Esta palabra tiene dos significaciones básicas en política: el arte de bien hablar —y de hacerlo con elegancia y persuasión— o, en su acepción despectiva, el discurso locuaz e insustancial que carece de ideas pero que abunda en palabras.
Estas dos acepciones han sido sucesivas. En los tiempos antiguos retórica significó arte del bien decir. Así lo entendieron Platón, Aristóteles y Corax de Siracusa, que escribieron sobre el tema. Y, antes que ellos, los sofistas que manejaron brillantemente la elocuencia y la techné de convencer, en un medio en que, como en ningún otro, tanto valor se dio a la palabra hablada.
Para los preceptistas latinos Cicerón, Horacio y Quintiliano la retórica fue una reglamentación de la oratoria.
Aristóteles (384-322 a.C.) entendió la retórica como el arte de la persuasión con la palabra hablada y Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) como el de docere, movere y placere. Para Marco Fabio Quintiliano (35-100 d.C.) fue una forma de expresarse que sintetizaba la eficacia, la belleza y la moralidad.
Arte o técnica de la comunicación persuasiva, la retórica en ese tiempo no tenía ciertamente como objeto las cosas sino las palabras. Quiero decir que no le incumbía el conocimiento mismo o el hallazgo de la verdad sino el dominio práctico de la palabra hablada. Su objetivo era convencer. Fue el arte de dar verosimilitud a las afirmaciones, esto es, de darles el viso de verdaderas aunque no lo fueran totalmente. Y es que en esos tiempos la retórica estuvo más comprometida con lo verosímil que con lo verdadero.
Durante mucho tiempo la antigua Grecia no empleó otro medio que la palabra hablada para expresar y difundir las ideas. La tribuna, el foro y la escena fueron los lugares desde donde los oradores y los poetas comunicaban sus creaciones a las personas que allí se reunían. La poesía épica, la elegía, la oda, la filosofía y las narraciones de la historia encontraban allí su apoteosis. Los retóricos griegos perfeccionaron el arte de hablar, cuya tradición siguió con los grandes oradores romanos que hicieron del discurso su principal arma de combate político.
En la época clásica latina la retórica formaba parte del trivio que era el conjunto de las tres artes liberales relativas a la elocuencia: gramática, retórica y dialéctica. Su estudio fue obligatorio en las universidades de la baja Edad Media juntamente con las “artes matemáticas” que formaban el cuadrivio: aritmética, geometría, astrología y música.
Pero desde la época postciceroniana el concepto de retórica empezó a perder su dimensión filosófica y dialéctica y poco a poco se convirtió en redundante ornamento verbal.
Hoy tiene generalmente una significación peyorativa, en el sentido de locuacidad, verborrea, incontinencia verbal, palabrería o preciosismo de palabras con poco contenido conceptual.
Y, con frecuencia, retórica significa artificio verbal, insinceridad, decadencia expresiva y vaciedad de conceptos.