Esta palabra tiene diversos significados. En la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud (1856-1939), represión es la sumersión de ciertos deseos en las profundidades del subconsciente dispuesta por la conciencia moral de cada persona —denominada superego o superyo por el célebre psiquiatra austriaco— que es el centro de donde surgen las prohibiciones, la represión y los >tabúes en la vida cotidiana.
Pero esa no es precisamente la significación que aquí nos interesa, sino la que la palabra tiene desde la perspectiva política. Represión es, en esta perspectiva, la coerción violenta de la conducta de las personas por el gobierno a través de sus aparatos de fuerza. Puede tener distintos modos e intensidades según el tipo de gobierno. En la >tiranía la represión llega a extremos inverosímiles de perversidad y vesania mientras que en los regímenes democráticos ella está proscrita.
Los métodos represivos son muchos. Tantos como la imaginación humana ha sido capaz de concebir. Desde los más sutiles —la censura, la amenaza, la persecución económica y muchísimas otras formas de hostigamiento político— hasta los más brutales —la cárcel, la pena de muerte, el terrorismo, la tortura, la amputación, los campos de concentración—.
En la era moderna el <fascismo y el <comunismo implantaron la más rigurosa censura contra todas las expresiones del espíritu. Desapareció la libertad de pensamiento, de información y de prensa.
La <censura puede ser de muchas clases, no sólo por la forma en que se la impone y las sanciones que reciben quienes la desacatan, sino también porque puede abarcar todas las dimensiones del pensamiento y la acción humanos. Hay censura de ideas políticas y religiosas, censura de prensa, censura del arte, el teatro, el cine y cuantos ámbitos puedan ser materia de preocupación del pensamiento del hombre.
La censura y la represión son dos fases del mismo fenómeno de intolerancia y arbitrariedad. La censura pretende impedir que una idea o un pensamiento se exprese y la represión es el castigo que recibe su autor por haberlos expresado, o sea por haber evadido la censura.
La >tortura ha acompañado al hombre a lo largo de su historia y sigue acompañándolo en algunos lugares a pesar de la prohibición de las leyes. Hubo épocas en que ella alcanzó una ominosa celebridad, como en los regímenes fascistas, estalinistas y maoístas. Se han creado métodos de tortura satánicamente ingeniosos. El reloj, el palo, el garrote, la máscara, el cepo, el péndulo, la fusta, la rueda, la prensa, la jaula colgante, la hoguera, la pera oral, rectal o vaginal, la sierra, el aplastapulgar, el potro, la horquilla, la “cuna de Judas” fueron algunos de los fatídicos mecanismos de tortura. Después vinieron el “submarino” —o la asfixia por inmersión en agua—, el “teléfono” —o los golpes sistemáticos en los oídos—, la aplicación de electricidad en las partes más sensibles del cuerpo, la “picana eléctrica”, la violación sexual, el tormento isócrono de ruidos fuertes, la exposición a luces intensas, la simulación de ejecución, el uso de drogas y fármacos y muchos otros métodos crueles o degradantes de represión.
Los <campos de concentración fueron, especialmente durante los regímenes fascistas y estalinistas del siglo anterior, otro de los métodos brutales de represión política. El campo de concentración es un recinto cerrado y cercado destinado a alojar presos políticos, prisioneros de guerra o perseguidos por razones religiosas, étnicas o culturales.
En la monstruosa etapa de violencia y fanatismo políticos del <nazismo, bajo el imperio de su policía secreta —la Geheime Staatspolizei (GESTAPO)— y de las bandas de las S.S., que vigilaban implacablemente los más recónditos ámbitos de la vida pública y privada de las personas, los campos de concentración y los hornos crematorios fueron los principales mecanismos políticos y psicológicos del terror nazi para escarmentar y dominar a la población.
También los <bolcheviques utilizaron los campos de concentración heredados del régimen zarista para confinar a los “contrarrevolucionarios” y a los “enemigos de clase” del nuevo gobierno. Fueron tristemente célebres en los años 30 y 40, bajo el régimen de José Stalin, los campos de concentración de Siberia, administrados por la GULAG (Glavnoye Uptavlenie Lagetov), donde fueron recluidos miles de prisioneros políticos. Los principales campos de concentración soviéticos de esa época fueron el de Pecora (con Kotlas y Vorkuta), el de Yagry cerca de Arjanguelsk, el de Karaganda en el Kazajstán, el de Tayshet-Komsomolsk en la región del lago Baikal y el río Amur y el de Dalstroy en la región de Magadan-Kolima.
En China, durante la >revolución cultural, se instalaron recintos de “reeducación” —que en realidad fueron campos de concentración— para recluir a los hombres y mujeres que se apartaban de la ortodoxia maoísta.
En la década de los años 60 el autoritario régimen de Indonesia confinó a sus opositores en campos de concentración insulares.
En la antigua Yugoeslavia, durante las operaciones de <limpieza étnica emprendidas en 1991 por Slobodan Milosevic, Jefe de Estado de Serbia, y por el Presidente de los serbios de Bosnia, Radovan Karadzic, se crearon campos de concentración para confinar a los musulmanes bosnios y a los católicos croatas.
En fin, estos son algunos de los más conocidos métodos de represión política aplicados en ominosas etapas recientes de la historia.