Es una moderna expresión para designar un fenómeno viejo: la persecución racial. Se la empezó a usar a partir de la brutal represión desatada en 1991 por el gobernante iraquí Saddam Hussein contra la población kurda de Irak, así como de la política de exterminio aplicada por el jefe de Estado de Serbia, Slobodan Milosevic, y por el presidente de los serbios de Bosnia, Radovan Karadzic, contra los musulmanes bosnios y los católicos croatas de Yugoeslavia.
Las cuatro grandes limpiezas étnicas que registra la historia reciente son el aniquilamiento de los judíos en el Tercer Reich, el <apartheid sudafricano, el exterminio de los kurdos por Saddam Hussein y las acciones de violencia étnica de los serbios contra los bosnios, croatas y albano-kosovares.
En el Tercer Reich el mito racista —fundado en el culto a la raza aria sostenido por las teorías del diplomático y escritor francés Arthur de Gobineau (1816-1882) y del filósofo británico de origen alemán Houston Stewart Chamberlain (1855-1927)— difundió la creencia en una raza superior predestinada a gobernar el mundo y, en concordancia con ella, Adolfo Hitler proclamó en su libro "Mein Kampf" (1925) que “en un porvenir no lejano, la humanidad deberá afrontar problemas cuya solución exigirá que una raza excelsa en grado superlativo, apoyada por las fuerzas de todo el planeta, asuma la dirección del mundo”.
El líder nazi sostenía que “el Estado nacional debe conceder a la raza el principal papel en la vida general de la nación y velar por que ella se conserve pura”, para lo cual abogaba por la regulación gubernativa del matrimonio a fin de que “no continúe siendo un azote perpetuo para la raza” y por la aplicación de los principios de la eugenesia en las sociedades santurronas “que toleran que cualquier corrompido o degenerado se reproduzca a sí mismo, gravando con el peso de indecibles padecimientos a sus contemporáneos y a su propia descendencia”.
Bajo tales prejuicios Hitler ordenó la aniquilación física de seis millones de judíos, en la mayor limpieza étnica que conoce la historia, mediante las cámaras de gas y los hornos crematorios de los campos de concentración nazis.
Con la asunción del poder en 1948 por el Nationalist Party se implantó en la República de Sudáfrica la cruel política de segregación racial —el <apartheid— impuesta por la minoría blanca contra la mayoría negra.
Como todas las concepciones racistas, el apartheid se fundamentó en la supuesta superioridad de una raza humana sobre las demás. Y los blancos sudafricanos reivindicaron esa superioridad, en cuyo nombre impusieron su derecho a gobernar el país y a someter a la mayoría de color —a los nativos o bantúes— a humillantes discriminaciones en la vida social, política y económica. Fue punible el matrimonio entre blancos y negros, éstos no podían asistir a planteles educacionales de los blancos, los negros ocupaban medios de transporte diferentes, les estuvo prohibido vivir en los barrios blancos y sufrieron toda suerte de segregaciones.
En 1991 Saddam Hussein emprendió una limpieza étnica contra la población kurda asentada en el norte de su territorio. Fue una nueva operación de limpieza puesto que años antes ya había ordenado el empleo de armas químicas contra ella. Fue tanta la brutalidad que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se vio obligado a tomar una acción de injerencia humanitaria y a establecer una zona de exclusión de actividades militares iraquíes para proteger a la población kurda de la política de exterminio del tirano de Bagdad.
Poco tiempo después de que Yugoeslavia se partiera en cinco Estados distintos —Croacia, Eslovenia, Macedonia, Bosnia-Herzegovina y la República Federal de Yugoeslavia— los serbios iniciaron en el territorio de Bosnia-Herzegovina una de las más sangrientas guerras civiles de que se tenga noticia, encendida por los viejos odios étnicos y religiosos entre los eslavos de Serbia y los musulmanes de Bosnia. En la crudelísima contienda que duró desde 1991 hasta 1995 se esgrimió como argumento por los eslavos de Belgrado la necesidad de hacer una “limpieza étnica” en Bosnia. Así lo proclamaron tanto Slobodan Milosevic, Jefe de Estado de Serbia, como el Presidente de los serbios de Bosnia, Radovan Karadzic. Y en nombre de esta proclama racista dieron muerte a decenas de miles de musulmanes bosnios y de católicos croatas.
Tres años después el mismo gobierno racista de Slobodan Milosevic desató una nueva “limpieza étnica”, esta vez contra la población albano-kosovar asentada al sur del país. Las aldeas de Kosovo fueron atacadas por el ejército serbio con armas de artillería, asesinados miles de sus habitantes y quemadas sus casas para obligarlos a abandonar la provincia. Los soldados serbios cometieron las más repugnantes violaciones de los derechos humanos. Centenares de miles de kosovares dejaron sus hogares y huyeron hacia territorio albanés en lo que fue “el mayor éxodo en Europa desde la Segunda Guerra Mundial”, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Los dos genocidas balcánicos terminaron sus días en la cárcel. Milosevic —responsable del genocidio de Srebrenica en el que murieron 8.000 musulmanes— fue detenido en su búnker la madrugada del domingo 1 de abril del 2001 y enviado tres meses después a la cárcel de La Haya, bajo la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional, en donde falleció cinco años después por un infarto cardíaco, sin haber recibido sentencia. Y el otro protagonista principal de las masacres de Bosnia, Radovan Karadzic, después de haber vivido disfrazado y con una falsa identidad por doce años, fue apresado el 21 de julio del 2008 por los servicios de inteligencia serbios y extraditado también a una celda a órdenes del tribunal de La Haya, que el 23 de marzo del 2016 lo condenó a cuarenta años de reclusión por genocidio, crímenes contra la humanidad y otros delitos.
Sin duda que estas operaciones de limpieza étnica están inspiradas en las añejas teorías de Arthur de Gobineau —considerado el padre del racismo— y de sus seguidores: el alemán Richard Wagner y el inglés Houston Stewart Chamberlain, que hicieron de la raza la clave para interpretar la historia. Según el criterio de ellos —y también del alemán Alfred Rosenberg, cuyas ideas tuvieron mucho que ver con los horrores del >nazismo— la raza blanca, que en su estado puro es rubia, dolicocéfala y de ojos azules, es la que tiene características superiores. Por eso los devotos del racismo se han opuesto al mestizaje de sangres y de culturas, han condenado los matrimonios entre miembros de etnias diferentes, han vedado la convivencia entre ellas, han propugnado el establecimiento de <guetos para los grupos discriminados y, en su demencial obsesión por la pureza de la raza blanca, han desencadenado violentas acciones de limpieza étnica.