Esta palabra tiene varias significaciones dependiendo del campo en que se la emplee.
En el ámbito filosófico el realismo es, por oposición al nominalismo, la tendencia a afirmar la existencia objetiva de los universales. Como es bien sabido, en la Edad Media se pusieron de manifiesto dos posiciones filosóficas del hombre frente a lo que en filosofía se conoce como los universales, es decir, los géneros y las especies en contraposición con los individuos: la una fue la posición realista y la otra la nominalista. A este episodio se conoció en el medievo como la “disputa por los universales”, que envolvió a dos posiciones antagónicas respecto al status ontológico de ellos: la de quienes sostenían que los universales, si bien son conceptos generales, al mismo tiempo son entidades reales y concretas; y la de los que afirmaban que ellos no existen en la realidad y son simples ideas abstractas anidadas en el cerebro de los seres humanos, de modo que su “realidad” se agota en los meros nombres —nomina— que el hombre ha inventado para designarlas. Por consiguiente, lo único real, lo único que tiene existencia peculiar, son las entidades individuales y concretas.
El problema se planteó cuando los escolásticos estudiaron la obra "Isagoge" del neoplatónico Porfirio (232-304 d. C.), quien formuló tres preguntas que quedaron sin contestación: ¿Existen en la naturaleza géneros y especies o son ellos puros pensamientos? Si existen, ¿son corpóreos o incorpóreos? ¿Están ellos unidos o separados de los objetos sensibles?
Al responder a estas preguntas los escolásticos se dividieron en dos grupos: los realistas y los nominalistas. Los primeros sostuvieron que los universales son cosas que tienen existencia real en la naturaleza mientras que los segundos afirmaron que ellos no existen en parte alguna. Sólo existen los individuos. Los universales son meros nombres —flatus vocis— que se mueven en el cerebro humano.
En el campo literario el realismo fue en el siglo XIX un movimiento de reacción contra el romanticismo, que se dio casi únicamente en la prosa. Su característica fue describir, con la palabra cruda y escueta, a los hombres y a las cosas tales como son. Presentar lo que se mira, se toca y se huele en su más pura realidad. Tomar los días y los hechos como vienen, sin deformaciones. El realismo literario en Francia triunfó hacia el año 1850. La novela realista tuvo grandes exponentes, como el novelista francés Honorato Balzac (1799-1850), a quien se ha llamado el “padre de la novela realista”, quien en su obra cumbre “La Comedia Humana” se propuso “retratar” la sociedad francesa de su tiempo; o la novelista francesa George Sand (1804-1876) —cuyo verdadero nombre fue Aurore Dupin— o el escritor francés Alejandro Dumas (1802-1870) en el realismo teatral.
En Italia la eclosión fue también muy importante con Giovanni Verga, Antonio Fogazzaro, Matilde Serao, Gabriel D’Annunzio, Gerolamo Rovetta, Salvatore Farina y muchos otros.
La novela realista en Inglaterra tuvo nombres excepcionales: Jane Austen, Charles Dickens, William Makepeace Thackeray, Elizabeth Cleghorn de Gaskell, Emily Brontë.
El realismo literario en España tuvo muchos y muy antiguos precursores pero se inició en 1848 con Cecilia Böhl de Fáber y tuvo siete nombres brillantes: Pedro Antonio de Alarcón, Juan Valera, José María Pereda, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas y Armando Palacio Valdés.
Lo propio ocurrió en Alemania y Rusia.
Hay el llamado realismo mágico realizado por algunos de los novelistas latinoamericanos del “boom”, que consiste en una suerte de incorporación de la imaginación a la realidad. Este género literario ha sido practicado por el guatemalteco Miguel Angel Asturias (1899-1974), el colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), el mexicano Juan Rulfo (1917-1986) y, hasta cierto punto, por el argentino Julio Cortázar, quienes “injertaron” la fantasía a la realidad en sus creaciones literarias. Demetrio Aguilera Malta y José de la Cuadra, novelistas ecuatorianos de los años 30 del siglo pasado, pueden ser considerados como los precursores del realismo mágico, aunque no llegaron a dar el paso para incorporarse plenamente a este género literario. En sus novelas y cuentos, al introducir los hechos mágicos a su relato, no lo hicieron abiertamente sino a través de cosas que sus personajes atribuían a “comentarios” de la gente, de modo que esos hechos no fueron asumidos como realidad, según es la característica del realismo mágico.
En África el realismo mágico está repleto de imaginación delirante, leyendas, sensaciones nuevas, alucinaciones y supersticiones; y tiene en la escritora de Camerún, Calixthe Beyala, a uno de sus más importantes exponentes, con su novela "África en el corazón" (1998) que inunda de magia y misterio su narrativa.
Aparte de esta tendencia existe también lo “real maravilloso” del novelista cubano Alejo Carpentier (1904-1980), forjado durante su permanencia en Haití, que se diferencia del realismo mágico en que no es propiamente una creación literaria del escritor sino una creación popular recogida por él. En este sentido, lo real maravilloso no es una arbitrariedad del novelista sino una forma de concebir y entender la cosas por parte de la comunidad.
En la política la palabra realismo tiene, a su vez, dos denotaciones: la opinión o la posición favorable a la monarquía como forma de gobierno (en este sentido son “realistas” los partidarios del rey), o bien el apego a los hechos, el ajuste a la realidad, la objetividad de juicio, la frialdad en la acción, el alejamiento tanto de la fantasía como del subjetivismo en el quehacer político. El realismo en este campo es fundamentalmente una cuestión de percepción. Político realista es el que percibe la realidad social como ella es y no como quisiera que fuera. El que obra con los pies en la tierra. Que sabe que el hombre no tiene alas. Que se mueve en el escenario que es y no en el imaginario. Que da la misma importancia a la fealdad que a la belleza, a lo sucio que a lo limpio, a lo normal que a lo aberrante, porque todos ellos son elementos de la realidad social.
Se ha dicho que la política es la ciencia de lo posible. Eso significa que debe ser una disciplina real y objetiva. Esta es la diferencia con la poesía. Si el poeta da rienda suelta a su imaginación gana una corona de laureles, pero si el político hace lo mismo fracasa irremisiblemente. La política debe ser la ciencia y el arte de lo posible, de lo dado, de lo real. En este sentido se habla de realismo político.