Procedente del hebreo yobel, que significa “júbilo” o “viva alegría” expresada con signos exteriores, el jubileo es una fiesta pública que celebran los judíos cada cincuenta años y, entre los católicos, la indulgencia plenaria universal concedida por el pontífice romano en algunas ocasiones muy especiales, como la Bula de Convocación del Gran Jubileo del año 2000 que expidió el papa Juan Pablo II el 29 de noviembre de 1998, cuando se aproximaba el tercer milenio.
Inspirado en el Levítico de la Biblia, que describe el Año del Jubileo o Año de Gracia como un año cada 50 en el que las desigualdades sociales se ajustan, los esclavos se liberan, las tierras se devuelven a sus dueños originales y las deudas se perdonan, el jubileo 2000 fue un movimiento internacional seglar fundado en 1996 por las tres mayores agencias cristianas de desarrollo y el World Development Movement de Inglaterra para promover la condonación de la deuda externa de los países pobres y abrir la posibilidad de que muchos pueblos iniciaran el nuevo milenio sin que la carga del endeudamiento afectara sus presupuestos de salud, agua potable, educación, vivienda y atención de sus necesidades básicas.
Se trataba de la condonación de las tres formas principales de deuda externa: la contraída con los bancos comerciales, con los gobiernos y con las entidades multilaterales de crédito (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, etc.)
En los años siguientes el movimiento agrupó a más de 150 organizaciones sociales y se extendió en más de 60 países desarrollados y subdesarrollados.
Jubileo 2000 llegó a la conclusión de que la deuda externa de los países pobres era inmoral, ilegítima e impagable, por lo que no había otra solución que condonarla. Consideró que los países deudores y los acreedores eran igualmente responsables del problema, que un altísimo porcentaje de la deuda se debía a las ventas de armas, que en la contratación de ella hubo un elevado componente de corrupción, que en ella se dieron usura y cobro de intereses sobre intereses, que algunos países destinaban hasta el 40% de sus ingresos por exportaciones para el servicio y sobrepago de la deuda y que sus montos resultaban matemáticamente impagables no obstante toda la coacción ejercida por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, porque habían sobrepasado todas la capacidades de pago de las economías pobres, como lo demostraron dos décadas de refinanciamientos imposibles de cumplir.
En el marco del movimiento internacional de anulación de los adeudos externos hubo declaraciones en América Latina, el Caribe y África en el sentido de que los recursos liberados de la deuda externa debían ser usados para pagar la deuda social y ecológica interna a través de planes y programas de desarrollo humano. Las declaraciones de Accra el 19 de abril de 1998, de Tegucigalpa el 27 de enero de 1999, de Roma el 22 de febrero del mismo año, de Matheu en la provincia de Buenos Aires del 23 de septiembre de 1999, de Inglaterra el 30 de septiembre de 1999, de la Cumbre Sur-Sur en Gauteng de Sudáfrica el 18 al 21 de noviembre de 1999 y de Dakar el 14 de diciembre del 2000 reafirmaron la idea de que la deuda externa de los países del tercer mundo ha sido cubierta con creces, por lo que rechazaron el “pago perpetuo” de ella, como cuestión de vida o muerte para esos pueblos.
Una de las pocas respuestas de los acreedores por esos años fue la del gobierno norteamericano, tendiente a condonar la deuda bilateral de los países pobres altamente endeudados (HIPC).
La Cumbre Sur-Sur de Gauteng, sin embargo, rechazó todas las formas de “alivio” de la deuda que se habían propuesto: desde los bonos Brady, los esquemas de compra de deuda y la iniciativa norteamericana de condonar el 100% de las obligaciones de los países pobres altamente endeudados hasta la iniciativa de Colonia del G-7, porque todas ellas presupusieron la legitimidad de la deuda, el reciclamiento de los préstamos incobrables de los países pobres y la perpetuación del endeudamiento de aquellos que podían pagar el servicio de sus deudas por medio de renovados créditos internacionales. Propuso, en consecuencia, la formación de una alianza de deudores para respaldar la decisión de no pagar la deuda y propugnó el fin de los programas de ajuste del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial y la propia supresión de estos organismos multilaterales, como parte de un nuevo orden económico internacional.
Este cónclave de los pueblos del sur propuso además crear mecanismos para establecer la responsabilidad de los gobiernos y funcionarios de los países deudores en la “trampa de la deuda” y en los procesos corruptos de su contratación.
Sin embargo, las gestiones de jubileo 2000 para articular una red de resistencia contra el cobro de la deuda en el tercer mundo ni las declaraciones que se formularon en las diversas reuniones internacionales de los países periféricos alcanzaron mayor trascendencia en el mundo desarrollado y en nada mellaron el ánimo de los acreedores públicos y privados de cobrar íntegramente sus acreencias.