La idea de la unión y solidaridad entre los pueblos del Nuevo Mundo nació al mismo tiempo que la independencia de los países latinoamericanos. Un elemental instinto de conservación llevó en esa dirección a los más lúcidos líderes de la emancipación americana. El ilustre político y militar venezolano Francisco de Miranda (1750-1816) soñaba con la formación de “una grande familia de hermanos”, como lo dijo en su manifiesto de 1791. El emancipador chileno Bernardo O’Higgins (1778-1842) habló de la “gran confederación del Continente Americano”. Pero fue sin duda el Libertador Simón Bolívar quien vio con la mayor claridad que el destino de los nuevos Estados que habían surgido a la vida independiente estaba vinculado a la unión que ellos fueran capaces de forjar. En su célebre Carta de Jamaica del 6 de septiembre de 1815, al hablar del futuro de América, dexpresó que “es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola Nación, con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse…”
Esta fue la síntesis de la doctrina americanista de Bolívar. Por supuesto que él se refería a los países hispanoamericanos, cuya unión veía como indispensable para preservar su independencia respecto del poder de los Estados Unidos del Norte, que ya entonces aparecía como un amenaza para las pequeñas naciones del sur, y de las metrópolis europeas que aún no habían abandonado sus intenciones de reconquista.
Hombre de pensamiento y acción, Bolívar fue un personaje extraordinario. La cadena de televisión y radio BBC de Londres, en agosto del 2011, lo calificó como el americano más prominente del siglo XIX. Y dijo de él: "Con sólo 47 años de edad peleó 472 batallas, siendo derrotado sólo seis veces. Participó en 79 grandes batallas, con el gran riesgo de morir en 25 de ellas. Liberó seis naciones (Colombia, Panamá, Venezuela, Bolivia, Perú y Ecuador), cabalgó 123 mil kilómetros, más de lo navegado por Colón y Vasco da Gama, sumados. Fue Jefe de Estado de cinco naciones. Recorrió diez veces más que Aníbal, tres veces más que Napoleón y el doble que Alejandro Magno. Sus ideas de libertad fueron escritas en 92 proclamas y 2.632 cartas. Lo más increíble es que muchas de ellas fueron dictadas de forma simultánea y en diferentes idiomas a distintos secretarios. Y el ejército que comandó nunca conquistó territorios, sólo liberó pueblos".
Bajo la inspiración del Libertador —que en su Carta de Jamaica había exclamado once años antes:“¡qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!”— se reunió del 19 de junio al 15 de julio de 1826 el Congreso Anfictiónico de Panamá (la anfictionía fue la confederación de las antiguas ciudades griegas) que congregó a los representantes plenipotenciarios de la Gran Colombia, México, Perú y la América Central para tratar sobre el futuro de los nuevos Estados hispanoamericanos nacidos a la vida independiente y acordar un tratado que los coligase para la defensa común.
Con una anticipación histórica admirable, en él se establecieron algunos principios que un siglo más tarde fueron recogidos por el Pacto de la Sociedad de las Naciones y después por la Carta de la Organización de los Estados Americanos. En el artículo primero de ese instrumento internacional se declaró que las partes contratantes “se ligan y confederan mutuamente en paz y en guerra, y contraen para ello un pacto perpetuo de amistad firme e inviolable y de unión íntima y estrecha con todas y cada una de dichas partes”.
Esta fue la iniciación de lo que, con el pasar del tiempo, se denominó el “sistema interamericano”, es decir, el conjunto de principios y reglas que rigen las relaciones entre los países del continente americano.
El próximo paso fue el primer congreso de Lima que, por iniciativa de Perú, se reunió del 11 de diciembre de 1847 al 1 de marzo de 1848, con la asistencia de los representantes plenipotenciarios de Bolivia, Chile, Ecuador, Nueva Granada y Perú. Allí se suscribieron los tratados de confederación, asuntos consulares, correos, comercio y navegación entre los países hispanoamericanos. Vino después el segundo congreso de Lima, en noviembre de 1864, para tratar las cuestiones de límites pendientes entre ellos, la abolición de la guerra, el arreglo pacífico de las controversias y la defensa de la independencia americana frente a las acciones de reconquista de España.
La noción del panamericanismo aún no había nacido porque las antiguas colonias inglesas de Norteamérica estaban recién en una etapa de expansión interna y de consolidación nacional. El panamericanismo no fue un fruto del siglo XIX sino del siglo XX. En el siglo XIX los Estados Unidos estaban demasiado ocupados en integrar su territorio para formar un Estado de dimensiones continentales limitado por los dos océanos. Compraron Louissiana a Francia, Florida a España y Alaska a Rusia. Despojaron a México de buena parte de su territorio. Se anexaron Texas, California, Nuevo México, Arizona, Nevada y parte de Colorado. Era el imperio del destino manifiesto. Conciliaron a los estados del sur con los del norte. Terminaron en 1869 el ferrocarril que unía la costa del Atlántico con la del Pacífico. Dieron un gran impulso a la industria y al comercio. Formaron grandes compañías, <carteles y >trusts.
Solamente después de resolver esos problemas convocaron en 1889 la primera conferencia panamericana en Washington con la idea de formar con las tres Américas un solo todo bajo su hegemonía. Panamericanismo significa etimológicamente “una sola unidad” de “toda América”. Fue un intento de encontrar caracteres comunes que pudieran dar sustento a la ansiada “unidad” entre Estados Unidos y la América Latina. Se privilegiaron para eso los factores geográficos y “hemisféricos” sobre los étnicos y sociológicos. Pero las diferencias se interpusieron implacablemente. Ellas abarcaron todas las facetas de la vida humana. Fueron dos conceptos diferentes sobre la vida, el hombre, la familia, la sociedad, el gobierno, la ley, la religión, la ética.
Con estos antecedentes históricos el panamericanismo empezó a forjarse a partir de la primera conferencia de los países americanos en Washington en 1889, en que la sombra tutelar de Bolívar fue reemplazada por la de los líderes norteamericanos. Por eso, a la primera etapa de los intentos de unión americana bien pudiéramos llamarla hispanoamericanismo porque, bajo la inspiración bolivariana, marcó una tendencia a contraponer los intereses políticos y económicos de las excolonias españolas, que habían alcanzado su emancipación, con los de las excolonias ingleses de norteamérica, que habían formado una poderosa confederación, primero, y después una federación dotada de una fuerte vocación expansionista.
El panamericanismo, como concepto aglutinador de todos los Estados del continente americano, se formó bajo la influencia del pensamiento de los líderes norteamericanos así como el hispanoamericanismo obedeció principalmente a las ideas de Bolívar. Todos los primeros congresos estuvieron influidos por el pensamiento bolivariano y miraron con una cierta desconfianza el creciente poder que acumulaban los Estados Unidos de América. En cambio, las reuniones posteriores se efectuaron bajo la influencia del pensamiento de los líderes norteamericanos. Por eso fue que desde el comienzo la palabra panamericanismo tuvo connotaciones ideológicas de dominación de Estados Unidos sobre toda la región hemisférica y fue acogida con frialdad y desconfianza por los países latinoamericanos.
Numerosos pensadores de esta parte de América —Rodó, Martí, Darío, Montalvo, Ugarte, Peralta, Ingenieros, entre muchos otros— vieron con suspicacia al panamericanismo que con tanto ahínco impulsaban los líderes de Washington, del que creyeron que era una forma de enmascarar los afanes de dominación política y económica de Estados Unidos sobre los países del sur del Río Grande.
El panamericanismo no se basó en la comunidad cultural, étnica y religiosa entre los pueblos americanos —que no podía darse entre la América anglosajona y la América latina, con culturas, razas y lenguajes tan distintos— sino en un simple concepto geográfico de pertenencia al “hemisferio occidental”. Los lazos de unión, por consiguiente, no tuvieron la fuerza aglutinante de lo humano sino sólo de lo geográfico. Fue un concepto más amplio, eso sí, porque abarcó a las dos Américas: la anglosajona y la latina, pero la comunidad de intereses en todos los órdenes fue más débil y las contradicciones socio-económicas entre el “Norte” y el “Sur” americanos, aunque en las ciencias sociales aún no se reconocía esta contraposición, pronto aparecieron con fuerza.
El panamericanismo se mantuvo durante el primer tercio del siglo XX. Con el segundo Roosevelt hubo un cambio de actitud en los años 30. El panamericanismo se transformó en interamericanismo y tomó forma jurídica principalmente en dos instrumentos internacionales: en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca de 1947 y en la Carta de la Organización de los Estados Americanos suscrita en 1948.
Allí hubo un cambio sutil de enfoque. El interamericanismo no daba la idea de un todo sino de relación entre sus diversas partes.
El panamericanismo fue, en cierta forma, una proyección de los principios de la <doctrina Monroe, pero no como una mera actitud defensiva frente a Europa sino como una dinámica intervencionista hacia los países latinoamericanos. Y pronto se articuló con la <doctrina del destino manifiesto del presidente Teodoro Roosevelt. Al final, en nombre del panamericanismo, se cometieron mil y un actos de intervención armada y desarmada de Estados Unidos en el destino de los países del sur. Henry Kissinger, el exsecretario de Estado norteamericano, sostiene en su libro “Diplomacy” (1994) que la doctrina Monroe adquirió su interpretación más “intervencionista” en el gobierno del viejo Roosevelt, quien la identificó con las peores ideas imperialistas que a la sazón estaban en boga en el mundo. En lo que el Presidente norteamericano llamó “corollary” de esa doctrina, proclamó el 6 de diciembre de 1904 el derecho general de intervención de Estados Unidos en el hemisferio occidental en todos los casos en que las “cosas no se hagan bien”.
La Primera Conferencia Panamericana celebrada en Washington en 1899 creó la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas, como sociedad regional de Estados, y estableció como su órgano permanente la Oficina Internacional con sede en la capital federal de Estados Unidos.
En la Cuarta Conferencia Panamericana de Buenos Aires, en agosto de 1910, se acordó denominar Unión Panamericana a su secretaría general y órgano permanente ubicado en la ciudad de Washington.
El 30 de abril de 1948, con ocasión de la novena conferencia interamericana reunida en Bogotá, se aprobó la Carta que creó la Organización de los Estados Americanos (OEA) y en la conferencia interamericana extraordinaria reunida en Buenos Aires del 15 al 27 de febrero de 1967 se introdujeron reformas a ella, que entraron en vigor el 27 de febrero de 1970. Las más importantes de esas reformas fueron la sustitución de la conferencia interamericana por la asamblea general como órgano supremo de la Organización Regional, integrado por los representantes de todos los Estados miembros, y el cambio de nombre de Unión Panamericana por el de Secretaría General a su órgano central y permanente.
Después de la primera conferencia panamericana de Washington, 1899-1890, vinieron la segunda reunida en México 1901-1902, la tercera en Río de Janeiro 1906, la cuarta en Buenos Aires 1910, la quinta en Santiago 1923, la sexta en La Habana 1928, la séptima en Montevideo 1933, la octava en Lima 1938, la novena en Bogotá 1948 (en la que se aprobó la Carta de la Organización de los Estados Americanos) y la décima en Caracas 1954.