Es muy ilustrativa la secuencia de acontecimientos que dieron lugar a la revolución bolchevique, aunque no siempre la historiografía comunista, por los sesgos ideológicos que la rodean, los recoge con fidelidad.
A partir de 1894, en que asumió el poder el zar Nicolás II, se agudizaron la autocracia política y el injusto e inflexible régimen social y económico, que generaron gran malestar en las capas profundas de la sociedad rusa, especialmente en los campesinos de las zonas rurales y en los obreros de los recintos industriales, sometidos a bajísimos salarios, largas jornadas de labor y onerosos impuestos. A eso se sumó la decepción social causada por la catastrófica derrota militar de Rusia en la guerra contra el Japón en 1905. Se desataron protestas, huelgas obreras y atentados en medio de un clima de efervescencia política que obligó al gobierno zarista a aplicar drásticas medidas para tratar de mantener el orden.
La “gran revolución socialista de octubre” de 1917 (que en realidad fue en noviembre puesto que Rusia tenía el calendario juliano) se inició en los primeros años del siglo XX, y aun antes. Tuvo acciones de protesta popular muy importantes en 1905, en que el pueblo se sublevó contra el zar y marchó hacia el Palacio de Invierno de San Petersburgo —sublevación que contó con el apoyo de los tripulantes del acorazado Potemkin en el puerto de Odesa—, y fue brutalmente reprimido por las tropas imperiales en el “domingo sangriento”. Luego vino la denominada “revolución de febrero” —minimizada por los historiadores comunistas porque en la conjura participaron liberales, socialistas, pequeño-burgueses, social-revolucionarios, <mencheviques y <bolcheviques financiados con dinero alemán— que derrumbó la monarquía zarista, abolió el sistema monárquico e implantó un débil gobierno provisional, de corte democrático parlamentario, con un cierto apoyo del movimiento de los trabajadores, encabezado primero por Georgij Evgenevic Lvov y luego por Aleksandr Fëdorovich Kerenski y sobre cuya base pudo realizarse ocho meses después la toma del poder por los bolcheviques al mando de Vladimir Ilich Ulianov Lenin.
Al menos siete fases muy claras pueden identificarse en la revolución comunista:
1) la insurrección armada de febrero de 1917 en Petrogrado que obligó al zar Nicolás II, abandonado de sus tropas y agotado emocionalmente, a abdicar el trono;
2) la formación de un gobierno provisional, de corte parlamentario occidental, encabezado en su primera etapa por el prínicipe Lvov y luego por el socialista moderado Kerenski, miembro del partido de los socialrevolucionarios;
3) la llegada a la estación de Petrogrado el 3 de abril de 1917 del “vagón sellado” que traía a Lenin desde Zurich, donde estaba exiliado, para incorporarse y liderar el proceso revolucionario en marcha;
4) el derrocamiento de Kerenski y la toma del poder por los bolcheviques por obra de la insurreción armada de los soldados y de los marinos de las escuadras del Báltico y del Mar Negro, junto con los obreros y los campesinos;
5) la promulgación de los primeros decretos de consolidación del nuevo poder: el uno sobre la terminación de la guerra y el otro sobre la entrega de las tierras a los campesinos;
6) la ejecución del zar Nicolás II y de su familia por un pelotón bolchevique en 1918, que terminó con la dinastía Romanoff y con el último vestigio del >zarismo; y
7) la expedición de la nueva Constitución de la Unión Soviética, en la que se institucionalizaron las conquistas revolucionarias y se dio forma al nuevo Estado.
Todo esto tuvo como telón de fondo la Primera Guerra Mundial en la que el ejército zarista compuesto por doce millones de efectivos mal armados y con graves problemas logísticos se defendía bravamente del ataque de las tropas alemanas, menores en número pero tácticamente superiores, que habían penetrado profundamente en el territorio ruso.
Las encarnizadas batallas dejaron un saldo de nueve millones de soldados rusos muertos, heridos o capturados. Lo cual produjo un profundo malestar en la población civil de Rusia, agravado por la creciente escasez de alimentos.
En tales circunstancias, un pequeño problema —el aumento del precio de pan— fue el detonante de la explosión social. Las masas empobrecidas se lanzaron a las calles el 23 de febrero de 1917 para protestar contra el gobierno zarista y pedir la terminación de la guerra. La caballería cosaca —fuerza de choque del zar— no quiso reprimir con su acostumbrada dureza a la gente. Y al día siguiente alrededor de 200 mil trabajadores se movilizaron, los soldados se amotinaron en los cuarteles, fueron muertos oficiales leales al zar y se produjo la gran unidad revolucionaria de trabajadores, soldados y marinos que puso fin a la monarquía zarista.
Según afirma León Trotsky en su "Historia de la Revolución Rusa" (1932), el alzamiento de febrero triunfó gracias a la sublevación de los regimientos.
Uno de los episodios más polémicos del proceso revolucionario fue el viaje de Lenin desde Zurich a Petrogrado. Alemania y Rusia estaban en guerra feroz. El problema era atravesar, en tales circunstancias, todo ese enorme territorio ocupado por las fuerzas alemanas. Parecía no haber manera de resolverlo, cuando el gobierno imperial alemán, convencido de que el líder bolchevique podría servir de ariete para que Rusia se desplomara en la guerra, le permitió cruzar la zona en el vagón sellado de un tren. Y tan pronto como arribó a Petrogrado el 3 de abril a las 23:10 horas Lenin proclamó que “ha llegado el momento en que todos los pueblos vuelvan las armas contra sus explotadores capitalistas”, insinuando a los soldados rusos que el enemigo no estaba fuera sino dentro de sus fronteras. Calificó a Kerenski como “un imperialista de pies a cabeza” y exhortó a sus seguidores a derrocarlo para implantar “una república de los soviets”.
El pequeño Partido Bolchevique de Lenin, con su lema “paz, pan y tierra”, encontró apoyo entre los campesinos que, espoleados por agitadores experimentados, quemaron granjas, expulsaron a sus dueños y se apropiaron de las tierras. La respuesta del gobierno de Kerenski fue apresar a los líderes bolcheviques, entre ellos Trotsky, y clausurar el periódico "Pravda".
Lenin alcanzó a huir a Finlandia.
Pero Kerenski estaba sometido al fuego cruzado de la derecha y de la izquierda. Y el 28 de agosto el general Lavr Kornilov, comandante del ejército, promovió un golpe de Estado en Petrogrado con auspicio de las fuerzas de la derecha. El jefe del gobierno ordenó entregar armas a los trabajadores para detener el golpe, pero éstos, en unión con soldados descontentos, las dirigieron contra el gobierno. El resultado fue la caída de Kerenski y la toma del poder por los bolcheviques, que instauraron un gobierno provisional de obreros y campesinos presidido por Lenin, a la cabeza del Consejo de Comisarios del Pueblo.
Pero el proceso revolucionario tuvo que hacer frente y vencer con el Ejército Rojo, a lo largo de casi tres años de lucha, las acciones de resistencia armada contrarrevolucionaria iniciadas en diciembre de 1917 por los llamados ejércitos "blancos", generalmente liderados por altos oficiales de las fuerzas armadas tradicionales —Kornilov, Denikin, Pilsudski, Yudenichen, Kolchak y otros— en diversos lugares del territorio ruso: el Cáucaso, Crimea, Ucrania, Kiev, Letonia, Estonia, Lituania, Petrogrado, Murmansk, Siberia y otros.
La revolución se institucionalizó progresivamente con la Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), aprobada por el V Congreso de los Soviets de todas las Rusias el 18 de julio de 1918, y después con las constituciones de 1922, 1924 y 1936, aprobadas por los siguientes congresos de los soviets, en las que se definió a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como un "Estado socialista de obreros y campesinos", se reestructuraron sus órganos de gobierno, se implantó la propiedad socialista de los instrumentos de producción, se postuló la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, se estableció el manejo estatal centralizado y planificado de la economía y se enunciaron las demás conquistas económico-sociales de la revolución.
Por supuesto que fue una revolución cruenta. Ya nos dijo Marx que no hay revolución sin violencia. El escritor español Santiago Camacho, en su libro sobre los “Illuminati” (2005), sostiene que “las voces disidentes fueron prontamente silenciadas y la represión y el gulag se convirtieron en instituciones consustanciales al Estado bolchevique. Así, en 1925, la cifra oficial de fusilados por el régimen marxista se elevaba a 1’722.747, de los cuales un 75 por ciento eran obreros, campesinos y soldados”. Y agrega que, “según otro recuento —igualmente oficial— elaborado por el propio régimen leninista, en 1922 había 825.000 personas internadas en los campos de concentración de Kholmo, Kem, Naryn, Mourmane, Tobolsk, Portaminsk y Solovsky”. Y esto sin contar con los genocidios, las purgas y los fusilamientos que vinieron después, en la era de Stalin, cuyas cifras son espeluznantes.
Una de las zonas más oscuras de la revolución bolchevique es su financiación. Un espeso manto de silencio ha cubierto largamente la trama financiera de la revolución. Por contradictorio que parezca, se afirma que los fondos provinieron de ciertos círculos bancarios europeos y norteamericanos. Específicamente: del magnate estadounidense Jacob Schiff, dueño de la empresa Kunh, Loeb & Company, y de los banqueros suecos Max Warburg y Olaf Aschberg del banco Nye de Estocolmo. Santiago Camacho afirma además que “existen documentos que demuestran que la banca Morgan puso como poco un millón de dólares en las arcas de los revolucionarios”. Y añade: “Al igual que Schiff, Rockefeller obtuvo enormes beneficios de su ayuda a los soviéticos, entre los que destaca la concesión a la Standard Oil del cincuenta por ciento de los yacimientos petrolíferos del Cáucaso. En 1944, desde la propia Unión Soviética se reconocía que más de dos tercios de las infraestructuras industriales soviéticas habían sido construidas gracias al capital estadounidense”.
Gran Bretaña reconoció al gobierno soviético en enero de 1924, Estados Unidos de América en noviembre de 1933, Yugoeslavia en 1940 y después los demás Estados.