Palabra inglesa (proveniente de offshore, que significa fuera o alejado de la costa) que designa la operación económica de trasladar, total o parcialmente, un centro productivo industrial desde un país desarrollado hacia un país periférico de reciente industrialización con el propósito de incrementar la productividad, optimar los costes de producción, ganar competitividad y disminuir los impactos ambientales en el país de origen.
El offshoring implica una nueva división internacional del trabajo puesto que se trata del traslado que hace una empresa matriz de sus tareas industriales y la relocalización de sus plantas manufactureras en filiales extranjeras para trabajar fuera de sus fronteras nacionales, respondiendo a una de las lógicas de la globalización, que es producir donde es más barato y vender lo producido donde es más caro. Lo practican los países industrializados de Occidente —especialmente Estados Unidos—, que reubican total o parcialmente algunos de sus centros manufactureros en países periféricos para fabricar bienes finales o bienes intermedios.
La informática permite a los ejecutivos empresariales centrales —a través de videoconferencias y otros arbitrios de los modernos software de la información— reunirse en forma virtual con los administradores locales para tomar decisiones y ejercer la administración transnacional de sus empresas offshore. Como dice el escritor estadounidense Thomas L. Friedman, la informática ha “aplanado” el mundo. Las decisiones empresariales se toman en los centros metropolitanos, desde donde a control remoto se dirige la administración de las empresas offshore, y es en ellos donde se genera la ingeniería y el diseño de los bienes a producirse.
Obviamente que para acometer el offshoring las empresas centrales exigen que los países destinatarios reúnan ciertas condiciones: estabilidad política, seguridad jurídica, reglas económicas claras y previsibles, garantías para la propiedad intelectual, mano de obra abundante, menores salarios, impuestos más bajos, inferiores aportes al seguro social, energía subvencionada, eficiente tecnología de la información, telecomunicaciones eficaces, buenos puertos, aeropuertos y carreteras, tierras y edificios más baratos y otras facilidades logísticas ventajosas para la producción.
China, India, Indonesia, Malasia, Taiwán, México, Filipinas, Costa Rica, Singapur, Corea del Sur, República Checa, Vietnam y otros países de las llamadas economías emergentes son los principales destinatarios del offshoring.
China es el mayor fabricante de aparatos electrónicos de marcas occidentales. Dos tercios de los DVD, televisores, teléfonos celulares, hornos microondas, refrigeradoras, copiadoras y otros aparatos electrónicos que se venden en el mercado internacional son producidos en China, a precios notablemente menores que en los países occidentales. La tercera parte de sus exportaciones está constituida por equipos electrónicos. Sus bajos costes de producción le han dado una muy alta competitividad en el mercado mundial y han sido un aliciente para atraer inversión extranjera y para que las corporaciones industriales de Occidente abrieran sucursales en ese país asiático.
Hacia finales de la primera década de este siglo los sueldos de los obreros chinos representaron la décima parte de la remuneración de los obreros norteamericanos.
El offshoring es parte de la denominada nueva economía —o ecomomía digital—, es decir, de la economía de la era post industrial del capitalismo, que cuenta con modos de producción y de gestión empresarial más eficaces, facilitados por las modernas tecnologías de la información y de la comunicación. Surge de la conjunción de los modernos software de la informática con el avance tecnológico de las telecomunicaciones y la aplicación de la robótica a la producción industrial.
En la economía digital se han puesto en práctica dos modalidades de trabajo empresarial para incrementar la productividad: el offshoring y el outsourcing. A veces se usan estas palabras como sinónimas, pero en rigor son diferentes. El offshoring, como he explicado, consiste en el traslado de las instalaciones de la empresa de un país desarrollado hacia otro lugar para fabricar allí sus productos en términos más competitivos. Y el outsourcing es la subcontratación de cualquier servicio susceptible de digitalizarse para que personal especializado en lejanos países —China, India, Malasia, Vietnam, Singapur u otros, que son suministradores más baratos, rápidos y eficientes— asuma la tarea de prestarlo.
La India es, sin duda, el país líder en la prestación de servicios digitales porque cuenta con el dominio del inglés en un 20 por ciento de su población y tiene una enorme cantidad de ingenieros y expertos en informática, que cada año egresan de sus universidades y centros especializados. Buena parte de las declaraciones del impuesto a la renta de Estados Unidos siguen este sistema. Ellas se formulan en la India, donde existen amplios y bien formados equipos de expertos fiscales y contadores formados en los institutos indios de tecnología (IIT) que empezaron a funcionar a partir de una sabia decisión de su primer ministro Jawaharlal Nehru en 1951. Se estima que en el año 2005 se formularon alrededor de 400 mil declaraciones de impuesto a la renta en ese país.
El outsourcing permite a una empresa trabajar sin interrupción las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, todas las semanas del mes y los doce meses del año. Este es uno de los secretos de su productividad. Los profesionales contables, los programadores informáticos y, en general, los expertos en cualquier área del conocimiento situados en ultramar asumen algunas de las funciones de la empresa metropolitana: la investigación en ciertas áreas, la contabilidad, el cobro de facturas, la atención telefónica o la gestión de otros servicios en provecho de las empresas de centrales. Hacen el trabajo en el curso del día —durante la noche de los países occidentales— y los resultados, enviados en formato digital por vía electrónica, son recibidos instantáneamente por las compañías matrices que los subcontrataron. Lo cual les permite producir las veinticuatro horas del día y a costes de producción notablemente menores que en Occidente.
El outsourcing, al diseñar y gestionar servicios en un país para prestarlos o venderlos en otros, contradice las enseñanzas de los manuales tradicionales de economía que afirmaban que los bienes pueden fabricarse en un lugar y venderse en otro pero que, en cambio, los servicios siempre se producen y se consumen en el mismo lugar.
El offshoring y el outsourcing tienen, obviamente, efectos en las relaciones laborales. Mientras en los países de origen se pierden puestos de trabajo, en los países receptores la demanda adicional de fuerza laboral produce un incremento de la remuneración para sus trabajadores, aunque profundizan la brecha salarial entre los trabajadores calificados y los no calificados.
Los defensores norteamericanos del outsourcing sostienen que las empresas que no acudan a proveedores más baratos perderán competitividad y serán expulsadas del mercado.
Por supuesto que el traslado de las operaciones productivas hacia otros países no deja de infundir en algunos círculos empresariales metropolitanos ciertos temores vinculados con la inestabilidad política y económica de éstos, con las dificultades en la administración empresarial de las filiales offshore, con los riesgos en la propiedad intelectual y con la filtración de los secretos industriales y comerciales.
Un tema importante ligado al offshoring es el ecológico. La traslación de las operaciones industriales —especialmente de las altamente contaminantes— ayuda a los países metropolitanos a cuidar sus condiciones medioambientales. En la era postindustrial del capitalismo, ellos tienden a especializarse cada vez más en la producción y exportación de servicios y conocimientos, mientras que encomiendan algunas partes de su producción industrial a los países del tercer mundo. Disminuyen el peso del sector industrial en su producto interno bruto, orientan sus economías preferentemente hacia el área de los servicios —especialmente de los servicios de la última generación tecnológica—, bajan su consumo de energía, reducen sus emisiones tóxicas y encomiendan buena parte de sus tareas industriales —por medio del offshoring— a países del tercer mundo de reciente industrialización, que con ello asumen la carga del deterioro medioambiental. En no despreciable medida, los bienes y mercancías que consumen los países más desarrollados se fabrican en lejanos centros industriales y, de este modo, pueden mejorar sus condiciones ecológicas.
El Índice de Rendimiento Medioambiental —Enviromental Perfomance Index (EPI)— formulado por las universidades de Yale y de Columbia en Estados Unidos, bajo la dirección de sus catedráticos Daniel C. Esty y Marc A. Levy, ha recogido esta realidad. En el año 2010, después de evaluar a 163 países en función de varios indicadores relacionados con la salud ambiental y la vitalidad de los ecosistemas, colocó a Islandia a la cabeza del ranking ambiental, seguida de Suiza, Costa Rica, Suecia, Noruega, Islas Mauricio, Francia, Austria, Cuba, Colombia, Malta y los demás países, todos los cuales destinaban importantes recursos y energías a la protección medioambiental; en tanto que al final quedaron situados Sierra Leona (163º) República Centroafricana (162º), Mauritania (161º), Angola (160º), Togo (159º) y Níger (158º), todos ellos en África subsahariana. Los Estados Unidos ocuparon la posición 61º a causa de su bajo nivel de eficiencia en el manejo de las energías renovables, los recursos hídricos y las emisiones de gases de efecto invernadero, y China se ubicó en el lugar 121º por su lamentable política ambiental. Los países con mejores resultados en América Latina y el Caribe fueron: Costa Rica (puesto 3º), Cuba (9º), Colombia (10º), Chile (16º), Ecuador (30º) y Perú (31º), mientras que los de menor puntuación fueron Haití (155º), Bolivia (137º), Honduras (118º), Guatemala (104º) y Trinidad & Tobago (103º).