Esta palabra, que no consta en el diccionario castellano —aunque existe renacentista, que es la persona versada en el período histórico del Renacimiento—, tiene dos significados: el cultivo de los conocimientos y artes del Renacimiento y la actitud mental y el pensamiento racionalista del hombre europeo a partir del siglo XV, ávido de buscar la verdad, desgarrar todo dogma y afirmar lo humano sobre lo divino.
Fue el crítico de arte italiano Giorgio Vasari (1511-1574) quien a mediados del siglo XVI dio origen al término Rinascità para señalar la época comprendida entre la mitad del siglo XIV y la mitad del XVI, e inmediatamente el naturalista francés Pierre Belon (1518-1564) acuñó en su idioma la palabra Renaissance para designar la mentalidad, los sentimientos y el estilo de vida de aquella época, nacidos en Florencia y diseminados luego en Italia y el centro de Europa.
Así como el <medievalismo fue la forma de ser y de expresarse de la filosofía, el arte, la literatura, la arquitectura y la política en la Edad Media, el renacentismo fue, después del ocaso del medievo, el luminoso resurgimiento de la cultura clásica, con nuevas formas y matices propios.
Algunos historiadores sostienen que hubo varios renacimientos, pero que el Renacimiento por antonomasia fue el italiano, que marcó una etapa de la historia humana, entre la Edad Media y la Edad Moderna. El escritor y filósofo británico Peter Watson, en su importante libro “Ideas. Historia intelectual de la humanidad” (2009), invocando al alemán Erwin Panofsky y a otros historiadores del siglo XX, afirma que “en la historia europea es posible identificar otros diversos renacimientos: el carolingio, el otoniano, el anglosajón y el germano-celta. Los italianos de los siglos XIV y XV, por tanto, no fueron los únicos que redescubrieron en su momento la antigüedad clásica”, aunque el Renacimiento italiano fue un paso adelante, decisivo e irreversible, como lo reconoce Panofsky.
Se produjeron en ese período grandes acontecimientos. Fue la época de los descubrimientos geográficos. El navegante veneciano Marco Polo abrió las rutas hacia el lejano Oriente. El Infante portugués Enrique El Navegante (1394-1460) organizó el primer instituto de navegación destinado a investigar, recoger noticias y acopiar materiales para cumplir su propósito de circunnavegar África. Ocurrió el descubrimiento de América, que dio inicio al proceso de la conquista y colonización españolas de las tierras del Nuevo Mundo. Con base en los descubrimientos geográficos se erigieron en el siglo XVI los grandes imperios coloniales: España, Portugal, Francia, Inglaterra y Holanda, que conquistaron tierras en América, Asia, África y Oceanía. Y los grandes navegantes y exploradores —Laperousse, Cook, MacKenzie, Levigstone, Stanley—, con sus descubrimientos de islas, mares y estrechos, contribuyeron a ampliar las fronteras imperiales.
El pensamiento se tornó secular.
Representó la afirmación de lo humano sobre lo divino. El hombre, libre ya de las ataduras dogmáticas, pudo dar rienda suelta a su imaginación. Todo pudo ser pensado. Se eliminaron las “aduanas” medievales que aherrojaban la mente humana. Se inventó la imprenta, que popularizó el conocimiento y rompió el monopolio de los monasterios sobre el saber. Estimuladas por la libertad política y cultural, las ciencias naturales avanzaron extraordinariamente y se sentaron las bases de la filosofía moderna. En las poderosas ciudades italianas, que fueron la cuna del Renacimiento, el arte alcanzó un grado de perfección inigualado con Giotto, Brunelleschi, Donatello, Masaccio, Da Vinci, Raffaello Santi, Miguel Angel, Castelfranco, Tiziano y muchos otros extraordinarios exponentes.
Nació una nueva era histórica: la era moderna.
El Renacimiento favoreció las conquistas de la ciencia pero también fue favorecido por ellas, en el sentido de que factores técnicos y económicos lo propiciaron. La llegada de la brújula magnética, procedente de China, permitió los descubrimientos marítimos; el invento de la pólvora, también de China, facilitó el derrocamiento del orden feudal. Con el advenimiento de la imprenta se difundieron los conocimientos, se creó el hábito de la lectura y se neutralizó el monopolio educacional de la Iglesia. El reloj mecánico alteró los ritmos impuestos por la naturaleza en las tareas laborales. Todo lo cual hizo posible la subversión de valores, la “herejía”, la originalidad y la individualidad que caracterizaron al Renacentismo.
Federico Engels (1820-1895), desde su punto de vista marxista, escribió en la introducción a su “Dialéctica de la Naturaleza” que en el Renacimiento se produjo “la transformación más progresista que había experimentado hasta entonces la humanidad, una época que utilizaba gigantes y que produjo gigantes”.
Surgió el <humanismo filosófico como una tendencia del pensamiento para explicar los fenómenos del hombre y de la naturaleza en términos y dimensiones humanos, es decir, dentro de la concepción antropocéntrica del mundo. Apartándose de las ideas dominantes en la Edad Media, buscó una interpretación humana y no divina del cosmos. Tuvo una connotación iconoclasta al contraponer lo humano a lo divino y al proclamar el poder autosuficiente del hombre para buscar la verdad sin interferencias dogmáticas.
El ser humano se sintió libre de las ataduras tradicionales, afirmó su propio valor, asumió plena conciencia de sí mismo, profesó el libre examen y confió en la capacidad de la ciencia para desentrañar la verdad.
La presencia del renacentismo fue marcada por una explosión de orgullo y sensualidad, que generó tendencias igualitarias y liberales hostiles contra el magisterio de la Iglesia y contra la estrechez de las costumbres. Con el renacentismo nacieron el <humanismo, el <enciclopedismo y la <reforma protestante, que resistieron el enorme poder temporal de la Iglesia Católica y combatieron su designio de someter los intereses políticos de la sociedad a la voluntad del estamento sacerdotal. Como respuesta a los excesos confesionales surgió una fuerte corriente anticlerical, opuesta al poder temporal del clero. En el el Renacimiento buena parte del grupo dirigente de la sociedad —con sus filósofos, políticos, escritores y artistas— fue encendidamente clerófobo. Y el renacentismo —y, dentro de él, el enciclopedismo y la Ilustración que desembocaron en la Revolución Francesa y en el movimiento socialista— tuvo un marcado carácter anticlerical como reacción ante el <confesionalismo y la alianza del clero con los despotismos más execrables.
El ansia de conocer y descubrir, tan propia del hombre del Renacimiento, le llevó a realizar las primeras indagaciones sobre los pueblos primitivos. Surgieron preguntas fundamentales acerca de la naturaleza de la especie humana. A mediados del siglo XVI se produjo la dramática controversia entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda acerca de la naturaleza misma de los indios americanos, cuya presencia no estaba explicada en la Biblia. Su lengua y conducta eran tan diferentes de todo lo que hasta ese momento conocían los españoles, que Ginés de Sepúlveda sostenía que los indios no pertenecían a la especie humana y que, por tanto, las normas de la religión católica no debían serles aplicadas. De las Casas respondió que los habitantes de América eran evidentemente seres humanos, que por tanto tenían alma que rescatar y llevar a cielo, no obstante que su lengua, sus costumbres y su conciencia moral no solamente eran diferentes a las europeas sino que parecían grotescas a los españoles.
En lo literario, el renacentismo se expresó como cultivo de las letras de la Antigüedad clásica y la vuelta al estudio de los autores griegos y latinos en sus propias fuentes, prescindiendo de los copistas y de los traductores. Impulsó el estudio de las lenguas muertas y de las literaturas clásicas griega y romana. Uno de los primeros en proponer recrear las formas literarias de la Antigüedad fue Pertrarca (1304-1374), en el marco de un despertar general de la sabiduría.
El Estado hizo su aparición en la historia a partir del Renacimiento, con el gran proceso de unificación de las monarquías europeas, y la noción de la sobernía estatal, desconocida en la Antigüedad y en la Edad Media, fue una elaboración renacentista, con la estructuración del Estado como unidad de poder continua y reciamente organizada sobre un territorio determinado. Fue en el Renacimiento cuando emergió esta nueva forma de organización social caracterizada por un territorio delimitado, un orden jurídico unitario, un poder político centralizado, una competente jerarquía de funcionarios y empleados públicos, un ejércido profesional remunerado, un sistema impositivo bien reglado y todos los demás mecanismos propios de la entidad estatal.
Los pensadores renacentistas propusieron una explicación contractual de la sociedad política, de la soberanía y del poder. Su razonamiento fundamental fue que, dado que es indemostrable el origen divino del poder y que la naturaleza no da a los hombres mando sobre sus semejantes, la autoridad política sólo puede provenir legítimamente del acuerdo mediante el cual los hombres erigen un poder y se someten a él bajo determinadas condiciones. Sólo si se concibe en esta forma el origen de la sociedad política y del poder —dicen quienes sostiene la teoría contractual— pueden ellos justificarse moralmente.
Después del largo eclipse medieval, el concepto de ciudadanía resurgió en el Renacimiento italiano con Nicolás Maquiavelo (1469-1527) —quien fue un típico hombre renacentista: iconoclasta, irrespetuoso, desgarrador de prejuicios religiosos y morales, racionalista, con una encendida pasión por buscar y descubrir y profundamente orgulloso de su emancipación intelectual— y en la Inglaterra del siglo XVI con James Harrington, John Milton y otros republicanos, para consagrarse más tarde en las revoluciones norteamericana y francesa de fines del siglo XVIII, entendida a la manera russoniana: como la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones dentro de la vida política del Estado.
Desde entonces la ciudadanía es un status jurídico que entraña una serie de derechos políticos dentro de la vida comunitaria.
La lucha de las mujeres por la igualdad de oportunidades en la vida privada y pública se remonta a la baja la Edad Media y al Renacimiento, en que voces femeninas se atrevieron a condenar el ambiente misógino generado por las ideas de la contrarreforma católica. Tal fue el caso de Christine de Pisan con su “El libro de la ciudad de las mujeres” publicado en el año 1405 y de tres damas venecianas más tarde, que plantearon con mucha fuerza la cuestión femenina en la primera mitad del siglo XVII: Lucrezia Marinelli, Moderata Fonte y Arcangela Tarabotti.
Nada de la vida social se mantuvo al margen de la influencia renacentista. Incluso el urbanismo fue marcado por su impronta. Con el renacentismo se reprodujeron las formas del urbanismo clásico, según lo demuestran muchos de los espacios públicos y centros cívicos europeos de la época, que obedecieron a los modelos clásicos, como la plaza de la Basílica de San Pedro en Roma o la maravillosa plaza de San Marcos en Venecia. La monumentalidad de la planificación urbana renacentista respondió a un esquema radial, con calles que formaban círculos concéntricos en torno a un punto focal y con otras que partían desde ese punto a manera de radios de una rueda.
El historiador británico Peter Burke formuló la lista de los quince hombres universales del Renacimiento (humanistas, escritores, poetas, arquitectos, diseñadores, manieristas, pintores, escultores, científicos): Filippo Brunelleschi, Antonio Filarete, León Battista Alberti, Lorenzo Vecchietta, Bernardino Zenale, Francesco di Giorgio Martini, Donato d’Angelo Bramante, Leonardo da Vinci, Giovanni Giocondo, Silvestro Aquilano, Sebastiano Serlio, Michelangelo Buonarroti, Guido Mazzoni, Piero Ligorio y Giorgio Vasari.
Burke olvidó a Nicolás Maquiavelo, quien fue el primero en secularizar la política, es decir, en afrontarla desde la perspectiva humana y racionalista. Repito: típico hombre del Renacimiento —racionalista, iconoclasta—, Maquiavelo es el primer científico de la política.