Es una expresión inglesa que designa, en el mundo de la producción industrial moderna, las sofisticadas técnicas que conducen a una exacta sincronización entre la producción de una empresa y la demanda. Para alcanzar este objetivo que maximiza los beneficios de las empresas industriales se introducen cambios en su administración de modo que los stocks de materias primas, insumos y bienes intermedios —que representan costes financieros— no sean mayores que las necesidades reales de la producción y ésta no desborde la demanda y cree bienes ociosos.
El just-in-time es, en consecuencia, una cuestión de oportunidad, que contribuye a optimar los rendimientos de un empresa industrial porque evita la superabundancia y el desperdicio. Cada una de las unidades de trabajo que la componen, que opera en una secuencia predeterminada, comunica a la anterior el número de piezas y unidades de materia prima que le son necesarias para su trabajo. Cosa que ocurre en toda la cadena de producción y que tiene como punto de referencia la demanda externa del producto.
El sistema just-in-time, que algunos lo consideran una “filosofía empresarial”, fue implantado por primera vez en la fábrica japonesa de automotores Toyota a mediados de la década de los años 70 del siglo XX. Por eso en los años 80 los círculos de la industria empezaron a denominarlo toyotismo o modelo japonés y a estudiarlo y copiarlo para adaptarlo a las realidades de otros países.
El just-in-time ha tenido también implicaciones en el orden laboral porque la fluidez que ha dado al proceso de producción ha reducido la “porosidad” del trabajo, o sea los pequeños espacios de tiempo en que los trabajadores podían estar ociosos.