Es el título del libro escrito a finales de los años 20 del siglo anterior por el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) para describir el fenómeno de la irrupción de las multitudes en el escenario político, que empezó a producirse en Europa a comienzos del siglo XX.
Ortega y Gasset habló del nuevo protagonismo social del hombre-masa, que es “un tipo de hombre hecho de prisa, montado nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de un cabo de Europa a otro”.
Afirmó que en la vida intelectual, moral, económica y religiosa de la sociedad el hombre-masa ha impuesto su vulgaridad, desprovisto de “un yo que no se pueda revocar” y convencido de que ”sólo tiene derechos y no obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga”.
Este tipo humano, que nada se exige a sí propio y que sin embargo no se angustia, para quien “vivir es ser en cada instante lo que ya es, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismo” —discurre Ortega y Gasset— se contrapone al “hombre selecto”, que es aquel que acumula sobre sí mismo dificultades y deberes y que “se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores”.
Pero más allá del profundo desprecio que para este tipo humano guardaba el filósofo español —del que decía que carece de “entrañas de pasado” y al que se debe la “asfixiante monotonía” que había tomado la vida europea— él afronta en sus indagaciones sociológicas el hecho de las “aglomeraciones”, que en su criterio era lo más importante que se había producido en la vida pública europea a partir de la segunda década del siglo XX porque significaba el advenimiento de las multitudes al pleno poderío social.
Ortega y Gasset, al describir el marco social en el que se desenvuelve la rebelión de las masas, afirma que “las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio”.
El pensador español se refiere obviamente a la sociedad de masas, cuyos signos característicos son la aglomeración de gente, el “lleno” de los espacios y la muchedumbre posesionada de todo. Fenómeno que empezó a desarrollarse ya por aquellos tiempos, después de la Primera Guerra Mundial, y que moviéndose a horcajadas de la revolución industrial congregó en torno de las fábricas enormes grupos humanos. Hoy, por supuesto, las cosas se han agudizado. Vivimos la hipertrofia del urbanismo. El alud humano ha degradado las condiciones de la vida social —hacinamiento, congestión, ruido, violencia, contaminación ambiental, estrés— y ha producido desórdenes de la conducta humana. La avalancha de gente, la congestión de vehículos, la polución, el ruido, las bocinas de los automotores, la publicidad persecutoria, las reglamentaciones, las advertencias, los avisos, los símbolos, las sirenas y las luces rojas agobian al individuo. El “lleno” es la característica principal de la >sociedad de masas. Todos los lugares están abarrotados de gente. Las calles, los medios de transporte, los hoteles, los restaurantes, los teatros, las playas: todo está lleno. Se vuelve difícil encontrar un lugar disponible. Esto impide el acceso fácil a los servicios. La cola o la fila para llegar a ellos es la angustiante condición de todas las horas. Lo cual produce una opresión inintencionada de la masa sobre los individuos que termina por desquiciar su comportamiento y alterar las relaciones humanas.
En este contexto ha surgido el poder de la muchedumbre, que ha asumido un papel protagónico dentro del quehacer social, que impone sus puntos de vista y que decide en última instancia muchos de los asuntos del Estado. Ella es la que participa en las elecciones, los plebiscitos, los referendos y demás consultas populares y define sus resultados. Consciente de su poder y de su fuerza, exige sus derechos para hoy y no para mañana. Grita con sus mil bocas invisibles y se moviliza furiosamente por las calles en demanda de la atención estatal a sus problemas. A pesar de que no se ha beneficiado con los bienes de la cultura, está mejor informada que en cualquier otra época de la historia. La pantalla del televisor le ha hecho tomar conciencia de su quebranto y emitir juicios de valor sobre su pobreza. Hace comparaciones entre lo que ve y lo que tiene. Sabe que la miseria no es inevitable y lucha por liberarse de ella.
Esta es la rebelión de las masas.
Claro que ellas son susceptibles de engaño. La demagogia y el populismo son precisamente métodos para arrebañar a las muchedumbres y conducirlas hacia donde los demagogos y los populistas quieren. La presencia de las multitudes generó la <demagogia como el método para seducirlas con halagos, promesas y adulaciones. Con frecuencia las masas desorientadas imponen gobiernos populistas que sirven a las plutocracias. Los líderes erráticos, simuladores y miméticos del populismo las conducen a defender posiciones contrarias a sus intereses. Alguna vez un escritor dijo de un caudillo populista ecuatoriano que “fascina a las multitudes sin dejar de servir a las oligarquías”. Esta es una de las sangrientas paradojas del <populismo.