Se entiende por planificación familiar la serie de métodos que buscan reducir el ritmo de crecimiento de la población por la vía del control de la fecundidad. Estos métodos van desde la abstención sexual en el período de mayor fecundidad de la mujer hasta el uso de elementos artificiales que impiden física o químicamente la concepción. Los métodos anticonceptivos más usados son la esterilización, los fármacos, los dispositivos intrauterinos (DIU), los implantes, el condón y los métodos vaginales.
La planificación familar es uno de los nuevos <derechos humanos: es el derecho de los padres a decidir libre, informada y responsablemente el número y espaciamiento de los hijos que desean tener.
A lo largo de la historia todas las culturas han tratado de controlar la fecundidad. Han utilizado los más diversos y curiosos procedimientos para ello. Algunas se perdieron en los campos de la irracionalidad y hasta de la hechicería. Las damas del antiguo Egipto empleaban un tapón de excrementos de cocodrilo. En otros lugares se utilizaban algas marinas, cera de abejas o higos con el mismo propósito. Amuletos extraídos del regazo de una leona eran usados en Grecia y Roma para alejar los riesgos de la concepción. En la Europa medieval el corazón de una salamandra cumplía estas funciones. Las damas japonesas comían miel con abejas muertas. Las mujeres del norte de África sorbían espuma de la boca de los camellos. En los pueblos islámicos se usaban lavados con pimienta. El Talmud prescribía para las mujeres una copa de extracto de raíz. La lujuriosa marquesa de Sévigné, a fines del siglo XVII, se quejaba de los preservativos porque eran “una armadura contra el placer y una telaraña contra el peligro”.
Es muy pintoresca la historia de los métodos anticonceptivos.
En los tiempos modernos se utilizan varios métodos anticonceptivos, entre ellos el condón, hecho de latex, con el que se recubre el pene para retener el semen y evitar el embarazo; los espermicidas (en forma de óvulos, cremas o tabletas) que la mujer se aplica en la vagina de 10 a 20 minutos antes de la relación sexual para destruir los espermatozoides; la “pildora”, en sus diferentes versiones, que la mujer debe tomar diariamente; la inyección de hormonas que detienen la ovulación por un mes o más; el DIU, que es un dispositivo cubierto de cobre que la mujer se coloca en la vagina durante los primeros días de la menstruación, destinado a debilitar los espermatozoides e impedir su paso hacia las trompas de falopio; el endoceptivo colocado en la cavidad uterina, que tiene forma de una “T”, cuyo eje posee un dispositivo que libera progestágeno por un período de cinco años; el diafragma, que es una capucha hecha a la medida del cuello del útero, que se coloca al fondo de la vagina dos horas antes del acto sexual y que puede permanecer allí hasta 24 horas; las pastillas anticonceptivas de contingencia que deben tomarse dentro de las 72 horas siguientes a la cópula sexual para reducir el riesgo de un embarazo no deseado en un 75% de los casos; las cápsulas de norplant que se colocan bajo la piel de uno de los brazos de la mujer y que protege del embarazo por cinco años.
A fines de diciembre del 2001 la Food and Drug Administración (FDA) de Estados Unidos aprobó la venta libre de un nuevo sistema anticonceptivo: el “parche” denominado ortho-evra, para dar a las mujeres una nueva opción tan segura como la tradicional “píldora” pero sin sus molestias, en plena era de la <liberación sexual. El “parche” se debe colocar una vez por semana, durante los 21 días inmediatamente anteriores a la menstruación, en el hombro, el brazo o el abdomen. Su efecto es detener la ovulación por medio de la emisión y descarga a través de la piel de dosis bajas de las mismas hormonas —estrógeno y progestina— que la “píldora”, que entran en el torrente sanguíneo. El método, sin embargo, no es plenamente seguro en las mujeres que tienen exceso de peso.
En la actualidad, la variable demográfica forma parte de la planificación del desarrollo e, incluso, entre los nuevos derechos humanos, llamados de la tercera generación, ha tomado forma el derecho a la planificación familiar, esto es, la facultad de los padres a decidir libre, informada y responsablemente el número de hijos que desean tener y el espaciamiento entre ellos.
Las incontroladas tasas de fecundidad combinadas con el descenso de los índices de mortalidad gracias a los avances de la ciencia, que han ampliado notablemente en los últimos años las esperanzas de vida, han producido en el planeta un exceso de población que se ha convertido en uno de los principales obstáculos para alcanzar el <desarrollo sustentable y el mejoramiento de la calidad de vida de los pueblos. Incluso se ha convertido en un problema de <gobernabilidad. Aunque la preocupación por el crecimiento demográfico no es nueva, puesto que su tratamiento científico empezó a darse a partir del <maltusianismo hace dos siglos, su incorporación a la planificación del desarrollo es relativamente reciente porque, en nombre de <dogmas políticos o de dogmas religiosos, diversos sectores de opinión rechazaron hasta hace no mucho tiempo todo intento de detener el aumento irracional de los índices de fecundidad.
Pero los dogmas religiosos ni las teorías políticas tienen derecho a impedir esta legítima aspiración de la humanidad, angustiada por el explosivo crecimiento demográfico del planeta. Con mucha razón el Secretario General de las Naciones Unidas en aquel tiempo, Butros Butros Ghali, expresó en su discurso inaugural de la III Conferencia Mundial sobre Población y Desarrollo, reunida del 5 al 13 de septiembre de 1994 en El Cairo, que “no es posible aceptar que una creencia o concepción filosófica pueda oponerse al progreso de la humanidad”.
Dicha Conferencia, que contó con la asistencia de representantes de 182 países y que fue el seguimiento de las conferencias sobre población de 1974 en Bucarest y de México en 1984, que no pudieron llegar a conclusiones de validez general, intentó definir una política encaminada a controlar la explosión demográfica en el planeta.
Después de encendidas discusiones, atizadas por los dogmas religiosos y prejuicios políticos, se arribó a un consenso en torno a un programa de alcance mundial destinado a limitar el crecimiento de la población durante los próximos veinte años a la cifra de 7.270 millones de personas y a 7.800 millones para el año 2050.
Por encima de los fanatismos religiosos se impusieron los consensos relativos a las políticas sobre planificación familiar, control de la fecundidad, educación sexual de la mujer, enfermedades de transmisión sexual, salud pública, migración y distribución espacial de la población.
La IV Conferencia Mundial sobre la mujer reunida en Pekín bajo el patrocinio de las Naciones Unidas, a comienzos de septiembre de 1995 —de la que surgieron claras orientaciones en cuanto a la participación plena de la mujer en la vida civil, política, laboral, económica, social y cultural de la comunidad— afrontó también, en medio de encendidas controversias, los temas relativos a la planificación familiar y a los derechos y educación sexual de las mujeres. Las delegadas de algunos países de América Latina y de los pueblos islámicos, muy imbuidas por sus dogmas religiosos, se opusieron tenazmente a la legalización del aborto, a las políticas sobre planificación familiar, al control de la fecundidad y a otros temas conexos. Pero por encima de los fanatismos avanza la idea de establecer en el mundo políticas de planificación familiar a fin de controlar la fecundidad e impedir la superpoblación del planeta.
China era, sin duda, el país más rígido en materia de control de la natalidad. Implantó en 1979 la política del hijo único para frenar la superpoblación —con muy pocas excepciones— e impuso fuertes multas a quienes la contravenían. En mayo del 2012 una pareja china que incumplió la norma y tuvo un segundo hijo fue sancionada con la multa de 205.000 dólares, la más alta impuesta hasta ese momento.
Pero el 29 de octubre del 2015 China anunció el fin de la política del hijo único y la autorización a todas las parejas para tener hasta dos hijos. La medida se tomó en una sesión secreta del Comité Central del Partido Comunista con el propósito de corregir el desequilibro demográfico entre hombres y mujeres —116 hombres por cada 100 mujeres—, frenar el envejecimiento de la población y promover el crecimiento económico.