La corriente de pensamiento indigenista empezó a formarse en la América mestiza a principios del siglo XX como una valoración de lo indio. Muchos escritores blancos y mestizos de aquel tiempo —Justo Sierra, Guillermo Francovich, Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui, José María Arguedas, Luis Valcárcel, Ricardo Rojas, Franz Tamayo, Luis Monsalve Pozo, Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez, Pío Jaramillo Alvarado, Fernando Chávez, Hildebrando Castro, Jorge Icaza, César Dávila, Gonzalo Aguirre Beltrán, Julio de la Fuente, Darcy Ribeiro, Roberto Cardoso de Oliveira, Antonio Sacoto y varios otros escritores— afrontaron el tema indigenista. La Revolución Mexicana, con toda su carga de <agrarismo y reivindicación campesina, dio un gran impulso al indigenismo. El rescate de los derechos del indio y la reivindicación de sus valores culturales fueron los grandes componentes de la acción revolucionaria de México.
Algunos novelistas de nuestra América ligaron el indigenismo a las ideas socialistas. El indigenismo marxista atribuyó al indio el papel redentor que Marx había confiado al proletario. Y el indigenismo radical de Luis Eduardo Valcárcel (1891-1987), José Carlos Mariátegui (1894-1930), Gonzalo Aguirre Beltrán (1908-1996) y varios otros pensadores y políticos no sólo afirmó los derechos del indio sino que también le entregó un rol revolucionario en el cambio de una sociedad diseñada por los blancos en su beneficio.
Así fue desarrollándose el <indigenismo, que ha dejado su impronta en la sociología, en la política, en las letras y en las artes americanas, especialmente en la literatura y en la pintura.
La literatura indigenista y el arte indigenista, que en realidad son una literatura y un arte mestizos —puesto que el indigenismo es un punto de vista mestizo sobre el indio—, tienen una enorme fuerza telúrica y un hondo compromiso con la defensa del indio y de sus atributos históricos, antropológicos y culturales. Ellas se han consagrado a la exaltación del indio y de lo indio. Han recuperado sus motivos antiguos —dioses, símbolos, grecas y figuras precolombinos— y los han incorporado a la plástica, a las letras y a la lucha política, envueltos en una actitud de denuncia contra las injusticias, las discriminaciones y las postergaciones que han sufrido los indios desde los tempranos días de los encomenderos de la conquista española hasta entrado el siglo XXI.
El <agrarismo de la Revolución Mexicana fue una forma de indigenismo político. El indigenismo, en su intento de captar el componente indio de la realidad social y de exaltarlo, ha integrado movimientos mestizos e indios en varios países iberoamericanos para la reivindicación de los derechos de las masas indias.
La novela indigenista latinoamericana fue el primer gran esfuerzo por apartarse de lo europeo y afrontar, con estilo y lenguaje propios, los temas vernáculos. Tuvo por eso un extraordinario éxito y, en función de ella, por primera vez los escritores latinoamericanos alcanzaron reconocimiento internacional.
El ensayo indigenista mexicano, peruano y ecuatoriano, desarrollado desde la perspectiva sociológica y antropológica, fue también muy abundante en denuncias de las relaciones de trabajo semifeudales prevalecientes en la hacienda señorial de aquellos años y de la incestuosa alianza entre el terrateniente, el cura y el jefe político para explotar la fuerza de trabajo india en las faenas agrícolas y ganaderas.
En las artes plásticas hubo también una corriente de denuncia que se expresó con peculiar fuerza en la pintura indigenista, especialmente con el muralismo mexicano de principios del siglo XX y con el realismo social y el expresionismo de los pintores de los países andinos.
La lucha indigenista, que en realidad se inició a finales del siglo XIX, se desplegó en el siglo XX y sigue adelante en el XXI en los países latinoamericanos de alto componente indio, ha logrado la abolición de algunas de las cargas feudales que pesaban sobre los indios, como el concertaje, la prisión por deudas, el obraje, el pago de diezmos y primicias y las formas precarias de tenencia de la tierra —el yaconaje en Perú, el huasipungo en Ecuador, el colonato en Bolivia, el terraje en Colombia—; pero aún queda mucho camino por recorrer. Los indios sufren todavía exclusiones muy severas. Habitan en las zonas más pobres de los campos, están sometidos a una economía de subsistencia, tienen bajísimos ingresos, soportan el mayor grado de analfabetismo, desempeñan las tareas más rústicas y están sujetos a prácticas serviles. Cuando emigran a las ciudades desempeñan las labores más rudimentarias y peor remuneradas. Se convierten generalmente en trabajadores de la construcción o se incorporan al sector informal de la economía.
Hay que hacer una diferencia entre el indigenismo y el indianismo (término éste que no ha sido aún incorporado al diccionario castellano). El primero entraña una vocación reivindicativa de los derechos civiles, políticos y sociales del indio. Incluso hay indigenismos radicales que asignan al indio el papel que Marx atribuía al proletario en el proceso de la revolución. El indianismo, en cambio, es el cultivo idealizado y romántico de los temas indígenas: de la lengua, la cultura, el arte, la religión, las costumbres, el folclor y el paisaje indios. Todo ello dentro del interés que las culturas precolombinas despertaron en ciertos sectores de la intelectualidad. Esos temas se vuelcan principalmente en la novela y en la poesía indigenistas, en las que hay una descripción hasta cierto punto ingenua del indio y de su entorno, y en las que el rencor que en sus páginas se percibe contra lo hispánico no llega a constituir un planteamiento reivindicativo ni menos una convocación revolucionaria.
En cambio, el indigenismo en su dirección política ha señalado ciertas pautas fundamentales: afirmación de la unidad cultural y étnica de sus comunidades; defensa de su lengua, sus tradiciones y su cultura; aspiración al etnodesarrollo, o sea al desenvolvimiento separado y autónomo de su raza; autogobierno de sus territorios y autogestión de sus intereses; marginación de los blancos y mestizos; alejamiento y a veces hostilidad contra Occidente; y reticencia a obrar por medio de los partidos políticos aunque fueran de izquierda y acogieran la causa indígena.
Sobre estas bases se busca articular, a escala internacional, un movimiento pan-indigenista capaz de abarcar y organizar a los grupos étnicos originarios más allá de las fronteras nacionales. La idea es integrarlos transnacionalmente e internacionalizar su causa. Para ello se propuso primero el pan-andinismo, que pretendía organizar a la gran masa india de los altiplanos ecuatoriano, peruano, boliviano, chileno y argentino —tal como lo había soñado el peruano Valcárcel a fines de los años veinte del siglo anterior, como un proyecto de resucitar el Imperio Inca a partir de la vanguardia cultural de la escuela cuzqueña— y después, cuando apareció el gran interés, especialmente en Europa, por estudiar las raíces históricas y antropológicas del indio y también por defender sus reivindicaciones políticas, económicas y sociales, la iniciativa de impulsar una bien articulada organización panindígena a escala internacional.
Una serie de organizaciones no gubernamentales europeas (ONG) han cobrado interés en ayudar logística y financieramente a los grupos indios en sus renovadas demandas de tierra y participación. Éstos, por su parte, han generado liderazgos sólidos en los últimos años. La idea es articular un pan-indigenismo —en términos más amplios que el pan-andinismo—, en los países de alto componente indio —México, Guatemala, Perú, Bolivia, Ecuador, Paraguay—, para formar un amplio frente de lucha por las reivindicaciones de los descendientes de los aimaras, apaches, araucanos, aucas, aztecas, bayás, cañaris, caras, caracas, caribes, cayapas, chibchas, comenches, guaraníes, huancavilcas, incas, iroqueses, mapuches, mayas, quechuas, quichés, quitus, shyris, shuar, siux, tamanacos, tapuyas, toltecas, yumbos tojolabales, tzotziles, tzetales y otras etnias.
En los últimos años se ha producido una toma de conciencia de su identidad cultural, de sus derechos y de su situación por parte de las organizaciones indias. Lo cual ha movido a sus líderes a formar redes indigenistas rurales, urbanas e internacionales. La globalización ha catalizado este proceso. Está en marcha una “internacional india” por encima de las fronteras nacionales y al margen o en contra de los Estados pluriétnicos, multinacionales y pluriculturales de América Latina. Los líderes indios se han convertido en importantes actores de la política en esos Estados.
Un episodio muy significativo en esta lucha fue el amplio triunfo del líder cocalero Evo Morales en las elecciones presidenciales de Bolivia, celebradas el 18 de diciembre del 2005. Morales se convirtió en el primer presidente indio en la historia republicana de ese país —aunque hay quienes sostienen que Morales no es indio puro sino mestizo, hijo de un minero mestizo y una india— y su ascenso al poder interrumpió 182 años de gobierno de la minoría blanca de origen europeo y además significó la interrupción de “quinientos años de exclusión indígena”, para decirlo con palabras del antropólogo Álvaro Bello de la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL).
Bolivia es el país latinoamericano con mayor componente indio en su población. Sin embargo, recién en 1952, con la >revolución boliviana liderada por Hernán Siles Suazo y Víctor Paz Estenssoro, los indios bolivianos conquistaron su derecho a la tierra, al voto y a la educación.
Nacido en una modesta choza de barro y paja en el altiplano boliviano, perteneciente a la etnia aimara, Morales representaba a los campesinos cultivadores de coca en la región del Chapare boliviano, a los mineros del estaño y a las comunidades indias. Una de sus principales reivindicaciones —junto con la nacionalización de los hidrocarburos, la reforma agraria y la abolición del sistema neoliberal— era la libertad de cultivo de la planta de coca, que desde hace cinco mil años se había considerado por los aborígenes de las culturas precolombinas como una “planta sagrada”, que era utilizada en ceremonias religiosas. Los cocaleros argumentan que una cosa es la planta de coca y otra la cocaína y que, como lo demuestran los estudios hechos por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la planta puede servir para varios usos inofensivos.
El triunfo electoral de Morales fue abrumador: obtuvo el 53,7% de los votos contra el 28,5% de su opositor Jorge Quiroga. Morales era el líder Movimiento al Socialismo (MAS), fundado por él y un grupo de campesinos aimaras y quechas en 1995. En una ceremonia vernácula desarrollada en las antiguas ruinas de Tiahuanaco el 21 de enero del 2006 —un día antes de su juramentación como Presidente—, Morales fue coronado y recibió el título de Apu Mallku, o sea de líder supremo de los pueblos indios de los Andes, título que no se había otorgado desde la coronación de Túpac Amaru, soberano inca de Vilcabamba, en la segunda mitad del siglo XVI.