Es el conjunto de pobladores que habitan en un territorio determinado o en una zona dada del planeta. La población es la materia específica de la investigación demográfica. La demografía es la disciplina científica que estudia estadística y cuantitativamente la estructura, composición, crecimiento, distribución espacial, movilidad, migración y evolución histórica de la población de un país o de una región del planeta.
La estructura de la población se la suele representar gráficamente por una pirámide —la llamada pirámide de población— en función de la edad y sexo de sus componentes en una fecha determinada. Se disponen las cosas de modo que los estratos de la pirámide, representativos de los grupos de edad, se superpongan. Los grupos se forman de cinco en cinco años. Los varones ocupan el lado izquierdo y las mujeres el lado derecho de la pirámide. Los más jóvenes están en la base. Encima de ellos se colocan progresivamente los grupos de edad mayores, hasta llegar a la cima con el grupo de los que tienen más de 85 años, que es mucho más reducido.
En los países subdesarrollados la pirámide adopta una forma casi perfecta, por el simétrico escalonamiento de los grupos de edad que, con su amplia base de niños de 0 a 4 años y, en un segundo escalón, con los de 5 a 9 años, demuestra el crecimiento explosivo de la población. En ellos la masa joven es muy grande y las edades superiores son cada vez menores.
En cambio, en los países desarrollados la pirámide es imperfecta porque su base es relativamente estrecha (signo de las bajas tasas de fecundidad) mientras que los planos superiores no siguen el perfil de adelgazamiento progresivo propio de la figura piramidal. Los estratos superiores son casi tan numerosos como los de la base. Esto demuestra una población envejecida y un bajo índice de crecimiento demográfico, propios del mundo desarrollado. Los fenómenos migratorios y las secuelas de las guerras se reflejan también en los perfiles de la pirámide.
En todo caso, ella revela los rasgos de la política de población que siguen los países.
La población es la agregación mecánica de unidades humanas, vista desde la perspectiva demográfica o estadística. El >pueblo, en cambio, constituye una unidad social orgánica, dotada de espíritu e ideales comunes y a la cual se atribuyen derechos y deberes políticos en el seno de la vida comunitaria. Aquí radica la diferencia entre pueblo y población. Aunque el pueblo está compuesto de una multitud de seres humanos, es más que la mera agregación mecánica de individuos.
La población es un concepto económico y estadístico: es una simple yuxtaposición de individuos no integrados en unidad de vida, mientras que pueblo es un concepto eminentemente político y designa a la unidad social orgánica unificada espiritualmente, asistida de derechos y deberes dentro de la vida estatal.
El concepto de población no tiene significación política —o la tiene muy indirectamente, en la medida en que las consideraciones demográficas y estadísticas pueden tenerla— y se refiere a la agregación políticamente indiferenciada de personas sobre una zona geográfica determinada.
Sin embargo, el crecimiento de la población, que es un cambio de cantidad, produce un cambio de calidad en la sociedad, es decir, un cambio en el pensamiento, en la manera de ser y en la conducta de la gente.
Esto ocurre en obedecimiento a la ley dialéctica del cambio de cantidad en calidad. La mutación cuantitativa da como consecuencia una modificación cualitativa de la sociedad.
Tal modificación se expresa fundamentalmente en la actitud exigente, irritable e impaciente de la gente, que no admite más esperas para recibir los beneficios del desarrollo económico y que demanda la justicia social para hoy y no para mañana. Plenamente conscientes de su poder y de su fuerza, los pueblos gritan con sus mil bocas invisibles y exigen sus derechos. Los partidos de oposición se encargan de exacerbar las demandas. Los gobiernos, por su parte, no siempre están en posibilidad real de atenderlas. Y esta sobrecarga de aspiraciones insatisfechas genera un estado de beligerancia y de inestabilidad política, que complica la gobernabilidad.
Diversas teorías de la población se han formulado a lo largo del tiempo. En el siglo XVIII los más importantes economistas y escritores fueron partidarios del rápido crecimiento demográfico porque consideraron que la población era el principal factor de creación de riqueza en una sociedad. Algunos de ellos no sólo estimaron que la población era la “causa” de la riqueza sino la riqueza misma. Y por eso defendieron las políticas de crecimiento demográfico. La actitud “poblacionista” se inició en Inglaterra y después pasó al continente europeo que, salva talvez Italia, alentó con fuerza el rápido crecimiento de la población como medio de acrecentar la riqueza social. Esta ola duró todo el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. Después las cosas cambiaron diametralmente. Se establecieron nuevas relaciones entre la población y el desarrollo económico. Surgió la posición “antipoblacionista” impulsada principalmente por el economista inglés Thomas Malthus, quien en su “Primer ensayo sobre la población”, publicado en 1798, sostuvo la tesis de que el crecimiento de la población, dado el desajuste con la producción de alimentos, tiende a causar una baja en el nivel de vida social. Al conjunto de las ideas del economista inglés se denominó <maltusianismo. Su tesis central es que los seres humanos se reproducen en progresión geométrica en tanto que los recursos para su subsistencia crecen sólo en progresión aritmética, por lo que llegará un momento en que la vida humana dejará de ser sustentable en el planeta.
A partir de la réplica maltusiana se entabló en Europa y en el mundo una dura controversia, que aún no ha terminado, entre “poblacionistas” y “antipoblacionistas”. El punto central del debate es determinar si el crecimiento demográfico contribuye o no al mejoramiento de la calidad de vida de la población, o sea al <desarrollo humano que cada país persigue de acuerdo con sus orientaciones ideológicas y sus posibilidades económicas. En todo caso, hay una justificada preocupación en el mundo en torno al crecimiento descontrolado de la población.
Para afrontar el tema e intentar definir una política encaminada a controlar la explosión demográfica en el planeta se reunió en El Cairo durante los días 5 al 13 de septiembre de 1994, bajo el auspicio de las Naciones Unidas, la III Conferencia Mundial sobre Población con la asistencia de representantes de 182 países. La primera de estas conferencias se realizó en 1974 en Bucarest y la segunda en México en 1984. Ninguna de las dos primeras pudo llegar a conclusiones de validez general y la tercera aprobó un documento que mereció demasiadas reservas de los países católicos e islámicos.
En la conferencia de El Cairo, después de encendidas discusiones atizadas por los dogmas religiosos y prejuicios políticos, especialmente sobre la planificación familiar y la legalización del aborto, se arribó a un relativo consenso en torno a un programa de alcance mundial destinado a limitar el crecimiento de la población, durante los próximos veinte años, a la cifra de 7.270 millones de personas y a 7.800 millones para el año 2050.
Este programa incluye políticas sobre planificación familiar, control de la fecundidad, educación sexual de la mujer, enfermedades de transmisión sexual, salud pública, migración y distribución espacial de la población.
La cuestión demográfica es muy importante y hay que tomarla en cuenta en la organización del Estado y en la planificación de su desarrollo. De acuerdo con datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Población la cifra demográfica mundial crece a razón de 184 personas por minuto, 264.960 por día y 95’385.600 por año. Pero este crecimiento no es equilibrado. El 95% corresponde a los países del Tercer Mundo, según el informe anual publicado en Washington por la Oficina de Referencia de la Población (PRB) en 1993. Este es un dato alarmante que explica, en buena medida, el proceso de subdesarrollo que sufren los países de Asia, África y América Latina. Los países desarrollados, en cambio, tienen tasas de fecundidad tan bajas que sus índices demográficos son regresivos.
Según datos del U. S. Census Bureau, la población mundial a mediados del año 2017 era de 7.390´164.050 habitantes, de los cuales a China pertenecían 1.379´302.771, a India 1.281´935.911, a Estados Unidos de América 326´625.791, a Indonesia 260´580.739 y a Brasil 207´353.391 habitantes. Estos eran los países más poblados y los demás seguían en la lista.
Es importante anotar que a mediados del 2013 el crecimiento de la población blanca en Estados Unidos fue negativo. Según datos del U. S. Census Bureau, por primera vez en la historia de ese país la cifra de muerte de personas de raza blanca superó a la de nacimientos. Más fueron los blancos que murieron que los que nacieron, aunque la inmigración procedente de Canadá, Alemania y Rusia contribuyó a disminuir ese desequilibrio.
La mayoría de los nacimientos fue en las minorías étnicas. Lo cual, después de tres décadas, llevará a que la suma de esas minorías —asiáticas, hispanas y afrodescendientes— se convertirá en el grupo mayoritario de ese país.
Si bien en el 2014 los blancos aún eran el grupo acial mayoritario —constituían el 64% de la población, según datos censales— la inmigración ha determinado el crecimiento del 2,9% de los asiáticos y del 2,2% de los hispanos, mientras que los negros crecieron en el 1,3% y los blancos en el 0,1%, de modo que con el transcurso del tiempo la actual preponderancia blanca dará paso a la hegemonía multirracial. Lo cual significa que “en el futuro las minorías ya no dependerán de los ciudadanos blancos para garantizar su bienestar económico”, según sostiene William H. Frey, demógrafo de la Brookings Institution, que analizó el tema. Frey señaló que en los próximos 50 años “serán las minorías las que realicen las mayores contribuciones al crecimiento económico” de Estados Unidos.
Según los expertos norteamericanos, fueron la recesión económica del país y el interés creciente de las mujeres por terminar sus estudios universitarios antes de formar una familia las principales causas del descenso de la natalidad en la etnia blanca de ese país. Pero ellos esperan que, en el futuro, vuelva a crecer la tasa de nacimientos en este grupo de población.
Algunos demógrafos estadounidenses explicaron que en la segunda década de este siglo las muertes de blancos en su país representaban el 80% del total porque, como grupo social, eran los de mayor edad, con un promedio de 42 años frente a 34 de los asiáticos, 32 de los afroamericanos y 28 de los hispanos.
La población de América Latina y el Caribe, según datos de la CEPAL, subió de 165 millones de personas en 1950 a cerca de 460 millones en 1992, como consecuencia de las altas tasas de crecimiento demográfico que registró la región.
Pero el crecimiento ni la movilidad espacial de la población latinoamericana son simétricos. Hay un desfase pronunciado entre el aumento de la población rural y el de la urbana. El flujo de los campesinos hacia las ciudades se acelera cada vez más. Lo cual ha producido un desproporcionado crecimiento de los centros urbanos en desmedro del campo. Aquí hay una asimetría. Mientras en 1950 casi el 60% de habitantes de América Latina y el Caribe residía en áreas rurales, en 1990 esa cifra había bajado al 30% y a partir del año 2000 más de las dos terceras partes de la población viven en las zonas urbanas.
Con mayor velocidad han crecido los sectores de menores recursos económicos, que tienen explosivas tasas de natalidad. El descenso de la fecundidad por las políticas de <planificación familiar no ha sido parejo en los diversos grupos sociales de América Latina y el Caribe. Aquí hay otra asimetría. Las investigaciones demuestran que las mujeres de los estratos socioeconómicos más pobres son las que, al margen de su voluntad, tienen mayor número de hijos, lo mismo en la ciudad que en el campo. Esto se explica porque los conocimientos de la planificación familiar no llegaron a esos grupos —y ello ha perjudicado el derecho de sus parejas a decidir el número de hijos que quieren traer al mundo— o bien porque las familias pobres ven en los hijos los instrumentos de trabajo necesarios para completar los ingresos del hogar, en desmedro de la educación que pueda prepararlos hacia el futuro para opciones laborales mejor remuneradas. En todo caso, el crecimiento explosivo de la población es, en no despreciable medida, un problema cultural.
No solamente es la alta tasa de fecundidad sino la casi duplicación de las expectativas de vida gracias a los progresos científicos. En 1900 el promedio de vida del ser humano era de 40 años en Estados Unidos mientras que a comienzos de este siglo era de casi 80. Y los logros de la ingeniería genética, que son extraordinarios, aumentarán significativamente esta cifra. Los científicos prosiguen sus investigaciones sobre las causas del envejecimiento biológico. Cuando éstas se identifiquen plenamente, las drogas anti-aging ayudarán a los seres humanos del próximo siglo a vivir entre 150 y 200 años. Lo cual, como es lógico, tendrá sorprendentes consecuencias en la vida humana, puesto que el hombre deberá reprogramar su agenda vital, y también en la vida de la sociedad.
La ingeniería genética está en posibilidad de eliminar las deficiencias y enfermedades humanas por medio del proceso tecnológico llamado gene replacing, que consiste en reemplazar genes anormales o defectuosos por sanos. Pronto podrá contribuir a crear seres humanos mejor dotados física e intelectualmente. Se han logrado admirables resultados en ranas de laboratorio mediante el sistema denominado cloning.
¿Cuándo le tocará el turno al hombre?
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible fue creada en 1978 por la Asamblea General de la ONU como una fundación —la United Nations Habitat and Human Settlements Foundation— para ocuparse de la vivienda humana y del desarrollo sustentable de las ciudades, poblados y asentamientos alrededor del planeta.
Más tarde fue convertida en fundación por una nueva resolución de las Naciones Unidas con el objetivo principal de bregar por vivienda adecuada y asentamientos humanos sostenibles en un mundo crecientemente urbano, ayudar a disminuir la pobreza y el hambre, impulsar la protección medioambiental y combatir la segregación espacial.
Tuvo su primera reunión mundial —HABITAT I— en Vancouver 1976, en Estambul la segunda —HABITAT II— en 1996 y en 2016 —del 17 al 20 de octubre— la tercera —HABITAT III— en la ciudad de Quito, Ecuador, con la concurrencia de alcaldes, funcionarios y delegados de 150 ciudades del mundo y la presencia de Ban Ki-Moon, Secretario General de las Naciones Unidas.
En su documento final: la “Nueva Agenda Urbana” —que fue una agenda humanitaria, aunque plagada de retórica— pretendió sentar las bases estratégicas del desarrollo citadino del futuro dentro del marco de la hipertrofia del urbanismo en la sociedad de masas contemporánea, en la que el alud humano ha degradado la vida social, y formuló una serie de recomendaciones y exhortaciones en cuanto a medidas a tomarse en los siguientes veinte años.
Joan Clos, Secretario General de la citada Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible, expresó en aquella oportunidad que alrededor de 3.500 millones de personas —un 55% de la población mundial— vivían en ciudades, pero que estimaba que en el año 2050 esa cifra subirá a alrededor de 7.000 millones de personas.
Y es que el crecimiento urbano ha sido y es aluvional. La población citadina representaba el 2% de la población global a comienzos del siglo XIX y en el año 2016 rebasaba el 55%.
La Conferencia aprobó la Nueva Agenda Urbana —Global Alliance for Urban Crises— como parte de la Declaración de Quito, que era un amplio y repetitivo documento declarativo de derechos y de buenos propósitos, en el que se exhortaba a la toma de medidas sociales y económicas solidarias en los siguientes veinte años, por medios políticos, jurídicos y financieros, para el progreso y mejoramiento urbano en el mundo.
El amplísimo documento era un verdadero programa global de gobierno que contenía miles de recomendaciones para construir ciudades inclusivas, resilientes e inteligentes, alcanzar la cohesión social urbana, abrir el diálogo intercultural en las heterogéneas y multiculturales ciudades modernas, conquistar el desarrollo urbano sostenible, replantear la planificación, diseño, financiamiento e integración de las nuevas ciudades y asentamientos humanos —con el fin de reducir las inequidades, disminuir la pobreza y promover el seguro e igual acceso a la infraestructura de la ciudad y a sus recursos económicos—, proteger el medio ambiente, mejorar la salud y combatir las epidemias urbanas de VIH/SIDA, tuberculosis, malaria y otros males y, en general, reorientar la forma de planear, financiar, desarrollar, gobernar y administrar las ciudades y asentamientos humanos, reconociendo el desarrollo sostenible urbano y territorial como esencial para el logro de un avance permanente de prosperidad para todos sus habitantes.