La palabra viene de raza y ésta, a su vez, del latín radia. Con ella se designa, en la antropología y biología clásicas, cada uno de los grupos en que se subdividen las especies humana, zoológica y botánica, cuyos caracteres, perpetuados por la herencia, permiten distinguirlos.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) recomendó a mediados de los años 50 del pasado siglo sustituir la palabra raza por etnia en tratándose de la especie humana. Lo hizo con base en los conceptos emitidos por algunos antropólogos y zoólogos —Franz Boas, Ashley Montagu, Edward O. Wilson y otros—, pero esta recomendación careció de sustento científico. Tanto, que no pudo sugerir también la supresión del término racismo, con el que se designa la teoría política y antropológica que sostiene:
1) las diferencias de capacidad intelectual, moral, cultural y física entre las razas humanas;
2) la creencia en que unas son superiores a otras;
3) la convicción de que tienen derechos diferentes;
4) la tesis de que ellas deben recibir distinto tratamiento en la vida social; y
5) que el factor racial determina el destino de los pueblos, o sea el progreso de unos y el atraso de otros.
Sus creadores pretendieron hacer del racismo una teoría de la historia, es decir, una interpretación peculiar de la sociedad capaz de explicar su pasado, presente y futuro, al mismo tiempo que el punto de partida de una nueva moralidad, a la que el antropólogo francés Georges Vacher de Lapouge (1854-1936) llamó “ética de la selección”, que sostiene que el mundo debe pertenecer a los mejores, a los más fuertes, a los mejor dotados.
El médico francés Jules Joseph Virey presentó a la Académie de Médicine de París en 1841 su trabajo sobre “las causas biológicas de la civilización”, en el cual dividió a los pueblos del mundo en: blancos, que “habían alcanzado un estadio de civilización más o menos perfecto”, y negros —africanos, asiáticos e indios americanos—, que por sus deficiencias étnicas estaban condenados a vivir en una “civilización siempre imperfecta”.
En su obra “Origines de l’homme et des sociétés” (1869), Clémence-Auguste Royer —seguidor de Darwin y el primer traductor francés de su libro sobre el origen de las especies— afirmó que la raza aria era superior a todas las demás y que la guerra entre las razas, que le parecía inevitable, beneficiaría el progreso.
Sostuvo el político y empresario británico Joseph Chamberlain (1836-1914): “Los británicos somos la raza gobernante más grandiosa que el mundo haya conocido”. Y el naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) sorprendió al mundo con estas palabras pronunciadas desde el barco Beagle, lleno de emoción, al aproximarse y divisar el puerto de Sydney durante su viaje de cinco años alrededor del planeta para fundamentar su teoría de la evolución: “Sostengo que somos la raza líder del mundo, y que cuanto más poblemos el mundo, mejor será éste para la humanidad”. Y prosiguió: “Dado que Dios convirtió a la raza de habla inglesa en el instrumento elegido mediante el cual pretende construir un Estado y una sociedad basados en la justicia, la libertad y la paz, es necesario que cumpliendo con su voluntad haga todo lo que esté en mis manos para ofrecer a esta raza tanto poder y abasto como sea posible. Pienso que, si en verdad existe un Dios, es su deseo que yo haga una cosa, a saber, colorear de rojo británico el mapa de África hasta donde sea posible”. (Peter Watson, “Ideas. Historia intelectual de la humanidad”, 2008)
En cuanto teoría de la historia los exégetas del racismo pretendían explicar en función de la raza el destino de las civilizaciones. Para ellos, el proceso de su decadencia se debía a la mezcla de sangres y el colapso de las civilizaciones no tenía otra explicación que la pérdida de la pureza étnica.
La característica más destacada del racismo es la de estudiar el “alma” humana a través del cuerpo, esto es, de sus características físicas y antropológicas. Detrás de esta tendencia gravitan dos ideas fundamentales: la de que cada raza tiene sus propias potencialidades intelectuales y características psicológicas, que son intrínsecas e inmutables, y la de que los que tienen “la misma sangre” comparten igual aptitud mental y la misma herencia cultural. En estos factores se funda el “nacionalismo de la sangre y la patria” (blut und boden) que ha conducido a la humanidad a las peores aberraciones.
Hay quienes sostienen que no hay razas humanas superiores sino razas diferentes, con aptitudes distintas. Cosa que también ocurre entre los animales. Afirman que en el mundo zoológico existen diferentes razas. Por ejemplo: ganado bovino de carne —charolaise, cebú, angus, braford— y ganado bovino de leche —jersey, holstein, brown swiss—. Caballos de salto —holstein—, de velocidad —pura sangre inglés, akhal-teke—, de paso —falabella, criollo rioplatense, caminador peruano, paso fino puertorriqueño— o de tiro —percherón, brabante, frisón—. En el mundo perruno se pueden identificar canes de carrera —galgos—, de cacería —gran danés, beagle, setter irlandés— o de halar trineos —alaskan malamute, husky siberiano, samoyedo—.
Sostienen que, del mismo modo, hay diversas razas humanas, con diferente talla, contextura muscular, apariencia física y capacidad para las actividades mentales y físicas. Piensan que la raza negra, por ejemplo, está especialmente dotada para las acciones físicas que demandan flexibilidad, equilibrio, ritmo y compás. En la National Basketball Association (NBA) de Estados Unidos, donde se practica el mejor baloncesto del mundo, los negros constituían en el 2010 el 77 por ciento de los jugadores, el 18% los blancos y el porcentaje restante los latinos, asiáticos y otros. No obstante lo cual, resultaría demasiado arduo, por ejemplo, para un jugador o para un atleta negro subir a pie a 5.500 metros de altitud, en las faldas del volcán nevado Chimborazo de Ecuador, y picar el hielo milenario, cargarlo en grandes costales y colocarlos a pulso sobre el lomo de las mulas, para luego bajar caminando a la ciudad. Cosa que hasta hace poco tiempo hacían los indios ecuatorianos —los denominados “hieleros”— como una actividad económica de rutina. En cambio, sería muy difícil que un indio de las alturas andinas pudiera aproximarse al tiempo de 9,5 segundos impuesto por el atleta negro jamaiquino Usain St. Leo Bolt en la carrera de los cien metros planos, o ganar una competencia internacional de ciento diez metros con vallas, o pasar la vara sobre los 2,45 metros de altura, como lo hizo el atleta negro cubano Javier Sotomayor en 1993. Lo primero lo hacen fácil y rutinariamente los indios de los Andes ecuatorianos y lo otro, los atletas de la etnia negra de varios lugares del mundo. De lo cual concluyen los analistas que cada una de las diferentes razas del animal racional —el homo sapiens— tiene sus propias aptitudes intelectuales y físicas, tal como ocurre en las otras especies animales.
1. Raza y etnia. El concepto de raza (que etimológicamente significa casta, linaje, ascendencia), por sus connotaciones discriminatorias, ha sido desplazado progresivamente por el de etnia en la antropología y en la sociología modernas. En realidad, el concepto de etnia (del griego ethnos, “pueblo”) es más amplio y mejor matizado para expresar las fortalezas y debilidades particulares de los diversos grupos humanos. La raza se circunscribe a la cuestión biológica y morfológica, en tanto que la <etnia matiza estos elementos en función de la cultura, la lingüística, los valores, las tradiciones y muchos otros elementos de la vida comunitaria. Y como la etnia no constituye una condición estática, sus características suelen variar a lo largo del tiempo.
El antropólogo norteamericano Robert Henry Lowie, en la segunda década del siglo anterior, fue el primero en definir una noción de etnia con base en sus investigaciones en las tribus amerindias de Estados Unidos.
Las etnias son variaciones de una especie biológica única —el homo sapiens— en función de la cultura y del medio ambiente, que constituyen los factores más importante para determinar la estructura, conducta y estilo de vida de los grupos humanos.
El término etnia designa también a un “grupo indígena” —se habla, por ejemplo, de las etnias Shuar, Huaorani o Quichua de Ecuador o de la etnia Cakchiquel de Guatemala— y con la expresión “minorías étnicas” se designa a los enclaves étnico-culturales que existen dentro de un Estado multinacional, que con frecuencia están muy poco integrados a la vida política y económica estatal y viven en condiciones de marginación y pobreza.
El término raza es polémico por las connotaciones de superioridad o inferioridad que suscita y por haber servido para justificar en diversas épocas la discriminación de grupos humanos —como la de los judíos en la Alemania hitleriana, de los negros en Sudáfrica bajo el <apartheid o de los kurdos en Irak durante el régimen de Saddam Hussein—, de modo que la tendencia a dividir a la humanidad en función de sus rasgos morfológicos en tres grandes razas: la negroide, la mongoloide y la caucasiana —a las que algunos antropólogos añadieron la amerindia y la oceánica— ha sido superada porque se ha superpuesto lo cultural sobre lo biológico para establecer las características diferenciales de las colectividades humanas. Por encima de los rasgos físicos y morfológicos —estructura corporal, tamaño, color de la piel, grosor del cabello, trazo de los ojos, forma de la nariz— están los rasgos culturales resultantes del largo proceso de adaptación del grupo al entorno natural.
Como resultado de los avances de la ingeniería biogenética, que está cada vez más cerca de descifrar el genoma humano completo, el científico Svante Pääbo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, en Alemania, afirmó en febrero del 2001 a la revista "Nature" que lo que llamamos raza “refleja sólo unas pocas características determinadas por una minúscula fracción de nuestros genes”. Y agregó que esos genes son los responsables del color de la piel o de la forma de los ojos.
2. La raza: factor fundamental de la historia. El pensador político francés conde Arthur de Gobineau (1816-1882), con su “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas” publicado en 1855, es considerado como el padre del racismo porque puso en orden y sistematizó todas las ideas que hasta ese momento se habían exteriorizado sobre el tema. Después de sus investigaciones antropológicas, históricas y lingüísticas, reconoció tres grandes razas humanas: la blanca, la amarilla y la negra. Ese fue, además, el orden de superioridad que estableció entre ellas. Según su pensamiento, la raza blanca —que en su estado puro es rubia, dolicocéfala y de ojos azules— es la que tiene superiores características. Afirma que es noble, ama la libertad y el honor, rinde culto a la espiritualidad. La raza amarilla es materialista y carece de imaginación. Y la negra no tiene inteligencia. Sin embargo, Gobineau afirmó que, no obstantes sus deficiencias, las razas inferiores son de todas maneras superiores a los mestizajes, puesto que la hibridación es un factor de degradación. Las mezclas étnicas, los matrimonios entre razas distintas, determinan la decadencia de los grupos humanos y de las sociedades.
Después de sus indagaciones científicas, Gobineau llegó a la conclusión de que no son el entorno físico ni la disponibilidad de recursos naturales los que explican el auge o la declinación de los pueblos, sino la raza. Y que ella es el factor fundamental de la historia.
Los seguidores de Gobineau se empeñaron en defender la pureza étnica y se opusieron, por tanto, al mestizaje racial. Para ello, discriminando a la población “inferior”, condenaron los matrimonios entre miembros de razas diferentes. Vedaron incluso la convivencia social entre ellas. Propugnaron el establecimiento de <guetos para los grupos étnicos discriminados.
Poco tiempo antes de Gobineau, el inglés Robert Knox (1798-1862), en su obra “Races of Men”, defendió la superioridad de dos razas arias: la sajona y la eslava, y sostuvo la inferioridad de la judía. James Hunt (1833-1869), admirador de Knox y fundador de la sociedad antropológica de Londres, impugnó como “inoportunos prejuicios” la teoría de la igualdad de los seres humanos y de los derechos del hombre.
La concepción racista de la historia influyó profundamente el pensamiento de importantes intelectuales europeos de la segunda mitad del siglo XIX. Hipólito Taine (1828-1893), a pesar de que fue considerado un hombre progresista, afirmó que las civilizaciones son siempre el producto de tres factores principales: la raza, el medio y las circunstancias de tiempo.
El alemán Richard Wagner y el inglés Houston Stewart Chamberlain siguieron las tesis de Gobineau e hicieron de la raza la clave para interpretar la historia. El alemán Alfred Rosenberg, en su “Mito del Siglo XX” publicado en 1930, tuvo mucho que ver con los horrores del nazismo. Murió ahorcado como criminal de guerra en octubre de 1946. Hitler, ferviente y exaltado seguidor de Gobineau, sostuvo en su libro “Mi Lucha”, como parte fundamental de su planteamiento político, que “nadie, fuera de aquellos por cuyas venas circula la sangre alemana, sea cual fuere su credo religioso, podrá ser miembro de la Nación”.
“La mezcla de la sangre y el menoscabo del nivel racial que le es inherente —escribió Hitler— constituyen la única y exclusiva razón del hundimiento de antiguas civilizaciones. No es la pérdida de una guerra lo que arruina a la humanidad, sino la pérdida de la capacidad de resistencia, que pertenece a la pureza de la sangre solamente”.
Con sus profundos prejuicios racistas, el líder nazi escribió que “si dividiésemos a la raza humana en tres categorías —fundadores, conservadores y destructores de la cultura— sólo la estirpe aria podría ser considerada como representante de la primera categoría”. Y agregó: “el antípoda del ario es el judío” que fue invariablemente “un parásito en el cuerpo de otras naciones”.
3. La “superioridad” de una raza. El racismo lleva implícita o explícitamente la idea de la superioridad global de una raza sobre las demás y, en su expresión extrema, propugna el derecho al mando social de la raza superior e incluso la exterminación de las razas tenidas como inferiores, cual ocurrió en los tiempos del hitlerismo.
Los teóricos del racismo tomaron algunas de las ideas de Charles Darwin para respaldar sus teorías. Se valieron de las tesis darwinianas de la “selección natural”, la “lucha por la existencia” y la “supervivencia del más apto” para establecer su determinismo biológico que sustentó toda la estructura teórica de racismo y de la desigualdad humana y para atacar los órdenes sociales democráticos creados por el liberalismo y por los diversos socialismos a partir de las ideas de la Revolución Francesa.
Esta amañada síntesis del <darwinismo con el racismo —que tuvo una expresión característica en las obras del antropólogo francés Georges Vacher de Lapouge (1854-1936) y de Otto Ammon (1842-1916), antropólogo alemán— afirmó con base en la medición de los cráneos y de otros criterios antropométricos la superioridad de la raza aria. Lo cual explica, según su punto de vista, el predominio alcanzado por esta raza en la historia al fundar civilizaciones hegemónicas, crear las ciencias y las artes y alcanzar el progreso económico de las sociedades.
En biólogo y genetista norteamericano James Watson, Premio Nobel de Medicina en 1962 por haber descubierto la doble hélice del ADN, abrió una gran polémica en el mundo al afirmar, en su libro “Avoid Boring People: Lessons from a Life in Science” (2007), que la inteligencia no es igual en todas las razas humanas y que “los negros son menos inteligentes que los blancos”, como lo demuestran todas las pruebas. Escribió que la baja inteligencia de los negros le infunde un profundo pesimismo en cuanto al destino de África. E insistió en que los índices del cociente intelectual tienen un origen genético y que los genes responsables de las diferencias de inteligencia entre los seres humanos se identificarán con entera precisión en el curso de la próxima década.
La falta de inteligencia, según Watson, es una dolencia originada en genes malos o defectuosos.
En 1952 James Watson y Francis Crick descubrieron la estructura del ADN (ácido desoxirribonucleico). El 28 de febrero de 1953 el físico inglés Francis Crick afirmó emocionado en el pub The Eagle de Cambridge que había encontrado “el secreto de la vida”. Se refería a sus investigaciones conjuntas con el científico norteamericano James Watson que habían conducido al descubrimiento de la denominada “doble hélice” del ADN, consistente en una larga y retorcida doble hilera de bases apareadas según el principio de Chargaff, o sea adenina (A) con timina (T) y guanina (G) con citosina (C). La estructura del ADN tiene la forma de una escalera en espiral compuesta por dos hileras de azúcar y fosfato unidas entre sí por esas cuatro bases químicas ordenadas en parejas, que forman una suerte de “travesaños” de la escalera, de modo que siempre la adenina se articula con la timina y la guanina con la citosina. La información genética está contenida en el orden en que las bases están colocadas en la hilera, del mismo modo como la información literaria está contenida en el orden de las letras del texto.
4. Las expresiones del racismo. Cuatro de las expresiones históricas más crueles y generalizadas de racismo fueron la esclavitud de los negros en los siglos XVI al XIX, la discriminación de ellos en Estados Unidos, la exterminación de los judíos por los nazis y el <apartheid sudafricano.
El comercio de seres humanos considerados inferiores para destinarlos al trabajo y a la producción fue casi tan antiguo como el hombre. Pensadores como Aristóteles (383-322 a.C.) y santo Tomás de Aquino (1225-1274) justificaron esa práctica. Creyeron que la esclavitud obedecía “a la naturaleza de las cosas” y admitieron que hay hombres que por su condición no merecen ser libres sino esclavos. Aristóteles afirmó que las personas que carecen de capacidad deliberativa están destinadas a ser esclavos “naturales”. Y consideró justo que así fuera, porque está dispuesto en el orden natural de las cosas.
Esto ocurrió en todas las sociedades de la Antigüedad. Las viejas China e India fueron esclavistas, lo mismo que Babilonia, Asiria, Egipto, Persia y los demás imperios antiguos. También Grecia y Roma implantaron este sistema.
a) La etapa más dramática y cruel de racismo y esclavitud se produjo entre los siglos XVI y XIX, con la trata de negros en las tierras de América. Se los vendía como animales. Y los compradores solían marcarlos con fuego para que no se confundiesen con los esclavos ajenos. Los reclutaban en las costas occidentales de África. Allá llegaban los negreros y en contubernio con los jefes tribales se los llevaban en las calas de sus barcos. Los primeros esclavos negros llegaron a América en 1511. Fueron a parar principalmente a las Antillas, Brasil y después a las trece colonias inglesas de Norteamérica. Millones de ellos eran utilizados como bestias de carga y de trabajo en las plantaciones de café, azúcar, cacao, algodón, tabaco y otros productos tropicales que se enviaban a Europa. La trata fue brutal. Los negros simplemente no eran considerados seres humanos. No tenían “alma”. Por eso fray Bartolomé de las Casas (1484-1566) defendió a los indios pero no a los negros.
El racismo dio como resultado la <esclavitud.
Pero cuando ella fue legalmente abolida le sobrevivió la <discriminación racial. Considerados como seres inferiores, los negros fueron tratados como esclavos en muchos lugares. En los Estados Unidos de América ocurrió eso hasta la guerra civil de mediados del siglo XIX y después, no obstante la ley de emancipación expedida por el presidente Abraham Lincoln en 1863, fueron víctimas de ominosa persecución racial. El <Ku-klux klan, que fue la organización secreta fundada por los racistas blancos en el sur inmediatamente después de la sangrienta Guerra de Secesión (1861-1865) para defender la hegemonía blanca ante la “amenaza” de los esclavos negros que habían obtenido su libertad, fue el eje del racismo persecutor. Sus métodos fueron la intimidación y la violencia. Asesinatos, incendios, muertes en la hoguera y torturas fueron parte de su siniestra agenda. Con sus cuerpos y sus rostros cubiertos con túnicas y sus largos capirotes o capuchas arrolladas en forma cónica, que apenas dejaban agujeros para los ojos, la nariz y la boca, mataron y golpearon en su “raids” a los negros libertos y a los blancos que los defendían. Su hostilidad se extendió también contra los católicos, los judíos, los extranjeros, los trabajadores organizados y los hombres de ideas progresistas.
Como era lógico, la malquerencia racial tuvo con el tiempo una respuesta, que fue el racismo de los negros. Los blancos despreciaban a los negros y éstos odiaban a los blancos. Los líderes negros condenaban el integracionismo y se oponían a los matrimonios mixtos. La vuelta a la madre África era su consigna.
Esta dualidad se proyecta hasta nuestros días. Los integracionistas, a través de presiones políticas y morales —como la marcha sobre Washington en 1941, que conquistó la supresión de la discriminación racial en la industria bélica, o las movilizaciones de masas promovidas por Martin Luther King—, buscan la eliminación de la segregación racial y la unificación social del país. En cambio, los “rupturistas” negros, mucho más radicales, sostienen que no hay manera de alcanzar la integración entre las razas y, en una postura racista de signo contrario, afirman que los blancos son malos por naturaleza. Esta es la forma de pensar de los black muslims que predican el separatismo político de los negros y la vuelta al islam puesto que ellos están destinados a ser salvados por Allah.
El 16 de octubre de 1995 ocurrió en la ciudad de Washington un hecho muy importante. Medio millón de hombres de color —las mujeres fueron excluidas de la movilización— se concentraron en la gran explanada verde frente al Capitolio para reafirmar sus derechos y defender la dignidad de los ciudadanos negros, maltratada por la discriminación de los blancos. Esta fue la marcha más grande de cuantas se habían hecho hasta ese momento en la historia norteamericana en torno al problema racial. Fue convocada por Louis Farrakhan, presidente de una organización denominada “Nación del Islam”, que representaba al sector más extremista del activismo negro y es muy conocido por su prédica racista contra los blancos, los asiáticos, los latinos y los judíos. Su proyecto es la formación de una nación negra y musulmana en el seno de Estados Unidos para buscar la secesión.
Aquí hay una mezcla de racismo y religión. La Nación del Islam es una organización político-religiosa nacida en un templo de Detroit en los años veinte del siglo pasado. Cobró mucha fuerza bajo el liderazgo de Elijah Muhamed y Malcolm X en la década de los sesenta. Pero a raíz del asesinato de Malcolm X en 1963 el grupo sufrió una profunda crisis de organización y liderazgo, de la que salió gracias a Farrakhan, con su exacerbación antisemita y su enconado racismo antiblanco. Actualmente tiene importante presencia en los núcleos urbanos de Chicago, Detroit, Nueva York, Filadelfia y Washington. Se calcula que cuenta con cien mil militantes.
A pesar de la prédica de los derechos civiles y de todas las acciones desplegadas en Estados Unidos para combatir el racismo, las cifras del odio étnico han subido durante los últimos años. Los grupos neonazis, los “cabezas rapadas” y los separatistas negros han aumentado en número y en tamaño. Según un estudio especializado, en 1997 se habían identificado 474 grupos organizados que propagaban el odio racial en tanto que en 1998 la cifra se elevó a 537, de los cuales 163 estaban vinculados al Ku-klux klan, 151 eran neonazis, 48 “cabezas rapadas”, 29 eran organizaciones separatistas negras y los 146 restantes eran grupos más pequeños y menos organizados de diversa orientación. Buena parte de ellos suele usar internet para difundir sus mensajes sobre la supremacía blanca o la supremacía negra a fin de reclutar adeptos para la causa del racismo, especialmente entre los adolescentes. Este medio les permite llegar a un mayor segmento de la población que con los panfletos que antes solían distribuir.
Sin embargo, en las elecciones presidenciales norteamericanas del 4 de noviembre del 2008 ocurrió algo sorprendente: por vez primera en la historia un candidato negro —Barack Hussein Obama Jr.— fue elegido Presidente de Estados Unidos. Obama era hijo de Barack Obama, negro keniata del pueblo Nyang’oma Kogelo, y de Ann Dunham, blanca norteamericana originaria de Kansas. Venció al arquetipo blanco norteamericano: John McCain, candidato por el Partido Republicano, hijo y nieto de almirantes de la armada, aviador naval él mismo, torturado como prisionero de guerra en Vietnam después de que su cazabombardero fuera derribado por un misil, quien encarnaba los valores clásicos de la identidad nacional estadounidense.
Aunque la prensa hablaba del “candidato negro”, era en realidad mulato y estaba casado con una mulata.
El triunfo de Obama se festejó estruendosamente, con el sacrificio de un buey, en la aldea Nyang’omaen de Kenia, donde vivían su abuela paterna, Sarah Obama, sus hermanos de padre y sus demás parientes negros.
En su discurso de asunción del poder el 20 de enero del 2009, ante una gigantesca multitud de tres millones de personas que acudió a la ceremonia de investidura frente al Capitolio, Obama tuvo palabras dramáticas sobre la discriminación racial: “un hombre cuyo padre, hace menos de sesenta años, no podría haber comido en un restaurante local, ahora está delante de ustedes prestando el más sagrado juramento”.
Y es que, sin duda, la elección de Obama fue un paso muy significativo en el proceso de integración de los ciudadanos afroestadounidenses al proceso político y electoral de su país.
Varios días de disturbios y protestas callejeras se produjeron en la pequeña ciudad de Ferguson, Missouri, en Estados Unidos, a partir del 11 de agosto del 2014, a consecuencia de la muerte del joven afrodescendiente Michael Brown, de 18 años de edad, causada por los disparos de un policía. En las movilizaciones de protesta se produjeron saqueos, violencia, enfrentamientos con la policía y lanzamiento de <bombas Molotov.
La ciudad de Ferguson, en la que las dos terceras partes de sus 21.000 habitantes eran afroamericanas, encendió las apagadas tensiones raciales en varias ciudades norteamericanas. El presidente Barack Obama interrumpió sus vacaciones en Massachussets para pedir calma y justicia por la muerte del joven.
Las violencias callejeras, con incendios y saqueos, volvieron repetirse tres meses después en Ferguson y otras ciudades con ocasión del fallo judicial absolutorio otorgado al policía autor de la muerte de Brown.
b) En la Europa de los años 30 del siglo pasado, el racismo y el <nacionalismo fueron los dos grandes <mitos sobre los que se edificó el <nazismo alemán. El mito nacionalista derivó de la exacerbación del sentimiento nacional, hábilmente manipulado por los aparatos de propaganda del régimen, y condujo a los nazis a la megalomía colectiva y al sacrificio de los intereses individuales ante el altar del Estado. El mito racista, fundado en las teorías de Arthur de Gobineau (1816-1882) y de Houston Stewart Chamberlain (1855-1927), defendió la superioridad de la raza aria, a la que tocará dirigir el mundo según las convicciones de Hitler. Estas ideas condujeron al holocausto de varios millones de judíos durante la locura hitleriana.
c) El <antisemitismo es una forma de racismo: es la persecución o la actitud hostil contra los judíos. Tiene muy remotos antecedentes históricos. Se produjo desde antes de la era cristiana, con las invasiones asirias, babilónicas, persas, romanas, bizantinas, árabes, seléucidas que despojaron de sus tierras a los judíos y más tarde con las cruzadas, con la expulsión de los judíos de Inglaterra (1290), Francia (1306 y 1394), España (1492) y el reino de Nápoles (1510-1541), con la discriminación civil y política que ellos sufrieron en las sociedades europeas anteriores a la Revolución Francesa, con los horrores del >zarismo ruso, con la vesania hitleriana, con la diáspora, con la persecución soviética, con las guerras árabes y con muchos otros actos de hostilidad antijudía a lo largo de la historia.
El antisemitismo tiene tres componentes principales que han actuado separada o vinculadamente a lo largo del tiempo: un componente teológico, que es el repudio de los otros credos religiosos al judaísmo; un componente étnico, que se basa en las teorías racistas de Treitschke, Gobineau, Chamberlain y otros pensadores, que pretendieron probar la “inferioridad” de la raza hebraica; y un componente económico, que fue la preocupación de sectores de las burguesías y pequeñas burguesías europeas por el poder económico asumido por ciertas cúpulas judías. A estos factores hay que agregar el ingrediente geopolítico, que está dado por la situación estratégica del territorio que las Naciones Unidas reconocieron a Israel en 1948 para la fundación de su Estado.
El antisemitismo llegó a su clímax con la tiranía de Hitler. Antes, en su libro "Mi Lucha" (1924), el líder nazi había expresado ya sus convicciones sobre la “inferioridad” de la raza judía, que es la “destructora de la cultura” y que vive como “parásito en el cuerpo de otras naciones”. Hitler hizo del antisemitismo una verdadera teoría política. Culpó a los judíos de todos los males de la sociedad germánica, incluso de haber “asesinado por la espalda” al ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. Y sus ideas tuvieron un trágico desenlace en el holocausto, es decir, en la muerte y tortura de millones de judíos en los campos de concentración del <nazismo.
A veces es difícil establecer hasta dónde llega el antisionismo, que es una cuestión política, y desde dónde comienza el antisemitismo, que es un asunto étnico. Esas dos actitudes están a menudo entrelazadas. La lucha contra el “expansionismo sionista”, encarnado en el Estado de Israel, sirve con frecuencia de parapeto al odio y a los prejuicios étnicos antijudíos.
5. Los actuales brotes de racismo. Hay un despertar del racismo en Europa. Las situaciones de segregación, fundadas en consideraciones raciales, se han multiplicado. Son cada vez más frecuentes los fenómenos de exclusión o de agresividad contra personas o grupos en razón de que su apariencia física, sus características étnicas, su lenguaje, sus expresiones culturales y religiosas difieren de las del grupo dominante. Ellas son interpretadas como indicios de una inferioridad innata e inspiran las prácticas discriminatorias y, a veces, incluso de exclusión violenta de los grupos o personas alógenas. Sin duda, son los sectores políticos de la derecha europea más añeja —los neofascistas y los neonazis— los que han exacerbado el etnocentrismo, o sea la tendencia a defender incluso por la fuerza su identidad étnica y cultural y a proteger los valores, creencias y costumbres que se consideran amenazados por la apertura, la inmigración y la presencia de personas extranjeras. Advierten el ingreso de inmigrantes de Asia, África y América Latina como un peligro para la estabilidad de un país o para su identidad cultural. Esto ha llevado hacia un recrudecimiento de los <nacionalismos, los <chovinismos, la >xenofobia y el racismo.
El fenómeno ha alcanzado características dramáticas en algunos lugares. En los países marxistas de Europa del este, al desaparecer la férula ideológica y política que en el pasado les cohesionó férrreamente, se han puesto en evidencia sus soterradas contradicciones de carácter étnico, religioso, cultural y regional.
Ellas afloraron con inusitada fuerza y en algunos casos abrieron confrontaciones armadas entre los grupos nacionales, con diferencias étnicas, culturales, lingüísticas, religiosas y de costumbres.
A principios de los años 90 del siglo pasado Checoeslovaquia se dividió en dos nuevos Estados: la República Checa y la República de Eslovaquia, si bien por medio de un acuerdo pacífico. Yugoeslavia se partió en cinco Estados distintos: la República Federal de Yugoeslavia (compuesta de Serbia y Montenegro), Croacia, Eslovenia, Macedonia y Bosnia-Herzegovina. En el territorio de esta última se inició en 1991 una de las mas sangrientas guerras civiles de que se tenga noticia, que duró cuatro años, encendida por los viejos odios religiosos y étnicos entre los eslavos de Serbia y los musulmanes de Bosnia. La Unión Soviética se disolvió en medio de agudas contradicciones culturales, políticas, económicas y étnicas. De las quince repúblicas que la integraban se desprendieron Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Kazajstán, Belarús (antes Bielorrusia), Estonia, Kirguistán, Letonia, Lituania, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán. Y a mediados de diciembre de 1994 se inició la sangrienta lucha secesionista de Chechenia, república predominantemente musulmana, que produjo miles muertos, centenares de miles de desplazados y la ciudad de Grozny destruida en dos meses de combates entre las tropas rusas y las fuerzas separatistas chechenes. Este episodio conmovió al mundo por su brutalidad. Todo lo cual demuestra que la confrontación étnico-cultural entre los pueblos puede llegar a extremos de ferocidad increíbles.
En el fondo de todas estas luchas secesionistas estuvo la cuestión étnica, cultural y religiosa.
En la crudelísima guerra civil que, desde 1991 hasta 1995 enfrentó a los eslavos serbios contra los musulmanes bosnios y aquéllos contra los católicos croatas, se esgrimió como argumento por los eslavos de Belgrado la necesidad de una “limpieza étnica”. Así lo proclamaron tanto el jefe de Estado de Serbia, Slobodan Milosevic, como el presidente de los serbios de Bosnia, Radovan Karadzic. Y en nombre de esta proclama racista dieron muerte a decenas de miles de musulmanes bosnios y católicos croatas.
Intentando justificar la operación, el psiquiatra y político serbio Jovan Raskovic afirmó en uno de sus libros publicados en Francia —en los que destila racismo y fanatismo religioso— que “los croatas, afeminados por la religión católica, sufren de un complejo de castración que los somete a una total incapacidad de ejercer la menor autoridad” mientras que “los musulmanes de Bosnia y Herzegovina son víctimas, como diría Freud, de frustraciones rectales que los incitan a amasar riquezas y a refugiarse en actitudes fanáticas” y que “los serbios, ortodoxos, son los únicos capaces de ejercer una autoridad real sobre los otros pueblos de Yugoeslavia”.
No hay diferencia de forma y de contenido entre estas palabras y las que en su hora pronunció Hitler en favor de la raza aria. Pero en ese conflicto tripartito, como lo hizo notar el sociólogo y economista español Manuel Castells, ninguno de los líderes serbios, croatas y bosnios estuvo libre de culpa y pudo lanzar la primera piedra contra el racismo, puesto que Ante Pavelic, el dictador croata que fue títere de Hitler durante la ocupación de los nazis, cometió toda clase de atropellos contra sus compatriotas y aún se recuerdan las duras expresiones del presidente Franjo Tudjman de Croacia contra los judíos. En cuanto a los musulmanes, su presidente Alija Izetbegovic publicó hace unos años su "Declaración Islámica" en la que condenó los vínculos de los musulmanes con los sistemas no islámicos. De modo que el racismo y el odio religioso constaron en el orden del día de los líderes serbios, croatas y bosnios.
Tres años más tarde los serbios de Yugoeslavia bajo el liderazgo del mismo Slobodan Milosevic emprendieron una nueva “limpieza étnica”, esta vez contra la población albano-kosovar en la provincia de Kosovo, situada al sur del país, lindante con Albania y Macedonia. Los albano-kosovares han pugnado por su independencia de Yugoeslavia a partir de la muerte del mariscal Tito en 1981. Desde los tiempos de Tito Kosovo gozaba de una cierta autonomía pero en 1989 Milosevic la revocó y disolvió la asamblea y el gobierno provinciales. En 1998 se iniciaron los choques entre los rebeldes separatistas de Kosovo y las fuerzas policiales y militares de Belgrado, que produjeron más de 2.000 muertos y centenares de miles de refugiados, y que sólo cesaron por la intervención armada de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que realizó 78 días de intensos bombardeos sobre puntos estratégicos de Belgrado y otras ciudades yugoeslavas, hasta que Milosevic capituló y aceptó el plan de paz unilateralmente propuesto por la alianza atlántica.
En lo que fue su primera misión bélica en sus 50 años de vida, la OTAN decidió ejercer el derecho de injerencia humanitaria en Kosovo —a espaldas del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas— para defender la integridad de su población y el 23 de marzo de 1999 su secretario general Javier Solana dio la orden a las fuerzas aliadas de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y otros países, comandadas por el general norteamericano Wesley Clark, de iniciar los bombardeos aéreos contra Yugoeslavia con el propósito de detener la “catástrofe humana”. El gobierno ruso impugnó el uso de la fuerza sin la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin embargo, las acciones bélicas a cargo de los bombarderos B-2, B-52, F-117, F-15, F-16, Mirage, Jaguar y Tornado, con apoyo de portaviones, buques y submarinos armados con misiles de crucero tomahawk, prosiguieron hasta la capitulación del gobierno serbio.
Recién entonces intervino el Consejo de Seguridad al aprobar el 10 de junio de 1999, por el voto de 14 de sus miembros y con la abstención de China, la resolución que autorizó el ingreso a la provincia de Kosovo de 48.000 efectivos militares en misión de paz —KFOR— para garantizar el retorno de más de un millón de refugiados y asegurar en ella la convivencia pacífica. Sin embargo, la fuerza internacional de paz tuvo que afrontar nuevos problemas en la región porque, con el regreso de los refugiados albanokosovares llenos de rencor, la persecución cambió de dirección: los serbios de persecutores se convirtieron en perseguidos y muchos de ellos fueron asesinados, sus casas quemadas, destruidas sus propiedades a manos de los albanokosovares, hasta que finalmente tuvieron que emigrar de la provincia. Y Kosovo se separó finalmente de Serbia el 15 de febrero del 2008, cuando su parlamento proclamó unilateralmente la independencia nacional y la formación de un nuevo Estado.
El racismo, en realidad, existió siempre. Las pugnas étnicas, culturales, regionales y religiosas estuvieron presentes permanentemente en la vida de los pueblos. Lo que en muchos casos ocurrió fue que la ortopedia autoritaria de los regímenes totalitarios impidió que esas contradicciones afloraran a la superficie social. Y fueron sofocadas por la fuerza. Cuando eso terminó y los pueblos recobraron su libertad, los sentimientos enclaustrados y las ideas acalladas emergieron con gran fuerza.
Lo cierto es que el racismo no ha sido todavía superado. Incluso puede hablarse de que se ha incrementado en el mundo, frente a lo cual las Naciones Unidas reunieron del 31 de agosto al 7 de septiembre del 2001 en la ciudad de Durban, Sudáfrica, la Conferencia Mundial contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia con el propósito de aprobar normas vinculantes de carácter internacional que coadyuvaran a extirpar en el mundo el fantasma de las exclusiones étnicas. Pero, paradógicamente, esa conferencia contra el racismo —reunida durante el recrudecimiento de la <intifada en los territorios ocupados de Palestina— se convirtió en una demostración de antisemitismo, ya que los delegados musulmanes, en medio de encendidos debates, pretendieron sin éxito alcanzar una declaración que incriminara al >sionismo como una forma de racismo.
La Conferencia de la ONU sobre el racismo volvió a reunirse en Ginebra los días 20 al 24 de abril del 2009, con la participación de 103 Estados miembros de la Organización Mundial pero con la ausencia de Israel, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Holanda, Italia, Nueva Zelandia, Polonia y Australia. En medio de bochornosos incidentes promovidos por el brutal discurso antisemita del presidente Mahmud Ahmadinejad de Irán, que produjo el abandono de la sala de las delegaciones de veintidós países europeos, se alcanzó una declaración de consenso en la que volvió a condenarse el racismo, la xenofobia y la discriminación pero en la que se incluyó la frase de que el Holocausto “jamás debe ser olvidado”.
6. La sociobiología como nueva expresión del racismo. Muchos ven en la llamada sociobiología, de reciente aparición, una novísima manifestación de racismo. Esta nueva ciencia —ciencia en formación, realmente— se propone buscar las relaciones entre la naturaleza biológica del ser humano y las formas de organización y de gobierno de las sociedades. Trata de identificar los factores citológicos, endócrinos e histológicos que “influyen” o acaso “determinan” el comportamiento social del hombre y, por ende, de las colectividades humanas organizadas.
Algunos han visto en esta nueva ciencia una posición neodarwinista no sólo porque sostiene que las conductas se transmiten hereditariamente por medio del código genético sino también porque en ellas se produce una suerte de “selección natural” en la que prevalecen y se refuerzan aquellos comportamientos que mejor se adecuan al medio, y se eliminan los demás. Establece relaciones entre los datos biológicos —de orden citológico, endócrino e histológico— y la idiosincrasia de los pueblos y señala las interacciones entre el componente biológico y el cultural, esto es, entre los genes y las ideas. De este modo la nueva corriente científica pretende explicar el origen y condicionamiento de fenómenos sociales tales como la defensa instintiva de la identidad étnica, el tribalismo, el odio hacia lo extranjero, el fanatismo religioso y otras características específicas de cada uno de los grupos humanos.
Su tesis central es, en definitiva, que hay una necesaria correspondencia entre la biología y la idiosincrasia de los pueblos.
7. El racismo múltiple de América. El racismo tuvo también ecos en algunos pensadores latinoamericanos de aquel tiempo. Su fuerza se descargó preferentemente contra el indio, el negro y el mestizo. El escritor boliviano Alcides Arguedas (1879-1946) sostenía la tesis de que el indio soportaba una genética falta de previsión, sufría la atrofia del sentido ético y era más o menos indiferente ante la muerte. Su concepto del mestizo era aun peor. Dijo que la mezcla de sangres rebaja al hombre e impide el progreso. Según él, los vicios principales del cholo —o sea el mestizo de blanco e indio— son el alcoholismo y la pereza. Afirmó que la insuficiencia mental, degeneración, atavismo e inferioridad son los rasgos del hispano-indio, para concluir que “la mezcla de las razas es la explicación del atraso en Bolivia”.
Antes que Arguedas, el sociólogo y escritor argentino Carlos Octavio Bunge (1875-1918) ya había escrito que el indio estaba dominado por la “pasividad” y el “fatalismo” y que de su “mala sangre” nacían los vicios políticos del “caciquismo” y del “servilismo”. Del negro dijo que era incapaz de creación intelectual o artística. Y calificó a los mestizos y mulatos como “impuros” y “atávicamente anticristianos”, de quienes dijo que eran una hidra fabulosa de dos cabezas que estrangulaba a Hispanoamérica.
El racismo tiene vías cruzadas en América: del blanco contra el indio, el cholo y el negro. Del mestizo contra el indio. Del indio contra el blanco y contra el mestizo. Del negro contra el blanco. Es una trama muy compleja.
El racismo del blanco contra el indio, el negro, el cholo, el mulato y el zambo es cosa averiguada. En lo que quiero insistir es en las otras direcciones del racismo, que son menos conocidas. El escritor boliviano Fausto Reinaga (1906-1994) —fundador en 1962 del Partido Indio Boliviano y en 1977 de la Comunidad India Mundial— predica una “indianidad” radical en la que no hay espacio para el cholo ni para el blanco. Piensa que la “revolución india” se producirá cuando “despierte y se ponga a andar la sociedad inka, maya, azteca, piel roja” en búsqueda del “poder indio”.
Reinaga ataca inmisericordemente al mestizo, al que le acusa de “racismo” con respecto al indio. “El racismo mestizo es un odio absoluto al indio”, dice. Rechaza por igual el marxismo y el cristianismo. Afirma que Cristo y Marx son odio. Y que ambos matan al indio. Considera que el mestizo —el cholo—, sea fraile, historiador, antropólogo o político, es siempre un títere de la europeización de las comunidades indias de América.
Pero, obviamente, Reinaga ha sido también acusado de “racismo” contra el mestizo y contra el blanco. De un racismo "al revés". En todo caso la posición suya es antihistórica porque los países americanos que tienen componente indio en su población van inevitable e irreversiblemente hacia la cruza de sangres, es decir, hacia el mestizaje. Cada vez los mestizos serán en mayor número y su influencia social y política crecerá.
Existe también un racismo de los negros contra los blancos que tiene su epicentro en Estados Unidos. Marcus Garvey, que fue el gran líder negro de comienzos del siglo XX, fundó un movimiento denominado Universal Negro Improvement Association bajo el sueño de unir a todos los pueblos negros del mundo para reintegrarlos en una África libre. Garvey condenó el integracionismo y se opuso a los matrimonios mixtos. La vuelta a la madre África era su consigna. En la bifurcación de la estrategia de lucha de los negros en Estados Unidos —entre quienes postulan la integración y quienes propugnan la ruptura— los “rupturistas” son mucho más radicales y sostienen que no hay manera de alcanzar la integración entre las razas y afirman que los blancos son malos per natura. Esta es la ideología de los black muslims, que predican el separatismo político de los negros y la vuelta al islam puesto que ellos están destinados a ser salvados por Alá. Postulando la consigna de que "black is beautiful" trataron de devolver al hombre negro su autoestima y de crear un “poder negro”.
En la primera década del siglo XXI, un clérigo musulmán con tendencias demagógicas llamado Louis Farrakhan, líder de una organización racista negra denominada Nación del Islam, revivió el racismo antiblanco en Estados Unidos en términos muy violentos y con ingredientes raciales y religiosos.