En una sociedad dada y en un momento determinado, son de izquierda las personas, los partidos, los gobiernos y las instituciones que pugnan por el cambio social hacia adelante y de derecha los que se oponen a toda mutación en la forma de organización imperante, bajo cuyo amparo florecen privilegios y prerrogativas en beneficio de las clases, capas o grupos sociales hegemónicos.
A veces ofrece dificultades la distinción de izquierda y derecha porque son conceptos que dependen del contexto histórico en el que se desenvuelven. Puede ocurrir que una idea o una propuesta considerada de izquierda en un determinado momento y contexto sea tenida como de derecha en otros, según ocurrió, por ejemplo, con el planteamiento de la inhibición del Estado en el proceso económico, que tuvo carácter revolucionario en la época del absolutismo monárquico y que después devino en una posición conservadora. Líderes de izquierda en un país pueden ser considerados de derecha en otro. O, a la inversa, líderes tenidos como derechistas en un lugar serían de izquierda en otro. Por ejemplo, Hu Jintao —bajo cuya presidencia se aprobó en China en marzo del 2007 la ley que reconoció y garantizó la propiedad privada— fue tenido como un hombre de Derecha en el contexto chino de ese momento, pero trasplantado a cualquier otro país hubiera sido considerado un líder de izquierda. En cada tiempo y en cada lugar surgen problemas y posibilidades nuevos que se han constituido en líneas divisorias entre las ideologías. Cada época tiene sus problemas específicos que demandan una definición política. En nuestro tiempo han surgido problemas y posibilidades nuevos que se han constituido en líneas divisorias entre las ideologías. La <globalización, el aperturismo económico, la >privatización, la <desregulación, el <Estado de bienestar, el contenido de la <democracia, el papel del >mercado, la inmigración, la liberación sexual, el problema de la <droga, la cuestión medioambiental, el control de la natalidad, la <informática, las nuevas causas de la desigualdad social, el <desarrollo humano, los avances de la ingeniería genética, la clonación humana son cuestiones frente a las cuales adoptan posiciones diferentes los hombres y grupos de izquierda y de derecha.
Derecha e izquierda, pese a ser conceptos relativos, tienen una significación opuesta entre sí y se niegan mutuamente. Son conceptos polarizados. Nada puede estar en la derecha y en la izquierda al mismo tiempo. Por eso sostengo que el denominado “centro”, como punto equidistante entre las dos posiciones, es conceptualmente absurdo. El “centro” es un punto muerto. Es el inmovilismo político e ideológico.
Las cosas se han complicado enormemente en la actualidad porque los temas políticos, económicos, morales y científicos se han cruzado y entretejido. Como hace notar el filósofo inglés Anthony Giddens en su libro "La Tercera Vía" (2000), un conservador defiende la libertad de mercado pero quiere un fuerte control estatal sobre asuntos de la familia, las drogas y el aborto; en cambio, un izquierdista exige una mayor intervención del Estado en la economía para evitar que el pez grande se coma al chico, desconfía de los mercados por su falta de solidaridad social y se muestra cauteloso respecto a la injerencia del poder político en cuestiones de orden moral.
El <Estado de bienestar, que fue clásicamente un tema que polarizó a la izquierda y a la derecha en tiempos pasados, ha recobrado su vigencia y ha vuelto a ser, junto con los otros, uno de los puntos importantes de la línea divisoria entre las ideologías.
Por supuesto que hay quienes sostienen que la tipología izquierda-derecha ha caducado, ha perdido todo sentido, es “obsoleta” o “pasada de moda”. Son los que trabajan en favor de la derecha negando que la derecha exista y que combaten a la izquierda aunque impugnan su vigencia. Es la estratagema denunciada por Maurice Duverger en Francia hace varios años: nadie admite que es de derecha “y el mejor medio para disimular que se pertenece a ella es negar la oposición misma de la derecha y de la izquierda”.
En este contexto, no dejó de sorprenderme la opinión vertida por el sociólogo francés Alain Touraine a la revista “Nueva Sociedad”, edición de septiembre-octubre del 2006, de que las categorías izquierda y derecha carecen de todo sentido en América Latina porque ellas, “que han sido inventadas y utilizadas para un contexto totalmente diferente”, sólo pueden tener cabida en los regímenes parlamentarios europeos.
1. De la geometría a la ideología. El origen de la palabra se encuentra en la Convención de 1792 durante los días de la Revolución Francesa. Hacia la izquierda de la sala tomaban asiento los diputados jacobinos, muy radicales e intransigentes, que anhelaban llevar los postulados revolucionarios hasta sus últimas consecuencias. Fueron enemigos furibundos del trono y de la iglesia. Abolieron la monarquía e instauraron la república francesa, una e indivisible, el 25 de septiembre de 1792. Después de un juicio sumario, declararon culpable de conspiración contra la libertad pública a Luis XVI y le condenaron a muerte en la guillotina. Crearon el Comité de Salud Pública encargado de velar por la seguridad del Estado y de reprimir la acción contrarrevolucionaria. Pasaron por la guillotina a los principales líderes girondinos, que representaban el sector moderado y transigente de la revolución. Suprimieron los títulos honoríficos, proclamaron la igualdad y establecieron el trato de “ciudadanos” para todas las personas cualquiera que sea la función que desempeñaran.
En el lado derecho de la sala, al frente del bloque jacobino, estaba la bancada de los girondinos, quienes representaban las ideas moderadas y conciliadoras de la Convención. Eran hombres más reposados, sostenían la posibilidad de una transigencia entre los postulados de la revolución y algunas de las instituciones del viejo régimen —incluida la monarquía, pero no en su forma absoluta sino constitucional— para reencauzar la vida de Francia por la senda de la reconciliación. Su nombre venía de que sus principales diputados procedían del departamento de la Gironda. Eran hombres cultos e inteligentes. Estaban dirigidos por Marie Jean de Condorcet (1743-1794), Jacques Pierre Brissot (1754-1793) y Pierre Victurnien Vergniaud (1753-1793). Ideológicamente iconoclastas, seguidores de la filosofía materialista del pensador francés Claude-Adrien Helvetius (1715-1771), discípulos de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), eran sin embargo políticamente más moderados que los jacobinos. Y propugnaban el federalismo y la descentralización del poder.
En el curso de las discusiones, que fueron duras y ardorosas, se estableció la costumbre de señalarse unos a otros como “los de la derecha” y “los de la izquierda”. Estas designaciones, que al comienzo tuvieron connotaciones simplemente espaciales, vinculadas con el lugar que cada grupo ocupaba dentro de la sala, adquirieron poco a poco significaciones ideológicas, atentas las ideas que los grupos sustentaban en la Convención.
Así nació esta terminología que desde entonces se incorporó a la teoría política.
2. ¿Qué es la izquierda? A partir de ese episodio la palabra izquierda designa a las personas, los partidos y las instituciones que, en un lugar determinado y en un tiempo dado, favorecen el cambio social; y la derecha señala a quienes se oponen a él y se esfuerzan por defender la sociedad tradicional.
Cada una de estas posiciones entraña una verdadera concepción del mundo: una cosmovisión. Tiene que ver con el racionalismo o el dogmatismo como postura filosófica, con las diversas ideas respecto de la organización social, con los enfoques distintos acerca de la intervención estatal en el proceso económico de la sociedad, los límites y condicionamientos de la propiedad, la amplitud o restricción del concepto de democracia, el tipo de relaciones que debe mantener el Estado con las iglesias, los grados de organización popular, la apertura hacia la movilidad social, la distribución del ingreso, la discriminación social y otros temas políticos, sociales y económicos de importancia, con respecto a los cuales el pensamiento de las personas marca diferencias.
Las izquierdas modernas articulan de una manera diferente el Estado con el mercado de como lo hacían las viejas guardias izquierdistas o de como lo hacen los neoliberales de hoy. Tratan de conciliar las fuerzas mercantiles con la facultad reguladora del Estado sobre la economía.
La izquierda que no se renueva, que no se abre al cambio, deja de ser izquierda.
Cuando entran en conflicto o chocan la libertad con la igualdad —dos elementos esenciales de la democracia—, choque que ha sido una constante de la historia, el izquierdista opta por la igualdad en tanto que el derechista se inclina hacia la libertad. Son innumerables los casos que pueden citarse, pero los más elocuentes se relacionan con la implantación de los derechos sociales, en que el choque resulta inevitable porque se produce una limitación de la autonomía de la voluntad individual en beneficio de las conquistas de los trabajadores —especialmente en el campo de la contratación laboral— y del servicio a los indigentes y a los demás sectores sociales sumergidos. La merma de la autonomía de la voluntad y de la libertad de contratación entre empleadores y trabajadores o la afectación de la libertad de comercio son los precios que hay que pagar para defender los intereses de los sectores económicamente más deprimidos de la sociedad.
3. La izquierda y la derecha en nuestros días. Mucho se discutió a finales del siglo XX y principios del XXI, a propósito de los profundos cambios desencadenados a partir de la caída del bloque soviético y de la terminación de la guerra fría, si la derecha y la izquierda habían cambiado sus papeles. Algunos afirmaban que la derecha se había convertido en izquierda al promover determinados cambios —”globalización” de la economía, redimensión del Estado, transferencia del comando de la economía a manos privadas, aperturismo, privatizaciones, sometimiento del quehacer económico a las fuerzas del mercado, etc.— y la izquierda en derecha al oponerse a todas o algunas de esas reformas.
El tema hay que tratarlo con sumo cuidado para no caer en trampas ni falacias. Obviamente que obstinarse en mantener criterios trasnochados sobre la omnipresencia del Estado en la vida social, especialmente en el proceso económico, es una actitud conservadora. Y peor si se lo hace en nombre de dogmas y prejuicios inamovibles. Pero no hay que perder de vista la finalidad última de las reformas que es la que, en definitiva instancia, determina si el cambio entraña un progreso o un retroceso. Aquí hay muchos espejismos hábilmente montados por la nueva derecha. Resulta evidente que lo que algunas reformas persiguen es agudizar aun más la injusticia social. No son en realidad reformas sino contrarreformas. En lugar de una evolución ellas conducen a una involución, a una reversión. El desmantelamiento del Estado, la desprotección de los pobres y el olvido de la solidaridad llevan ese camino. La privatización indiscriminada igual. La globalización económica, que arrasa la estructura productiva de los países pequeños, genera en ellos grandes oleadas de desempleo y de pobreza. ¿Es esto un avance para las sociedades pobres? En mi concepto, la finalidad última de los cambios y la identificación de sus beneficiarios son elementos de juicio que sirven para calificar si aquéllos constituyen un progreso o un retroceso en la vida social.
Desde el punto de vista deontológico —no olvidemos que en toda doctrina política y teoría económica subyace siempre una ética— el señalamiento claro de los beneficiarios y de los perjudicados de un sistema político y económico lleva a identificar a la derecha y a la izquierda. Con frecuencia hay muchas falacias envueltas en la discusión. Gente que sólo piensa en acrecentar su patrimonio y su poder político con base en la >privatización de los bienes públicos y del sometimiento de la economía a las llamadas <fuerzas del mercado, y a la que no le importan el empobrecimiento general de la población ni la agudización de la injusticia social, suele presentarse como “progresista” por impulsar cambios de dudoso beneficio colectivo e imputa a quienes se oponen al abordaje una actitud “conservadora”. Esta es, a todas luces, una argucia. Hay cambios y cambios. El cambio hacia atrás no es signo de progresismo. La involución, el retroceso, la retrogradación de las cosas sociales para acusar aun más los desniveles de la riqueza y el ingreso no son ni pueden ser síntomas de izquierdismo. El cambio hacia adelante, esto es, el que mejora las condiciones de vida de la gente pobre sí lo es. Cuando la señora Margaret Thatcher, primera ministra de Inglaterra, dio comienzo a este proceso de apertura económica y de globalización —el famoso >thatcherismo de los años 80 del siglo anterior— al menos tuvo la franqueza de reconocer que se trataba de un “rolling back the state”, o sea una vuelta del Estado hacia atrás.
4. La nueva izquierda. Lo que resulta indudable es que el prestigio de la izquierda se ha visto menoscabado por los excesos y deficiencias del comunismo que se pusieron en toda su evidencia a raíz del colapso de la Unión Soviética y de los países de Europa oriental. El estatismo económico y la ineficiencia conspiraron contra la cantidad y la calidad de la producción. El proceso tecnológico sufrió graves retrasos. Se produjeron terribles desastres ecológicos, se deterioraron las infraestructuras económicas —ferrocarriles, carreteras, medios de comunicación, energía, electricidad—, se estancó el avance de las tecnologías de la información y se puso al descubierto la corrupción de muchos mandos políticos, bajo cuyo alero se habían constituido grandes mafias. Como resultado de todo eso, los países marxistas perdieron competitividad en el mercado internacional. La penuria de recursos financieros terminó por entrabar la operación del sistema. Las causas políticas se entrelazaron con las económicas y el régimen hizo crisis a partir de 1989. Y se suele imputar hábil e indiscriminadamente todo ese saldo negativo a la izquierda. La gente no siempre se percata de que hay una izquierda autoritaria, que fue la que gobernó aquellos países, y una izquierda democrática que nunca estuvo de acuerdo con esos excesos y que profesa una leal adhesión a la libertad y a la justicia social.
Esta izquierda cree en el poder fecundante de la libertad. No admite la organización social montada sobre el desprecio al ser humano, como tampoco acepta las aberraciones de las sociedades farisaicas que, postulando derechos formales, condenan al hambre y a la pobreza a la mayor parte de sus miembros. Ni la equidad económica entre cadenas ni la libertad de morirse de hambre. La izquierda democrática sostiene que es posible armonizar la libertad política y civil con la justicia económica para formar sociedades en que los hombres sean libres y puedan vivir con dignidad. Estos valores no son intercambiables: la falta de libertad no puede compensarse con ingresos monetarios ni la pobreza puede suplirse con la libertad. Los unos no tienen sentido si no van acompañados de los otros.
Pertenecen a esta nueva izquierda —que en realidad no es tan nueva— todas las fuerzas sociales que persiguen eliminar o atenuar la marginación, las exclusiones, la concentración del ingreso, los privilegios y las desigualdades, la irracionalidad en cualquiera de los campos de la actividad humana. Este es el punto clave de la distinción entre la izquierda y la derecha. Con él se despejan muchas incógnitas y se esclarecen algunos equívocos. Más allá de las envolturas engañosas, lo que hay que averiguar es si las propuestas y los actos de un partido o de un líder político están dirigidos a proscribir la marginación y las disparidades sociales. Este es el fondo de la cuestión. Hay que atender a los objetivos finales y no solamente a los elementos instrumentales para identificar las posiciones políticas.
Con la nueva dinámica de la vida social —los desafíos de la ingeniería genética, la bioética, el control de la fecundidad, la presencia de la informática o la robotización de las tareas productivas— han brotado nuevos puntos de discrepancia en las relaciones humanas frente a los cuales es menester tomar una posición. La nueva izquierda tiene una actitud abierta y propiciatoria hacia esas realidades inéditas de la ciencia y la tecnología, a condición de que no contribuyan a profundizar las desigualdades sociales. Y la nueva derecha, en cambio, pretende instrumentar unas a su favor y desechar otras, anclada en sus viejos prejuicios sociales y en su conservadorismo germinal. Lo cual ha contribuido a marcar las diferencias frente a los nuevos planteamientos de la sociedad.
Otra de las modernas diferencias entre el pensamiento de izquierda y el de derecha se refiere a la preferencia por el crecimiento o por la equidad en la planificación económica del Estado. Los planificadores de la economía tienen que optar entre la equidad o el crecimiento como objetivos prioritarios. En esta decisión, naturalmente, está envuelta una cuestión ideológica. Los planificadores de la derecha: conservadores, neoconservadores, liberales y neoliberales, se inclinan hacia el <crecimiento por encima de cualquier otra consideración. Están persuadidos de que el crecimiento produce, por la vía del llamado “goteo” —el “trickle-down”, que decía la señora Margaret Thatcher—, el “derrame” de los beneficios hacia las capas sumergidas de la población. Ellos no admiten que el crecimiento conduce a la concentración piramidal de la riqueza. En cambio los economistas, planificadores y políticos de las vertientes socialistas, si bien con marcadas diferencias entre ellos, abogan por la equidad como meta prioritaria del esfuerzo comunitario. No les importa que, ocasionalmente, ella pudiera disminuir las cifras de la expansión del >producto interno bruto si en contrapartida se lograran mejores índices reales de distribución, que a la postre asegurarán un proceso de desarrollo más sólido y constante.
Aquí, por supuesto, está en juego una posición ideológica.
En síntesis, son de izquierda todas las fuerzas sociales que persiguen eliminar o atenuar la marginación, las exclusiones sociales, la concentración del ingreso, los privilegios, las desigualdades, la instrumentación de los prodigios de la ciencia en beneficio de minorías, el dogmatismo, el racismo, la xenofobia, la violencia y la injusticia social internacional. Estos son los puntos claves de la distinción actual entre la izquierda y la derecha.
Una de las misiones importantes de la nueva izquierda debe ser reconciliar la ciencia y la tecnología con la moralidad humana, poner los avances de la revolución digital y de la revolución biogenética al servicio de la libertad, la justicia, la solidaridad, la paz y el bienestar social y superar la paradógica situación de la humanidad actual que nunca antes tuvo en sus manos mayores y mejores instrumentos científicos y tecnológicos para combatir la desigualdad, el hambre, la enfermedad, la marginación social y la ignorancia, pero que nunca antes hizo gala tampoco de tanto egoísmo y de tanta entrega de esos instrumentos a la voracidad económica de pequeñas minorías.
5. Los partidos de la izquierda. Se consideran partidos de izquierda los que corresponden a las diversas variantes del marxismo, que no se han deslizado hacia el neoliberalismo ni han hecho una conversión política a raíz de los acontecimientos del este europeo de los años 90 del anterior siglo. Algunos de esos partidos, al formular nuevas relaciones entre el Estado y el mercado y al renunciar a la lucha armada como método para la conquista del poder, adoptaron una posición de izquierda moderada —una posición de centroizquierda— y adoptaron posturas muy parecidas a las de los partidos socialistas democráticos del sur de Europa, de América Latina y de otros continentes, si bien con sus tradiciones propias y diferentes. Muchos de ellos han pedido su ingreso y han sido aceptados en la <Internacional Socialista, que agrupa a los partidos socialistas democráticos, socialdemócratas y laboristas del mundo.
Son también de izquierda —de izquierda moderada— los socialdemócratas nórdicos europeos, los laboristas, los llamados partidos verdes (que constituyen un fenómeno relativamente reciente en la política mundial). Generalmente los partidos socialdemócratas se caracterizan por la estrechez de sus vínculos con los sindicatos obreros. El fenómeno de los partidos comunistas es muy interesante: a partir de la caída del imperio soviético y el hundimiento político, económico y militar del segundo mundo —países industrializados marxistas—, aquéllos cambiaron de nombre y adoptaron generalmente el de democráticos socialistas.
Por supuesto que para clasificar a los partidos, además de considerar sus enunciados filosófico-políticos, hay que atender a su programa, a sus ejecutorias y a la composición económico-social de su militancia y de su electorado. Los partidos de izquierda organizan a los trabajadores fabriles, campesinos, moradores de barrios pobres, artesanos, capas medias de intelectuales y estudiantes. También debe atenderse a la percepción que del partido tienen los electores, que con su simpatía le confieren una credencial política. Todo esto, debidamente ponderado, da por resultado la definición política de un partido de izquierda. Debe tomarse en cuenta también su adhesión a preocupaciones sociales modernas, como la ecología, los derechos humanos de contenido económico-social, la integración económica internacional, el nuevo orden económico mundial, la búsqueda de una nueva forma de organización social ante la caducidad del Estado, la solidaridad entre los pueblos, factores éstos frente a los cuales la Derecha tiene sus reticencias, oposiciones y suspicacias.
Hay que ubicar a los partidos en su tiempo y en su espacio. Es un error no hacerlo. El >liberalismo fue de izquierda revolucionaria a fines del siglo XVIII: hoy es <derecha. Es también un error mirar a los partidos de Europa y de los países avanzados con los prismas del >tercer mundo. Esto es tan equivocado como juzgar a los partidos de los países subdesarrollados con los esquemas de valoración de los sociólogos norteamericanos o europeos. Cada posición ideológica obedece a un contexto determinado. Es una categoría dialéctica y, como tal, está íntimamente ligada a su contraria. La izquierda depende inevitablemente de la derecha y viceversa. Ambas contribuyen a definirse recíprocamente. Además suele haber desplazamientos ideológicos en la geografía: un hombre de izquierda en un país puede ser considerado de derecha en otro, de acuerdo con las tradiciones políticas imperantes en éste. No existe por tanto una homologación ideológica internacional muy certera. Sólo hay parámetros aproximados y referencias relativas.