Julio César (102-44 a. C.) fue uno de los más brillantes estadistas de la Antigüedad. Gran político, brillante orador, notable guerrero, enterado matemático, dominó con su personalidad en la paz y en la guerra. Sus triunfos militares se extendieron desde la Bretaña hasta Etiopía. Con su valor y su energía inagotable se atrevió a acometer todo lo que le sugirió su ambición.
Para iniciar su campaña militar sobre Roma y conquistar el poder, tomó la decisión de cruzar al mando de sus tropas el Rubicón, que es el pequeño río situado en la antigua frontera entre las Galias y Roma, para vencer a Pompeyo y asumir el gobierno.
El Rubicón era entonces no solamente una frontera política entre las Galias y Roma sino un símbolo, debido a que se había expedido un decreto, por razones de seguridad del imperio, que declaraba como enemigo de la patria a quien cruzase armado el pequeño río. Hacerlo significaba, por tanto, desafiar el poder imperial. Y eso fue lo que hizo Julio César, a la sazón gobernador de las Galias, en su camino hacia la conquista de Roma.
La historia ha recogido ese episodio de valor y determinación y desde entonces se usa la frase “pasar el Rubicón” para señalar la toma de una decisión crucial, llena de riesgos.