Esta palabra latina designa un concepto extraordinariamente importante en la vida política: la oportunidad propicia —que con frecuencia es oportunidad única e irrepetible— para hacer algo exitosamente. El momentum de la acción política es fruto de una serie de circunstancias objetivas y subjetivas que concurren en una coyuntura dada y que posibilitan el éxito de una iniciativa o de una operación política.
Aquello que los norteamericanos denominan “timing” —palabra que no tiene correspondencia en castellano—, o sea el buen cálculo del tiempo o el sentido de la oportunidad para que las cosas resulten bien, forma parte del momentum porque es la precisión cronológica y el buen uso de los tiempos. Por definición, el momento dura poco. Es generalmente efímero, a veces, fugaz. Y, con frecuencia, irrepetible. Las circunstancias —unas buscadas, otras fortuitas— se juntan, cruzan y combinan para crear la atmósfera social y las condiciones objetivas y subjetivas favorables para ser algo o hacer algo. El momento recoge una corriente de opinión mayoritaria dentro de la sociedad, un anhelo sentido, una demanda social generalizada. Y el éxito de un líder o un partido político depende de su capacidad de respuesta a esos requerimientos. La historia nos enseña que hubo líderes afortunados, que acertaron a estar en el lugar y la hora precisos y que alcanzaron rápidos y fulgurantes éxitos políticos y consiguieron lo que a otros, no menos competentes pero sí menos afortunados, les costó la dedicación y perseverancia de muchos años. Lo cual demuestra que el azar es, sin duda, un factor determinante en la vida política. Cuando hay un vacío que llenar, una respuesta que dar, una necesidad que satisfacer o una demanda socialmente sentida que atender, la presencia oportuna del líder consolida su posición.
De modo que el momentum —el momento— en el ámbito político es mucho más que un espacio corto de tiempo: es un conjunto de circunstancias que posibilitan o imposibilitan el éxito de una acción. Es una afortunada o desafortunada sincronía. Es la confluencia espacio-temporal de circunstancias que propician —o impiden— una operación política determinada.
El momento, en parte, puede ser construido por la voluntad de los actores políticos pero en parte es obra de la casualidad y, a veces, del puro azar, dentro de la dinamia social. Es cierto que, en alguna medida, se lo puede acelerar o estimular pero la última palabra la tienen las ineluctables circunstancias.
Por eso suele decirse, en función de la oportunidad propicia que se le presenta, que ha llegado o va a llegar “el momento” de un líder o de una idea política, o que ese líder o idea “está en su momento”. En concordancia con esto, Victor Hugo expresó que “nada es más fuerte que una idea a la que le llegó su momento”.
Siempre las gestas políticas y revoluciones triunfantes tuvieron su momentum, es decir, su tiempo y lugar precisos, sus circunstancias espacio-temporales propicias. Y los <líderes inteligentes y perceptivos no los dejaron pasar sin aprovecharlos y cabalgaron sobre los momentums que los acontecimientos les ofrecieron. El filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) solía afirmar que “el grande hombre político todo lo ve en forma de asa”, con lo cual quiso decir que busca “asir” las personas, las colectividades y las cosas para colocarlas al servicio de sus conveniencias políticas.
De lo cual se desprende que el momentum es un elemento clave del éxito político: las mismas personas y las mismas acciones tendrían resultados diferentes si estuvieran situadas en momentos distintos. La habilidad de un líder político está en saber indentificar “su momento” y actuar en consecuencia. Esta es la clave del éxito.
Mucho tienen que ver las circunstancias en la erección de un liderazgo político. O sea que mucho tiene que ver el momentum. Los acontecimientos que rodean al líder demandan de él decisiones y acciones oportunas. Esos acontecimientos, de otro lado, le dan una especial plataforma de prestigio y visibilidad pública. Un poco cínicamente podríamos decir que en las épocas de tedio político se forma el estadista mientras que el líder fructifica en medio de la tormenta.
En la política, más que en ningún otro campo, es verdadera la máxima de Ortega y Gasset de que el hombre es él y su circunstancia. Un líder puede tener diferentes destinos, dependiendo de su momentum. Winston Churchill (1874-1965) y Charles De Gaulle (1890-1970), sin el entorno de la guerra, probablemente no hubieran alcanzado el prestigio que tuvieron. De no mediar la crisis de los misiles de 1962 con la Unión Soviética y el dramatismo de su muerte, la valoración histórica de John Kennedy (1917-1963) habría sido diferente. Las dimensiones de Fidel Castro, independientemente de su heroico asalto al Cuartel Moncada y de su lucha guerrillera en la Sierra Maestra, hubieran sido otras de no mediar el enfrentamiento con la potencia más grande de la Tierra. El prestigio de Salvador Allende no hubiera sido el mismo sin el ataque brutal de fuerzas de infantería, artillería, blindados y aviación al palacio presidencial y la heroica resistencia y muerte del líder socialista chileno. Y pudieran multiplicarse los ejemplos de la influencia que tienen los momentums en el destino de los pueblos y de sus líderes.