El término apareció en Europa durante la última postguerra para designar la presencia decisoria de los partidos en la vida política, en que prácticamente asumieron el monopolio de la actividad pública en el proceso de la reconstrucción democrática europea después de la caída del fascismo.
Partidocracia es, etimológicamente, el gobierno, el poder o la influencia de los partidos políticos. El neologismo, aún no reconocido por la Real Academia Española de la Lengua, se ha formado de las voces partido, del latín partire, que significa dividir algo, y del griego krateia = “poder” o “gobierno”. Es el gobierno, el poder, la fuerza o la autoridad de los partidos políticos en un Estado. Se designa con esta palabra al régimen en el cual los partidos son los que toman las más importantes decisiones de la vida política estatal, desde el lanzamiento de los candidatos a los cargos electivos hasta el control de los elegidos y el sometimiento de ellos a la disciplina partidista en el ejercicio de sus funciones públicas. La modalidad se llama también régimen de partidos o, como en Alemania, Estado de partidos (parteienstaat). Los individuos no tienen influencia política sino en cuanto son miembros de un partido. Su voluntad y su acción política están mediatizadas. Son los partidos los que articulan y dan coherencia a las aspiraciones populares, que con frecuencia se presentan en forma borrosa e inorgánica.
En el inglés se han acuñado dos palabras equivalentes para designar el monopolio de la acción potlítica por los partidos dentro de un régimen democrático o de tendencia democrática: “partyocracy” y “partyarchy”. Esta última fue acuñada en los años 90 del siglo anterior por el politólogo norteamericano, profesor de la Universidad de Notre Dame, Michael Coppedge.
El poder y la influencia de los partidos, bajo un régimen “partidocrático”, se manifiestan de diversa manera: como facultad partidista de imponer candidatos por quienes los electores se ven precisados a votar; como imposición disciplinaria sobre los diputados y funcionarios públicos pertenecientes a las filas del partido, de modo que las decisiones no las toman éstos sino la dirigencia partidista; como limitación de la libertad de los afiliados para expresar públicamente sus opiniones discrepantes o contrarias a las del partido; como prohibición, en fin, de resistir el diktat partidista.
La contravención a estas normas puede dar lugar a sanciones de diferente gravedad contra los infractores —recriminación, suspensión de derechos, destitución de funciones o expulsión de las filas partidistas—, tras un sumario juicio por el tribunal de disciplina.
En todo caso, se han suscitado deformaciones del sistema y aun abusos de él. Algunos partidos han perdido su “democracia interna”, su debate ideológico, su movilidad interior, todo lo cual ha conducido a la esclerosis de la ideología, al enquistamiento de los grupos dirigentes, a su burocratización y a la conversión del partido en un diafragma que sofoca los anhelos de sus militantes de base.
Se ha producido la paradoja de que, siendo los partidos elementos sustanciales de la democracia, la partidocracia ha devenido en un fenómeno antidemocrático porque escamotea los derechos de la gente y mediatiza su participación política. De ahí que, como hace notar el profesor de la Universidad de Bolonia Gianfranco Pasquino en su libro “La Politica Italiana” (1995), “il termine partitocrazia è stato utilizzato essenzialmente con connotati critici e derogatori”. Este sentido peyorativo de la palabra se explica por el abuso que de sus prerrogativas han hecho los partidos y el poder incontrolado que ellos han alcanzado en algunos lugares en perjuicio de los derechos de los ciudadanos.
Muchas críticas se han formulado contra la partidocracia, principalmente desde el ángulo de la Derecha política. Como la partidocracia fue, en buena medida, el resultado de la insurgencia o de la consolidación de los grandes partidos de masas de corte socialista, que cambiaron por completo la forma tradicional de “hacer política”, la Derecha, acostumbrada a la estrecha y excluyente política de los <notables, levantó la bandera del retorno hacia la representación individual de los viejos tiempos en lugar de la movilización masiva y postuló la vuelta hacia los pequeños <cenáculos de antaño, en que las cosas se resolvían entre “gente culta” y a puerta cerrada. Recordemos los ataques que hacía Charles de Gaulle a los partidos políticos franceses en el sentido de que distorsionaban la voluntad de los ciudadanos, o los que invariablemente han formulado los caudillos conservadores en América Latina.
Sin embargo, algunas de esas críticas tuvieron una cierta justificación. Hubo partidos que limitaron la movilidad interna y consolidaron cúpulas autoelegidas y autoritarias, o que exigieron a los gobiernos “cuotas de poder” para sus dirigentes —la famosa lotizzazione de que se hablaba en Italia—, o que eliminaron la <meritocracia en los sistemas de promoción de sus miembros, o que incurrieron en actos de corrupción. Eso es cierto. Pero no invalida la tesis de que los partidos políticos son elementos indispensables de la democracia en las sociedades del mundo contemporáneo. No hay democracia sin partidos. Estos son los intermediarios entre la sociedad y el poder. Se encargan de recoger, encauzar, enriquecer y canalizar las difusas aspiraciones populares y presentarlas ante quienes ejercen la autoridad pública. El hombre aislado carece de fuerza. Son las agrupaciones políticas los sujetos de la vida pública del Estado.
Los partidos tienen funciones muy importantes que cumplir en los regímenes democráticos. No sólo organizan al pueblo para su participación política y la defensa de sus derechos, sino que son laboratorios de análisis de las realidades de un país, que buscan soluciones para sus problemas. En este sentido los partidos son siempre portadores de una propuesta alternativa de futuro con respecto al programa de gobierno que actualmente se aplica. Y les corresponde ejercer también la vigilancia de ciertos valores en el curso de la obra gubernativa: el acierto, la honestidad, la justicia social, la eficiencia. Suya es la función de asumir el ejercicio de la <oposición, como una de las más importantes gestiones políticas en los regímenes democráticos.
La partidocracia se vale de ciertos mecanismos para fortalecer su sistema. Uno de ellos es el voto obligatorio que determina para el ciudadano la obligación legal de concurrir a las urnas aunque le reconoce la libertad en cuanto al contenido del voto. La concurrencia de los electores a las urnas es, consciente o inconscientemente, un respaldo a los partidos que son los protagonistas principales de las consultas electorales. Otro mecanismo de apoyo es el régimen jurídico, llamado también régimen de partidos, que asigna a éstos la facultad exclusiva de proponer candidatos para los cargos de naturaleza electiva dentro del Estado o que exige a los ciudadanos, como requisito para que puedan ser candidatos, pertenecer por afiliación a un partido político. Se protege así la función pública que toca desempeñar a los partidos. Finalmente, el financiamiento público de ellos con cargo al presupuesto del Estado, que nace por disposición de la ley y que generalmente opera en proporción al número de votos alcanzados por cada partido, es otro de los resguardos que tiene la partidocracia. Este sistema sin duda ha dado autonomía económica a las organizaciones políticas, que bajo el viejo régimen eran totalmente dependientes de la “generosidad” de las personas y empresas privadas, que les entregaban su apoyo financiero a cambio de compromisos inconfesables. Los partidos, de este modo, se convertían en instrumentos al servicio de intereses creados. El financiamiento público terminó con esta corruptela, aunque no totalmente, como lo demostraron los escándalos surgidos en algunos países europeos y latinoamericanos, particularmente en Italia con el financiamiento de las campañas políticas por la <mafia.
Por diversos factores y razones hay un ambiente crítico contra los partidos políticos en el mundo. Han estado vinculados a demasiados escándalos financieros en los últimos tiempos. Han protagonizado actos de corrupción desde el poder. Su desprestigio, en algunos casos como el italiano, ha llevado a la disolución de partidos con larga tradición de lucha, como aconteció con la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y el Partido Comunista a comienzos de los años 90 del siglo pasado. Con lo cual la partidocracia entró en entredicho.
el gobierno, el poder o la influencia de los partidos políticos en la conducción del Estado.