Expresión surgida durante la postguerra fría para designar al conjunto de los argumentos e ideas que defienden el capitalismo neoliberal y su sistema de economía de mercado, que ganaron fuerza y se consolidaron en muchos lugares del mundo a raíz del triunfo de Estados Unidos y sus aliados en la confrontación Este-Oeste, seguido del colapso de la Unión Soviética y del hundimiento de su sistema económico.
La locución se debe al francés Jean-François Kahn, quien en 1995 publicó su libro titulado "La pensée unique", que se refiere a la concepción unidireccional de la historia que tienen los ideólogos del neoliberalismo a partir del colapso marxista.
El pensamiento único arranca de la falsa premisa de que durante la <guerra fría sólo había dos sistemas económicos en contienda: el de libre mercado y el centralmente planificado, y de que, como el uno zozobró bajo el peso de su incompetencia, quedó el otro como la única opción alternativa sobreviviente. Esta es la lógica del pensamiento único, que exhibe una completa autosuficiencia para dar respuesta a todos los problemas de la economía, que rehúye el diálogo y rechaza la discusión, que es una especie de verdad revelada autoconvencida de la infalibilidad de sus planteamientos unidimensionales.
Pero esto no es así. De hecho en la amplia alianza occidental —o de pensamiento occidental porque en ella estaban también el Japón y muchos países del Oriente Medio y de Asia— había diferentes posiciones ideológicas, políticas y económicas unidas tácticamente frente al adversario común. En ella estuvieron socialistas democráticos, socialdemócratas, laboristas y otras corrientes de pensamiento de izquierda democrática junto a liberales, neoliberales y conservadores en el marco de una alianza táctica y no ideológica formada para enfrentar la amenaza autoritaria de los países del Pacto de Varsovia. Pero no por el hecho de la alianza esos sectores de pensamiento progresista renunciaron a sus diferencias con las propuestas y planteamientos neoliberales y conservadores. Por eso hoy impugnan las soluciones que, en nombre de la victoria en la guerra fría, tratan éstos de imponer al mundo. De modo que no hay tal “pensamiento único”: hay una gran diversidad de pensamientos e ideas confrontados entre sí. La interpretación hecha por Francis Fukuyama —uno de los inspiradores del pensamiento único en su libro “El Fin de la Historia y el Último Hombre” aparecido a comienzos de los años 90— es por tanto arbitraria. De allí que este fundamentalismo haya recibido la protesta de los otros sectores que reprochan al pensamiento neoliberal su “monopolio intelectual” y le critican por abogar en favor de la libre competencia pero no practicarla en el campo de las ideas.
Es preciso tener bien claro que la caída del socialismo marxista no es la caída de todos los socialismos. Este es uno de los errores de apreciación en que suele incurrir el fundamentalismo neoliberal. Están en pie —y quizás con mayor vigor que antes porque triunfaron en la larga y enconada disputa ideológica contra el comunismo— todas las versiones socialistas compatibles con la libertad y con la dignidad humana.
Lo que ocurre es que el terrible proceso de derechización de los mandos políticos —ante una izquierda paralizada de perplejidad— ha conducido a la creencia más o menos generalizada de que después del derrumbe de la Unión Soviética ha sobrevivido un solo modelo de desarrollo económico: el que se funda en la economía de mercado, considerado universalmente válido, inmodificable y eterno. Según sus seguidores, lo único que cabe hacer con él es calibrarlo y adecuarlo para su aplicación a los diversos países. Están convencidos, dentro de su visión integrista de la vida política y económica, de que ha llegado “el fin de la historia”, como lo proclamó Fukuyama, y de que en adelante no habrá ideología capaz de desafiar a la idea liberal victoriosa. En términos muy parecidos se expresó el entonces presidente del Partido Popular de España, José María Aznar, ante la complacencia de varios dirigentes políticos latinoamericanos, en el curso de una discusión de mesa redonda celebrada en Guatemala en agosto de 1995.
Lo cierto es que una onda expansiva de conservadorismo recorre el mundo y, a pretexto del fracaso de las fórmulas estatizantes del marxismo, ha vuelto a las viejas recetas del laissez faire.
El <globalismo y la <globalización han impulsado fuertemente la propagación planetaria del pensamiento único, en el marco de las ideas neoliberales que en América Latina asumieron exageraciones no vistas en los países industriales puesto que ni en la versión asiática de la economía de mercado ni en la europea o la norteamericana se ha dejado tan poco margen para la acción reguladora del Estado sobre la economía. En América Latina la soberanía estatal ha sido tan disminuida que son los poderes privados y no el Estado los que definen fácticamente los objetivos de la sociedad.
El pensamiento único defiende la gran estrategia de dominación de los países industriales que es la globalización, enaltece el fundamentalismo del mercado, exalta la libertad de comercio, brega por el abatimiento de las barreras arancelarias, impulsa el flujo libre de los factores de la producción —excepción hecha de la mano de obra, a la que somete a muchas restricciones, incluso racistas—, propugna el desmantelamiento del Estado, implanta la monarquía del capital, fomenta la internacionalización de la economía, promueve e l uso de las nuevas tecnologías, defiende la <“desregulación” de las actividades económicas, favorece la homologación de las costumbres y la imitación de las pautas de consumo y fortalece la sociedad consumista.
Pretende convencernos de las bondades universales de la globalización y para ello cuenta con poderosos aliados en el interior de los países del tercer mundo, que alimentan la homologación de este pensamiento y se constituyen en grupos de presión para defenderlo. Y como ejercen gran influencia sobre los medios de comunicación tienen la capacidad de esparcir sus ideas interna y exteriormente y de imponer sus valores éticos y estéticos. Hacen gran propaganda del “comercio libre”, que en realidad es un comercio internacional programado y dirigido hasta en los más pequeños detalles por las grandes corporaciones transnacionales, y sobre las ventajas del “trickle-down”, como si las empresas pudieran darse el lujo, en medio de la más descarnada competencia en la que sólo subsisten los más aptos, de permitir que sus utilidades “goteen” más de la cuenta, y manejan con gran habilidad la ilusión de que lo que conviene a los países desarrollados es conveniente para todos como si la globalización no tuviese sus ganadores y sus perdedores.
Por cierto que el pensamiento único no es sólo económico: es global. Y ha penetrado en todas partes: centros académicos, universidades, medios de comunicación, grupos empresariales, mandos estatales, dirigencias políticas, organismos internacionales. Compartirlo es lo “políticamente correcto”. Tiende a ser una ideología dominante que se presenta como “natural” y “racional”. Postula el fin de la historia y, por tanto, que la humanidad será para siempre capitalista y sostiene que la desigualdad es una inevitable condición porque es parte de la naturaleza humana. Habla de la muerte de las ideologías para dar paso a los pragmatismos políticos y económicos, impulsa la privatización de los bienes públicos, alienta la globalización, defiende la desreglamentación de los mercados, propugna el achicamiento del Estado para remplazarlo por el mercado, impulsa el individualismo, brega por la baja de los impuestos y la eliminación de los gastos sociales por ser “improductivos” y tiende a consolidar la >sociedad de consumo como la mejor de las sociedades posibles.
El pensamiento único, como es lógico, tiene pretensiones universales. Las grandes instituciones económicas y financieras del mundo —el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)— en alianza con los sectores bancarios internacionales lo difunden hacia los centros de investigación, universidades, cónclaves académicos, gobiernos, partidos políticos, ensayistas económicos, líderes de la política, escritores y organizaciones sociales de diversa índole. Y esos conceptos son reproducidos, repetidos y promocionados por los medios de información económica de amplia circulación internacional: el "Financial Times", "The Wall Street Journal", "The Economist" y muchos otros. Esta avalancha periodística tiene una terrible fuerza intimidatoria que torna muy dura la resistencia contra el credo ultraliberal, porque las cosas se suelen plantear en términos de aceptarlo o de afrontar la ruina económica nacional.