Esta competencia es muy antigua, como lo demuestran los dibujos, las leyendas escritas en cuneiforme y los bajorrelieves sumerios, egipcios y babilonios. Se remonta a la época de una de las civilizaciones más antiguas de la prehistoria: la de los sumerios, que habitó entre los años 2300 y 1800 antes de la era cristiana los territorios ubicados entre los ríos Tigris y Éufrates, en el sur de lo que hoy es Irak.
Escribe la Federation Internationale des Luttes Associees, al afrontar el tema de las raíces e historia de la lucha olímpica, que “hay muchos rastros históricos y arqueológicos de la lucha en el antiguo Egipto. Entre ellos, cabe mencionar, en particular, los dibujos descubiertos en las tumbas de Beni-Hassan que representan 400 parejas de luchadores. Estos dibujos, así como muchos otros vestigios, son testigos de la existencia de corporaciones de luchadores en el Antiguo Egipto, reglas de lucha y códigos de arbitraje. Para los griegos, la lucha era una ciencia y un arte divino, y representaba la más importante formación para los jóvenes”.
En los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia se practicaba el pancracio, que era una combinación de boxeo y de lucha. Los romanos hicieron ciertas modificaciones a esta actividad de los griegos y crearon la lucha grecorromana. La tradición de la lucha libre en el Japón se remonta a más de 2.000 años. Las civilizaciones de Oriente dejaron constancia documental de este tipo de combates. Siglos después, durante la monarquía absoluta europea la lucha fue acogida como espectáculo por algunas casas reales, entre ellas las de Inglaterra y Francia. Los pueblos indígenas de América practicaban también la lucha libre. Mongolia tiene una larga tradición en ella, lo mismo que la India y Pakistán. En los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna celebrados en 1896 la lucha grecorromana formó parte de las competencias y el estilo libre se introdujo por primera vez en los Juegos Olímpicos de 1904.
Hay dos clases de lucha: la grecorromana y la de estilo libre. Ambas tienen la misma duración: dos períodos de tres minutos con un descanso intermedio de 30 segundos. La lucha grecorromana, muy popular en Europa, se practica en todo el mundo. La diferencia básica entre ambos estilos es que, en la lucha libre, está permitido a los contendientes usar todo su cuerpo en el combate —con agarres por debajo de la cintura y el uso de sus piernas— por lo que ella tiene mayor variedad de llaves y recursos, mientras que en la grecorromana sólo se pueden aplicar las llaves por encima de la cintura y está prohibido usar las piernas para atacar o defenderse.
Tanto en la lucha grecorromana como en la lucha libre (denominada también “catch as catch can”) los combatientes, usando varias presas y técnicas, tratan de someter a sus oponentes de modo que toquen el suelo con sus omóplatos, con lo cual ganan la pelea. Pero si ninguno de ellos lo consigue dentro del tiempo asignado, el ganador se determina por la cantidad de puntos acumulados a lo largo de la prueba, de acuerdo con el criterio de los árbitros y en conformidad con las reglas. En caso de empate el ganador se determina en un período suplementario de tres minutos de combate.
Según la normativa de la Federación Internacional de Lucha Amateur (FILA), fundada en 1921, los combates olímpicos tienen un asalto único de cinco minutos que finaliza cuando un luchador consigue el derribo de su contendor o cuando se cumple el tiempo reglamentario, en cuyo caso triunfa el luchador que ha conseguido más puntos por las diferentes maniobras: agarres, reversos, escapes, inmovilizaciones, etc. Si ninguno de los dos ha alcanzado al menos tres puntos en los cinco minutos del asalto, deben luchar un período de tres minutos adicionales para definir el ganador.
Existe también una pintoresca forma de lucha libre de exhibición profesional con fines de entretenimiento. La puesta en escena de los combates se prepara con antelación en un ring acolchonado y rodeado de cuerdas de 5,50 metros por lado. Los luchadores suelen presentarse estrafalariamente vestidos. Uno de ellos asume el papel de villano, amenaza y agrede deslealmente a su contendor, usa técnicas antirreglamentarias y con eso irrita a los espectadores, mientras que el otro aparece como víctima y se gana su simpatía. Al final, después de una sucesión de simulacros de golpes, llaves y tumbos, triunfa el “bueno” y la “vindicta pública” queda satisfecha.