La región es una zona territorial homogénea y relativamente uniforme dentro de un país, que entraña no sólo elementos naturales —clima, vegetación, altitud, paisaje, presión atmosférica, latitud— sino también la presencia humana con toda su carga cultural, étnica, social, económica e idiosincrásica. El concepto de región implica, por tanto, una interacción entre sociedad y naturaleza. O, para decirlo de otra manera: implica relaciones entre la historia y la geografía. De modo que en él está comprometida una cuestión de <geografía humana puesto que el espacio físico, con sus peculiares perfiles, de ninguna manera es neutral frente a la organización social.
El regionalismo es un hecho político y económico: es el apego excesivo y emocional a la región y a sus cosas. Entraña un sentimiento de rivalidad y, a veces, de animadversión entre los habitantes de distintas regiones de un país. En ocasiones puede ser muy acentuado y conspirar contra la unidad nacional. Diversos factores influyen en él: la historia, la cultura, el clima y la geografía, las diferencias étnicas y religiosas, la idiosincrasia, los intereses económicos y los problemas político-administrativos.
El regionalismo surge a veces también como protesta contra los excesos del centralismo político-administrativo o contra la desatención crónica a los problemas locales.
El sentimiento regionalista suele ir acompañado de ciertos elementos objetivos, como son distintas lenguas dentro de un Estado —por ejemplo: el catalán, el valenciano, el vascuence, el gallego en España— o distintos acentos dentro de la misma lengua —como el andaluz y el castellano dentro de la misma España—, diferentes etnias, diversas religiones, culturas disímiles y otras manifestaciones locales que contribuyen a diferenciar entre sí a las regiones de un mismo país.
El catedrático y político español Antonio Royo Villanova, en su libro “La descentralización y el regionalismo” (1900), habla de cuatro regionalismos: literario, administrativo, jurídico y político. Pero en el fondo son lo mismo: un sentimiento acompañado de varios elementos objetivos diferenciadores y, en algunos casos, de medidas jurídicas, políticas y administrativas estatales que consagran esas diferencias regionales.
El regionalismo, con sus más acusadas características, se da principalmente en el seno de Estados multiétnicos y multinacionales, es decir, en Estados que regimentan varias nacionalidades. Allí se producen incompatibilidades e intolerancias que disgregan la organización estatal. Lo hemos visto en el proceso de descomposición de algunos Estados del este europeo —Checoeslovaquia, Unión Soviética y Yugoeslavia— cuando con la desaparición de la ortopedia autoritaria y el derrumbe de sus sistemas políticos reflotaron con fuerza irresistible las diferencias regionales.
El regionalismo tiene muchas categorías: desde la natural y noble defensa de la vida local, que a veces incurre en excesos de provincianismo pero que no pone en peligro la unidad estatal, hasta la presión autonomista que linda con el separatismo.
Con frecuencia el sentimiento regionalista —apego y amor exacerbados a su región— conduce a elaborar doctrinas o sistemas autonomistas para servir los intereses regionales. En la raíz de ese regionalismo generalmente hay conflictos entre el centralismo político y administrativo de un Estado y los afanes de <descentralización de los entes locales. El grado de atención gubernativa que, en estos esquemas, reciben los sectores periféricos es muy bajo. Lo cual exacerba los ánimos y pone en acción anhelos de descentralización que pueden eventualmente llevar a la discusión en torno a la organización del Estado unitario y del Estado federal. Y por supuesto que hay intereses políticos de por medio que promueven el regionalismo como una idea movilizadora de voluntades.
La emulación, que a veces se torna violenta, abarca muchos campos de la vida social. Este es uno de los efectos del regionalismo. Son conocidas las rivalidades entre Barcelona y Madrid o de los canarios contra los “godos” (peninsulares) en España, la de Roma y Milán en Italia, Sao Paulo y Río de Janeiro en Brasil, Guayaquil y Quito en Ecuador, Cali y Bogotá en Colombia, La Paz y Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, para no hablar más que de algunos de los casos más conocidos de regionalismo en esta parte del mundo. Expresiones extremas de este sentimiento fueron los acontecimientos que llevaron a la desintegración de la Unión Soviética y de Checoeslovaquia y a la cruenta guerra civil en Bosnia.