El conquistador español Hernán Cortés (1485-1547), natural de Medellín en Extremadura, acompañó en 1511 a Diego de Velásquez, enviado por Diego Colón para someter y colonizar la isla de Cuba. Y siete años más tarde zarpó de Santiago de Cuba con destino a las costas de México al mando de diez naves, 550 españoles, 300 indios, unos cuantos negros, 10 cañones de bronce y 12 caballos.
Llegó a la isla de Cozumel, en la bahía de Yucatán, y a principios de la primavera de 1519 ancló sus naves frente a las costas de San Juan de Ulloa. Poco tiempo después se estableció en lo que actualmente es Veracruz (y que entonces fue llamada Villa Rica de Vera Cruz), desde donde preparó la conquista del grande y rico imperio de Moctezuma.
Pero como algunos de sus hombres, temerosos de arrostrar los peligros de la dura lucha contra los aztecas, querían regresar a Cuba, dice la leyenda que Cortés mandó quemar sus barcos y echarlos a pique para que la retirada fuera imposible. Hecho esto, el 16 de agosto de 1519 emprendió la marcha hacia la conquista de México.
A partir del recuerdo de ese acto, se usa la frase “quemar las naves” para indicar una decisión de efectos irreversibles, de la que no puede volverse atrás. Es parecida a la expresión “la suerte está echada” que se atribuye a Julio César al cruzar el Rubicón para iniciar su campaña militar de sesenta días sobre Roma y la toma revolucionaria del poder.