Etimológicamente esta palabra, que viene del latín industria, significa “actividad”, “asiduidad”. En efecto, la industria es la actividad económica de transformación de materias primas en bienes intermedios o finales. Es una actividad que está íntimamente ligada con la máquina. Quizás una definición más rigurosa podría ser la de transformación continua y en gran escala de materias primas en productos transportables. De esta manera quedan fuera de la definición actividades menores, como la confección de trajes a mano y similares, y las de construcción, edificación e instalación de inmuebles, que no caben dentro del concepto de “lo transportable” y que pertenecen al sector de los servicios. La “continuidad” y la “transportabilidad” dan la industria un carácter específico y fijan sus linderos con otras actividades económicas.
El concepto de industria está asociado con la máquina del mismo modo que la artesanía lo estuvo con la herramienta. Su origen se encuentra en la primera >revolución industrial, que marcó un rompimiento con el pasado en materia de producción de bienes económicos. Forma parte del llamado >sector secundario de la economía. Se funda en la <división del trabajo, en la producción a escala, en la especialización de los trabajadores y en el sistema de producción en serie. La cadena industrial permite que cada obrero se especialice en una operación simple que, unida a las de los otros obreros, da por resultado un producto terminado en condiciones más eficientes y rápidas. En la época medieval el artesano construía un artículo completo pero en la industria actual el obrero se limita a una sola operación simple y repetitiva —poner un punto de suelda, ajustar unos tornillos, ensamblar una pieza— en el curso de la cadena de producción en serie. Eso representa un salto inconmensurable en cuanto a rapidez, eficiencia y productividad. Es clásico el ejemplo de la fabricación de alfileres. Si un hombre se dedicara a fabricarlos totalmente, produciría unas pocas unidades en toda la jornada. Pero si, repartiéndose el trabajo, cada obrero realizara una sola operación simple para ser completada por la de los otros, en conjunto podrían fabricar decenas de miles de alfileres en el mismo lapso de trabajo. Este fue el sistema de cadena de produción en serie que Henry Ford (1863-1947) estableció a principios del siglo XX en su fábrica de automóviles en Estados Unidos y que luego se extendió a todas las ramas de la industria.
Ella es hoy uno de los elementos básicos de la producción. No hay noticia de países prósperos sin el auxilio de la industria, que es una actividad de alta >rentabilidad.
La industria nació como resultado del proceso de sustitución del taller artesanal por la fábrica, en el marco de la primera >revolución industrial que se desencadenó en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XVIII y que se expandió por el mundo rápidamente, aunque a velocidades diferentes en los diversos países. El >maquinismo incorporó nuevos métodos a la producción. Nació la actividad industrial. La máquina sustituyó al hombre en las tareas más arduas. Después vino la línea de fabricación en serie —rápida, sincronizada y estandarizada— con una productividad que no tuvo precedentes.
La revolución industrial se inició en Inglaterra con la invención de la máquina de vapor por James Watt, que fue patentada en 1776. Inmediatamente Matthew Boulton, socio de Watt, promovió el uso del nuevo artefacto como fuente de potencia para la industria textil. Treinta y cinco años más tarde, el ingeniero estadounidense Robert Fulton puso en servicio el primer barco de vapor en el río Hudson de Nueva York y dos décadas después la máquina de vapor, montada sobre ruedas, dio origen a la locomotora.
Esto revolucionó el mundo.
En menos de cien años se pasó de la pericia a la tecnología. La vida social y la economía cambiaron radicalmente. En 1750 los capitalistas y los proletarios eran grupos sociales marginales. Un siglo después fueron las clases más dinámicas de la estructura social europea. Hacia 1850 la máquina de vapor se había incorporado ya a todos los procesos manufactureros, había transformado el transporte por tierra y por mar y había empezado a incursionar en las tareas agrícolas.
La actividad industrial modificó cuantitativa y cualitativamente la organización social. La tierra dejó de ser la principal fuente de riqueza y fue suplantada por la máquina. La sociedad rural se convirtió en urbana. Se formaron las grandes ciudades en torno a la usinas industriales, que convocaron inmensas masas de trabajadores fabriles. El éxodo del campo a la ciudad fue indetenible. Los campesinos, deslumbrados por el embrujo de las grandes urbes, abandonaron sus tareas de labranza y fueron a buscar suerte en las ciudades. Empezó a formarse la >sociedad de masas, que es una de las características fundamentales del mundo contemporáneo.
Con la revolución electrónica de nuestros días y el fascinante mundo de los ordenadores, los microprocesadores, la informática y los robots, que constituyen la clave del proceso de producción contemporáneo, se ha tornado factible proporcionar cerebro y memoria a cualquier aparato diseñado por el hombre. Cada vez aparecen nuevas generaciones de robots inteligentes, capaces de ver y de sentir al tacto, que sustituyen al ser humano en muchas de sus faenas productivas, especialmente en las repetitivas y aburridas, o en las que entrañan peligro o demandan extremada precisión.
Esta moderna “mano de obra” electrónica tiene ciertamente sus ventajas: no se cansa, no se enferma, no duerme ni se alimenta, no goza de vacaciones, no pide aumento de salarios ni hace huelgas. Baja los costes de producción y aumenta la productividad de las empresas. Pero, en cambio, desplaza a la población económicamente activa y afecta el nivel general del empleo.
La incorporación de los robots y de la tecnología electrónica al proceso industrial ha obligado a las sociedades avanzadas a reajustar sus sistemas laborales en función de estos nuevos elementos en las relaciones de producción. El peligro de forjar un modelo de desarrollo sin empleo es una grave amenaza social.
Al ritmo del avance científico y tecnológico de la industria se han desarrollado sofisticadas técnicas de falsificación de bienes y productos industriales, cuya venta alrededor del mundo alcanza centenares de millones de dólares anualmente. Según la investigación adelantada en el 2011 por el denominado Grupo de los 20 (G-20) —integrado por siete de los países más industrializados (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia y Japón) más Rusia, once países de economías emergentes (Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, India, Indonesia, México, Sudáfrica, Corea del Sur y Turquía) y la Unión Europea—, el país donde se ha montado la mayor "industria" de falsificación de bienes industriales es China, en donde este negocio movía en aquel año alrededor de 650.000 millones de dólares anuales. Un informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) señalaba que, entre el año 2008 y el 2010, el 70% de los productos industriales falsificados que se comerciaban en el mundo era fabricado en ese país. Y le seguían India, Pakistán, Vietnam, Bangladesh y otros países.
En la amplia gama de productos industriales falsificados —con base en la copia pirática de las marcas de fábrica registradas y vulnerando la propiedad intelectual e industrial— están automóviles, motocicletas, aparatos electrónicos, teléfonos inteligentes, relojes, repuestos de vehículos y aviones, aparatos audiovisuales, armas de fuego, juguetes de niños, medicamentos y drogas, alimentos y otros bienes, cuya comercialización nacional e internacional atenta contra la salud y seguridad de los consumidores.
Entre los productos que se imitan y falsifican están drogas y medicamentos, cuya piratería —al decir de Christhope Zimmermann, coordinador de la Organización Mundial de Aduanas— es un "crimen del siglo XXI contra la humanidad".