Esta palabra tiene connotaciones de “progreso”, “racionalización”, “avance” o “modernización” de un país. Es el proceso de transformación de una sociedad de economía predominantemente agropecuaria y extractiva en una sociedad fabril, mediante la incorporación de las máquinas al proceso de la producción secundaria. Este ciclo se inició en Europa a partir de la primera >revolución industrial de fines del siglo XVIII y se extendió después por el mundo a diferentes velocidades.
La industrialización marca, por consiguiente, la transición de la economía agropecuaria, en que la tierra es el principal factor de la producción, hacia la economía manufacturera fundada en la fábrica como unidad fundamental de creación de la riqueza nacional.
Este proceso, en que la sociedad aldeano-campesina da paso a la moderna sociedad urbana, conlleva cambios fundamentales en la organización social porque el centro de gravedad económico se traslada del campo a la ciudad y las actividades fabriles se convierten en el principal componente del >producto interno bruto.
La transición entraña mutaciones sociales de orden cuantitativo y cualitativo muy importantes. Al transferirse el poder y la riqueza del terrateniente al hombre de industria, se genera un nuevo dualismo social entre el >proletariado, como nueva clase, y la <burguesía en proceso de consolidación como clase dominante. Emerge una bipolaridad social. Se produce una fractura estructural. Y con ella se agudiza la >lucha de clases. Después, sin embargo, el proceso se revierte en las sociedades altamente industrializadas. Su estructura social se diversifica con el fortalecimiento del sector terciario de la economía y con la aparición de las capas medias ligadas a la pequeña propiedad urbana o rural y a las tareas de servicios. Ellas se interponen y mediatizan la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado y es uno de los factores que determinaron el incumplimiento de las profecías marxistas.
Todo lo cual va acompañado de una profunda remodelación social que da origen a la moderna >sociedad de masas (con la hipertrofia del >urbanismo y sus demás preocupantes y dramáticas características), al nacimiento del pensamiento socialista que se inspiró en la crítica de las iniquidades de la organización capitalista, a la emergencia del >sindicalismo como teoría y acción defensivas de los derechos de la clase obrera y, en el orden internacional, al desarrollo del <imperialismo y del <colonialismo para satisfacer las demandas de materias primas y para conquistar mercados en beneficio de los nacientes países industriales.
Las guerras coloniales fueron una de las primeras consecuencias de la industrialización en el campo internacional.
Los Estados europeos de Occidente tomaron la delantera en este proceso. Iniciaron la >revolución industrial a fines del siglo XVIII, con la invención de la máquina de vapor por James Watt en Inglaterra, en 1776. Después el movimiento se extendió hacia los Estados Unidos de América, Canadá, los países del este europeo, Australia, América Latina, Asia y el resto del mundo.
A los países precursores les tomó siglos industrializarse. Tuvieron que partir de cero. Y debieron recorrer un camino de sangre y sufrimientos. La naciente industria se montó sobre la más despiadada explotación de los obreros. Largas jornadas de labor, >salarios de hambre, trabajadores uncidos al yugo esclavizante de las máquinas, trabajo de niños y mujeres, mineros que no conocían la luz del Sol, hacinamiento de monstruosos enjambres de hormigas humanas en el oscuro mundo de las galerías mineras. Este fue el industrialismo inglés de la primera época. El que inspiró a Marx sus teorías. Después, con los conocimientos tecnológicos acumulados, las cosas demandaron mucho menos tiempo y fueron algo diferentes en los demás países.
La industrialización en los Estados marxistas se inició más tarde. La revolución de octubre de 1917 encontró a la Unión Soviética como un país atrasado, de economía rural y campesina. Con el VII Congreso Panruso de los Soviets, bajo el gobierno de Lenin, que lanzó la iniciativa de la electrificación del país, comenzó el proceso de industrialización. Posteriormente, en 1927, Stalin implantó el primer plan quinquenal con la prioridad dirigida hacia el desarrollo de la industria pesada. Después vinieron los siguientes planes quinquenales, que privilegiaron consecutivamente la siderurgia, las industrias mecánicas, la reconstrucción postbélica, la fabricación de medios de producción y finalmente la producción de bienes de consumo.
Este proceso de modernización de la Unión Soviética se extendió progresivamente a los demás países de su órbita de influencia.
En los países latinoamericanos la industrialización se inició en la década de los 50 del siglo pasado como un proceso orientado hacia la >sustitución de importaciones, para fabricar localmente las manufacturas de consumo que antes se importaban. Este proceso fue alentado por la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL) —creada en 1948 por las Naciones Unidas— bajo el liderazgo de Raúl Prebisch (1901-1986). El economista argentino estaba convencido de que la única manera de alcanzar el desarrollo de la región y de modificar las condiciones de su inserción en el comercio internacional, tan perjudiciales para los países latinoamericanos, era a través de la industrialización, dada su capacidad para aumentar la productividad de las economías, acelerar el crecimiento del producto nacional, mejorar las relaciones del intercambio comercial con el exterior, impulsar la distribución del ingreso, absorber productivamente la mano de obra excedente del campo, alterar la inserción de los países latinoamericanos en la <división internacional del trabajo y precautelar la independencia política de ellos.
En este proceso pueden diferenciarse dos etapas: la llamada industrialización hacia dentro y la industrialización hacia fuera. La primera se dirigió fundamentalmente a la sustitución de importaciones. Su propósito fue reducir la exportación de bienes primarios, carentes por lo mismo de valor agregado nacional, y destinarlos preferentemente a la transformación industrial en bienes de consumo interno y bienes intermedios. En otras palabras: fabricar localmente lo que antes se compraba en el exterior. Así se evitaba que los países latinoamericanos perpetuasen su vocación de productores de bienes primarios y de compradores de manufacturas, en el marco de la clásica división internacional del trabajo. En la segunda etapa —la industrialización hacia afuera— la actividad industrial amplió sus horizontes y pudo asumir el objetivo exportador. Dentro de este esquema, los países debieron empezar por la sustitución de bienes simples —artículos de consumo e intermedios— y, conforme avanzaba su progreso tecnológico, fabricar bienes cada vez más complejos para asumir el reto de la exportación. Sólo después de crear su propia capacidad para producir eficientemente pudieron buscar mercados externos. Hubiera sido ilusorio esperar que los países atrasados, que tropezaban con graves deficiencias tecnológicas, hubieran podido iniciar su desarrollo con la industrialización hacia afuera. Antes debieron instalar industrias para reemplazar los bienes extranjeros. Y esas industrias fueron rigurosamente protegidas hasta que se consolidaron.
La segunda revolución industrial —la revolución electrónica— complementó el proceso de industrialización, al abrir las posibilidades de proporcionar cerebro y memoria a cualquier aparato diseñado por el hombre. La aparición de la robótica, con cada vez más sofisticadas generaciones de robots que sustituyen al ser humano en muchas de sus faenas productivas, ha dado un nuevo impulso y orientación al proceso de industrialización.
Esta moderna “mano de obra” no se enferma, no se cansa, no pide vacaciones ni alza de salarios, no hace huelgas. Cada vez aparecen generaciones de robots más inteligentes, capaces de ver y de sentir al tacto, que sustituyen al ser humano en muchas de sus faenas productivas, especialmente en las repetitivas y aburridas, o en las que entrañan peligro o demandan extremada precisión. Ellos bajan los costes de producción y aumentan la productividad de las empresas. Pero, en cambio, desplazan a la población económicamente activa y afectan el nivel general del empleo.
La incorporación de los robots y de la tecnología electrónica ha modificado las relaciones de producción. El peligro de forjar un modelo de desarrollo sin empleo es una grave amenaza social, que ha obligado a las sociedades avanzadas a reajustar sus sistemas laborales en función de los nuevos y sorprendentes avances de la tecnología electrónica.