Expresión surgida en los círculos de la izquierda universitaria norteamericana a fines de los años 80 del siglo pasado, que fue usada para eliminar en las manifestaciones culturales todo reflejo de dominación de una cultura sobre otras y evitar con ello herir las susceptibilidades de las minorías étnicas, culturales y sexuales de los Estados Unidos.
Por esa época, en las universidades y en los colleges la “cultura” de lo “políticamente correcto” suscitó la adhesión de los movimientos antirracistas y feministas, fue recogida por los politólogos norteamericanos y difundida luego por los medios de comunicación.
Así hizo fortuna la expresión “politically correct” para implantar un clima de tolerancia para las diferencias culturales, polìticas, religiosas, étnicas y de cualquier otro orden dentro de la sociedad y a veces también para designar con palabras suaves realidades duras.
Pero la cultura de lo “políticamente correcto” ha llegado a extremos casí ridículos en cuanto a hipocresía social y al manejo de los eufemismos. Por ejemplo, en los Estados Unidos ealgunos sectores comprometidos con la defensa de los animales han pretendido eliminar la expresión zoological garden, tenida como despectiva, y reemplazarla por la locución “parques para la conservación de la vida salvaje”; y ciertas avanzadas feministas han tratado de eludir la palabra woman (mujer) por incluir la sílaba man, que significa “hombre”. En el tratamiento a los negros ha ocurrido algo parecido: mientras éstos se llaman a sí mismos blacks —recordemos la consigna del black power— lo “políticamente correcto” es utilizar la expresión “african-americans”, al igual que en lugar de decir “indio” se aconseja decir “americano nativo”. Esto se presenta como lo politically correct para que las cosas “suenen mejor”, como parte de la hipocresía social y política.
Bajo esta cultura la gente se ha vuelto demasiado cauta acerca de lo que cree, piensa, dice o hace.
Pero los excesos de ella han generado en Estados Unidos duras reacciones contrarias, especialmente en ciertos círculos intelectuales y políticos inconformes con la mutilación de la creatividad de los artistas, músicos, escritores, pensadores y políticos, a quienes la sociedad ha pretendido someter a patrones y valores de comportamiento convencionales. En el ambiente de la political correctness, en que cobra mucha importancia lo que la generalidad de la gente piensa y cree, resulta muy difícil que ellos puedan ejercer a plenitud su libertad de creación. Por eso se han formado movimientos de impugnación de esta suerte de nuevo establishment, tales como la Anti-politically Correct Brown Ribbon Campaign que propugna la libertad para que las personas hagan lo que les parezca bien sin preocuparse de la opinión de las demás ni someterse a la censura social. Los líderes de este movimiento contestatario contra la political correctness sostienen que ciertos grupos de interés económico pretenden indicar a las personas lo que deben creer, cómo han de vestirse, lo que han de comprar y, al mismo tiempo, les señalan lo que no deben hacer ni decir. Todo lo cual coarta su libertad y adocena a la gente.
La political correctness surgió, como una ley no escrita pero atiborrada de preceptos, para regimentar las ideas, expresiones, maneras y comportamientos de la gente y cuidar que ellos no afectaran determinados valores tradicionales o prevalecientes o hirieran a las minorías sociales o a grupos y personas en el seno de la comunidad: especialmente a las mujeres, los homosexuales, los negros, los extranjeros, los ancianos. Nació con la buena y noble intención de promover la lealtad y el fair play en la vida comunitaria. Impuso severo castigo social a quienes transgredían sus normas. Pero pronto se convirtió en una tiranía sobre la conducta de las personas públicas y privadas, que ha terminado por coartar la libertad de expresión del pensamiento —que afecta incluso al propio idioma— e imponer limitaciones a la libre acción de ellas. Adocena a la gente. Poda su originalidad. Restringe el vuelo de las ideas. Y con frecuencia resulta que lo “políticamente correcto” es equivocado, particularmente en materia de raza, sexualidad y heterodoxias culturales. En Estados Unidos, especialmente, la political correctness ha pasado los límites de lo razonable y ve “víctimas” de la conducta y del idioma en todos los lugares.
Y es que lo “políticamente correcto”, a despecho de sus orígenes, ha devenido hoy en una mezcla de progresismo y conservadorismo. Quiero decir con ello que en algunas materias esta actitud es muy progresista, como en el respeto a la forma de ser y de pensar de las minorías culturales, étnicas, religiosas y sexuales, a la convicción de que las personas son iguales en medio de la diversidad y a la nivelación de grupos sociales subrepresentados; pero que en otras es una posición extremadamente conservadora porque implica una forma de censura a lo que dice y hace la gente, acompañada de un léxico especial para no llamar a las cosas por su nombre.