Se denomina así al conjunto de medidas de política económica que buscan reducir o impedir los flujos de importación de mercancías en un país para defender su producción interna. Esas medidas son de variada naturaleza. Unas consisten en la imposición de un tributo en frontera, sea para desalentar la importación, sea para que los precios de venta de los productos extranjeros no puedan competir con los de fabricación nacional. Otras son la fijación de cupos de importación, de manera de regular cuantitativamente el flujo de mercancías del exterior. De este modo se protege el mercado local. Se ha usado mucho el recurso de oponer salvaguardias, o sea barreras temporales a la importación con el propósito de proteger las industrias internas en dificultades. Hay también medidas no arancelarias de carácter administrativo, fito-sanitario o de cualquier otra naturaleza que erigen vallas al ingreso de bienes extranjeros. La Unión Europea se inventó artificios proteccionistas como las “restricciones voluntarias a la exportación” y los “acuerdos de comercialización ordenada”, que burlaron normas y principios del comercio internacional en perjuicio de los países del sur. Algunos autores añaden, dentro del arsenal de medidas proteccionistas, los subsidios o subvenciones reconocidos por el Estado a sus productores en compensación por la apertura del mercado interno a la competencia de fuera. Es discutible que esta medida se pueda inscribir dentro del esquema proteccionista porque no es realmente una medida de frontera. De cualquier manera, la finalidad última de todas ellas es la misma: proteger la producción nacional frente a la competencia extranjera.
El proteccionismo es una política económica —especialmente comercial— destinada a defender a los productores locales mediante las prohibiciones, cuotas, barreras arancelarias y no arancelarias u obstáculos administrativos opuestos a la importación de bienes. Se considera que los productores locales, de otro modo, no podrían competir con los del exterior, sea en calidad, sea en precios, sea en ambas cosas a la vez.
El proteccionismo ha sido duramente combatido en los últimos años en nombre de la apertura económica y del abatimiento de los aranceles. La tendencia es a establecer un mercado abierto, transparente, multilateral, fluido y no discriminatorio en el que circulen libremente los factores de la producción: personas, bienes, servicios, capitales y tecnologías. El mundo es cada vez más un solo mercado como consecuencia del proceso de globalización de la economía. Las barreras arancelarias ya no existen o están en proceso de eliminación, las zonas de libre comercio se han extendido sobre el planeta, el flujo libre de todos los factores de la producción se ha impuesto y asistimos a un proceso de universalización de la economía impulsado con fuerza, como resulta lógico, por los grandes países que tienen mucho que vender y, por tanto, muchos mercados que conquistar.
Sin embargo, las medidas proteccionistas —particularmente las no arancelarias— subsisten contra los países del sur. El comercio internacional es profundamente discriminatorio. Tan pronto como un producto de estos países resulta competitivo en los mercados del norte, se levantan los obstáculos proteccionistas con cualquier pretexto.
Con frecuencia los países industriales invocan como pretexto para su neoproteccionismo el llamado eco-dumping, o sea el no reflejo de los costes ambientales en los precios de las exportaciones de los países periféricos, y el dumping social relacionado con el bajo nivel de salarios de estos países que coloca a ciertos productos suyos —bienes agrícolas, calzado, textiles, artículos alimenticios, bebidas alcohólicas, electrodomésticos, etc.— en ventaja en el mercado internacional. A esto los países desarrollados consideran “competencia desleal” e imponen para contrarrestarla medidas neoproteccionistas. Lo cual ha dado lugar a que, como afirma el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en su "Informe sobre Desarrollo Humano 1997", “el promedio de los aranceles con que los países industrializados gravan sus importaciones de los países menos adelantados son 30% superiores al promedio mundial”.
Esto es parte de la confrontación <norte-sur.
La gran acusación que ha hecho Francia y otros países industriales es que la utilización de mano de obra barata permite a los países atrasados que sus mercancías puedan llegar a menores precios a los mercados extranjeros. Mas en realidad el pago de esos salarios no constituye un “truco” de comercialización, como pretenden los países del norte, sino que se inscribe dentro del régimen general de remuneraciones que corresponde a las condiciones estructurales de sus economías.
Los orígenes históricos del proteccionismo están en el <mercantilismo que se extendió por Europa durante los siglos XVI y XVII. Sus principios fueron aplicados con particular rigidez en Francia por Jean Baptiste Colbert (1619-1683), el célebre ministro de Luis XIV. La tesis central de esta escuela económica fue que el secreto de la riqueza de los Estados residía en la acumulación de metales preciosos —oro y plata, principalmente— ya que con ellos, que eran la única moneda de valor internacional, se podía adquirir todo. El mercantilismo, por tanto, con la <balanza comercial favorable como objetivo principal de su política económica y bajo la consigna en el comercio exterior devender todo y comprar nada, estableció impenetrables barreras arancelarias —como la famosa tarifa aduanera de Colbert— a fin de impedir la salida de reservas metálicas y favorecer su acumulación por el Estado.
La tendencia proteccionista se acentuó en Europa y los Estados Unidos de América durante todo el siglo XIX y la mayor parte del XX. El proteccionismo fue un elemento fundamental de la política económica durante este largo período. La industria europea, especialmente la alemana, se desarrolló al abrigo de las barreras aduaneras. Lo mismo ocurrió en América del Norte. Además el proteccionismo durante todo este tiempo formó parte de la teoría de la autarquía y de la seguridad de los Estados en un mundo sacudido por guerras y tensiones. El que todos los bienes y servicios fueran fabricados internamente daba la sensación se seguridad a los Estados frente a cualquier emergencia. Recién a partir de 1948, al iniciarse el proceso de reconstrucción económica de la postguerra y al instituirse el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), se iniciaron los esfuerzos por la eliminación del proteccionismo y la liberación del comercio internacional, aunque con grandes dificultades. Los aranceles aduaneros estaban profundamente arraigados en las concepciones económicas y políticas de los Estados. En la órbita comunista ellos estaban inseparablemente unidos a su concepto de seguridad nacional. Las relaciones entre los países industrializados de Occidente y los miembros del bloque oriental fueron muy difíciles. La <cortina de hierro impedía el paso de todo: ideas, personas, bienes, servicios y tecnologías. Era el proteccionismo total. Esta rigidez evolucionó lentamente. Primero se abrieron un poco las posibilidades de comercio en el seno de cada uno de los dos grandes bloques en que se había dividido el mundo. Después hubo un tímido y reducido intercambio entre ellos, que se veía interrumpido con frecuencia por los avatares de la <guerra fría. Fue preciso que cayera el muro de Berlín y se produjera el colapso de la Unión Soviética para que, bajo el diseño de un mundo unipolar, cobraran impulso la <globalización de la economía, la internacionalización de la producción y el abatimiento de los dispositivos proteccionistas.
Sin embargo, muy a pesar de la liberalización de la economía mundial y del “comercio libre” que postulan con tanta fuerza como interés los Estados desarrollados, han surgido políticas neoproteccionistas en el comercio internacional en perjuicio de los países del >tercer mundo, que se han concretado en las presiones ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) para que elimine lo que aquéllos llaman “dumping social” o “dumping laboral”, para referirse a la ventaja que en los mercados exteriores tienen algunas de las exportaciones de los países pobres en razón de los bajos salarios y los exiguos beneficios que reconocen a sus trabajadores. Lo cual les permite entregar productos de exportación a menores precios y obtener, por este medio, superioridades relativas en el mercado internacional. A fin de evitar esto los países industriales instan a la OMC para que incorpore la llamada “cláusula social” en la política económica de los países subdesarrollados, en virtud de la cual éstos deberán instrumentar programas de mejoramiento salarial.
Dentro de esta política de neoproteccionismo incluso han llegado a proponer sanciones comerciales e impuestos compensatorios contra los países que ejercen el supuesto dumping social, que en realidad no es tal puesto que los bajos salarios y las exiguas garantías laborales no son maniobras o trucos implementados ex professo para bajar el precio de las exportaciones sino el resultado de las propias condiciones estructurales de sus economías.
Los Estados industriales han formulado también la acusación de “eco-dumping” o “dumping ecológico” contra los países periféricos, por abaratar sus exportaciones al no conferir un valor monetario a la depredación del medio ambiente, o sea al no incorporar el factor medioambiental a sus costes de producción. Han planteado, en consecuencia, la creación de impuestos compensatorios al ingreso de las mercancías procedentes de tales países para precautelar sus propias economías industriales, proteger a sus industrias no competitivas, evitar la salida de capitales y el detener el desempleo de su fuerza laboral. Lo cual pone en evidencia un comportamiento absolutamente desleal: imponen la <globalización en lo que les es favorable y la rechazan en todo lo que afecta a sus intereses.