lengua el principal factor diferenciador de su comunidad frente al resto de España, por encima de la raza y de la religión. Es profundamente antiespañol. Considera que Euskadi es una nación ocupada por una fuerza extranjera que ha tratado de imponerle un régimen político y un lenguaje —el español— que le son extraños. Para los vascos el español es el idioma del opresor. El “españolismo” ha sido siempre causa de expulsión de los militantes de ETA. “Si se tiene de la opresión nacional una visión seria (es decir: lingüística) —escribió Txillardegi— el grado de opresión nacional es fácilmente determinable, puesto que se trata de medir el grado de genocidio lingüístico”.
La sensación de buena parte de los vascos, de que su país ha sido colonizado por España, tiene hondas raíces históricas, aunque sólo una minoría de ellos se ha inclinado a resolver el problema por la fuerza. En el curso de la formación del Estado español —tanto en el tramo absolutista como en el liberal— la incorporación del Reino de Navarra se hizo y se mantuvo por la acción de las armas y no por la voluntad de los vascos. Este es el origen de su sentimiento anticolonialista. Durante el proceso de unificación de lo que hoy es el Reino de España, promovido por la corona de Castilla a comienzos del siglo XVI, la incorporación de Navarra se hizo por medio de una guerra de ocupación y de conquista. Fue el rey Fernando quien, muerta Isabel La Católica, tomó a viva fuerza el Reino de Navarra y lo convirtió en una provincia de su imperio. Esto dejó históricos resentimientos en el pueblo vasco, que desde aquellos tiempos había manifestado una fuerte tendencia a la afirmación nacional. Más tarde, en el siglo XIX, ya bajo el Estado liberal, vino la supresión de los fueros de los que el País Vasco había gozado largamente en el orden político-administrativo. Lo cual sólo fue posible después de dos cruentas y dilatadas guerras que dejaron huellas indelebles en la Euskadi. Esto profundizó el resentimiento. Y fue Sabino Arana quien lo recogió a fines del siglo XIX y lo plasmó en su teoría nacionalista y separatista que postuló “que los españoles abandonen nuestro territorio y se vayan al suyo, porque tenemos derecho a la independencia y no necesitamos de ellos para gobernarnos”.
Con estos antecedentes, la ETA se autodefine como un movimiento revolucionario creado en la resistencia patriótica y sostiene que la liberación nacional pasa por una lucha sin cuartel contra España, que debe librarse en cuatro frentes: el político, el económico, el militar y el cultural. Propugna la creación de un Estado Vasco edificado sobre las regiones que antes del “genocidio” español fueron étnicamente euskaldunes, o sea el Reino de Navarra, el Señorío de Vizcaya, las regiones de Guipúzcoa, Alava, Lapurdi y Zuberoa. Sostiene que la euskera es la única lengua nacional vasca y que el primer deber del Estado de Euskadi será la euskaldunización completa del país. La enseñanza, la administración, la prensa, la radio, la televisión serán exclusivamente euskaldunes. Y se extirparán del territorio vasco el español y el francés, que son las lenguas impuestas por el colonialismo opresor. El Estado Vasco, siguiendo el ejemplo de otros países con lenguas de poca “potencia demográfica” (como Suecia, Finlandia, Dinamarca) facilitará el aprendizaje de uno o varios idiomas de utilidad internacional reconocida. Condena el racismo y proclama la igualdad de derechos para todos los que contribuyan con su trabajo al proceso productivo de la nación. Se declara aconfesional y postula la separación entre la Iglesia y el Estado, no obstante que durante su lucha contra la tiranía franquista fue apoyada por los sacerdotes vascos, quienes denunciaron a sus obispos en 1960 “la encarnizada persecución de las características étnicas, lingüísticas y sociales que Dios nos dio a los vascos”.
Aunque hubo aproximaciones entre el pensamiento de la ETA y el socialismo, especialmente durante la etapa franquista en que muchos jóvenes y trabajadores vascos miraron con simpatía su lucha contra la tiranía, Txillardegi rechazó el <marxismo, especialmente en su versión leninista, por ser una nueva “religión inmanente” a la que hay que adscribirse con base en “actos de fe”. Sin embargo de lo cual se produjeron en las filas etarras ciertos desviacionismos e infiltraciones de carácter marxista. Lo que llevó al líder e ideólogo de la ETA a denunciar en un momento dado la existencia de un “doble revisionismo: español y comunistoide”.
La ETA ha producido más de cuatro décadas de violencia en España. Su objetivo estratégico era la independencia del País Vasco y su reivindicación táctica la autodeterminación, a la que después agregó otras demandas, como la salida de las fuerzas militares españolas de su región y la amnistía de los presos vascos acusados de actos terroristas. Muchos consideran que, en la medida en que la ETA trata de imponer el punto de vista de una minoría sobre la mayoría de la población, sus planteamientos son antidemocráticos y sólo pueden conseguirse mediante la fuerza. Eso explica las acciones terroristas desarrolladas por la organización desde sus orígenes y la activación de los actuales coches-bomba en el curso de su violencia brutal. Aunque sus dirigentes dicen que sus objetivos son los “intereses del Estado español” las víctimas de sus atentados dinamiteros resultan muchas veces hombres, mujeres e incluso niños que caminan por las calles. Ellos saben bien que su conducta es odiosa, sus acciones son antidemocráticas y su victoria es imposible. Pero siguen adelante con su proyecto porque, como dijo en alguna ocasión el fundador de ETA, Txillardegi, “ya sabemos que esto no es democrático pero no hay otra solución”.
La ETA tuvo una poderosa infraestructura paramilitar y logística. Desde su primer atentado el 7 de junio de 1968, en que murió a tiros un guardia civil en el País Vasco, hasta enero del 2011, en que anunció un “alto al fuego permanente y general”, ha causado 851 muertes violentas, la mayoría de militares y policías. Desde entonces el proceso terrorista no se ha detenido. Sus más duras ofensivas se realizaron a finales de los años 70, comienzos de los 80 y mediados del 2000. Sin duda, la más importante de sus “acciones” fue el asesinato en 1973 del Almirante Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno y presunto sucesor del General Francisco Franco. Han sido más de treinta años de terrorismo y no hay visos de que concluya. A fines de julio de 1994 asesinó en pleno centro de Madrid al número cuatro del Ministerio del Interior, general Francisco Veguilla Elices, en lo que ETA calificó como “uno de los golpes más duros asestados al Estado español”. En 1995 dirigió un coche-bomba, en pleno centro de Madrid, contra el jefe del Partido Popular José María Aznar, quien salió ileso del atentado. Después vinieron otros sangrientos dinamitazos.
En 1992 la organización clandestina vasca sufrió un fuerte revés con la captura en Francia de su líder Francisco Múgica Garmendia, alias “paquito”. Junto con él, muchos otros “etarras” —que así se llaman los militantes de la organización— han sido detenidos y extraditados en los últimos tiempos desde diversos países, incluso desde el Uruguay en agosto de 1994.
Después de cuarenta años de lucha la ETA anunció el 16 de septiembre de 1998 un “alto al fuego indefinido”, que fue acogido con entusiasmo por los partidos nacionalistas vascos —en especial por Herri Batasuna, el brazo político de la ETA— y con un alto grado de incredulidad por el gobierno conservador de José María Aznar y por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el mayor de la oposición, que exigieron “hechos y no palabras”. Los anteriores períodos de tregua de la ETA fueron muy cortos: el del 29 de enero de 1988 duró un mes; el del 6 de enero de 1989, tres meses; y el del 23 de junio de 1996, una semana. Lo cual justificó la cautela con que fue recibido el anuncio de tregua en los círculos políticos españoles, sobre todo porque la organización terrorista advirtió que no entregaba las armas y que conservaba su infraestructura logística. La tregua duró 14 meses. La organización terrorista anunció el 28 de noviembre de 1999 la reanudación de su operaciones armadas.
En 1998 la Herri Batasuna (HB), que era en realidad una coalición de grupos, cambió su nombre por el de Euzkal Herritarrok (EH), una conjunción más amplia que posibilitó la incorporación de otros grupos de la izquierda radical vasca.
A mediados del 2001 los dos partidos mayores de España: el PP en ejercicio del gobierno y el PSOE en la oposición, celebraron el denominado Pacto por las libertades y contra el terrorismo, mediante el cual se comprometieron a combatir conjuntamente contra el terrorismo, el narcotráfico, la trata de blancas y otros delitos. La decisión de lucha contra el terrorismo se fortaleció en toda Europa a raíz del sangriento atentado consumado por fundamentalistas islámicos contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono de Washington el 11 de septiembre de ese año. Para dar mayor eficacia al combate antiterrorista la Unión Europea acordó que las órdenes judiciales de detención impartidas por un Estado son válidas y deben cumplirse en todos sus Estados miembros.
Euskadi Ta Askatasuna (ETA) anunció el 22 de marzo del 2006, por medio de un corto y no muy preciso mensaje televisivo y radial dirigido al pueblo vasco —leído en euskera y en castellano por tres etarras con sus rostros cubiertos con pañuelos blancos y txapelas—, su decisión de decretar un “alto al fuego permanente” a partir del viernes 24 de ese mes, con el propósito de “impulsar un proceso democrático en Euskal Herria para construir un nuevo marco en el que sean reconocidos los derechos que como Pueblo nos corresponden y asegurando de cara al futuro la posibilidad de desarrollo de todas las opciones políticas”; y pidió a los Estados “español” y francés que reconozcan “los resultados de dicho proceso democrático, sin ningún tipo de limitaciones”, ya que “los ciudadanos vascos deben tener la palabra y la decisión sobre su futuro”.
La organización separatista armada, que buscaba la independencia de las seis provincias vascas en los territorios español y francés —a las que se sumaba Navarra—, expresó su esperanza de que los gobiernos de España y Francia “respondan de manera positiva a esta nueva situación, dejando a un lado la represión”.
El presidente Rodríguez Zapatero se mostró complacido por la propuesta y de inmediato dispuso la apertura de conversaciones con el grupo terrorista, ante la beligerante la oposición de los líderes del Partido Popular. Pero nueve meses más tarde, el 30 de diciembre del mismo año, un nuevo atentado de ETA: la explosión de un carro-bomba en el aeropuerto de Barajas en Madrid, que causó la muerte de dos jóvenes inmigrantes ecuatorianos, diecinueve heridos y la destrucción total de un ala del edificio, rompió la tregua y obligó al gobierno a dar por terminadas las gestiones de paz. A comienzos de junio del 2007 los líderes de la banda separatista vasca dieron por terminado el cese del fuego y reiniciaron sus acciones terroristas.
El miedo retornó a España, especialmente al País Vasco.
Pero la decisión del alto al fuego enfrentó casi a muerte a sus cinco dirigentes principales: de un lado, Francisco Javier López Peña y dos de sus seguidores, y, de otro, Garikoitz Aspiazu (“Txeroki”) y Carrera Sarobe (“Ata”). Se cruzaron acusaciones de grueso calibre. La crisis se resolvió con la violenta expulsión de la organización de Txeroki y Ata.
Desde finales del año 2009 la ETA entró en un proceso de indisciplina interna, desarticulación institucional, escisiones interiores, pugnas entre dirigentes, expulsiones, desacuerdos en las estructuras operativas políticas, militares y logísticas, drogadicción de algunos de sus dirigentes y desorientación de las bases. Todo esto en medio del desinterés de la juventud vasca. En un documento incautado a ETA por la policía española, uno de sus líderes se lamentaba que “nuestra juventud está en las herriko tabernas fumando porros y bebiendo txikitos” en lugar de ingresar a sus líneas de combate y realizar su primera acción terrorista —ekintza—. El acoso policial no le dio tregua. A comienzos del 2010 fueron detenidos en España, Francia y Portugal treinta de sus activistas —entre ellos, destacados dirigentes—, lo cual contribuyó a desmantelar su estructura directiva. De la cúpula de esos años sólo quedó libre un dirigente importante: Mikel Kabikoitz Carrera Sarobe (“Ata”), que llevaba trece años en la clandestinidad. Antes habían sido apresados: F. J. García Gaztelu, Ibón Fernández de Iradi, Aitzol Iriondo, Jurdan Martitegi, Asier Borrero, Ignacio G. Arregui, J. A. Olarra Guridi, Gorka Palacios, F. A. López de Lacalle, Garikoitz Aspiazu, Ibon Gogeaskoetxea Arronategi, Vicente Goikoetxea, Mikel Albizu Iriarte, Soledad Iparagirre, Javier López Peña, Aitor Elizaran Aguilar, José L. Torrillas, Asier Oiartzabal, Laurence Guimón, Félix Ignacio Esparza Luri, Juan Cruz Maiza Artola y otros dirigentes de los aparatos político, militar y logístico de la banda terrorista. Pero la policía francesa y la guardia civil española detuvieron finalmente en Bayona, el 20 de mayo del 2010, a Mikel Kabikoitz Carrera Sarobe (“Ata”) y cerraron sus trece años de clandestinidad. En el mismo operativo fueron apresados Arkaitz Agirregabiria —número dos de la banda en ese momento—, Benoit Aramendi, Maite Aranalde y otros de sus miembros.
En marzo del 2010 el juez Eloy Velasco de la Audiencia Nacional de España —principal instancia penal española— inició un proceso judicial contra el activista etarra José Arturo Cubillas Fontán —residente en Venezuela— y cinco otros presuntos miembros de ETA, así como siete de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), por su intento de asesinar a personalidades colombianas, entre ellas el presidente Álvaro Uribe. En un auto judicial expedido el 1 de marzo, el juez español desveló la supuesta “cooperación gubernamental” del gobierno de Venezuela, presidido por el teniente coronel Hugo Chávez, con las FARC y la ETA para el cumplimiento de estos y otros propósitos delictivos. El gobierno español de José Luis Rodríguez Zapatero demandó “información” a Caracas. Los personeros del régimen venezolano respondieron con la acusación de que el magistrado español “actúa bajo las órdenes de la ultraderecha franquista” y responde a una campaña orquestada por el “imperio yanqui”.
Dos días después las cosas se complicaron más cuando otro juez español, Fernando Grande-Marlaska, en auto judicial expedido el 3 de abril de ese año, denunció con base en documentos incautados a ETA en Burdeos en mayo del 2008 los numerosos viajes a Venezuela del activista etarra Joseba Agudo Mancisidor, detenido en la localidad francesa de Hendaya y entregado a las autoridades españolas por sus actividades insurgentes. Según el auto del magistrado español, entre enero del 2006 y febrero del 2009, el activista había viajado a Venezuela al menos ocho veces.
La prensa internacional recogió con amplitud las incidencias de este litigio político.
El tema llegó a los linderos de lo anecdótico cuando, en la discusión que al respecto se armó en la Asamblea Nacional, el diputado oficialista venezolano Carlos Escarrá planteó que, como respuesta a lo que ocurría en España, Venezuela demandara “a la Corona española por los cien millones de muertos que ocasionó la Conquista, porque son crímenes de lesa humanidad que no prescriben…”
Un informe emitido por el departamento de inteligencia de Colombia (DAS) en marzo del 2010 señaló que activistas de ETA y grupos iraníes recibían cursos de adiestramiento dictados por líderes del Frente 59 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en 28 campamentos clandestinos situados en varios puntos del territorio venezolano. Doce días después, tras la desarticulación de una base de ETA en la región portuguesa de Óbidos —donde se hallaron 1.500 kilos de explosivos—, fue detenido por la policía de Portugal el fugitivo etarra español Andoni Zengotitabengoa en el aeropuerto de Lisboa, momentos antes de embarcarse en un avión con rumbo a Caracas.
ETA volvió a plantear el 10 de enero del 2011 un alto al fuego permanente y general. Lo hizo por medio de la comparecencia de tres de sus miembros embozados en un vídeo televisual. Pero advirtió que no renunciaba a la negociación con el gobierno español del “derecho de autodeterminación e independencia del País Vasco”. ETA estaba entonces en su fase terminal, en medio del rechazo general a sus acciones de violencia. La reacción del gobierno de Rodríguez Zapatero fue de incredulidad y desconfianza puesto que era la duodécima ocasión desde 1982 en que el grupo había ofrecido abandonar la lucha armada. La última vez en marzo del 2006, que terminó en diciembre con el cruento atentado en el aeropuerto de Madrid. De moodo que no se produjo acuerdo alguno.
El 17 de octubre del 2011 se reunieron en la ciudad de Donostia-San Sebastián, España, varias personalidades de la comunidad internacional para tratar el conflicto armado del País Vasco que, al decir de uno de los concurrentes —Jonathan Powell—, “era en ese momento el último conflicto armado de Europa y ya era hora de que acabe”. Participaron Kofi-Annan, Secretario General de las Naciones Unidas; Pierre Joxe, exministro del interior de Francia; Gro Harlem, exprimera ministra de Noruega; Jonathan Powel, exjefe de gabinete del primer ministro inglés Tony Blair; Bertie Ahern, exprimer ministro de Irlanda; Gerry Adams, presidente del Sinn Fein; y otras personalidades que representaron a partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales de muy amplio pluralismo político, quienes formularon y firmaron la denominada Declaración de AIETE, que instaba a ETA a abandonar las armas y proponía a todas las partes involucradas en el conflicto vasco iniciar un proceso de diálogo para “terminar hoy con más de cincuenta años de violencia y alcanzar una paz justa y duradera”.
“Llamamos a ETA —decía el documento— a hacer una declaración pública de cese definitivo de la actividad armada y solicitar diálogo con los gobiernos de España y Francia para tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto”. Y agregaba: “Si dicha declaración fuese realizada, instamos a los gobiernos de España y Francia a darle la bienvenida y aceptar iniciar conversaciones para tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto”.
Tres días después la organización terrorista vasca, considerando que la conferencia internacional “es una iniciativa de gran trascendencia política”, anunció el cese de su actividad armada y solicitó el diálogo con los gobiernos de España y Francia para tratar las consecuencias del conflicto.
Sin embargo, ese diálogo no llegó a concretarse.
Posteriormente se adhirieron a la Declaración de AIETE el expresidente norteamericano Jimmy Carter, el expremier inglés Tony Blair y George Mitchell, senador demócrata estadounidense.
El 17 de octubre del 2013 —al cumplirse dos años de la Declaración de AIETE— hubo en Ciudad de México el Encuentro Continental por la Paz en el País Vasco, al que asistieron varios políticos latinoamericanos, entre ellos Rodrigo Borja —expresidente de Ecuador y autor de esta Enciclopedia—, el líder político mexicano Cuauhtémoc Cárdenas y Lucía Topolansky, compañera del entonces presidente uruguayo José Mujica, para apoyar la Declaración de AIETE e impulsar el diálogo conducente a la terminación del doloroso conflicto vasco, que se había extendido casi por medio siglo. A la declaración aprobada en esa reunión se adhirieron varios expresidentes de la región: Óscar Arias de Costa Rica, Belisario Betancur de Colombia, Vinicio Cerezo y Álvaro Colom de Guatemala, César Gaviria de Colombia, Ricardo Lagos de Chile, Fernando Lugo de Paraguay, Carlos Mesa y Jaime Paz de Bolivia, Julio Sanguinetti de Uruguay y Juan Carlos Wasmosy de Paraguay. Se incorporaron también Federico Mayor Zaragoza, Miguel Descoto, Luis Maira y otras personalidades del mundo internacional.
Un episodio importante ocurrió en España en el año 2013. Como consecuencia del fallo expedido por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) el 21 de octubre de ese año, los tribunales de justicia españoles se vieron en la forzada condición de poner en libertad a decenas de militantes de ETA que cumplían largas condenas de reclusión.
La acumulación de penas por la comisión de varios delitos condujo a que muchos de los prisioneros etarras sumaran centenares y hasta miles de años de prisión. El sistema, que obligaba a los presidiarios a cumplir, una por una, todas las penas a las que habían sido condenados, se dio en llamar doctrina Parot, en función del militante etarra Henri Parot, condenado a 4.797 años de reclusión por los veintiséis asesinatos políticos que había cometido.
Inés del Río, de 55 años de edad, militante del Comando Madrid de la ETA, interpuso en agosto del 2009 una demanda contra España ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) con sede en Estrasburgo después de haber cumplido 26 de los 3.828 años de reclusión a que había sido condenada por veinticuatro asesinatos políticos, entre ellos un coche-bomba contra un autobús de guardias civiles en 1986 en Madrid, que causó la muerte de doce de ellos.
La Gran Sala del Tribunal Europeo, en sentencia expedida el 21 de octubre del 2013, señaló que el Tribunal Supremo español aplicó de manera retroactiva la doctrina Parot, en la forma más desfavorable al reo, lo cual estaba prohibido por el Art. 9 de la Constitución española y vulneraba el artículo 5 de la Convención Europea de Derechos Humanos.
En consecuencia, mandó en su sentencia que las autoridades españolas pusieran en libertad a la presidiaria Inés del Río “en el plazo más breve posible”.
El Tribunal Europeo determinó que su sentencia sentaba jurisprudencia y tenía carácter vinculante para el Estado español, puesto que era firmante de la Convención Europea de Derechos Humanos y, por tanto, debía acatarla y cumplirla.
En función de esta decisión, obligante para España por ser parte de la mencionada convención de derechos humanos, los magistrados de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional de España dispusieron en el día siguiente la libertad de Inés del Río.
La decisión judicial, por supuesto, molestó al gobierno español presidido por Mariano Rajoy y causó gran polémica en la opinión pública de España e indignación en los familiares de las víctimas de la banda terrorista vasca, que promovieron movilizaciones por las calles de Madrid, con el apoyo expreso del Partido Popular (PP), que en ese momento ocupaba el poder.
En virtud del fallo de Estrasburgo, hasta el 23 de febrero del 2014 habían salido en libertad 63 militantes de ETA —de los 600 que se estimaba estaban en prisión— y 9 militantes de otras organizaciones clandestinas.
Pero España —suscriptora de la mencionada Convención de Derechos Humanos— no tenía más alternativa que cumplir el fallo de Estrasburgo.
2. Irish Republican Army (IRA). En Irlanda hubo una larga tradición de beligerancia entre los protestantes del norte y los católicos del sur que se remontaba al siglo XVI, cuando Enrique VIII introdujo en ella la reforma protestante. Entonces las masas católicas sufrieron toda clase de persecuciones y discriminaciones, que se agudizaron en los tiempos de Oliverio Cromwell (1599-1658) y que amainaron con el rey Jacobo II, que profesaba el catolicismo, quien a finales del siglo XVII liberó a la comunidad católica irlandesa de algunos de sus gravámenes. Pero con su destronamiento por Guillermo de Orange volvieron a la isla los conflictos religiosos y políticos. Las leyes prohibían a los católicos ser miembros del parlamento y desempeñar funciones públicas. En 1801, como respuesta al movimiento independentista irlandés dirigido por Enrique Grattan, el parlamento de Inglaterra proclamó el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda e incorporó toda la isla irlandesa a Gran Bretaña, con lo cual se agudizaron los problemas por la dura resistencia de los habitantes del sur, mayoritariamente católicos, a formar parte de ella. En 1803 hubo un gran levantamiento en Dublín contra Inglaterra dirigido por el Roberto Emmet, quien terminó sus días en la horca. Pero la lucha de Irlanda por su independencia continuó hasta que después de la Primera Guerra Mundial, tras duros enfrentamientos armados entre las tropas inglesas y los independentistas irlandeses, alcanzó del parlamento inglés su autonomía política aunque sin dejar de formar parte del <commonwealth. El partido nacionalista denominado Sinn Fein —que significa “nosotros mismos”—, fundado en 1900 por el periodista de Dublín Arthur Griffith, promovió una vigorosa y permanente agitación de masas en favor de la independencia. En 1948 el parlamento inglés aprobó una ley que ratificó la emancipación del sur de la isla y su conversión en Estado separado del Reino Unido, bajo el nombre de República de Irlanda, con Dublín como capital. Sin embargo, la emancipación comprendió solamente la parte meridional de la isla —de mayoría católica— puesto que seis de los condados de Irlanda del Norte, que constituyen el Ulster —mayoritariamente protestantes—, quisieron seguir unidos a Gran Bretaña como una de sus provincias, con Belfast como su capital regional.
Pero la independencia de Irlanda del Sur no terminó con los conflictos religiosos y políticos en el Ulster porque la comunidad católica, que representa el 43% de su población, mantuvo la tesis separatista, mientras que la comunidad protestante, que representa el 54%, persistió en su voluntad de unión con Gran Bretaña.
La cuestión no era sólo religiosa. Era también política. Y económica. Los protestantes dominaban económica y políticamente la provincia mientras que los católicos se sentían discriminados —y en realidad lo eran— porque no tenían influencia en el gobierno, carecían de poder político y sus cifras de desempleo eran el doble que las de la mayoría protestante.
Para defender sus derechos, el sector más radical de la comunidad católica de Irlanda del Norte, que pugnaba por su separación de Inglaterra y su incorporación a Irlanda del Sur, formó hace más de cuatro décadas un grupo paramilitar denominado Irish Republican Army (IRA), brazo armado del Sinn Fein (el partido católico independentista), que ha promovido una larga y sangrienta lucha plagada de atentados terroristas en nombre del separatismo católico, con un saldo de más de 3.500 muertos y daños materiales incuantificables.
Los barrios protestantes y católicos estaban físicamente separados en la ciudad de Belfast por la “línea de la paz” y en la ciudad de Londonderry por el río Foyle, en una suerte de <apartheid blanco o de <muro de Berlín intangible. Sangrientos incidentes solían producirse cada vez que las marchas organizadas por la Orden de Orange, que era la mayor cofradía protestante de Irlanda del Norte, creada en 1795 por los seguidores del rey Guillermo de Orange de Inglaterra, intentaban atravesar por las calles o barrios católicos. Con una mezcla de fanatismo religioso e inconformidad política los grupos católicos y protestantes se enfrentaban con toda clase de armas —desde bombas incendiarias hasta metralletas— en una demencial lucha impropia de las postrimerías del siglo XX.
Afortunadamente, después de un dilatado y angustioso proceso de negociación, los líderes de los principales partidos políticos protestante y católico de Irlanda del Norte: David Trimble del Partido Unionista del Ulster, la mayor fuerza política de la provincia, y Gerry Adams del Sinn Fein, acompañados del primer ministro irlandés Bertie Ahern y del líder nacionalista John Hume, firmaron un acuerdo de paz en Belfast el 10 de abril de 1998 para poner fin a las hostilidades. El acuerdo, que significaba el logro político más importante desde que la isla fue dividida en 1921, dispuso el desarme de las milicias del Ulster de ambos bandos, el fin de la segregación religiosa y la eliminación de las fronteras que separan los barrios católicos de los protestantes y dejó a la decisión de la población la suerte de Irlanda del Norte: el mantenimiento de la unión con Gran Bretaña o su reunificación con Irlanda del Sur.
En cumplimiento de sus estipulaciones se realizaron plebiscitos simultáneos el 22 de mayo de 1999 en Irlanda del Norte y en la República de Irlanda (Irlanda del Sur). Pero surgieron después tropiezos en el proceso de paz porque las milicias de los dos lados anticiparon su negativa a deponer las armas y a entregar sus arsenales, acciones previstas para el 22 de mayo del año 2000. Se calcula que el IRA poseía a comienzos del siglo XXI unos 600 fusiles-ametralladoras AK-47, 400 fusiles de otras marcas, 1 millón de municiones, 2,7 toneladas de explosivo semtex, 1.200 detonadores, 25 lanzacohetes RPG, 6 lanzamisiles SAM-7 y otras armas no identificadas. Las milicias protestantes, por su lado, tenían fusiles SA-80, metralletas AK-47 y UZI, pistolas-ametralladoras MAC 10, armas cortas de diversa clase, granadas rusas y explosivos.
El 4 de julio de 1999 los protestantes insistieron en provocar a los católicos con su tradicional marcha de la Orden de Orange por el barrio católico de Garvaghy Road en la ciudad de Portadown y obligaron al gobierno inglés a desplazar 1.700 efectivos de la policía y a colocar alambradas para impedir los choques entre las dos comunidades. Esto evitó que los 15.000 marchantes de la Orden, con sus estandartes y uniformes característicos, provocaran incidentes.
Sorpresivamente el 23 de octubre del 2001, después de una larga serie de incidentes entre las dos comunidades a pesar del acuerdo de paz de 1998, el presidente del Sinn Fein, Gerry Adams, en lo que calificó como “una medida sin precedente para salvar el proceso de paz”, anunció públicamente que el IRA había empezado a desarmarse de acuerdo con un plan internacionalmente aceptado en agosto de ese año.
Sin embargo, el IRA después desconoció el acuerdo y detuvo la operación de desarme, que formaba parte del proceso tendiente a establecer una administración compartida entre católicos y protestantes sobre Irlanda del Norte, bajo la soberanía del Reino Unido, tal como se había acordado en 1998.
Pero a finales de septiembre del 2005 el jefe de la comisión de desarme, John de Chastelain, anunció oficialmente que el Ejército Republicano Irlandés había destruido totalmente sus arsenales, que incluían misiles tierra-aire, lanzacohetes, ametralladoras pesadas, fusiles, armas cortas y artefactos explosivos. Este episodio puso fin a treinta y cinco años de sangrientos enfrentamientos entre la organización católica clandestina, que propugnaba la independencia, y la comunidad protestante, leal a la corona británica. La reacción del primer ministro inglés Tony Blair fue de mucho optimismo: dijo que el desarme era “un avance importante en el proceso de paz”.
La historia de Irlanda del Norte cambió de rumbo en marzo del 2007, cuando los líderes Ian Paisley, del Partido Democrático Unionista —brazo político del IRA—, y Gerry Adams del Sinn Fein, en una reunión sin precedentes celebrada en el castillo de Stormont, concluyeron el anhelado acuerdo de paz y formaron un gobierno conjunto de católicos y protestantes. Paisley dijo en aquella oportunidad que el acuerdo logrado era “el rechazo a los horrores y tragedias del pasado” y el primer ministro británico saludó la firma de la paz y afirmó que era “muy importante para el pueblo de Irlanda del Norte, así como para el pueblo y la historia de estas islas”.
El 11 de octubre del 2009 el Irish National Liberation Army (INLA), que era uno de los tres grupos disidentes del IRA, anunció su renuncia a la lucha armada y su compromiso con la paz. Declaró que “se ha acabado la lucha armada” y que, a partir de ese momento, perseguirá su objetivo de una Irlanda unida y socialista exclusivamente por medios pacíficos. Esta decisión la tomó luego de varios meses de discusiones internas. Los otros dos pequeños grupos disidentes —el IRA de Continuidad formado en 1986 y el IRA Auténtico fundado en 1997—, cuya escisión obedeció a su negativa a terminar la lucha armada, continuaron con sus esporádicos actos terroristas.
3. Terrorismo en nombre de dios. Hay una variante de terrorismo que se consuma “en nombre de dios”. Es el terrorismo inspirado en el <fundamentalismo religioso, como el de los ayatolás iraníes, o el de los numerosos grupos terroristas palestinos, o el de al Qaeda, uno de cuyos propósitos comunes es la liquidación de Israel y, por tanto, el ataque a objetivos israelíes o a aliados de su causa en cualquier parte del mundo.
Este tipo de terrorismo sin fronteras, realizado en el nombre de Alá y bajo la justificación de una guerra santa, ante nada se detiene y ha consumado numerosos atentados en varios lugares del mundo, entre ellos los asesinatos de la villa olímpica en Alemania en 1972, el secuestro de 103 israelíes en el aeropuerto de Uganda en 1976, el asesinato del presidente egipcio Anwar El Sadat en El Cairo en 1981, el atentado dinamitero contra la embajada de Estados Unidos en Beirut en 1983 (61 muertos), la destrucción de la embajada israelí en Buenos Aires en 1992 (29 muertos), la demolición de las torres gemelas del Word Trade Center en 1991 en Nueva York, el derrocamiento del edificio de la Asociación Mutualista Israelita Argentina en Buenos Aires el 18 de julio de 1994 (95 muertos y 250 heridos), la acción explosiva contra la embajada de Israel en Londres en 1994, las bombas explosivas en el metro de París durante el año 1995, los ocho intentos de asesinato contra el presidente Hosni Mubarak de Egipto, el asesinato de veinte turistas griegos en la puerta de un hotel en El Cairo el 18 de abril de 1996; las sangrientas explosiones en dos clubes nocturnos de Kuta, en la isla Bali de Indonesia, en octubre del 2002; los atroces atentados en los trenes madrileños en marzo del 2004; las explosiones en el metro de Londres en julio del 2005; las bombas explosivas en la red ferroviaria de Bombay en julio del 2006; el brutal atentado de kamikazes islámicos en las calles de Karachi, Pakistán, contra la multitud que recibía a la ex primera ministra Benazir Bhutto el 18 de octubre del 2007, que causó cerca de 150 muertos y más de 500 heridos y mutilados; la explosión de dos coches-bomba en Bagdad el 29 de octubre del 2009 contra el Ministerio de Justicia y la Gobernación Provincial, con el saldo de 136 muertos y alrededor de 700 heridos; los actos terroristas consumados en las estaciones de Lubianka y Park Kultury del tren subterráneo de Moscú el 29 de marzo del 2010 por obra de dos jóvenes mujeres kamikazes vinculadas al grupo islámico Emirato del Cáucaso, que hicieron explosionar las bombas que portaban ocultamente dentro de su ropa, con 40 personas muertas y 90 heridas; las nuevas explosiones en Kizliar, Daguestán, perpetradas dos días después por el mismo grupo islámico, que mataron a 13 personas e hirieron a 27; el atentado consumado el 24 de enero del 2011 en el aeropuerto internacional de Domodedovo en Moscú por un joven kamikaze islámico de la misma guerrilla chechena, que causó la muerte de 36 personas e hirió a 170; y muchos otros atentados consumados para “la mayor gloria de Alá” en diversos lugares del planeta contra gente inocente.
La milicia fundamentalista islámica Boko Haram, fundada en Nigeria por Mohammed Yusuf el año 2002, lanzó en el 2012 una campaña de terror contra las instituciones educativas nigerianas y contra el “saber occidental”. En abril de ese año, bajo el postulado de que “la educación occidental es un pecado”, asaltó la universidad pública de Bayero en la ciudad de Kano y causó 16 muertos. En septiembre del mismo año expidió una declaración en la que amenazaba a diecinueve centros de educación superior con una oleada de atentados si no dejaban de impartir “educación occidental”. Y, en cumplimiento de su amenaza, a comienzos de octubre atacó una residencia universitaria en el noreste de Nigeria y mató a veintiséis estudiantes. Todo por combatir la enseñanza de la ciencia “occidental” en los planteles de educación universitaria. El 5 de julio del 2013 terroristas del grupo Boko Haram asesinaron a cuarenta y dos estudiantes cristianos en la ciudad de Potiskum, al noreste de Nigeria, cuando asaltaron la escuela pública, la incendiaron con los alumnos y profesores dentro y dispararon contra quienes trataron de huir. Este grupo, en alianza con al Qaeda en el Magreb islámico y al Shabab en Somalia, luchaba por establecer un Estado islámico en el norte de Nigeria. El 14 de abril del 2014, en un colegio femenino del pequeño poblado Chibok situado al noreste de Nigeria, el mismo grupo islámico secuestró 223 muchachas de entre 15 y 18 años de edad que estudiaban allí para venderlas como objetos sexuales. Todas ellas fueron sometidas a un cautiverio sexual. El líder de la banda, Abubakar Shekau, declaró en la televisión que las había secuestrado “por orden de Alá” para sentar el precedente de que “la educación occidental debe cesar”. Y proclamó: “Hermanos: deben cortar la cabeza de los infieles”. Pocos días después —el 5 de mayo— miembros del mismo grupo terrorista, vestidos con uniformes militares y movilizados en vehículos blindados de transporte, irrumpieron en la pequeña ciudad de Gamboru Ngala al norte de Nigeria —que había sido usada como base de las tropas que buscaban a las niñas secuestradas— y, al grito de “¡Dios es Grande!”, dispararon indiscriminadamente granadas y bombas contra un mercado lleno de gente y prendieron fuego a los edificios para quemar vivos a quienes en ellos se refugiaron. La sangrienta operación arrojó 310 personas muertas. El ataque pareció ser una respuesta de la banda terrorista a la aceptación que el gobierno nigeriano diera a las propuestas de ayuda de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y China para localizar a las niñas secuestradas veintiún días antes. La banda fue responsable el domingo 1 de junio del 2014 de otra acción terrorista: la explosión de una bomba contra quienes veían por televisión un partido de fútbol en un concurrido bar de la ciudad nigeriana de Mubi —al noreste del país—, con el resultado de varias decenas de personas muertas. Cuatro días después al menos doscientas personas fallecieron en un nuevo ataque perpetrado por los terroristas. Vestidos con uniforme militar asaltaron las localidades de Attagara, Agapalawa y Aganjara en el Estado norteño de Borno, feudo político y operativo de la banda. Pidieron a la gente que se reuniera en la plaza central de esas localidades y luego abrieron fuego contra ella al grito de “¡Alá es Grande!”, según era su costumbre. Su cruel y despiadado líder, Abubakar Shekau, nacido en un poblado de agricultores y ganaderos en el noreste del país, estudió teología islámica en Maiduguri. Allí conoció al predicador Mohammed Yusuf, fundador del Boko Haram. Su objetivo central era hacer de Nigeria, por la fuerza de las armas, un Estado islámico. Para ello, utilizando la religión como instrumento, seducía y reclutaba a los jóvenes en su ejército de fanáticos islamistas. Y proclamaba: “me gusta matar a quien sea que Dios me pida matar”. El propio nombre de la banda terrorista —Boko Haram— significa en su idioma original: “la educación occidental es un pecado”. Este grupo fundamentalista —en ataques contra escuelas, iglesias, mezquitas, mercados, entidades policiales y otros lugares públicos— ha dado muerte a miles de personas desde el día de su insurrección contra Occidente.
Con relación al cruento atentado de 1994 contra la Asociación Mutualista Israelita Argentina (AMIA), el juez federal Rodolfo Canicoba Corral pidió desde Buenos Aires el 9 de noviembre del 2006 la captura internacional de Alí Rafsanjani, expresidente de Irán (1989-1997) y presidente del poderoso Consejo de la Conveniencia, bajo el cargo de “crímenes de lesa humanidad”, y libró un exhorto judicial a la INTERPOL para su aprehensión en cualquier lugar del mundo. La acusación del juez argentino se extendió también contra el exministro de Inteligencia y Seguridad iraní Alí Fallahijan; el excanciller Alí Akbar Velayati; Mohsen Rezai, excomandante del Cuerpo de Guardianes de la Revolución; el excomandante de las fuerzas Al Quds, Ahmad Vahidi; el exjefe del Servicio Exterior de Seguridad del movimiento chiita libanés Hezbolá, Imad Fayez Moughnieh; y el exembajador iraní en Buenos Aires, Hadi Soleimanpour. La conclusión a la que llegó la justicia argentina en este caso, después de haber reunido pruebas a lo largo de doce años, fue que el edificio de la AMIA había sido demolido por un cohete-bomba cargado con 300 a 400 kilos de explosivos, bajo la autoría intelectual de los mencionados exfuncionarios del gobierno de Irán y con la autoría material del activista libanés de Hezbolá, Ibrahim Hussein Berro, quien murió en el ataque. El gobierno de Irán rechazó inmediatamente los cargos y respondió que esa orden de prisión obedecía a la “iranofobia diseminada en el mundo por Estados Unidos e Israel”. El atentado contra la AMIA fue antecedido en 1992 por el bombazo que destruyó la embajada de Israel en Buenos Aires y que causó la muerte de 29 personas. Atentados que se explican porque en Argentina vive la tercera mayor comunidad judía del mundo.
El terrorismo islámico ha acudido incluso a la utilización de hombres suicidas portadores de bombas o conductores de coches-bomba, dispuestos a estallar en pedazos en homenaje a Alá. Estos terroristas —generalmente jóvenes, desempleados, fanáticos religiosos, personas de temperamento irascible, miembros de familias musulmanas devotas— son preparados psíquica, emocional y físicamente para su inmolación. Los líderes religiosos los toman a su cargo, los someten a intensas lecturas del Corán, hacen ayunos y reciben un verdadero “lavado cerebral” hasta quedar psicológicamente listos para ganar la bienaventuranza eterna por haber dado muerte a los “infieles”.
Ha surgido una nueva y muy peligrosa versión terrorista en los ámbitos del islamismo: la fabricación de bombas explosivas para ser implantadas quirúrgicamente en el cuerpo humano, que resultan muy difíciles de detectar con los sistemas de escáner de los aeropuertos y edificios. El activista saudí Ibrahim al-Asiri realizó varios experimentos de fabricación de este tipo de bombas explosivas para uso de la banda al Qaeda a finales de la primera década de este siglo. El primer uso de su invento lo hizo por medio de su hermano, a quien envió una noche de agosto del 2009 a morir como kamikaze en el frustrado atentado en Yeda contra el príncipe Mohammed Bin Nayef, viceministro para asuntos de seguridad —y de operaciones antiterroristas— de Arabia Saudita. El kamikaze pidió ser recibido por el viceministro y logró pasar los controles de seguridad del palacio sin que se detectasen los explosivos en su cuerpo. Mientras conversaba con el viceministro, a dos metros de distancia, hizo estallar los explosivos mediante su teléfono móvil. El terrorista Abdala Hasan Tale al-Asiri de al Qaeda quedó despedazado. Partes de su cuerpo se impregnaron en las paredes, aunque su víctima sufrió heridas menores.
Pero se ha abierto un muy peligroso campo de acción terrorista al servicio de los kamikazes, ya que los implantes explosivos quirúrgicos en el cuerpo de los terroristas no son fáciles de descubrir mediante los aparatos tradicionales de seguridad.
Irak fue, desde la caída de Saddam Hussein, uno de los principales escenarios de violencia sectaria a causa de la lucha a muerte entre los fanáticos seguidores de las dos sectas islámicas: la chiita y la sunita. Tras la invasión estadounidense y el derrocamiento de Hussein en marzo del 2003, la mayoría chiita asumió el poder en sustitución de los sunitas que hasta ese momento lo habían ejercido. Entonces se desató una ola de acciones terroristas que desangró al país. Coches-bomba, detonación de explosivos, acciones suicidas de kamikazes y otros violentos atentados contra mezquitas, mercados populares, almacenes, medios de transporte masivos y otros lugares de concentración pública produjeron la muerte de miles de chiitas. Caravanas enteras de peregrinos que se dirigían al santuario del imán Musa al Kazem o al de Kazemiya u otros lugares sagrados de los chiitas fueron diezmadas. El gobierno iraquí fue desbordado por el terrorismo religioso sunita.
Sin embargo, el escritor y periodista hindú Fareed Zakaria afirma en su libro “The Post-American World” (2008) que los terroristas islámicos “son un repugnante manojo que quiere atacar a la población civil en todos los lugares, pero está cada vez más claro que esos militantes y dinamiteros suicidas representan una porción diminuta de los 1,3 billones de musulmanes en el mundo”. No obstante lo cual, añade, “ellos pueden hacer real daño, especialmente si ponen sus manos en armas nucleares, pero los esfuerzos combinados de los gobiernos del mundo han puesto a ellos y a su dinero en la senda de la huida y continúan rastreándolos”, por lo que “la jihad persiste, pero los jihadists han tenido que dispersarse, trabajar en pequeñas células locales y usar armas simples e indetectables”. Concluye que, después de los atentados de Nueva York y Washington, “ellos no han sido capaces de golpear grandes y simbólicos blancos, especialmente los que envuelvan a los norteamericanos. De modo que ellos explosionan bombas en cafés, supermercados y estaciones de metro. Pero el problema es que, haciendo eso, matan a ciudadanos del lugar y se alienan el apoyo de los musulmanes ordinarios. Las encuestas de opinión demuestran que el respaldo a la violencia de cualquier clase se ha escurrido dramáticamentre durante los últimos cinco años en todos los países musulmanes”.
No obstante, los estudios demuestran que el terrorismo suicida ha aumentado. Según estadísticas norteamericanas, publicadas por “The Washington Post” el 18 de abril del 2008, durante el año anterior se registraron en el mundo 658 atentados suicidas, de los cuales 542 fueron en Irak y Afganistán. Estas cifras duplican las de los años anteriores. Los <kamikazes fueron responsables de 21.350 muertes y alrededor de 50.000 personas heridas o lesionadas desde 1983.
4. Estado Islámico (EI). La reorganizada y bien estructurada milicia fundamentalista Estado Islámico (EI) —Islamic State of Iraq and Syria (ISIS), en su denominación en inglés—, de tendencia sunita, era otra de las versiones del terrorismo en nombre de dios. Sembró el terror en el norte de Irak a mediados del 2014 y en los años siguientes. Estaba conducida por Abu Bakr al-Baghdadi, quien pretendía establecer un califato regido por el Corán que abarcara Irak, Siria, Líbano y Jordania, en una primera fase, por encima de las fronteras estatales, y reclamaba la obediencia absoluta del mundo musulmán. Mediante el asalto a bancos, la extorsión a los empresarios privados y la venta en el mercado negro del petróleo de los yacimientos conquistados, al-Baghdadi pudo armar entre 20 mil y 30 mil combatientes procedentes del Norte de África —incluidos unos 2.000 occidentales convertidos al Islam—, con los que a mediados del años 2014 ocupó violenta y brutalmente la zona norte del país. Sus yihadistas, bajo la acusación de “adoradores del demonio”, masacraron a los pobladores de toda la región y suscitaron una terrible crisis humanitaria. Decenas de miles de cristianos y yazidíes kurdos tuvieron que huir y emigrar tras las matanzas y crueldades de los yihadistas, que torturaban, decapitaban y enterraban vivos a quienes no se convertían al Islam.
Alrededor de 200.000 yazidíes y cristianos se vieron forzados a huir y refugiarse en las montañas de Sinyar, donde morían de hambre, de sed y de calor, bajo temperaturas superiores a los 40 grados centígrados.
El gobierno iraquí pedía entonces ayuda internacional ya que sus tropas no tenían la capacidad para detener a los insurgentes islámicos.
El 7 de agosto del 2014 el presidente Barack Obama decidió responder positivamente a los clamores del gobierno iraquí y ordenó a las fuerzas aéreas norteamericanas bombardear los cuarteles y posiciones de avanzada de los yihadistas, que habían tomado las ciudades de Mosul, Tikrit, Sinjar, Qaragosh, Sharqat, Kirkuk, Khanaquin, Bukamal, Al Qaim, Rutba, Jalawla y que se acercaban a Bagdad para someterla por la fuerza y asumir el poder total.
Obama tomó la decisión de no enviar tropas terrestres sino bombardear las posiciones insurgentes mediante la aviación regular y los drones, en un movimiento militar que, según afirmó el presidente, era una operación “limitada en su alcance y duración” para evitar la toma de Erbil, capital del Kurdistán iraquí, por los yihadistas alzados en armas.
A partir de ese momento, aviones estadounidenses e iraquíes asumieron también la misión de lanzar desde el aire alimentos, bebidas y elementos de ayuda humanitaria hacia las montañas de Sinyar para tratar de salvar la vida de los refugiados.
En marzo del 2015, a causa del bombardeo de las fuerzas aliadas occidentales sobre la ciudad de Al Baaj, al noroeste de Irak, quedó gravemente herido Al Baghdadi, líder del grupo terrorista Estado Islámico (EI), y murió pocos días después. Inmediatamente fue sustituido por Abu Alaa al Afri —también conocido como Abu Hasan, cuyo verdadero nombre es Abdelrahman Moustafa al Qurdashi—, quien asumió la jefatura suprema del grupo.
Durante las acciones de violencia promovidas en el norte de Irak por Estado Islámico (EI) se produjo un hecho aterrador: el periodista norteamericano James Foley, secuestrado en Siria en noviembre del 2012 mientras cumplía sus actividades informativas para el GlobalPost, la Agence France-Presse (AFP) y otras agencias de comunicación sobre las revueltas contra el gobierno de Bashar al-Assad, fue brutalmente decapitado por Estado Islámico (EI) el martes 20 de agosto del 2014 en algún lugar del desierto iraquí.
El degollamiento fue visto alrededor del mundo en un vídeo grabado por los terroristas y proyectado en internet a través de Youtube y otras redes, en el que se mostró con diáfana claridad cómo un encapuchado vestido de negro cortó el cuello de su víctima con un cuchillo.
El vídeo de cinco minutos de duración tenía tres partes. Primero se insertó un discurso del presidente Barack Obama en el que anunciaba su decisión de bombardear a los milicianos de la banda yihadista Estado Islámico (EI) en el norte de Irak para defender a la población kurda; luego apareció Foley arrodillado sobre la arena junto a su verdugo, con sus manos atadas hacia atrás, y dirigió un mensaje en el que pedía a su familia y amigos que se levantasen contra el gobierno de Estados Unidos en protesta por los bombardeos en Irak; y finalmente se vio y escuchó al verdugo encapuchado, quien blandiendo un cuchillo afirmaba: “cualquier intento tuyo, Obama, de negar a los musulmanes su derecho a vivir en seguridad bajo el califato resultará en el derramamiento de sangre de tu pueblo”, después de lo cual degolló a Foley, cuyo cuerpo inerte y la cabeza decapitada, echados sobre la arena, cerraban el vídeo.
El cuadro fue espeluznante.
Foley era un joven pero experimentado corresponsal de prensa, que después de cubrir la guerra en Libia y de haber sido apresado allí durante varias semanas por el régimen de Muammar Gadaffi, viajó a Siria para reportar la crudelísima guerra civil que se desarrollaba en sus campos y ciudades.
Llamó la atención el acento británico del degollador, respecto de quien el gobierno de Londres afirmó que seguramente era uno de los ciudadanos ingleses convertidos al Islam e incorporados a la yihad de Irak y Siria. Por esos años los servicios de inteligencia habían registrado que alrededor de quinientos combatientes de la banda Estado Islámico (EI) eran de origen inglés y que había otros procedentes de Francia, Bélgica, Alemania, Suecia, Finlandia y otros países. Esos yihadistas europeos enrolados en las luchas del Oriente Medio pertenecían a la segunda o tercera generación de inmigrantes musulmanes en Europa y eran fanáticos seguidores del Islam.
El servicio de inteligencia inglés identificó al sanguinario degollador: era un joven ciudadano británico de origen kuwaití llamado Mohammed Emwazi, que en el 2012 viajó a Siria y se incorporó a la banda yihadista Estado Islámico (EI), liderada por Abu Bakr al-Baghdadi.
Resultó impresionante la gallardía y serenidad con que Foley arrostró su decapitación. No hubo una queja, un pedido de clemencia, ni siquiera un gesto. Y fueron muy claras sus reflexiones en torno a todas las vidas que se han llevado los bombardeos ordenados por su presidente. Dirigiéndose a sus padres y a los miembros de su familia, pidió que tomaran su muerte con dignidad y que no aceptaran “ningún tipo de compensación económica” de parte de quienes “pusieron el último clavo en mi ataúd”, refiriéndose una vez más al gobierno estadounidense.
Al final del vídeo apareció la imagen de otro periodista norteamericano: Steven Sotloff —quien había sido secuestrado en Siria a mediados del 2013—, con la leyenda escrita en árabe: “La vida de Steven Joel Sotloff depende de la próxima movida de Obama”. Sotloff era un periodista de Miami, colaborador de la revista “TIME”, del “Christian Science Monitor” y de otras publicaciones.
Trece días después se repitió el episodio: el joven periodista estadounidense Steven Sotloff fue degollado por el mismo verdugo y de la misma manera. El vídeo del crimen —denominado segundo llamado para Estados Unidos— fue también exhibido en internet. Y el verdugo enmascarado volvió a amenazar con su acento británico: “He vuelto, Obama. Y he vuelto debido a tu arrogante política exterior hacia el Estado Islámico”. Al final del acto apareció el anuncio de que la próxima víctima será un rehén británico.
Y la amenaza se cumplió. El sábado 13 de septiembre fue degollado por el cuchillo del mismo verdugo el ciudadano inglés David Haines (44 años) —quien había sido secuestrado en Siria en marzo del 2013 mientras trabajaba en una agencia humanitaria internacional— pocas horas después de que su familia pidiera públicamente clemencia al grupo fundamentalista. El primer ministro británico David Cameron calificó como “un acto inmundo” el degollamiento de su inocente coterráneo. Y, como siempre, al final del vídeo difundido en internet se reveló el nombre de la siguiente víctima: el ciudadano británico Alan Henning.
Pero fue el turista francés Hervé Gourdel (55 años), secuestrado tres días antes en Argelia, el cuarto decapitado por la banda Estado Islámico (EI) en la mañana del 24 de septiembre. Su secuestro y degollamiento corrió a cargo del grupo argelino Yund al Jilafa, aliado de Estado Islámico (EI). En el correspondiente vídeo difundido a través de las redes sociales instantes después de la decapitación se pudo ver a un yihadista con la cabeza de su víctima en sus manos y el cuerpo degollado en el suelo. El presidente de Francia, François Hollande, declaró en Nueva York —donde asistía a las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas— que su país no cedería ante el chantaje ni la amenaza de los grupos terroristas. Y Francia continuó con los bombardeos de su fuerza aérea, iniciados cinco días antes, contra las bases de Estado Islámico (EI) en territorio iraquí y sirio.
Pero las decapitaciones continuaron. El británico Alan Henning (47 años), quien fue secuestrado por los terroristas en diciembre del 2013 cuando laboraba como taxista voluntario de la organización no gubernamental Aid 4 Syria al servicio de los niños sirios, fue la quinta víctima occidental. Su degollamiento se difundió también en YouTube a través de un vídeo el 3 de octubre, en el que se escucharon sus últimas palabras. Y allí se advirtió que el norteamericano Peter Kassig será la siguiente víctima occidental, junto con las decenas de kurdos y sirios decapitados en esos días.
A mediados de diciembre de ese año el Estado Islámico (EI) ofreció en venta los restos de James Foley y pidió por ellos un millón de dólares.
La milicia terrorista, que tenía en su poder dos rehenes japoneses, formuló un ultimátum al gobierno de Tokio: si no pagaba 200 millones de dólares de rescate en el término de 72 horas, ellos serían degollados. El gobierno japonés se negó a pagar para no contribuir a crear una nueva forma de extorsión. Y el domingo 25 de enero del 2015, en un programa transmitido por Internet, un portavoz de la milicia informó que habían decapitado a Haruna Yukawa, uno de los dos rehenes, “tras expirar el plazo establecido a Japón”. El otro rehén —Kenji Goto, periodista japonés— fue ejecutado seis días después.
El Estado Islámico (EI) difundió por internet el 3 de febrero del 2015 un vídeo de 22 minutos de duración que mostraba a un hombre que era quemado vivo dentro de una jaula de hierro. Se trataba del piloto jordano Muaz Kasasbeh, capturado tras el estrellamiento de su avión F-16 en Siria el 24 de diciembre anterior durante un ataque contra las posiciones del grupo yihadista. Su espeluznante incineración se produjo el 3 de enero.
La rama libia del Estado Islámico (EI) dio a conocer por TV el domingo 15 de febrero de ese año un vídeo que mostraba la decapitación de 21 cristianos coptos egipcios arrodillados en una playa, que habían sido secuestrados en Libia por la organización islamista.
El presidente de Egipto, Abdelfatá al Sisi, manifestó por medio de la televisión estatal que “Egipto se reserva el derecho a responder de la manera adecuada” al asesinato.
El 7 de enero, cerca de las 11:30 horas de la mañana, se consumó uno de los más dramáticos y cruentos episodios de violencia. Los hermanos Said y Cherif Kouachi —de 34 y 32 años de edad, respectivamente, nacidos en París e hijos de inmigrantes musulmanes argelinos— asaltaron las oficinas del semanario satírico “Charlie Hebdo”, situadas en la 10 Rue Nicolas-Appert de París, y, al grito de “Alá es grande!”, mataron con un rifle AK-47 a Stéphane Charbonnier —editor de la revista—, a cuatro caricaturistas y tres empleados que estaban sentados en la sala de redacción, a dos oficiales de policía, un visitante y un peatón. Y once personas fueron heridas. Lo hicieron para castigar las “blasfemas” caricaturas de Mahoma publicadas por la revista. Inmediatamente de consumado el crimen, sus dos autores gritaron en la calle: “¡Hemos vengado al Profeta!”, “Hemos vengado al Profeta” y fugaron del lugar.
Dos días después los hermanos Kouachi, miembros del islamismo radical y militantes de una yihad islámica, fueron abatidos por la policía en un edificio al norte de París, donde se habían atrincherado con un rehén, que fue liberado.
Ellos eran musulmanes fanáticos, simpatizantes de las milicias terroristas Estado Islámico (EI) y al Qaeda —que desde hace varios años habían emitido a sus miembros las consignas de “pasar a la acción” y “atacar a los impíos”—, y, como todos los yihadistas, estaban convencidos de que si morían como mártires ganarían el cielo de Alá irreversiblemente.
Días después, un miembro de al Qaeda en Yemen reivindicó para su organización terrorista el ataque.
A los siete días del atentado, la revista “Charlie Hebdo” volvió a salir. En su primera página tenía una nueva caricatura del Mahoma junto a la leyenda: “Todos están perdonados”. Sus primeros tres millones de ejemplares se agotaron y se imprimieron cerca de dos millones más.
En el intento de matar al dibujante sueco Lars Vilks, quien publicó en el 2007 unas caricaturas de Mahoma en el diario “Nerikes Allehanda”, el kamikaze islámico iraquí Taimour al-Abdaly —de 29 años de edad, vinculado con al Qaeda, padre de dos hijos pequeños de 3 y 2 años, que estudió en una universidad inglesa— se inmoló en la tarde del 11 de diciembre del 2010 en su fallida tentativa de producir una gigantesca matanza en un céntrico y concurrido sector comercial de Estocolmo. Su acción quedó frustrada porque no explosionó su coche-bomba. Como resultado de esa operación murió solamente el kamikaze y dos peatones quedaron heridos. La motivación: las “blasfemas” caricaturas de Mahoma, según pudo saberse por el mensaje electrónico enviado por el terrorista momentos antes de su acción.
El caricaturista sueco Lars Vilks se ganó el odio de los musulmanes radicales tras dibujar al profeta Mahoma con el cuerpo de un perro. La banda terrorista al Qaeda lo condenó a muerte y puso el precio de cien mil dólares a su cabeza. Desde entonces ha sido el objetivo de varios complots que resultaron fallidos, el último de los cuales fue el ataque a bala mientras participaba en un debate académico sobre Art, Blasphemy and Freedom of Expression en una cafetería de Copenhague —la Krudttonden Cultural Centre— la tarde del 14 de febrero del 2015, al cumplirse el 26º aniversario de la fatwa expedida por el ayatolá Khomeini en Irán que llamaba a matar al escritor británico Salman Rushdie por sus “Versos Satánicos”, en los que convocaba a pensar de manera diferente del fundamentalismo islámico. El caricaturista se salvó pero quedaron un muerto y varios heridos. El autor de los disparos fue el joven islamista Omar Abdel Hamid el Hussein —22 años de edad, nacido en Dinamarca pero de ancestros musulmanes palestinos, conectado con acciones de violencia y pandillas, y simpatizante del Estado Islámico (EI)—, quien fue abatido por la policia danesa horas más tarde, tras efectuar otro atentado. El solitario pistolero abrió fuego contra un grupo de israelíes que celebraban su bar mitzvah —la confirmación judía— en la principal sinagoga de Copenhague y dejó un policía muerto y dos heridos. El pistolero encapuchado había salido de prisión hace quince días por apuñalar a una persona en una estación del metro. Una hora antes del atentado contra la cafetería abrió en la red social de Facebook varias proclamas yihadistas y unos versos del Corán relacionados con el exterminio de los infieles.
Con esa oportunidad, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, pidió a sus coterráneos que retornaran a Israel puesto que “estamos preparados para acoger una inmigración procedente de Europa”.
Los actos criminales de París y de Copenhagen extendieron por Francia, Dinamarca y los países de Europa occidental su fobia anti-islámica y su temor compulsivo. En lo que fue la mayor movilización de masas en las calles de París, una gigantesca marcha de protesta contra el crimen a la que concurrieron 1,6 millones de personas desbordó las calles parisinas. Nunca se había visto allí nada parecido. Estuvo encabezada por el presidente francés François Hollande, acompañado de jefes de Estado y de gobierno, ministros y líderes políticos de cerca de cincuenta países del mundo, entre los cuales estaban los gobernantes de Alemania, Inglaterra, España e Israel. No dejó de llamar la atención la presencia allí del presidente de Palestina, Mahmud Abbás.
Pero Estado Islámico (EI) siguió adelante con sus acciones terroristas. El viernes 13 de noviembre del 2015 a las 10 de la noche —en lo que fue hasta ese momento la acción terrorista más cruel y violenta después de la voladura de las torres gemelas de Nueva York— un comando suyo de cuatro yihadistas penetró en la sala de conciertos Le Bataclan situada en el boulevard Voltaire en París, en donde se habían congregado unas mil quinientas personas para escuchar el concierto de la banda californiana Eagles of Death Metal, y, al grito de “¡Alá es grande!”, abrió fuego con sus metralletas y lanzó bombas explosivas contra el público, dando muerte a 89 espectadores y causando centenares heridos.
Fue una horrible carnicería. Los cadáveres yacían sobre las butacas y en el piso. Los gritos de dolor de los heridos estremecían el ambiente. Cuando los agentes de policía irrumpieron en el edificio, tres de los atacantes activaron sus cinturones explosivos y se suicidaron y el cuarto fue abatido por un elemento policial.
Esa acción formó parte de seis ataques coordinados en diversos lugares de París, que dejaron 129 muertos y 352 heridos. Además de la tragedia en Le Bataclan los yihadistas abatieron a dieciocho personas en el boulevard de Charonne, cinco en el café Bonne Bière de calle Fontaine-au-roi, catorce en la calle Alibert cerca del restaurante Le Carillon y una en el boulevard Voltaire.
Dos de las explosiones resonaron cerca del estadio durante el partido de fútbol que jugaban las selecciones de Francia y Alemania. Causaron cinco muertos. Los espectadores tuvieron que abandonar el estadio por las puertas de emergencia Lo hicieron en orden y con tranquilidad, mientras otra parte de los asistentes invadió la cancha. El presidente Hollande fue rescatado del lugar en un helicóptero.
En un comunicado difundido por internet, el Estado Islámico reivindicó los ataques perpetrados por “ocho hermanos con cinturones explosivos y rifles de asalto contra lugares cuidadosamente escogidos en el corazón de París. Que Francia y aquellos que siguen su rumbo sepan que serán los blancos principales del Estado Islámico”, advirtió la organización terrorista, que contaba en sus filas con miles de extranjeros, incluidos centenares de franceses.
El terror cundió en Francia y Europa. Y conmovió al mundo entero. El presidente Francois Hollande calificó a los atentados como “actos de guerra”, pero el Estado Islámico (EI) respondió que “Francia seguirá oliendo el olor de la muerte”.
Los grupos palestinos Hamas, en el poder en la Franja de Gaza, y la Yihad Islámica condenaron los atentados de París.
Tras esos ataques, Anonymous —la mayor red de hackers del mundo— declaró la guerra cibernética contra el grupo terrorista Estado Islámico. A través de un vídeo difundido en internet, su enmascarado portavoz manifestó: “Esperen ciberataques masivos, se ha declarado la guerra. Estén preparados”, ya que los ataques perpetrados en París “no pueden quedar impunes”. Y advirtió que los miembros de Anonymous en todo el mundo emprenderán una cacería. “Sepan que los encontraremos —dijo— y que no los dejaremos ir”.
Con su guerra electrónica Anonymous se propuso erradicar toda la propaganda del grupo terrorista en la red. “Los franceses son más fuertes que ustedes y saldrán adelante de esta atrocidad, incluso más fortalecidos”, reivindicó el enmascarado.
Pero internet servía también a los grupos armados terroristas alrededor del mundo, que estaban en posibilidad no solamente de robar información para cumplir con mayor precisión y eficacia su acciones de violencia sino también de reclutar a través de su red a nuevos simpatizantes y activistas que operaran bajo sus consignas secretas en cualquier lugar de la geografía terrestre.
La propia banda terrorista Estado Islámico (EI) se valió de internet a partir del año 2015 para sumar a sus filas alrededor de 25 mil jóvenes de un centenar de países.
Las investigaciones llevaron a concluir que Bruselas fue el centro focal de la conspiración islámica contra París. En la capital belga nació y cursó sus estudios el joven Abdel-hamid Abaaoud, hijo de inmigrantes marroquíes, autor intelectual de los atentados.
¿Por qué Francia?, se preguntaba la gente. Pues por ser el país que más defiende los valores de la Ilustración del siglo XVIII, especialmente el laicismo, tan odiado por el radicalismo islámico.
La coalición militar internacional liderada por Estados Unidos reforzó sus bombardeos contra los reductos yihadistas en Siria e Irak, mientras que Rusia inició los suyos contra las posiciones del EI en Siria, aunque los observadores occidentales sostenían que las acciones rusas afectaban más a los grupos de oposición al gobierno de Bashar al-Assad.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas —después de condenar en los términos más duros los ataques terroristas en Susa, Ankara, el derribo de un avión comercial ruso sobre el Sinaí, los ataques en París y todos los demás atentados terroristas de aquella época— aprobó por unanimidad el 20 de noviembre del 2015 la Resolución 2249, en la que pidió a los gobiernos del mundo “redoblar esfuerzos y coordinar sus iniciativas para prevenir y frenar los actos terroristas” cometidos especialmente por el Estado Islámico, al-Qaeda y otros grupos islamistas y para detener el flujo de combatientes extranjeros hacia el Oriente Medio, puesto que un reporte del Congreso de Estados Unidos reveló a fines de aquel año que unos 4.500 jóvenes de los países occidentales habían abrazado la causa de la yihad islámica a partir del 2011.
El 2 de diciembre del 2015 una pareja de desconocidos, que llevaba dos metralletas y dos pistolas automáticas calibre 9 milímetros, abrió fuego contra un centro se servicios sociales para discapacitados en la ciudad de San Bernardino, California, mientras sus miembros disfrutaban de una celebración de Navidad, y mató a diesciséis personas e hirió a veintiuna.
Los jóvenes asesinos fueron prontamente alcanzados por la policía y murieron en el tiroteo.
Cuatro días después, en una emisora radial de Al-Bayan, la milicia terrorista Estado Islámico (EI) —Islamic State of Iraq and Syria (ISIS), en su denominación en inglés— elogió el ataque y declaró que fue obra de sus jóvenes partidarios musulmanes Syed Rizwan Farook —quien trabajaba como inspector de alimentos en el Departamento de Salud del condado de San Bernardino— y su esposa Tashfeen Malik —de ascendencia paquistaní—, radicados en California.
El FBI encontró en casa de los asesinos gran cantidad de explosivos y municiones —más de 2.500 proyectiles de metralleta y 2.000 de pistola— y otras evidencias de culpabilidad.
Desde la oficina oval de la Casa Blanca, en la noche del domingo 6 diciembre, el presidente Obama expresó en un mensaje televisual que el ataque de San Bernardino fue un acto terrorista, que “el ISIS es una amenaza para todos” y prometió destruirlo. Llamó a la población a mantenerse alerta y vigilante. Por su parte, a través de un vídeo propagandístico que tenía en su poder la cadena de televisión Fox News, los yihadistas de la banda terrorista pronosticaron que “la Casa Blanca se volverá negra” con sus ataques.
Tras los atentados de París y de Bruselas se reunió en Washington —del 31 de marzo al 1 de abril del 2016— la IV Cumbre sobre Seguridad Nuclear —Nuclear Security Summit—, a la que concurrieron jefes de Estado, jefes de gobierno y representantes de 52 Estados —con la notoria ausencia de los gobernantes de Rusia, Bielorrusia, Irán y Corea del Norte—, para afrontar el tema que había generado su honda preocupación: la posibilidad del terrorismo nuclear operado por los grupos radicales islámicos.
Las tres reuniones anteriores para tratar este asunto fueron: en Washington el 2010, el 2012 en Seul y en La Haya el 2014.
Entre los gobernantes que concurrieron a la reunión de la Casa Blanca estuvieron los de Canadá, China, Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, Italia, Corea del Sur, India y otros Estados. Cuatro latinoamericanos fueron invitados a la reunión: México, Brasil, Argentina y Chile.
Hubo allí preocupación por las pruebas nucleares y el lanzamiento de misiles de Corea del Norte, que en esos precisos días disparó otro misil de corto alcance que cayó en el mar.
En el marco de una reunión bilateral, Obama discutió este tema con el líder chino Xi Jinping, aliado del gobierno norcoreano. “El presidente Xi y yo —comentó Obama después de la reunión— estamos comprometidos en la desnuclearización de la península coreana y el cumplimiento completo de las sanciones impuestas por la ONU”. El gobernante chino, por su lado, manifestó la voluntad de “ampliar la comunicación y la coordinación” con Estados Unidos.
Ambas partes estuvieron hondamente preocupadas de que el terrorismo islamista pudiera obtener material nuclear para detonar una “bomba sucia” en cualquier ciudad de Occidente, con gravísimos efectos políticos y bélicos en escala mundial.
Hubo allí un intercambio de información secreta.
Obama comentó después de la reunión: “Si los lunáticos de ISIS se hacen con la bomba atómica matarán a mucha gente”. Y agregó: “hemos reducido ese riesgo, pero la amenaza del terrorismo nuclear persiste y continuará”.
Ben Rhodes, consejero de Seguridad Nacional del presidente de Estados Unidos, manifestó: “Sabemos que las organizaciones terroristas buscan acceso a esos materiales y tener un artefacto nuclear”.
En realidad, estuvo presente el temor a que el gobierno de Pyongyang o un grupo terrorista clandestino robara una arma nuclear de alguna instalación militar, o comprara material fisionable para fabricar un artefacto nuclear, o adquiriera los elementos radiactivos para construir una “bomba sucia” o atracara instalaciones nucleares occidentales.
En lo que fue considerado como el atentado terrorista más grave en Estados Unidos después de la voladura de las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre del 2001, un joven islámico identificado como Omar Seddique Mateen —de 29 años de edad, hijo de inmigrantes afganos y nacido en Nueva York, con antecedentes de violencia e inestabilidad emocional— entró a las dos horas de la madrugada del domingo 12 de junio del 2016 al club Pulse de Orlando, en la Florida —club de homosexuales—, y disparó allí sus armas —una pistola y un rifle automático AR-15— contra centenares de concurrentes “hispanos” que bailaban en la pista o bebían en el bar. La sanguinaria masacre, que impresionó al mundo, dejó 49 muertos y varias decenas de heridos. La banda yihadista Estado Islámico (EI) se atribuyó públicamente el atentado y calificó a su autor —que murió por la contraofensiva policial— como “uno de los soldados del califato”. Sin embargo, no quedó clara la razón del acto criminal: si fue intolerancia antigay o la obediencia a una consigna islámica antioccidental.
El Estado Islámico (EI) no detuvo sus jornadas criminales. El 3 de julio del 2016 tres de sus agentes suicidas detonaron los explosivos que llevaban adheridos a sus cuerpos en el aeropuerto internacional de Atatürk en Estambul —que es uno de los mayores y más activos aeropuertos de la región—, dieron muerte a 41 personas e hirieron a 240. El pánico se apoderó de los pasajeros nacionales y extranjeros.
Cinco días después, en lo que fue la peor acción terrorista en Iraq durante ese año, el Estado Islámico (EI) dio muerte a 213 personas e hirió a más de 200 con la explosión de un coche-bomba en el concurrido barrio comercial de Al Karrada en Bagdad. El atentado de los fanáticos suníes fue especialmente dirigido contra los chiitas que hacían sus compras en ese importante sector comercial de la ciudad. Varios inmuebles y numerosos vehículos fueron consumidos por las llamas.
Un nuevo acto de terror volvió a conmover a Francia. La gente festejaba esa noche con gran alegría el 14 de julio —su fecha nacional— en el Paseo de los Ingleses de la ciudad de Niza. Era el año 2016. De pronto, un camión invadió la gran vía peatonal a toda velocidad y a lo largo de veinte cuadras atropelló y destrozó a los grupos congregados en la calle y las aceras. Dejó sobre el pavimento 84 muertos y más de 300 heridos y lesionados. Su conductor —Mohamed Bouhlel, tunecino, nacido en Francia, de 31 años de edad— fue abatido por la policía. La fecha elegida fue muy significativa. Y el acto terrorista fue reivindicado por los yihadistas del Estado Islámico (EI), quienes afirmaron que el autor de la masacre “era un soldado del ISIS”.
Con ocasión del terrible acto terrorista suicida perpetrado el sábado 21 de agosto del 2016 en la ciudad turca de Gaziantep por un niño kamikaze, que costó la vida de 54 personas —de quienes 29 fueron menores de edad— que asistían a una celebración nupcial kurda, se confirmó que el Estado Islámico (EI) reclutaba y preparaba a niños como yihadistas suicidas para sus fines terroristas. En la matanza de Gaziantep, el niño suicida fue conducido al lugar por dos hombres, que huyeron del lugar instantes antes de la explosión.
En el año anterior el propio EI había publicado un vídeo en el que se veía a un niño de entre 12 y 14 años de edad que mataba a tiros a dos presuntos espías del servicio secreto de Rusia.
La Universidad de Georgia en Estados Unidos realizó en el año 2016 una investigación en torno a los yihadistas suicidas menores de edad utilizados por esta banda terrorista e identificó 89 casos de niños que murieron en acciones al servicio de la banda criminal.
5. Sendero Luminoso. La organización clandestina llamada Sendero Luminoso en Perú fue otra de las expresiones más absurdas y crueles de terrorismo contestatario. Mezcla de la antigua mitología aborigen andina con los postulados del <maoísmo, Sendero Luminoso tuvo como objetivo final la reivindicación de su país para el pueblo indígena a través de una acción revolucionaria cumplida en acatamiento del mito incaico denominado pachacuti, que en la tradición indígena andina es el cambio de era —una suerte de fin del mundo y comienzo del siguiente— que debe producirse cada mil años.
Sendero Luminoso recogió así el pensamiento del célebre cronista indígena Felipe Huamán Poma, quien escribió en Ayacucho alrededor del año 1610 que solamente se restablecerá el orden cuando los españoles y sus descendientes retornen a su tierra peninsular y cuando todos los matrimonios mixtos sean rechazados. Para Sendero Luminoso los dueños de Perú deben ser sus habitantes autóctonos. Todos los demás —blancos y mestizos— son forasteros y advenedizos que han impuesto la opresión política y la explotación económica. A ellos hay que eliminarlos porque son los que, al decir de Abimael Guzmán, fundador e ideólogo del movimiento, “a las gentes las llevaron a las minas y su sangre la convirtieron en oro y plata que llevaron de vuelta a Europa”.
Para lograr sus objetivos muy nebulosamente formulados, Sendero Luminoso consumó desde comienzos de los años ochenta la más cruenta campaña terrorista en Perú. Su vesania no ha tenido límites. Ha dado muerte indiscriminadamente a mujeres, ancianos y niños en sus acciones violentas dirigidas contra el “capitalismo burocrático”, los “terratenientes” y la “dominación imperialista”. En su demencial escalada terrorista fueron dinamitados o destruidos con bombas incendiarias: bancos, hoteles, restaurantes, fábricas, tiendas, embajadas, iglesias, sindicatos, empresas estatales, sedes de gobierno locales, oficinas de partidos políticos, edificios de periódicos, estaciones de radio. Se demolieron puentes, carreteras, tanques de agua potable, instalaciones eléctricas, plantas de telefonía, represas, líneas férreas y otras obras de infraestructura económica y social. Su locura homicida no se detuvo. Asesinó a terratenientes ricos pero también a líderes indios a quienes supuso partidarios de los hacendados o de las autoridades estatales. En 1982 Sendero Luminoso tomó el control de la ciudad de Ayacucho por más de una hora. Liberó a 247 presos, de los cuales 78 eran militantes senderistas. En septiembre de 1994 se descubrieron en la región amazónica central peruana cien fosas comunes que guardaban los restos de más de mil nativos ashánincas asesinados con armas blancas por Sendero Luminoso, en lo que se considera como el mayor genocidio de la era moderna en Perú. La ofensiva terrorista de este grupo dejó decenas de miles de muertos y la destrucción de obras de infraestructura económica por más de 22.000 millones de dólares.
Abimael Guzmán —llamado por los suyos: presidente Gonzalo— fue apresado finalmente por el gobierno del presidente Alberto Fujimori el 12 de septiembre de 1992 y condenado a cadena perpetua. Cayeron después importantes cuadros dirigentes y numerosos miembros de la organización se acogieron a la Ley del arrepentimiento y se entregaron al gobierno. Todo parece indicar que ha comenzado a apagarse la mortífera luz de Sendero Luminoso.
La Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), presidida por Salomón Lerner, después de dos años de trabajo investigativo, concluyó que la escalada de violencia senderista —y, en mucha menor escala, la del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru— en las dos últimas décadas del siglo XX causó 69.280 muertos, de lo cuales tres de cada cuatro hablaban quechua.
El voluminoso informe fue entregado al presidente Alejandro Toledo el 28 de agosto del 2003 contiene toda la información que los doce integrantes de la Comisión recogieron sobre los asesinatos, desapariciones, torturas, aniquilación de colectividades y arrasamiento de aldeas cometidos por los agentes de Sendero Luminoso —en su proclamada “guerra popular prolongada”— que en opinión de Lerner constituyeron “una marca de horror y de deshonra para el Estado y la sociedad peruana”.
A finales de diciembre del 2005 el primer ministro peruano, Pedro Pablo Kuczynski, al informar de la muerte de trece policías por emboscadas de Sendero Luminoso, afirmó que hay zonas del territorio peruano en el valle del río Apurímac y en el valle del Monzón, en la zona del Alto Huallaga, dominadas por la guerrilla senderista en asocio con el narcotráfico, que son “impenetrables” para las fuerzas del Estado. Añadió que el negocio de la droga era protegido por los alzados en armas, quienes a cambio de esa protección recibían dinero y armamento.
Efectivos de la organización, a la que ya se daba por extinguida, efectuaron dos cruentas emboscadas en octubre del 2008 durante la segunda administración del presidente Álan García: contra una patrulla del ejército peruano en la región cocalera del Apurímac, al sudeste de Perú, con el saldo de 19 muertos; y otra en la zona selvática de Vizcatán, que causó la muerte de dos militares y heridas en otros cinco.
6. Al Qaeda. El 11 de septiembre del 2001 se produjeron en Nueva York y en Washington los más bárbaros e inhumanos atentados de la historia del terrorismo. Entre las 08:46 y las 09:40 horas de ese trágico día, comandos suicidas del fundamentalismo islámico secuestraron cuatro aviones comerciales, tres de los cuales los utilizaron como proyectiles, con pasajeros y todo, contra las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York y contra el Pentágono de Washington. El cuarto, que presumiblemente tenía como objetivo la Casa Blanca o el Capitolio, se estrelló contra un terreno despoblado cerca de la ciudad de Pittsburg, en Pennsylvania, antes de que pudiese cumplir su propósito.
Las investigaciones del FBI determinaron pocos días después que fueron pilotos kamikazes islámicos, armados con cuchillos y dagas, los que secuestraron los cuatro aviones. El primero de ellos —un Boeing 767 de la American Airlines, con 11 tripulantes y 81 pasajeros— decoló del aeropuerto de Boston y fue estrellado contra la torre norte a las 8:46 horas de la mañana, catorce minutos antes del comienzo de la jornada de trabajo, pero ya con mucha gente dentro del edificio. Cinco terroristas árabes: los hermanos Wail y Waleed al-Sheri, Mohammed Atta, Abdul Aziz al-Omari y Satam al-Suqami degollaron a los dos asistentes de vuelo, penetraron a la cabina, presumiblemente mataron a los pilotos con sus puñales y asumieron el mando de la nave. Dieciséis minutos después un segundo Boeing 767 de la United Airlines, que también había despegado de Boston con seis tripulantes y 56 pasajeros, embistió a la torre sur. Incendiados y humeantes, los edificios quedaron en pie por cerca de una hora hasta que se desplomaron por efecto de los 3.000 grados centígrados de calor que derritieron su estructura de acero. El tercer aparato —un Boeing 575 de American Airlines, con seis tripulantes y 58 pasajeros—. que salió del aeropuerto Dulles de Washington, fue utilizado como proyectil contra el edificio del Pentágono a las 9:40 de la mañana. Y el cuarto avión —un Boeing 757 de la United Airlines, con siete tripulantes y 38 pasajeros—, que partió de Newark, New Jersey, cayó en un campo deshabitado cercano a la ciudad de Pittsburg, entre Nueva York y Washington, presumiblemente como consecuencia de la lucha en la cabina entre los secuestradores, la tripulación y los pasajeros que ya estuvieron informados de la suerte que les esperaba por sus contactos con sus familiares mediante teléfonos móviles.
Estos demenciales actos causaron 3.248 muertos, incluidos los pasajeros de los aviones, los 19 terroristas y los 543 bomberos neoyorquinos que acudieron en ayuda de las víctimas, e incuantificables daños materiales.
El FBI, a través de sus investigaciones, estableció que los secuestradores fueron 19 agentes del <fundamentalismo islámico, algunos de ellos con conocimientos básicos de pilotaje, entrenados y financiados por el fanático y multimillonario terrorista musulmán Ossama Bin Laden, quien años atrás fue declarado el enemigo público número uno de Estados Unidos y uno de los diez criminales más buscados por el FBI en el mundo por la planificación y dirección de los brutales atentados contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania el 7 de agosto de 1998, que causaron 258 muertos y miles de heridos, y por la bomba explosiva colocada en una de las torres del World Trade Center en Nueva York el 26 de febrero de 1993, que produjo diez muertos y más de mil heridos.
Las sospechas de los organismos de seguridad de Estados Unidos se confirmaron con el hallazgo de un vídeo en una casa de la ciudad de Jalalabad, al este de Afganistán, durante las operaciones militares conjuntas entre las tropas afganas de la Alianza del Norte y las norteamericanas, que el gobierno estadounidense, después de verificar su autenticidad, difundió al mundo por televisión el 13 de diciembre, donde se pudo ver y oir a Ossama Bin Laden, sentado en el suelo, sonreído y con palabras reposadas, explicar a dos interlocutores islámicos, llamados Shaykh y Sulayman, la planificación y ejecución de los atentados de Nueva York y Washington. El vídeo, aparentemente grabado dos meses después de los ataques, fue encontrado por personas no identificadas y entregado a las fuerzas militares norteamericanas en Afganistán. En él pudo verse y escucharse al terrorista islámico explicar que sus “hermanos”, los autores materiales de los ataques, sólo sabían que iban a ser protagonistas de un episodio de autoinmolación contra los “infieles” por voluntad y en nombre de Alá, pero ignoraban qué clase de acto es el que se había planificado y preparado, que solamente lo supieron momentos antes de abordar las naves aéreas, cuando recibieron las instrucciones finales para actuar. Confesó Bin Laden la inmensa felicidad que sintió por la consumación de los atentados y expresó su profundo agradecimiento a Alá por el éxito de la operación, de cuya cumplida ejecución se enteró a través de la radio de onda corta a las 5:30 de la tarde de ese día, hora de Afganistán. Dijo también que los efectos demoledores del impacto contra las torres gemelas fueron más allá de sus más optimistas previsiones. “De acuerdo con mi experiencia en este campo —afirmó— pensé que el fuego procedente del combustible del avión derretiría la estructura de acero del edificio solamente en el área del choque y en los pisos superiores”. Pero lo ocurrido fue mucho más allá de eso, por lo que Bin Laden agradeció y alabó repetidamente a Alá. El primer avión impactó contra los pisos 93º al 98º de la torre norte a 800 kilómetros por hora de velocidad —que equivalió a una fuerza de 480.000 libras—, cargado con 15.000 galones de jet fuel; y el segundo, contra los pisos 78º al 84º de la torre sur, a la misma velocidad y con igual carga de carburante. Sin embargo, la primera torre en colapsar fue la del sur a las 09:59 horas mientras que la del norte se desplomó a las 10:28 horas. En ambos casos mucha gente tuvo la posibilidad de abandonar los edificios por las escaleras o por los noventa y nueve gigantescos ascensores que servían a cada una de las torres.
Fue Bin Laden quien preparó prolijamente los atentados. Encargó la recaudación del dinero para financiar su presupuesto, estimado en alrededor de cuatrocientos mil dólares, a Ali Abdul Asis Ali, quien ofició de director financiero de la operación. Escogió los mejores pilotos suicidas de los aviones. Subcontrató con el pakistaní Jalid Sheij Mohamed —el principal “arquitecto” de los atentados— el diseño general y los planos del 11-S. Y él asumió directamente la inspiración ideológica y la dirección general de ellos. Fue una operación transnacional, cuya planificación y ejecución fueron posibles gracias al uso de la más moderna tecnología de la información.
Bin Laden ha tenido una vida tortuosa. Fanático integrista wahabi, fue el decimoséptimo de los 52 hijos de Mohammed Bakr Bin Laden, un magnate multimillonario de Arabia Saudita. Se graduó en ciencias económicas en la Universidad Rey Abdul Aziz, donde hizo contacto con la Hermandad Musulmana palestina y con Mufaz al Hawi, uno de los mentalizadores de los muyahidin afganos, con quien se dedicó a reclutar voluntarios para combatir contra las tropas soviéticas que en 1979 habían invadido Afganistán e impuesto un gobierno títere presidido por Muhammad Najibullah. Con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos reclutó 9.000 guerrilleros para la lucha antisoviética. Eran los tiempos en que el “The New York Times” denominaba “luchadores por la libertad” a los guerrilleros que conducía el terrorista musulmán. Tras largos años de combate logró derrotar a los invasores y expulsar los tanques soviéticos de Afganistán. Terminada la guerra en 1989, Laden regresó a su país, Arabia Saudita, donde permaneció hasta 1991 en que fue expulsado por el gobierno monárquico, al que había acusado de la secularización de la familia real y de la inobservancia de las leyes islámicas. Se estableció en Sudán, de donde también fue expulsado en 1996 por organizar acciones terroristas. Entonces fue a parar en Afganistán, bajo la protección del gobierno talibán presidido por Mohammed Omar, desde donde dirigió, planificó y financió numerosas operaciones terroristas contra los “infieles” de Occidente y sus aliados. Se calcula que su fortuna personal asciende a más de trescientos millones de dólares, con cuyos recursos financiaba centros de entrenamiento de terroristas en Afganistán, Sudán, Filipinas y otros lugares del mundo.
En el curso de la lucha guerrillera contra los soviéticos, Bin Laden organizó su banda terrorista al Qaeda con el propósito de promover una “guerra santa islámica contra los judíos y los cruzados”, según dijo.
Protegido por el gobierno fundamentalista talibán de Mohammed Omar que había tomado el poder en 1996, Laden planificó, financió y dirigió desde su madriguera en Afganistán las sangrientas acciones terroristas contra los símbolos del poder financiero y militar de Estados Unidos el 11 de septiembre del 2001. Lo hizo en cumplimiento de su propia fatwa formulada en 1998: “Todo musulmán tiene el deber de matar a norteamericanos y a sus aliados”, y de sus amenazas formuladas tres semanas antes de la hecatombe de Nueva York: “Haré algo espectacular que los americanos no olvidarán durante años”.
Por los pocos conocimientos que tengo sobre la materia (soy un piloto frustrado), pienso que los kamikazes islámicos, con base en un entrenamiento puramente teórico, pudieron tomar los mandos de los aviones, después de que éstos hubieron ganado altura y “limpiado” las alas, para dirigirlos en una mañana despejada, en vuelo visual, hacia los objetivos previstos. Para una operación como esta bastaría un adiestramiento en un simulador de vuelo de un Boeing 757 o 767. No resultó muy difícil la operación si los autores intelectuales contaron con personas dispuestas a morir en el intento. Estos no fueron secuestros convencionales puesto que los secuestradores no tenían interés en salvar sus vidas —que estaban encomendadas a Alá en función de su cerril interpretación del Corán— sino en causar el mayor daño posible a los “infieles” norteamericanos, en nombre de la grandeza de Alá. De ahí que, hacia el futuro, la industria aeronáutica ha programado construir aviones “antisecuestro”, que incrementen las seguridades de los pilotos en la cabina de mando —puertas blindadas o dobles puertas, como las que utilizaban los aviones de la empresa israelí El Al— o cuyos mandos puedan ser manejados desde los controles de tierra en casos de contingencia para conducirlos hacia un lugar seguro.
A pesar de todas las evidencias, no han faltado voces que han sostenido que aquel no fue un atentado terrorista islámico sino una conspiración militar interna de Estados Unidos. Tal cosa afirma, por ejemplo, el escritor y periodista francés Thierry Meyssan en su libro “La Terrible Impostura” (2004), en que sostiene que “este atentado no puede haber sido cometido más que por militares estadounidenses contra otros militares estadounidenses” y no por fundamentalistas islámicos ya que “el Corán prohíbe el suicidio”. Funda su opinión en el hecho de que solamente “un misil de última generación del tipo AGM, provisto de una carga hueca y una punta de uranio empobrecido del tipo BLU, guiado por GPS”, pudo haber entrado “en el espacio aéreo del Pentágono sin desencadenar el disparo de los antimisiles” que formaban parte del dispositivo antiaéreo norteamericano compuesto de “cinco baterías de misiles instaladas sobre el Pentágono y cazas estacionados en la base presidencial de Saint-Andrews”. Concluye entonces Meyssan que “los atentados del 11 de septiembre fueron patrocinados desde el interior del aparato de Estado norteamericano”.
También Bruno Cardeñosa —joven periodista madrileño y febril investigador de objetos voladores no identificados (OVNI), quien sustenta la tesis de que los gobiernos han ocultado durante más de sesenta años las pruebas de la existencia de tales artefactos— publicó en el 2003 un libro titulado “11-S: Historia de una Infamia”, en el que afirma que una conspiración en las más altas esferas políticas, militares y económicas del gobierno de Estados Unidos es la responsable de los atentados del 11 de septiembre, a juzgar por los beneficios que ellas reportaron con los hechos, ya que pudieron entonces poner en marcha sus planes políticos, militares y económicos establecidos con anterioridad. Afirma que la lista de instituciones y empresas beneficiadas con el 11-S —corporaciones petroleras, armamentistas, constructoras, de servicios y otras, para las que se abrió de pronto la mayor oportunidad financiera desde la Segunda Guerra Mundial— es más larga que la nómina de las víctimas de los atentados. Cita, entre aquéllas, a la empresa Halliburton del vicepresidente estadounidense Richard B. Cheney y a la Lockheed Martin, proveedora del ejército norteamericano, que contribuyeron a financiar la campaña electoral de George W. Bush. Y si bien el autor admite que sus investigaciones no han sido suficientes para echar luz sobre todo lo ocurrido, dice que sí lo fueron para establecer qué es lo que no ocurrió. Y afirma, en este orden de ideas, que la causa del desplome de las torres gemelas no fue el choque de los aviones, como afirmó el gobierno norteamericano, ya que la combustión del queroseno de las naves no pudo producir temperaturas superiores a los ochocientos grados centígrados —insuficientes para derretir las columnas de acero de los edificios— sino varias explosiones instantes antes de los atentados, que fueron registradas por los propios sismógrafos norteamericanos. Según esta calenturienta tesis —que coincide con la de Meyssan—, contra el Pentágono no se estrelló un avión, como dicen las mentiras oficiales, sino un misil. Por eso no hubo restos, ni pruebas físicas, ni evidencias gráficas ni testimonios de la presencia allí de una nave comercial. Sostiene Cardeñosa, entonces, que el avión desaparecido —con sus pasajeros a bordo— no se dirigió hacia Washington, porque habría sido registrado en las pantallas de los radares, sino que fue estrellado por los conspiradores seguramente en la amplia zona deshabitada de la frontera con Ohio. Le resulta muy sospechoso que a las pocas horas de los atentados los departamentos de seguridad norteamericanos conociesen la identidad de los comandos terroristas islámicos que supuestamente los produjeron. Dice que culparon a Bin Laden de la autoría intelectual de ellos pero que no lo detuvieron ni mataron porque, entonces, se les hubiera acabado el negocio.
Es, sin duda, un libro demencial.
Los atentados del 11-S forman parte de la cadena de actos terroristas ejecutados por los integristas musulmanes en varios lugares del mundo contra personas y bienes occidentales a partir de los años 80 del siglo XX. En abril de 1983 colocaron un coche-bomba en la embajada norteamericana de Beirut (63 muertos), seis meses después repitieron la acción contra una base militar francesa en Beirut (más de 60 muertos), en noviembre de 1985 secuestraron un avión de la Egipt Air en la isla de Malta (60 muertos), en diciembre del mismo año fundamentalistas suicidas detonaron una bomba explosiva en el aeropuerto de Roma, en diciembre de 1988 dinamitaron un avión en vuelo de la Pan American sobre Lockerbie, Escocia (270 muertos); en febrero de 1993 activaron un coche-bomba contra una de las torres gemelas en Nueva York (decena de muertos y alrededor de mil heridos); en noviembre de 1995 volaron una base militar norteamericana en Riad, Arabia Saudita (7 muertos); en junio de 1996 repitieron el acto contra otra base militar estadounidense en Dahram, Arabia Saudita (19 soldados muertos); en agosto de 1998 fueron demolidas las embajadas de Estados Unidos en Kenia y en Tanzania (258 muertos); al detonar un bote-bomba contra un buque de guerra norteamericano acoderado en el puerto de Adén, Yemen, mataron a 17 marinos en octubre del 2000; y en los últimos años se han perpetrado muchos actos demenciales de terrorismo en varios lugares del mundo.
Ante los sucesos de Nueva York y Washington la respuesta del gobierno norteamericano fue inmediata. El presidente George W. Bush prometió “cazar” y sancionar a los terroristas dondequiera que estuvieran y cualquiera que fuera el costo humano, económico y militar. Dispuso que, bajo su orden o del Pentágono, pudieran ser derribadas por aviones militares las naves aéreas comerciales que se apartaran de su rumbo y siguieran una dirección sospechosa. Puso a las fuerzas armadas estadounidenses en máxima alerta. Llamó a filas a 35.000 reservistas. Consiguió del Congreso federal una partida de 40.000 millones de dólares y la autorización para emplear “toda la fuerza necesaria y apropiada”. Y entonces, bajo el nombre de “operación justicia infinita” en código militar —que pocos días después se cambió por el de “operación libertad perdurable”, para no herir las susceptibilidades de los pueblos orientales—, movilizó un primer contingente de 40.000 soldados y parte de su flota marítima —incluidos varios portaaviones con centenares de cazas F-15, F-16 y E-Strike Eagles y bombarderos B-1 a bordo— hacia el golfo Pérsico, el océano Índico y el Mediterráneo, cosa que hizo también Inglaterra. En octubre comenzaron los bombardeos contra los edificios de gobierno, los centros de decisión militar, los cuarteles, depósitos de armas, instalaciones castrenses, emplazamientos de misiles tierra-aire y, en general, los lugares de concentración de soldados talibanes.
Tras duros combates, la Alianza del Norte, compuesta por milicianos afganos de diversas minorías étnicas enemigos del gobierno talibán, ayudada lógísticamente por Estados Unidos, tomó las provincias de Samangan, Sara-i-Pol, Faryab y Jowzjan para luego entrar triunfalmente en Kabul a mediados de noviembre y desalojar al gobierno talibán de Mohammed Omar, que huyó de la capital.
El gobierno norteamericano y los gobiernos europeos dispusieron la congelación de los activos y recursos depositados en el sistema financiero occidental por los grupos y personas sospechosos de tener vínculos con los terroristas. En su común decisión de lucha militar, diplomática y financiera contra el terrorismo recibieron el respaldo mayoritario de la opinión pública mundial —como lo demostraron las encuestas de opinión que se hicieron en ese momento—, de las Naciones Unidas, la Unión Europea, la OTAN, el G-7, los miembros del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y otros órganos de la comunidad internacional. Recibieron además el apoyo, con diversos alcances y matices, de los Estados europeos, el Japón, Rusia, China, India, Pakistán, Uzbekistán, Tayikistán, Arabia Saudita, Kuwait, Jordania, los Emiratos Árabes Unidos, Turquía, Egipto, Israel, Indonesia, América Latina y otros Estados para una acción militar localizada, que en algunos casos incluyó la cesión de bases militares y la autorización de uso del territorio aéreo. Los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea comenzaron el 21 de septiembre en Bruselas una cumbre contra el terrorismo mientras que los grupos fundamentalistas en diversos países islámicos anunciaron una “guerra santa” contra Estados Unidos y sus aliados. Se aprovecharon del lapsus cometido por Bush al denominar “cruzada” a su operación militar —con todas las ingratas connotaciones que este término tiene para los seguidores de Alá— a fin de condenar desde las mezquitas de los países musulmanes esta “alevosa agresión contra el islam” y convocar a una “guerra santa” contra Estados Unidos. En una declaración pública emitida desde su guarida en algún lugar de Afganistán, Ossama Bin Laden afirmó que el mundo se había dividido en dos campos: mahometanos e infieles. Y que la lucha era entre ellos. Los Emiratos Árabes que, con Pakistán y Arabia Saudita, eran uno de los tres únicos Estados que habían reconocido al gobierno afgano talibán, rompieron relaciones diplomáticas con Kabul. La tensión entre Afganistán y Pakistán —a causa de la disposición de éste de colaborar con los designios militares norteamericanos— creció peligrosamente y 30.000 soldados afganos, al grito de ¡Allah akbar! (Alá es grande), se concentraron en la frontera. Dentro de Estados Unidos se dieron varias reacciones xenófobas contra inmigrantes de origen árabe.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en su 4.370ª sesión celebrada al día siguiente de los atentados, aprobó la Resolución 1368 que, “reconociendo el derecho inmanente a la legítima defensa individual y colectiva de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas”, condenó “en los términos más enérgicos los horrendos ataques terroristas que tuvieron lugar el 11 del septiembre de 2001 en Nueva York, Washington D. C. y Pennsylvania” y exhortó a la comunidad internacional a reprimir los actos de terrorismo. El 28 de septiembre del mismo año, mediante Resolución 1373, ratificó su condenación a los referidos actos y pidió a todos los Estados miembros abstenerse de proporcionar apoyo a los terroristas, adoptar las medidas necesarias para prevenir la comisión de estos actos, denegar refugio a quienes los financian, planifican o cometen, asegurar el enjuiciamiento de sus autores intelectuales y materiales e implantar controles eficaces de las fronteras para impedir la circulación de ellos.
Desde la orilla adversaria, el líder cubano Fidel Castro condenó también los atentados. A pesar de todas las circunstancias, dijo, no hemos “dejado de sentir un profundo dolor por los ataques terroristas del 11 de septiembre contra el pueblo norteamericano. Hemos dicho que cualesquiera que sean nuestras relaciones con el gobierno de Washington, nunca saldrá nadie de aquí para cometer un acto de terrorismo en los Estados Unidos”.
El presidente norteamericano exigió a las autoridades afganas la inmediata entrega “vivo o muerto” de Bin Laden y advirtió que tomará las máximas represalias no sólo contra los muyahidin y la banda terrorista al Qaeda que él dirigía y contra las otras bandas terroristas sino también contra los gobiernos que les prestaran protección, como era el caso de los líderes talibanes afganos que durante varios años habían ofrecido refugio a Laden. Envió un ultimátum al gobierno de Kabul para que entregara al terrorista. El mulá Mohammed Omar, jefe del gobierno afgano, después de una reunión de urgencia con más de mil sacerdotes y ulemas islámicos —doctores en cuestiones mahometanas—, respondió que lo haría siempre que recibiera pruebas irrefutables de su culpabilidad. El gobierno norteamericano ofreció una recompensa de 25 millones de dólares a quien diera información para su captura.
Los efectos financieros y bursátiles de los actos terroristas de Nueva York fueron catastróficos. La bolsa de valores se desplomó al reabrir sus puertas después de haber permanecido cerrada durante cuatro sesiones. Las bolsas de valores de Londres, México y otros países cayeron también. Los índices de Dow Jones, Standard & Poor y Nasdaq registraron grandes pérdidas. Un proceso de desinversión, inestabilidad e incertidumbre financieras, disminución del crecimiento económico, baja de las reservas internacionales, despidos masivos de trabajadores y reducción del consumo fue parte de las secuelas de la ola terrorista en la economía norteamericana que ya antes había presentado síntomas recesivos. El precio de las acciones de las aerolíneas norteamericanas —American Airlines, United Airlines, Delta, Southwest, Midway, Tower Air, America West, TWA, Continental— sufrió grandes bajas. Las compañías de seguros y reaseguros, obligadas a realizar gigantescos desembolsos para cubrir los daños de Nueva York, se descalabraron. Todas las empresas, con excepción de las industrias de armamentos, farmacéuticas y de la construcción, redujeron drásticamente sus beneficios.
Los sucesos de Nueva York y Washington cambiaron muchas cosas en la historia del siglo XXI. A partir de ellos “el futuro no es lo que era” —para utilizar el título del libro publicado en España en esos días, que recoge los diálogos entre Felipe González y Juan Luis Cebrián sobre diversos temas— y la sensación de seguridad que se respiraba en el otrora tan sólido e invulnerable primer mundo se esfumó. El terrorista Laden emitió una sentencia siniestra: que se olviden los norteamericanos de la palabra “seguridad”. En una declaración a un canal de TV dijo que poseía armas químicas y nucleares para emplearlas contra Estados Unidos. El periódico pakistaní Frontier Post publicó por esos días una noticia que causó escozor: la red al Qaeda habría introducido en territorio norteamericano una pequeña bomba atómica de ocho kilos de peso, fabricada en 1988 por la Unión Soviética, que estaría disponible para ser utilizada con fines terroristas. El presidente Bush, en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de noviembre del 2001, expresó que “esta amenaza no puede ser ignorada” ya que “la civilización está amenazada” por ”la perspectiva más horrorosa de todas”, ante lo cual pidió a los Estados del mundo que actúen ante la posibilidad de que el terrorismo internacional posea armas de destrucción masiva.
Estados Unidos, Inglaterra y otros países introdujeron sustanciales cambios en sus legislaciones para autorizar detenciones indagatorias más largas y ampliar las competencias de sus servicios de seguridad, a los que autorizaron para interferir las telecomunicaciones cuando lo estimaren necesario.
La incertidumbre que por aquellos días hubo acerca de la muerte de Laden pareció disiparse con la confirmación de que un vídeo en lengua árabe difundido a mediados de noviembre del 2002 por la cadena televisiva al Jazeera llevaba la voz del terrorista, según los estudios hechos por funcionarios de inteligencia de Estados Unidos.
Hitos muy importantes en la lucha antiterrorista impulsada por el gobierno norteamericano fueron la detención en Rawalpindi, Pakistán, el 1 de marzo del 2003, mediante una operación conjunta de la CIA y la policía pakistaní, de Jaled Cheij Mohammed, considerado el número tres en la línea de mando de al Qaeda y el principal planificador del atentado del 11 de septiembre y de otros actos terroristas despiadados, como la voladura de una sinagoga en Djerba, al sur de Túnez, en que murieron 21 personas; y la muerte de Abú Musab al Zarqaui, el número dos en la cadena de mando de la organización terrorista, ocurrida el 7 de junio del 2006 en el bombardeo por aviones norteamericanos de su refugio en Baquba, Irak. El gobierno estadounidense había ofrecido una recompensa de 25 millones de dólares a quien informara del paradero de este terrorista jordano sunita de 39 años de edad, acusado de ochocientos atentados sangrientos y del degollamiento ante las cámaras de televisión de varios rehenes norteamericanos capturados en Irak.
Sin embargo, en el marco de esta lucha antiterrorista surgieron severos cuestionamientos contra el gobierno de George W. Bush por sus culpas de imprevisión y negligencia en relación con el 11-S, aunque el presidente trató de eludir la investigación de los líderes de los partidos demócrata y republicano sobre la manera en que se manejaron los indicios de los ataques terroristas que se tenían desde tiempo atrás.
En mayo del 2002 la prensa de Estados Unidos reveló que cinco meses antes del 11 de septiembre del 2001 los servicios de seguridad alertaron al gobierno norteamericano acerca de un posible secuestro o voladura de aviones comerciales por comandos islámicos. Esta revelación produjo una gran tormenta en la opinión pública de ese país. Las fuerzas de oposición acusaron directamente al presidente George W. Bush de conducta negligente e irresponsable por no haber tomado las debidas precauciones ante la amenaza terrorista.
Según la agencia de noticias norteamericana CNN (edición del 18 de mayo del 2002) en 1994 las autoridades francesas frustraron un intento de extremistas argelinos de secuestrar un avión y estrellarlo contra la Torre Eiffel en París. En 1996 las autoridades filipinas notificaron a Estados Unidos que Ramzi Yousef —el terrorista que planificó el atentado contra una de las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York en 1993— planeaba secuestrar un avión y estrellarlo contra la sede de la CIA en Langley, estado de Virginia. En febrero del 2001 George Tenet, en ese momento director de la CIA, advirtió al gobierno que Ossama Bin Laden representaba la “amenaza más inmediata y grave” para Estados Unidos. Las autoridades norteamericanas, entre abril y mayo del 2001, detectaron amenazas “específicas” de “que habría planes de ataques de la organización terrorista al Qaeda contra objetivos de los Estados Unidos”. El 20 de mayo Robert Mueller, director del FBI, afirmó durante un discurso público que, en su concepto, ataques suicidas como los perpetrados en Israel llegarán a Estados Unidos inevitablemente, ya que es muy difícil prevenirlos. Un mes después el Departamento de Estado norteamericano volvió a emitir una advertencia dirigida a los estadounidenses que viajaban al exterior y la Dirección Federal de Aviación (FAA), temerosa de secuestros aéreos, informó a las aerolíneas privadas de tal preocupación, por lo cual a fines de junio de ese año el Grupo de Contraterrorismo (GSC) comenzó una serie de reuniones con el propósito de identificar las amenazas y coordinar planes de acción en caso de ataques terroristas.
En el siguiente mes el FBI emitió el mensaje de que “hay amenazas preocupantes en el exterior” y de que, “si bien no podemos prever ataques internos, no podemos descartarlos”. Simultáneamente la FAA formuló otra advertencia en el sentido de que uno de los condenados por el plan terrorista para el milenio, Ahmed Ressam, declaró a las autoridades que había la intención de emplear explosivos en el terminal de algún aeropuerto norteamericano. El 18 de julio, a raíz de la condena de Mokhtar Haouari cinco días antes por apoyar un atentado con bomba en el aeropuerto internacional de Los Angeles, personeros del FBI nuevamente formularon la advertencia de que “estamos preocupados acerca de las amenazas como resultado del plan del milenio”. Y a fines del mismo mes la oficina del FBI en Phoenix envió un memorando a su sede central para pedirle investigar a quienes, procedentes de Oriente Medio, ingresaban a Estados Unidos para seguir cursos de aviación. El memorando decía que secuaces de Bin Laden podrían emplear su adiestramiento para algún tipo de acción terrorista. En esos días la FAA volvió a emitir el mensaje de que “no hay un blanco específico, ni información creíble de un ataque contra intereses de la aviación civil de Estados Unidos, pero se sabe que grupos terroristas están planeando y entrenándose para secuestros aéreos, y por eso les pedimos que usen cautela”.
En agosto, en lo que fue calificado “no como un informe de advertencia sino un reporte analítico”, las autoridades norteamericanas, después de discutir los antecedentes de Ossama Bin Laden y sus métodos de operación, mencionaron posibles secuestros aéreos, aunque sin imaginar que los aviones secuestrados pudieran ser utilizados como misiles. A mediados del mismo mes de agosto, tras la advertencia de una escuela de vuelo de Minnesota, las autoridades arrestaron a Zacarias Moussaoui, ciudadano francés de origen marroquí, que quería aprender a pilotar un Boeing 747 pero que no demostró interés en las operaciones de aterrizaje. Sin embargo de lo cual, las autoridades superiores negaron a la oficina del FBI en Minneapolis la autorización para buscar indicios en el ordenador portátil de Moussaoui. En un texto manuscrito, un agente del FBI en esa ciudad escribió que Moussaoui era el “tipo de persona que podría volar con algo contra el World Trade Center”, según dijo a la sazón el director del FBI, Robert Mueller. El 16 de agosto la FAA, a partir de algunos informes referentes al posible uso por los terroristas de teléfonos celulares, llaveros y lapiceros como armas cortantes o punzantes, emitió un mensaje sobre “armas disfrazadas” que pudieran utilizarse en el secuestro de aviones.
Coleen Rowley, que a partir de 1995 desempeñó la función de jefa de la asesoría jurídica de la oficina del FBI en Minneapolis, reveló las gravísimas fallas de la institución en relación con los atentados del 11 de septiembre. En una larga carta que dirigió el 28 de mayo del 2002 al director del FBI Robert Mueller, con copias a dos miembros del Comité de Inteligencia del Senado, acusó al buró de investigaciones de haber “omitido, subestimado, pasado por alto y tergiversado” la información que la oficina de Minneapolis había obtenido sobre Zacarías Moussaoui, que demostraba con base en el expediente francés y en otros informes de inteligencia que éste tenía vínculos con grupos fundamentalistas y con las actividades de la red de Ossama Bin Laden. Concretamente le acusó de haber desechado o saboteado, en medio de la incompetencia y las intrigas burocráticas, las peticiones de la oficina de Minneapolis para registrar las pertenencias y la computadora de Moussaoui, terrorista franco-marroquí aprehendido en Minnesota en agosto de ese año, a quien después se sometió a proceso como partícipe de los atentados.
Cuando, después del 11 de septiembre, se registraron las pertenencias de Moussaoui fueron descubiertas las cartas que éste envió a un integrante de al Qaeda en Malasia, además de una agenda donde figuraba el nombre de un compañero de Mohammed Atta, elemento clave en los atentados y uno de los terroristas más buscados por el FBI. Después se supo que el egipcio Mohammed Atta abordó el avión de American Airlines que se estrelló contra la torre norte del World Trade Center y que su compañero Al-Shehhi, de los Emiratos Árabes Unidos, estuvo en el vuelo de United Airlines que se dirigió contra la torre sur 17 minutos después.
A mediados de junio del 2002, a pesar de los esfuerzos del presidente Bush para impedir la investigación de los líderes de los partidos demócrata y republicano sobre la manera en que se manejaron los indicios de los ataques terroristas que desde mucho tiempo antes tuvieron las agencias de seguridad norteamericanas, se reveló en los círculos del Congreso Federal que en unos mensajes interceptados la víspera de los atentados por funcionarios de inteligencia de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, según sus siglas en inglés), formulados en árabe, se comunicaba que “el partido empieza mañana” y que “mañana es hora cero”, pero que esos mensajes no fueron traducidos hasta un día después de los ataques terroristas. Por lo cual Michael Hayden, director de la NSA; Robert Mueller, director del FBI; y George Tenet, jefe de la CIA, fueron llamados a testificar ante el grupo parlamentario que investigaba los hechos del 11 de septiembre. Hayden explicó entonces que su agencia —encargada del espionaje de las comunicaciones mundiales, con un presupuesto anual de 6.000 millones de dólares— interceptaba cada hora dos millones de comunicaciones y que no era posible traducirlas de inmediato.
La Associated Press difundió un vídeo que mostraba las dramáticas imágenes de los cinco terroristas islámicos el momento en que pasaban por el detector de metales del aeropuerto Dulles de Washington para embarcarse en la nave de American Airlines que luego utilizaron como proyectil contra el Pentágono. En el vídeo pudo verse cómo tres de ellos —Khalid al-Midhar, Nawaf Alhazmi y Majed Moqed— activaron la alarma del detector, fueron revisados por los agentes que controlaban los equipajes de mano del aeropuerto y recibieron la autorización para dirigirse a la puerta de embarque. Se vio también a Hani Hanjour, quien luego pilotó el avión, y a Salim Alhazmi cruzar por el filtro de seguridad sin problemas para tomar el vuelo 77, que se inició a las 08:28 horas, con diez minutos de retraso.
Nawaf Alhazmi y Khalid al-Midhar eran conocidos por los organismos de seguridad norteamericanas puesto que la National Security Agency los había identificado en 1999 como miembros de al Qaeda y la CIA los tenía en su lista de terroristas a partir del 24 de agosto del 2001.
Lo cual demuestra la responsabilidad que tuvieron las agencias de seguridad de Estados Unidos en no haber previsto e impedido la consumación del 11-S, según lo dijo en julio del 2003 un informe parlamentario, que habló de falta de análisis de la información disponible y de falla de coordinación entre los organismos encargados de velar por la seguridad. El informe reveló que dos de los secuestradores —Nawaf Alhazmi y Khalid al-Midhar— estuvieron bajo la mira del FBI cuando se radicaron en el área de San Diego, California, en enero del 2000, sin embargo de lo cual pudieron proseguir sus actividades de planificación terrorista sin obstáculos.
Richard A. Clarke, quien se desempeñó como coordinador antiterrorista de la Casa Blanca hasta el 2003, en su libro “Against All Enemies” (2004), criticó descarnadamente la conducta negligente del gobierno del presidente George W. Bush ante las amenazas de la banda al Qaeda. Afirmó que la entonces asesora de seguridad nacional de la Casa Blanca, Condoleeza Rice, recibió advertencias a comienzos del 2001 pero que “se mostró escéptica” acerca de ellas y no tomó acción alguna. Reveló que en abril del 2001 el subsecretario de defensa Paul Wolfowitz le dijo: “Usted le da demasiada importancia a Bin Laden”.
Las actividades clandestinas de al Qaeda prosiguieron durante los años siguientes a pesar de los duros golpes que recibió de las fuerzas armadas norteamericanas en Afganistán y en otros países. Una serie de actos terroristas fueron imputados a la organización fundamentalista islámica, entre ellos el ataque contra una sinagoga el 11 de abril del 2002 en Djerba, Túnez, que dejó 21 muertos; el atentado suicida contra un grupo de técnicos franceses que causó 14 muertos y la explosión de un coche-bomba frente al consulado de Estados Unidos en Pakistán con un saldo de 12 bajas el 8 de mayo y el 14 de junio del mismo año, respectivamente; el asesinato de un soldado norteamericano en Kuwait el 8 de octubre; el ataque contra el buque petrolero francés Limburg en Yemen el 6 de octubre; el atentado contra un hotel frecuentado por israelies en Mombasa, Kenia, el 28 de noviembre, que dejó 15 muertos; la explosión en una discoteca de Bali, Indonesia, el 12 de octubre, con 202 muertos; los atentados efectuados por kamikazes musulmanes contra edificios residenciales de Riad, Arabia Saudita, el 12 de mayo del 2003, que arrojaron un saldo de 34 muertos; los cinco ataques suicidas en Casablanca, Marruecos, cinco días después, con 41 muertos; el brutal atentado dinamitero contra el hotel Marriott, en el corazón de Islamabad, que causó la muerte a 60 personas y heridas a más de 250 el 20 de septiembre del 2008, reivindicado por los Fedayin del Islam, grupo vinculado con al Qaeda; y varias otras acciones de violencia atroz en diversos lugares, que llevaron el signo de esta banda terrorista islámica.
En octubre del 2002 se perpetró otra sangrienta acción terrorista de al Qaeda —hasta ese momento, la más grave desde las torres gemelas— en dos clubes nocturnos de la zona turística de Kuta, en la isla de Bali, Indonesia, que estaban atestados de turistas extranjeros. La explosión destruyó la manzana y mató a doscientos de ellos, que en su mayor parte eran de nacionalidad australiana.
En la mañana del jueves 11 de marzo del 2004 España fue sacudida por un brutal atentado terrorista que causó la muerte de ciento noventa y ocho personas y dejó heridas a mil cuatrocientas treinta. Bombas explosivas fueron colocadas en los trenes de Madrid cuando los madrileños se dirigían a su lugares de trabajo. Fueron diez explosiones en el interior de cuatro vagones en tres estaciones ferroviarias, en la hora de mayor congestión de pasajeros. Las bombas fueron introducidas en mochilas. El gobierno del presidente José María Aznar, por motivaciones políticas, se apresuró a señalar a la banda armada ETA como la responsable de los atentados. Después quedó claro que sus autores fueron miembros de la banda terrorista islámica al Qaeda, que no demoró en reivindicar el atentado, quienes vengaban el apoyo del gobierno español a la invasión militar norteamericana e inglesa contra Irak el año anterior. Esta decisión del gobierno español y la culpación a ETA tuvieron un acto costo político y electoral para el régimen de Aznar, que perdió las elecciones parlamentarias el domingo siguiente.
El 7 de julio del 2005 los agentes terroristas de al Qaeda volvieron a golpear. Esta vez fue Londres. Bombas explosivas colocadas en tres vagones del metro y en un autobús de servicio público causaron 56 muertos y 700 heridos. Un informe del centro de investigación londinense Chatam House sostuvo que este atentado y, en general, los riesgos de futuras acciones de violencia terrorista contra Inglaterra se debían al apoyo político y militar que el gobierno del primer ministro Tony Blair dio a la invasión armada contra Irak y Afganistán. Sin embargo, el ministro de defensa británico John Reid argumentó que su país estaría en peligro de todas maneras, “aunque se hubiese mantenido al margen de la guerra en Irak”, y mencionó el hecho de que más de diez países fueron golpeados por la banda terrorista islámica aun antes de la guerra de Irak o, incluso, después de que se opusieran a ella.
A inicios de julio del 2006 el FBI de Estados Unidos reveló que un grupo de terroristas islámicos vinculado a al Qaeda había planificado dinamitar el túnel Holland que une Manhattan con New Jersey y que cruza bajo las aguas del río Hudson, con el propósito de causar una tragedia de grandes proporciones en Nueva York. El plan quedó frustrado por el descubrimiento de la policía, que apresó a los responsables.
Siete bombas explosivas, activadas por terroristas islámicos del Lashkar-e-Toiba (Ejército de la Pureza) pakistaní, contrario a la soberanía hindú sobre Cachemira, estallaron en el lapso de veinte minutos en vagones y estaciones de la red ferroviaria de Bombay el 11 de julio del 2006, a la hora de mayor congestión de pasajeros, y dejaron doscientos muertos y ochocientos heridos, lesionados y mutilados. Las redes de ferrocarriles, en la medida en que concentran mucha gente, se han convertido en los objetivos predilectos de los terroristas.
Dos atentados suicidas con coches-bomba casi simultáneos se produjeron en la capital de Argelia el 11 de diciembre del 2007, consumados por kamikazes de al Qaeda contra la Corte Suprema de Justicia y el Consejo Constitucional, en el barrio El Biar, y contra las sedes del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en Hydra, que dejaron 67 personas muertas y centenares heridas.
Rebeldes maoístas de un grupo campesino insurgente de la India —que ha consumado numerosos actos terroristas desde 1967 en su afán por derrocar al gobierno e imponer un régimen marxista de corte agrario— dinamitaron en la madrugada del 27 de mayo del 2010 la línea férrea entre Calcuta y Bombay y descarrilaron un tren rápido. Más de ochenta pasajeros murieron y doscientos quedaron heridos, lesionados o mutilados. El grupo tenía en ese año alrededor de 20 mil combatientes y poseía cohetes y explosivos sofisticados. En el 2009 produjo más de mil ataques violentos que cobraron la vida de seiscientas personas.
Hay una globalización del terrorismo, compuesta por cadenas de suministros de bienes y servicios implantadas por los grupos terroristas a escala global para tornar más eficientes y ubicuas sus acciones destructivas. Los mismos elementos instrumentales de la <globalización económica y comercial están también al servicio de las causas terroristas: los avances de la informática, la televisión por satélite, internet, las cadenas mundiales de suministros —supply-chaining— para proveer herramientas a sus agentes, el offshoring para establecer bases de acción y enlaces en diversos lugares del planeta y el outsourcing para subcontratar servicios logísticos más allá de las fronteras nacionales.
Un inquietante intento terrorista se suscitó en Times Square —el centro de la ciudad de Nueva York— en la tarde del 2 de mayo del 2010. Por la advertencia de un excombatiente de Vietnam, la policía pudo localizar y desactivar un coche-bomba cargado de materiales explosivos e incendiarios, estacionado en la calle 45 y Broadway, en el lugar más céntrico y concurrido de Nueva York, por el que transitan diariamente millones de personas. El lugar fue inmediatamente cerrado por casi nueve horas. Los numerosos teatros situados en Times Square fueron clausurados, aunque otros se acogieron al lema farandulero de que “el show debe continuar” y no interrumpieron sus funciones. Un grupo islámico reivindicó por internet la autoría intelectual del frustrado atentado como represalia por la muerte de dos líderes de al Qaeda en Irak días antes. En la noche del día siguiente el musulmán pakistaní Faisal Shahzad —ciudadano norteamericano por naturalización, con residencia en Connecticut— fue detenido por agentes del FBI a bordo de un avión comercial que se aprestaba a partir del aeropuerto internacional John F. Kennedy con destino a Dubai. Islámico, de 30 años de edad y exempleado de una empresa consultora, Shahzad admitió haber montado los explosivos en su Nissan Pathfinder y haber aparcado el coche-bomba en Times Square para su explosión. Confesó que meses antes fue entrenado en el manejo de explosivos en un campamento de Waziristán, fortaleza de los talibanes y de al Qaeda en Pakistán. El servicio de inteligencia norteamericano estableció que trabajaba para el grupo Tehrik-e-Taliban de Pakistán, que presumiblemente mantenía oculto a Ossama Bin Laden. Azam Tariq, portavoz de los talibanes pakistaníes, declaró: “Nos sentimos orgullosos de Faisal. Hizo un trabajo valiente”.
El fallido atentado de Nueva York produjo la renuncia del Director Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, Dennis Blair, bajo el peso de su responsabilidad en los sucesivos errores cometidos por las agencias de seguridad norteamericanas. La Dirección Nacional de Inteligencia fue creada por George W. Bush después de los atentados del 11-S para coordinar la acción de ellas. El 25 de diciembre del 2009 la ineficacia de los operativos de vigilancia antiterroristas permitió que el joven musulmán nigeriano Omar Faruk Abdulmutallab, cargado de explosivos plásticos en su ropa interior, abordara en Lagos el vuelo 253 de la Northwest Airlines con escala en Amsterdam y destino a Detroit, que llevaba 290 personas a bordo. El atentado falló porque el terrorrista nigeriano no pudo detonar el dispositivo de alta tecnología que llevaba, pero de todos modos el acto fue reivindicado por al Qaeda. Lo grave fue que, a pesar de la información disponible en torno de sus actividades sospechosas, el kamikaze nigeriano no figuraba en la lista de personas prohibidas de viajar a Estados Unidos. Y el material explosivo adosado a su ropa interior no fue detectado por los servicios de seguridad aeroportuarios de Lagos y de Amsterdam.
Internet ha sido enormemente útil a las organizaciones terroristas, no sólo porque ha servido de vínculo entre ellas a lo largo y ancho del planeta, sino también porque les ha permitido reclutar adeptos, recaudar fondos, difundir <desinformación, aterrorizar al mundo con sus imágenes de crueldad —como, por ejemplo, la decapitación de rehenes—, lanzar amenazas, promover campañas de intimidación y obtener información útil en la world wide web sobre centrales nucleares, plantas de energía eléctrica, instalaciones de agua potable, servicios de transportes, aeropuertos, puertos, estructuras industriales, edificios públicos y privados, sedes de gobierno y otros objetivos potenciales de sus acciones. En los discos duros de computadoras capturadas a al Qaeda se encontraron pruebas de que sus técnicos habían navegado por sitios web que contenían información sobre redes de energía, comunicaciones, agua y transportes.
La invasión de las tropas norteamericanas y británicas a Irak el 21 de marzo del 2003 y su inmediata ocupación militar —que fueron parte de las represalias norteamericanas e inglesas por el atentado del 11-S— desataron una dilatada y feroz acción terrorista de las fuerzas iraquíes de la resistencia ligadas al régimen derrocado de Saddam Hussein, en una acción de guerrilla urbana de grandes e inéditas proporciones.
La situación se volvió insostenible. Los soldados norteamericanos, que pensaron ser recibidos como héroes, fueron víctimas de los más sangrientos atentados dinamiteros. En los cinco primeros años de ocupación murieron 3.990 de ellos. Para capear el temporal y tratar de normalizar la situación —bajo la reiterada proclama de George W. Bush de que “no claudicará en Irak”—, el gobierno norteamericano instrumentó un plan de democratización del país, que empezó por la convocación a elecciones para integrar la Asamblea Nacional. Alrededor de quince millones de ciudadanos iraquíes fueron convocados a las primeras elecciones populares en cincuenta y tres años. En ellas participaron más de cien partidos y grupos políticos, para elegir 275 miembros de la Asamblea Nacional encargada de nombrar el gobierno y redactar una nueva Constitución.
Las elecciones se celebraron el 30 de enero del 2005 y pusieron en relieve el complejo tejido étnico, religioso y político de Irak, cuya población está compuesta por árabes chiitas, que representan alrededor del 60% de la población; árabes sunitas el 20%, kurdos sunitas el 17% y cristianos y otras confesiones menores el 3%. Este cruzamiento de religiones, etnias y credos políticos complica terriblemente la cohesión de la sociedad iraquí.
En los comicios triunfó la lista chiita de la Alianza Iraquí Unida, patrocinada por el ayatolá Alí al-Sistani, con el 48,1% de los votos, le siguió la lista kurda con el 25,7% y luego la lista de tendencia chiita laica del primer ministro saliente Iyad Allawi con el 13,8%. Los sunitas quedaron muy rezagados porque una gran parte de sus electores acató la consigna de no acudir a las urnas. Sus dos mejores candidatos: Ghazi Al-Yawer y Adnan Pachachi, apenas alcanzaron el 2% y el 0,1% de los votos, respectivamente.
La victoria electoral chiita produjo en la mayor parte del mundo árabe —que en un 85% pertenece a la rama sunita del islamismo— el temor de que condujera a la formación de un Estado islámico dominado por la clerecía, bajo el modelo teocrático iraní, y ampliara la “media luna” del chiismo compuesta en ese momento por Irán, Siria y Líbano. También preocupó al gobierno norteamericano, temeroso de que el régimen chiita produjera un acercamiento a Irán, dadas sus afinidades religiosas con el gobierno de Teherán. Pero de las dos corrientes chiitas, la que triunfó fue la de tendencia laica, liderada por el primer ministro interino Iyad Allawi, sobre la confesional, favorable a las tesis de Irán, aglutinada en torno al violento liderazgo del ayatolá Alí Sistani. Esto tranquilizó un poco las cosas.
Como es bien sabido, el islamismo está dividido en dos grandes corrientes: la de los sunitas y la de los chiitas. La primera reconoce únicamente la autoridad religiosa y política de los imanes-califas descendientes de la tribu de los Qurayshíes, a la que perteneció Mahoma, y rechazan, por impostora, toda otra autoridad. Los chiitas, en cambio, sólo acatan la línea de mando de Alí, el primo de Mahoma, a quien éste habría designado como su sucesor. La beligerancia entre las dos posiciones está contaminada del fanatismo y la emotividad que caracterizan al mundo musulmán.
Los árabes sunitas —tanto fanáticos y como moderados—, algunos de los cuales ocuparon las más importantes posiciones en el gobernante partido Baas de Saddam Hussein y que tradicionalmente predominaron en la política de Irak, se opusieron a los comicios, impugnando la presencia militar estadounidense, y optaron por el boicot electoral, aunque el motivo real fue su temor al triunfo de los chiitas.
Los kurdos iraquíes, aunque están divididos en dos facciones: la Unión Patriótica del Kurdistán y el Partido Democrático del Kurdistán, se consideran una nación sin territorio. Habitan las estribaciones de las cordilleras y los valles de la escarpada geografía iraquí desde hace siete mil años, o sea muchísimo antes de que llegaran árabes y turcos. Anhelan, por tanto, la independencia nacional. Profesan, en su inmensa mayoría, la religión musulmana sunita, que les fue impuesta por los árabes en el siglo VII de nuestra era. Hablan una lengua de raíces indoeuropeas, tienen una cultura primitiva y en su mayoría llevan una forma de vida tribal. Fueron reprimidos a sangre y fuego por Saddam Hussein. En 1988 la aviación iraquí empleó armas químicas contra ellos y los gases letales aniquilaron a los cinco mil habitantes de Halahja que se habían sublevado contra el gobierno. Y en 1991, ante una nueva sublevación, volvieron a ser implacablemente reprimidos. En esta oportunidad, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en una acción de injerencia humanitaria, estableció una zona de exclusión de actividades militares para proteger a la población kurda de la política de exterminio del tirano de Irak.
Sin embargo, las dos facciones armadas kurdas asentadas en el norte de Irak, azotadas por sus fanatismos e intolerancias, no han podido mantener su unidad. Están duramente enfrentadas entre sí y, además, duramente enfrentadas contra el PKK de Turquía.
El primer ministro interino Iyad Allawi de Irak calificó a las elecciones, en las que participó el 60% de los ciudadanos a pesar de las amenazas de violencia de los integristas, como una “victoria sobre el terrorismo”, no obstante que los grupos fundamentalistas opuestos a ellas produjeron en varias ciudades trece atentados suicidas con un saldo de treinta y siete muertos y centenares de heridos.
Después de nueve semanas de bloqueo político a causa de las complejas negociaciones en la naciente y precaria democracia iraquí, la Asamblea Nacional eligió el 6 de abril del 2005 a Jalal Talabani, jefe de la Unión Patriótica del Kurdistán, como presidente de Irak. Talabani se convirtió en el primer presidente no árabe de un Estado árabe. Durante el régimen de Hussein éste fue condenado a cadena perpetua por encabezar alzamientos en los años 70 y 80. El suní Ghazi al Yauar y el chiita Hussein Chahrastani fueron elegidos vicepresidentes. El 22 de abril Talabani designó al chiita Yawad al Maliki, miembro de la Alianza Unida Iraquí, como primer ministro, a quien encargó la formación de un gabinete de reconciliación nacional.
En las elecciones del 15 de diciembre del 2005 para constituir el parlamento iraquí volvieron a ganar los chiitas, aunque no alcanzaron la mayoría absoluta de escaños. La Alianza Unida Iraquí, bajo la “bendición” del ayatolá Ali al-Sistani, obtuvo 128 de los 275 escaños parlamentarios, mientras que los dos partidos sunitas alcanzaron 58 escaños, los kurdos 53 y el Acuerdo Nacional Iraquí liderado por el exministro Iyad Allawi, de tendencia chiita pero opuesto al fundamentalismo religioso del grupo mayoritario, obtuvo 25.
Dentro de este proceso político los kurdos sunitas, que habitan en las tres provincias kurdas, tienen una distinta composición étnica y aspiraciones políticas diferentes que las del resto de la población iraquí: han reclamado, desde hace mucho tiempo, que la ciudad de Kirkuk, que es la “capital petrolera” del país, forme parte del Kurdistán iraquí independiente en que sueñan. Con esas aspiraciones comparecieron a los procesos electorales.
El 15 de octubre del 2005 se aprobó mediante un referéndum la Constitución formulada por la Asamblea Nacional iraquí por el voto del 78% de los ciudadanos, aunque dos provincias de mayoría sunita —Salaheddin y Al Anbar— rechazaron el texto constitucional por más de dos tercios de sus votos bajo la consideración de que la forma federal de Estado establecida en él conduciría a la división del país.
A pesar de todos estos avances democráticos, que fueron inéditos en la historia iraquí, el brutal y sanginario enfrentamiento por motivos primordialmente religiosos entre los chiitas y los sunitas —las dos ramas irreconciliables del islamismo— causó en los primeros cuatro años —del 2003 al 2006— más de cuarenta mil muertos en los diarios atentados dinamiteros y asesinatos colectivos.
Un hito traumático para al Qaeda fue la muerte de su líder Ossama Bin Laden el 1 de mayo del 2011. En la madrugada de ese día veinte soldados de elite norteamericanos —los temibles SEALS— a bordo de cuatro helicópteros asaltaron la mansión fortificada de Bin Laden —un verdadero búnker— en Abbottabad, sesenta kilómetros al norte de Islamabad, y mataron al líder de al Qaeda. Su cadáver, después de practicada la prueba del ADN, fue arrojado al mar por los soldados norteamericanos de acuerdo con las tradiciones islámicas. Cuarenta y cinco días después el grupo terrorista sustituyó a su líder muerto por el egipcio Ayman al Zawahiri —más temido que su antecesor—, quien reiteró la declaración de “guerra santa” contra Estados Unidos, Israel y sus aliados.