Un día, allá por 1991, con ocasión de su visita de Estado a Ecuador, pregunté al presidente francés François Mitterrand: ¿de los personajes políticos del mundo que usted ha conocido personalmente, quiénes son los que más le han impresionado? Me nombró pocos, muy pocos. Entre ellos a Mijail Gorbachov, por su sentido de la historia.
La apreciación de Mitterrand fue muy certera. Gorbachov produjo los cambios más importantes en la historia de la Unión Soviética desde 1917. Cuando asumió el poder en 1985 inició un vuelco en la organización política de su país con la “perestroika”, que fue el nombre que dio el líder soviético al programa de reforma política y apertura económica que anunció en enero de 1987, durante una reunión del comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética, y que ratificó en diciembre de 1988 ante las Naciones Unidas.
“Perestroika” fue también el título del libro en el que explica la naturaleza y alcances de su propuesta.
En ruso “perestroika” significa “reestructuración”, pero el término adquirió inmediatamente una connotación ideológica porque Gorbachov justificó el conjunto de sus planes bajo la invocación del fracaso de la conducción política de su país en el pasado. La perestroika, en consecuencia, fue un programa más político que económico. Político en el amplio sentido de la palabra. Comprensivo de la reordenación interna de su país y también de sus relaciones con el exterior. Gorbachov pretendió extenderla hacia todos los sectores del Estado, con inclusión de los militares y de los partidistas. Si bien la perestroika no tuvo la intención de cambiar el sistema socialista sino de rectificarlo porque, según las propias palabras del líder soviético, “el potencial del socialismo había sido poco utilizado”, sus tesis encontraron, como es lógico suponer, muy dura resistencia en ciertos círculos castrenses y, por supuesto, en el >politburó y el comité central del Partido Comunista, hasta el punto de que Gorbachov sufrió un intento de derrocamiento en agosto de 1991 por el <complot de un grupo de políticos y militares de la “vieja guardia”.
En realidad, al interior de la Unión Soviética el planteamiento de Gorvachov fue recibido con fuego cruzado. Los viejos militantes comunistas, muchos de ellos incrustados en el comité central del partido, veían en la perestroika un devaneo de jóvenes e ilusos economistas movidos por la “euforia del mercado”, mientras que otros dirigentes, cercanos a Boris Yeltsin, encontraban que ella era muy limitada en sus objetivos.
Por esta razón, el efecto práctico de la perestroika fue muy limitado al comienzo pero después, como suele ocurrir con las ideas visionarias, produjo cambios espectaculares no sólo en la Unión Soviética sino también en el bloque de sus países satélites.
Ella fue una suerte de renacimiento de la sociedad soviética, en el sentido de descubrir al hombre y su destino frente a la divinización del Estado.
En el 28º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética reunido en julio de 1990 se aprobó una Declaración Programática en la que se definía a la perestroika como “la transición de un autoritario y burocrático sistema a una sociedad de socialismo humano y democrático” en la cual el desarrollo social sea un desarrollo humano. Y agregaba que una sociedad de esta clase “trabajaría consistentemente en favor de una pacífica y equitativa cooperación entre las naciones”.
En lo que fue una muy valiente autocrítica, Gorbachov afirmó en su libro que “con sorprendente exactitud nuestros cohetes pueden encontrar el cometa Halley y volar a Venus, pero codo a codo con esos triunfos científicos y tecnológicos hay una evidente falta de eficiencia en el uso de los logros científicos para las necesidades económicas, y muchos de los artefactos domésticos soviéticos son de mala calidad”.
La perestroika, tal como la planteó Gorbachov, incluyó un elemento muy importante, que fue la “glasnost”, es decir, la >transparencia y la publicidad en todos los actos de gobierno.
La idea de Gorbachov, que por cierto tuvo mucho apoyo en la opinión pública de su país y del exterior, fue eliminar el secretismo con que tradicionalmente se habían manejado las cuestiones del Estado en los países comunistas. Esto, según él, era profundamente antidemocrático. Había, por tanto, que modificarlo, que echar “más luz para la glasnost” y crear una atmósfera de amplia transparencia informativa para que la gente sepa cómo se manejan los asuntos públicos.
En su libro “Carta a la Tierra” (2003) Gorbachov explicó: “A medida que yo iba subiendo por la escalera de mando, se me iba haciendo evidente la magnitud de la catástrofe económica, social y ecológica en la que se había hundido la Unión Soviética. Es necesario recordar que casi toda la información concerniente a la verdadera situación del país era secreta por aquel entonces y sólo en 1970, cuando me convertí en diputado del Soviet Supremo de la URSS y miembro de la comisión para la protección de la naturaleza, tuve acceso parcial por primera vez. Fue sólo al ocupar el puesto de secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética que ese acceso fue completo”.
Formó también parte de la perestroika el denominado <“nuevo pensamiento” de Gobarchov, que se refiere a la transformación fundamental de su política internacional y, particularmente, de la conducción de las relaciones de su país con los Estados Unidos de América. El nuevo pensamiento entrañó un programa de negociaciones con Estados Unidos sobre reducción de armas nucleares y convencionales y el abandono de la <doctrina Brezhnev, lo cual significaba la eliminación de los controles soviéticos sobre los países de Europa oriental.
Para poner en evidencia su buena fe, Gorbachov ordenó el retiro de sus tropas de Afganistán. A partir de ese momento se produjo en Washington un cambio de actitud hacia Moscú. Esto posibilitó la concreción de varios acuerdos de desarme entre las superpotencias. Fue muy sintomático de la mutación de la situación internacional el abierto respaldo que el gobierno norteamericano dio a Gorbachov cuando un grupo de políticos y militares de la “vieja guardia” intentó derrocarlo en agosto de 1991.
Como explica el propio Gorbachov en su mencionado libro, “la perestroika y el nuevo pensamiento político que ésta trajo consigo pusieron fin a la carrera armamentista y a la división del planeta en dos grandes campos contendientes, inaugurando así la posibilidad de una genuina colaboración por encima de todas las barreras”.