Es la suma del valor de los bienes y servicios finales producidos en un país durante un período determinado, sin deducción alguna, ni siquiera la de amortización, independientemente de la nacionalidad de los propietarios de los factores. Constituye el indicador o la medida principal de la actividad económica de un país. Tiene un carácter global y sirve para las comparaciones internacionales.
El producto interno bruto (PIB) mide el valor de la producción de un país a precios finales de mercado. Incluye la parte de los ingresos generados internamente y transferida al exterior. Aquí reside la diferencia conceptual con el producto nacional bruto (PNB), que excluye de su contabilidad las partes de los ingresos generados internamente y transferida a residentes del exterior por concepto de los factores trabajo y capital.
El producto interno bruto toma en cuenta solamente los productos y servicios finales, o sea que margina a los productos que sirven para crear otros productos —el cuero para hacer zapatos, por ejemplo—, y los contabiliza a los precios de mercado. El PNB excluye también los bienes y servicios producidos fuera del país por productores nacionales afincados en otro país.
A pesar de sus imprecisiones, el PIB es el indicador más generalizado para medir el desenvolvimiento económico de los países. Usualmente hace su contabilidad en dólares de los Estados Unidos.
El profesor canadiense John Galbraith (1908-2006) atribuye al economista norteamericano Simon Kuznets (1901-1985) el haber contribuido a la ciencia económica en los años 40 del siglo anterior con esta fórmula de medición del rendimiento de una economía nacional —el producto interno bruto— fundada en la valoración estadística de la producción total anual de bienes y servicios, capaz de dar a los g obernantes y administradores públicos la medida no sólo de lo que se estaba haciendo sino además de lo que se podía hacer, que sin duda fue un instrumento estadístico muy importante para las tareas de gobierno.
De la división del producto interno bruto para el número de habitantes de un país resulta el producto per cápita. Cifra que es muy engañosa en los países de grandes contrastes porque encubre en la abstracción de los promedios los altos ingresos de ciertos grupos y las postergaciones de otros.
La aplicación en términos absolutos del índicador del producto interno bruto puede llevar a conclusiones aberrantes, como la de registrar, por ejemplo, un crecimiento económico en función del número de accidentes automovilísticos, plasmado en el incremento de las actividades médicas, de los servicios mecánicos, de la fabricación de automóviles, de la prestación de los servicios de seguros y de las operaciones de pompas fúnebres a causa de tales accidentes. Este indicador puede llegar a presentar los accidentes de automóviles como un índice de crecimiento macroeconómico.
Si el crecimiento del PIB se da por un aumento de las exportaciones de minerales o de petróleo en un polo de desarrollo de gran densidad de capital dentro de un país, el aumento de ese indicador no se traduce en una reducción de la pobreza ni, en esas condiciones, el incremento del PIB per cápita significa necesariamente un crecimiento del consumo privado por persona.
Éste, lo mismo que el producto nacional bruto (PNB), es un indicador muy limitado y parcial para medir el progreso de un país, especialmente en sus elementos cualitativos. No sirve para determinar los grados de bienestar social. Se han propuesto, por eso, fórmulas alternativas. Una de ellas ha sido la del bienestar nacional neto (BNN) sugerida por el investigador francés Philippe Saint-Marc, que resulta de ponderar una serie de factores: renta per cápita, nivel de consumo, forma de trabajo, duración de la jornada laboral, tiempo que toma cotidianamente el traslado del hogar al lugar de trabajo, clase de vivienda, etc. A ellos se deben añadir consideraciones ecológicas. De modo que conspiran contra el bienestar nacional neto la contaminación del agua y del aire, la acumulación de desechos sólidos, la carencia de espacios verdes, el alejamiento de la naturaleza, el hacinamiento, el ruido y otros factores de este orden. En los países desarrollados con frecuencia los niveles de ingreso y las comodidades modernas, que han alcanzado alturas admirables, se ven contrarrestados por el brutal deterioro de la naturaleza que degrada la vida humana.
Estas y otras consideraciones llevaron al economista pakistaní Mahbub ul Haq (1934-1998) —el inspirador de la noción del <desarrollo humano— a buscar una medición que “no sea tan ciega a los aspectos sociales de las vidas humanas”, como son el PIB y el PNB, y a encontrar una fórmula alternativa de medición de los componentes cuantitativos y cualitativos de la vida social. Entonces propuso el <índice de desarrollo humano (IDH) fundado en tres principales elementos referenciales: longevidad, educación e ingreso per cápita, que ha sido desenvuelto y perfeccionado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) desde 1990.
Más completa es la fórmula propuesta por el PNUD, denominada índice del desarrollo humano (IDH), que incorpora nuevos elementos a la medición y que combina indicadores cuantitativos y cualitativos. Esta nueva fórmula pretende ser una medida del bienestar de un pueblo, de sus condiciones integrales de vida, de su índice de felicidad. Ella contiene un summum de elementos diversos que forman la calidad de vida humana. Comprende tres componentes básicos: longevidad, conocimientos e ingreso. La longevidad es la esperanza de vida al nacer que tiene cada persona, los conocimientos se miden por el nivel educacional, la alfabetización de adultos y la tasa combinada de matriculación primaria, secundaria y terciaria; y el ingreso se calcula por el caudal dinerario que percibe periódicamente cada familia, aunque no garantiza por sí solo una mejor calidad de vida. El ingreso alto indica, por supuesto, mejores condiciones materiales para vivir mejor pero él es siempre una mera posibilidad que depende del uso que las personas den al dinero.
Con esta fórmula se pone en evidencia que no existe necesariamente una relación directamente proporcional entre ingreso y desarrollo humano. Colombia, Costa Rica, Chile, Guayana, Madagascar, Sri Lanka —anota el PNUD— han logrado reflejar el nivel de su ingreso en las condiciones de vida de sus habitantes, y aun puede afirmarse que el progreso humano ha superado el nivel de sus ingresos, pero en otros países —como Angola, Arabia Saudita, Argelia, Emiratos Árabes Unidos, Gabón, Guinea, Libia, Namibia, Senegal y Sudáfrica— su renta nacional va por delante del desarrollo humano de su población.
Esto demuestra que no siempre el nivel de ingresos de un país significa un avance en términos de desarrollo humano.
Con base en esta nueva fórmula el PNUD clasificó a los países en el año 2011 en función de sus índices de desarrollo humano. Según este cuadro —que estudió 187 países—, Noruega estaba en el primer lugar en desarrollo humano, seguida de Australia, Holanda, Estados Unidos, Nueva Zelandia, Canadá, Irlanda, Liechtenstein, Alemania, Suecia, Suiza, Japón, Islandia, Corea del Sur, Dinamarca, Israel y los demás países. Por cierto que este cuadro es susceptible de pequeñas variaciones a través de los años. Los países desarrollados se turnan en los primeros lugares. De todas maneras, se nota muy claramente que el escalafón, en función del desarrollo humano, no coincide con el del producto interno bruto. Hay países que están adelante en la medición cuantitativa (PIB) y postergados en la cualitativa (IDH). Lo cual quiere decir que la distribución de su ingreso no es eficiente o que los recursos no están empleados en concordancia con las prioridades humanas.
En América Latina y el Caribe el país mejor situado fue Chile, que ocupó el puesto 44, seguido de Argentina (45), Barbados (47), Uruguay (48), Cuba (51), Bahamas (53), México (57), Panamá (58), Antigua y Barbuda (60), Trinidad y Tobago (62), Costa Rica (69), Venezuela (73), Perú (80), Dominica (81), Santa Lucia (82), Ecuador (83), Brasil (84). Los más atrasados fueron: Haití (158), Santo Tomé y Príncipe (144), Guatemala (131), Nicaragua (129), Honduras (121), Guyana (117), Bolivia (108) y Paraguay (96).
En el contexto total los países más rezagados fueron: República Democrática del Congo (187), Níger (186), Burundi (185), Mozambique (184), Chad (183), Liberia (182), Burkina Faso (181), Sierra Leona (180), República Centroafricana (179) y Guinea-Bissaud (176). Todos situados en África.
Para formular el escalafón del IDH el PNUD ponderó el progreso medio de los países en tres aspectos prioritarios del desarrollo humano: a) vida larga y saludable para su población, medida a través de la esperanza de vida al nacer; b) educación, medida a través de la tasa de alfbetización de adultos y la tasa bruta combinada de matriculación en nivel primario, secundario y terciario; y c) nivel de vida digno, medido a través del producto interno bruto per cápita.
El desarrollo humano está dado por la atención a las necesidades básicas de la población. Los indicadores tradicionales, todos ellos de carácter cuantitativo, no son hábiles para medir el grado de bienestar. El PIB ni el PNB, puesto que sólo registran las transacciones de relevancia económica medibles en dinero, son hábiles para reflejar realmente los grados de bienestar humano. Miden los medios, o sea los ingresos monetarios y las transacciones, pero no los fines de la vida social que son el bienestar y el desarrollo humano. Consideran en condiciones de igualdad lo bueno y lo mano, lo útil y lo inútil, lo beneficioso y lo perjudicial. Dan la misma importancia, por ejemplo, a la manufactura de cigarrillos o armas químicas que a la de alimentos. Consideran que los bienes de la naturaleza son gratuitos y no contabilizan la degradación del medio ambiente ni el agotamiento de los recursos naturales. No otorgan valor al tiempo libre, a la libertad, a los derechos humanos ni a otros elementos de la convivencia social no cotizables en dinero. Ellas son algunas de las deficiencias de estas fórmulas económetricas, por perfeccionadas que sean.
En la >sociedad del conocimiento se ha inventado un nuevo parámetro para medir el desarrollo, que los norteamericanos lo llaman connectivity. Es el número de computadores personales conectados a internet. En función de este factor el mundo se divide entre países “conectados” y países “no conectados”. Mientras mayor es el número de ordenadores per cápita incorporados a la red mayor es el grado de desarrollo de un país.