El internacionalismo, en su acepción general, es la teoría que sostiene que determinadas actividades humanas se ejercen o deben ejercerse por encima de las fronteras nacionales y que, en consecuencia, los promotores de ellas deben fijar metas y estrategias en términos transnacionales.
Un antecedente importante de internacionalismo se produjo en la Revolución Francesa cuando la Convención, después de haber abolido la >monarquía e implantado la >república, aprobó sin oposición el decreto presentado por los girondinos en virtud del cual Francia se comprometía a apoyar la lucha de todos los pueblos oprimidos de Europa bajo los regímenes monárquicos. Y, en cumplimiento de esa decisión, las tropas francesas al mando de Napoleón llevaron los principios de la Revolución hacia Italia, España, Portugal, Austria, Alemania, Rusia, los Países Bajos y Egipto. Lo cual produjo, como reacción, la santa alianza de las realezas amenazadas.
Los diversos cultos religiosos fueron los primeros en actuar internacionalmente.
De los célebres “mártires de Chicago”, que en su lucha por la conquista de la jornada de ocho horas fueron condenados a muerte en 1886 y dieron lugar al primero de mayo como fecha internacional de los trabajadores, dos fueron norteamericanos: Óscar Neebe y Albert Parsons; cinco alemanes: Auguste Spies, Michael Schwab, Georges Engel, Adolph Fischer y Louis Lingg; y un inglés: Samuel Fielden. Aquí se ve que desde el siglo antepasado la concertación internacional en defensa de los derechos de los trabajadores rebasaba las fronteras nacionales y que el movimiento de los trabajadores en cada país estaba dirigido indistintamente por líderes obreros de diversas nacionalidades.
El líder marxista alemán Wilhelm Liebknecht, elegido presidente del congreso celebrado en París en 1889 que fundó la Segunda Internacional, dijo del certamen en su discurso inaugural que era “el primer parlamento de la clase trabajadora internacional reunida para concluir una alianza sagrada del internacionalismo proletario”. A él asistieron dirigentes de varios países europeos: Edouard Vaillant, Charles Longuet y Paul Lafargue de Francia, los delegados ingleses Hardie y Eleanor Marx Avelingla, hija de Carlos Marx; de Bélgica concurrió César Paepe, Italia se hizo representar por Andrés Costa y Amílcar Cipriani y de Austria asistieron Víctor Adler y un buen número de compañeros. Lo importante es señalar que, desde el comienzo, los dirigentes marxistas tuvieron plena conciencia de que estaban formando el internacionalismo proletario.
Ellos entendieron que la revolución proletaria era una obra internacional y que requería, para su triunfo, el apoyo militante de los proletarios de todos los países. Ese fue el sentido de la proclama comunista de 1848. Como dicen los dirigentes chinos, en lo que es una buena definición del concepto de internacionalismo proletario, sin perjuicio de que “el proletariado de cada país tenga sus pies bien plantados en el suelo patrio, se sustente en las fuerzas revolucionarias de su propio país y en los esfuerzos de las masas populares e integre los principios universales del marxismo-leninismo con la práctica concreta de la revolución de su país para llevar a feliz término su causa revolucionaria”, en cualquier momento “debemos procurar toda posible ayuda exterior y especialmente aprender todo lo que en el extranjero haya de avanzado y provechoso para nosotros. Es completamente errónea la práctica de puertas cerradas, la ciega xenofobia y toda mentalidad o acto de chovinismo de gran nación”.
El internacionalismo proletario tiene dos elementos importantes: la solidaridad con los procesos revolucionarios de todos los pueblos del mundo, que se expresa a través de la prestación de ayuda a éstos para que alcancen éxito; y el aprendizaje de lo que ellos tengan de positivo para alcanzar los comunes objetivos de la causa revolucionaria de los trabajadores.
En esta línea de pensamiento y acción, el gobierno marxista-leninista de Cuba, presidido por Fidel Castro, envió en diferentes épocas a casi medio millón de cubanos a cumplir misiones internacionales fuera de sus fronteras, ya como combatientes en acciones revolucionarias o en guerras de liberación, o como maestros, o alfabetizadores, o técnicos en diferentes áreas, o médicos o trabajadores de la salud. El líder de la revolución cubana, en sus largas conversaciones con el periodista y escritor español Ignacio Ramonet desarrolladas entre el 2003 y el 2005 —que se plasmaron en el libro “Cien horas con Fidel” (2006)— informó que en ese momento “más de tres mil especialistas en Medicina General Integral y otros trabajadores de la salud laboran en los lugares más recónditos de 18 países del tercer mundo, donde mediante métodos preventivos y terapéuticos salvan cada año cientos de miles de vidas y preservan o devuelven la salud a millones de personas sin cobrar un solo centavo por sus servicios”.
Los capitalistas, por su lado, han sostenido de viejo tiempo que el capital no tiene fronteras.
Hoy numerosas actividades humanas poseen carácter internacional. En razón de la <globalización muchos elementos de la vida del hombre tienden a internacionalizarse. Actualmente la mayor parte de las actividades sociales —la política, la economía, la cultura, la ciencia, la milicia, el deporte y muchas más— están internacionalizadas. Hay actividades que son esencialmente supranacionales y cuya naturaleza es precisamente la internacionalización, como la defensa del medio ambiente, la proteccion de los derechos humanos, el mantenimiento de la paz, el desarme, el control demográfico, la conquista del espacio interplanetario y muchas más.
Pero con la expresión internacionalismo proletario se quiere decir algo específico: que la causa de los trabajadores está más allá de las fronteras nacionales, en consonancia con la célebre arenga con que terminó el Manifiesto Comunista de 1848: “proletarios de todos los países, uníos”. La suya es, en esencia, una lucha internacional. Los líderes y pensadores marxistas se anticiparon en proclamar que la >lucha de clases es una acción esencialmente internacional. En el siglo XIX fue ésta una consigna sorprendente, que chocó contra los arraigados sentimientos nacionales y nacionalistas de su tiempo. Pero hoy hay muchas causas internacionales. El internacionalismo es cosa corriente. Casi todo en el mundo contemporáneo está internacionalizado: la política, la economía, la milicia, las empresas comerciales, los bancos, los cultos religiosos e iglesias, los medios de comunicación, las academias culturales, los clubes sociales, las agrupaciones deportivas y muchísimas otras entidades del más variado género.
En este marco, la tesis que está detrás del internacionalismo proletario es que la “solidaridad de clase” rebasa los linderos estatales y que los miembros de una clase social —burguesía, capas medias, proletariado—, a pesar de habitar territorios diferentes y hablar lenguas distintas, tienden a aproximarse entre sí en función de los intereses económicos y sociales que representan y a promover conjuntamente su defensa.
De modo que, así como los capitalistas de todos los países se unen para combatir por sus ideas y defender sus posiciones sociales e intereses económicos, los obreros de diferentes nacionalidades abrazan también su causa por encima de las fronteras nacionales y luchan coordinadamente por sus comunes intereses. Este es el internacionalismo proletario.
Pero la guerra fue siempre el >talón de Aquiles del internacionalismo proletario. Ella quebró la unidad del movimiento obrero internacional. Eso ocurrió en 1870 con la confrontación franco-prusiana y volvió a ocurrir con la primera y la segunda guerras mundiales. Los obreros no pudieron superponer la lucha de clases, librada más allá de la fronteras estatales, sobre los sentimientos patrióticos de la defensa nacional. Al final abandonaron el internacionalismo y empuñaron los fusiles en defensa de sus territorios. El internacionalismo proletario se rompió. En lo político, el voto de los socialdemócratas alemanes en el Reichstag y el de los socialistas franceses en la Cámara de Diputados, en favor de los créditos de guerra, asestaron un duro golpe contra la Segunda Internacional. El carácter transnacional de la lucha obrera y el proyecto de formar un solo gran partido proletario más allá de las fronteras nacionales se vieron forzados a hacer un paréntesis durante la contienda. De nada sirvieron las prédicas de Lenin contra el “social-patriotismo” y contra el <chovinismo burgués que pretendía ignorar “la verdad fundamental del socialismo que contiene el Manifiesto Comunista: que los trabajadores no tienen patria”. No hubo caso. Los obreros se alistaron en sus fuerzas armadas para combatir contra los obreros de allende las fronteras.