La frase original en latín —panem et circenses— se encuentra en las "Sátiras" de Juvenal (60-140), el más grande de los poetas satíricos latinos, quien en su empecinada crítica a la corrupción y decadencia de Roma sostenía que el pan y el circo eran los deseos más fervientes de un pueblo criado en el vicio y la molicie. La frase fue reproducida siglos más tarde, en parecidos términos y con igual sentido, por el gobernante, sabio y poeta florentino Lorenzo de Médicis (1449-1492): pane e feste tengono il popolo quieto.
El circo fue entre los antiguos romanos el lugar destinado a la celebración de diversos espectáculos para entretener a la multitud. La ciudad de Roma llegó a tener 15 circos, de los cuales el más grande e importante fue el circo máximo, situado entre las colinas Palatino y Aventino. Los circos romanos tenían la arena o la palestra, que era la pista en la que actuaban los protagonistas del espectáculo, y en su torno se levantaban gigantescos graderíos para los espectadores. Estaban hermosamente adornados con estatuas, columnas, pilastras, arcos y balaustres. En ellos se realizaban las carreras de caballos y de carros —a imitación de los hipódromos griegos—, la lucha entre gladiadores o entre éstos y animales salvajes, las competencias de los atletas, las peleas de los pugilistas, las piruetas de los acróbatas, los simulacros militares y los demás juegos circenses para divertir a la multitud. En la época de los cristianos de las catacumbas se realizaban en ellos los espeluznantes espectáculos de arrojarlos para ser devorados por las fieras ante el frenesí de la masa.
Relata el historiador italiano César Cantú (1804-1895), en su "Historia Universal", que “del África y de la India traíanse las fieras, con las cuales se ofrecía un espectáculo de matanza al pueblo” y que “a costa de grandes gastos cazábanse leones, elefantes, hienas y cocodrilos, ideando el modo de cogerlos sin herirlos” para llevarlos a la arena. Afirma que Augusto se alababa de haber hecho matar en los juegos del circo cerca de tres mil quinientos animales. Era una orgía de sangre y crueldad con la cual se desviaba la atención del pueblo para que no mirase la codicia, las riquezas, el lujo, la concupiscencia y la voluptuosidad de los emperadores y de sus cortesanos.
De aquellos antiguos acontecimientos surge la expresión pan y circo con la que se quiere significar que a los pueblos hay que darles espectáculo y entretenimiento para que su atención no se pose en sus miserables condiciones de vida ni en la corrupción o errores de sus gobernantes sino que se distraiga con las farsas truculentas. Los fascistas de la primera mitad del siglo XX, con sus despliegues de música, banderas y estandartes y con sus presentaciones marciales, fueron maestros en la coreografía política y en hacer de los actos políticos grandes espectáculos para entretener a las masas.
Siguieron el ejemplo los gobernantes populistas, expertos en el arte de convertir la política en una continuada farándula para recrear a los pueblos. Todos los días los divierten con sus histrionismos y sus bufonadas, o los enfervorizan con sus arengas, o los exasperan con los brutales ataques contra los enemigos escogidos. Y la televisión les ayuda a que el espectáculo, impecablemente montado por expertos en comunicación e imágenes, tenga un amplio alcance.
Sin embargo, el circo moderno es otra cosa. Nada tiene que ver con la política. Montado bajo una gigantesca carpa, es el escenario de espectáculos de acrobacia, equilibrismo, payasos, malabarismo, prestidigitación, exhibiciones de animales salvajes y otros actos para el entretenimiento de los niños. El primer circo moderno fue montado en Londres en 1768 por Philip Astley, antiguo sargento mayor de la caballería inglesa, quien abrió el Astley’s Amphitheatre en la Westminster Road de Londres; pero el término circus fue utilizado por primera vez en 1782 por Charles Hughes, cuando fundó su Royal Circus también en Londres. De allí partió la iniciativa a los países de Europa continental, a Rusia y a Estados Unidos. En este país, el jinete inglés John Bill Ricketts hizo su primera presentación circense en Pensylvannia en 1792 y después en Nueva York y en Boston. Sin embargo, se considera que los verdaderos padres del circo moderno fueron Phineas T. Barnum y James Bailey, quienes montaron en 1871 el famoso circo Barnum-Bailey, con tres pistas bajo la carpa. Después vinieron los famosos hermanos Ringling, que fundaron el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus que hizo época a partir de 1884, con la organización circense itinerante más grande del mundo.