El empleo es una ocupación, un oficio, un puesto de trabajo. Es el ejercicio de una actividad económica en la sociedad. Y la opción de tenerlo es, además, un derecho humano fundamental. Los gobiernos aspiran siempre a otorgar plenas oportunidades de empleo en sus economías, es decir, a que todos quienes quieran trabajar puedan hacerlo, y, por este medio, construir una sociedad políticamente estable, económicamente próspera y socialmente justa.
Las personas en aptitud de trabajar forman la llamada >población económicamente activa (PEA), compuesta por quienes están en habilidad de laborar aunque se encuentren transitoriamente sin ocupación por causas ajenas a su voluntad. A este grupo pertenecen las personas entre 15 y 65 años de edad, sin impedimento para trabajar, y se excluyen de él por tanto los niños, los ancianos, los estudiantes, los enfermos, los discapacitados, los jubilados, los interdictos y los condenados a penas privativas de la libertad.
El pleno empleo es, para decirlo de otra manera, una situación de equilibrio entre la demanda y la oferta de trabajo en una sociedad dada. Sin embargo, el empleo absoluto es una meta inalcanzable porque aun en las sociedades más prósperas siempre existe algún género de desempleo estacional, causado por la disminución de la demanda de bienes y servicios económicos en ciertas épocas del año, o desempleo coyuntural determinado por circunstancias económicas pasajeras.
El pleno empleo fue un concepto y una expresión usados por el economista inglés John Maynard Keynes (1883-1946) en su libro fundamental: “Teoría general del empleo, el interés y el dinero”, publicado en Londres en 1936, en el que está contenida la parte sustancial de su teoría económica, que se denominó <keynesianismo. El empleo fue una de las cinco variables con las que trabajó el economista de Cambridge en la formulación de su pensamiento económico.
El economista británico William Henry Beveridge (1879-1963), al hacer en 1942 un informe sobre la seguridad social y las mejoras en el mercado del trabajo, definió al pleno empleo como una situación en la que el número de puestos de trabajo supera al número de desocupados.
Al contrario de los economistas clásicos, que suponían que el desempleo laboral era un fenómeno temporal que se corregía por las fuerzas del mercado y por la flexibilidad de los salarios y que la economía tendía de modo natural hacia el pleno empleo, los seguidores de Keynes sostienen que la intervención estatal en la economía, la ampliación del gasto público y la inversión oficial y privada son necesarias para fortalecer la demanda agregada y mantener los niveles de empleo, puesto que las fuerzas del mercado no son suficientes para alcanzar estos objetivos.
A criterio de los economistas de la escuela clásica el desempleo era un trance voluntario. Si algunas personas no conseguían empleo era porque querían un salario demasiado elevado. En cambio, Keynes sostenía que, dado que la economía no tiende automáticamente hacia el pleno empleo ni las fuerzas del mercado son capaces de lograrlo, la intervención del gobierno resulta necesaria para generar puestos de trabajo. La reducción del salario no basta porque aunque disminuyan los costes de producción de las empresas, disminuye también el poder de compra de los trabajadores, de manera que ellas venderán menos y la economía tenderá a deprimirse. El desempleo es una cadena que empieza por la baja de los volúmenes de inversión y termina por lanzar a la calle a los trabajadores innecesarios en el área respectiva. Con lo cual ellos ven mermadas sus posibilidades de compra y de consumo, que a su vez afecta a las empresas. Entonces la economía en su conjunto tiende a buscar nuevos equilibrios sobre la base de una menor producción, menor empleo y salarios más bajos. Y, según Keynes, no existe fuerza mercantil alguna que pueda evitar este proceso, por lo que se torna necesaria la intervención del Estado en el orden de la reducción de impuestos, baja de las tasas de interés y ampliación del gasto público para corregir la situación y retornar al pleno empleo. Es deber del gobierno garantizar en la economía la demanda suficiente para mantener el empleo sin caer en la inflación. Cosa que no es fácil. En algunos lugares las políticas de pleno empleo estuvieron acompañadas de presiones inflacionarias, puesto que, al saturar los puestos de trabajo y eliminar la mano de obra redundante, indujeron a los empresarios a ofrecer salarios superiores para atraer trabajadores, lo cual produjo el aumento de los salarios y de los precios.
Keynes contradijo la tesis de los economistas liberales de que, para afrontar el problema del desempleo, la solución era reducir los salarios a fin de que la perspectiva de mejores utilidades induzca a los hombres de negocios a invertir. Sostuvo que el recorte de los salarios disminuye la demanda agregada, esto es, la demanda total de bienes y servicios producidos dentro de una economía, incluida la demanda del gobierno y la de exportación, que es uno de los factores más importantes para estimular la economía. La disminución de salarios —pensaba Keynes—, lejos de amainar el problema de la desocupación, produce una mayor declinación del empleo.
Para que haya empleo, argumentaba el economista de Cambridge, es necesario que la demanda efectiva —o sea el nivel de gastos de consumo y de inversión efectuados en una economía— sea suficiente para comprar todos los bienes y servicios que se producirían en una sociedad si todos los trabajadores tuvieran empleo. Para conseguir esto y evitar la depresión económica los gobiernos deben estimular la demanda efectiva con medidas monetarias, gastos de consumo e inversiones importantes. En cambio, los seguidores de la escuela clásica, con su obsesión por los equilibrios automáticos, mantenían la tesis de que el sistema económico encontraba siempre el balance entre la producción y la demanda efectiva. Pero la crisis depresiva de los años 30 del pasado siglo demostró que esto no siempre era así. Y entonces tuvieron cabida las ideas de Keynes de que, para reflotar a los países desde las profundidades de la crisis, era necesario estimular la inversión pública, llamada a desempeñar un papel regulador de la demanda efectiva y del pleno empleo.
La catastrófica crisis económica mundial de 1929, causada por la aplicación de las teorías económicas neoclásicas, pudo ser superada gracias a las medidas aconsejadas por Keynes al presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, que condujeron a la formulación del famoso “new deal” con ayuda del cual se recuperó la economía norteamericana y después la economía mundial. Esta crisis demostró que la “mano invisible” de la que hablaban Adam Smith y los demás teóricos clásicos como factor regulador automático de los desajustes de la economía era una falacia. Las políticas keynesianas se aplicaron también en Inglaterra y en otros países europeos desde los años 40 hasta finales de los 70 con el objetivo de promover el crecimiento de la demanda en concordancia con la capacidad productiva de la economía, a fin de sustentar el pleno empleo.