Un inédito episodio de masas ocurrió en España el 15 de mayo del 2011: miles de jóvenes de diferente procedencia política y económica se concentraron en la plaza Puerta del Sol de Madrid para expresar su desencanto con la crisis económica, el desempleo, la falta de oportunidades —España tenía en ese momento el índice más alto de desocupación juvenil: 43%—, la corrupción de los políticos, la voracidad de los empresarios, los abusos de los bancos y el malestar social que imperaba en España. Fue un movimiento no violento, con desbordes de alegría. Exhibieron pancartas y emitieron consignas de condena a la situación política y socioeconómica española. Demandaron "¡democracia real, ya!". Se autodefinieron como "un grupo de ciudadanos de diferentes edades y extractos sociales" cabreados por "las traiciones que se llevan a cabo con el nombre de democracia".
Denominaron a su movimiento la rebelión de los indignados, bajo la inspiración, sin duda, del opúsculo "Indignez-Vous!" que había publicado poco tiempo antes el diplomático y escritor judío francés Stéphane Hessel —excombatiente de la resistencia francesa, torturado por la GESTAPO, cautivo en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos—, en el que, a sus 93 años de edad, exhortaba a los jóvenes a abandonar la indiferencia e indignarse porque "el mundo va mal, gobernado por unos poderes financieros que acaparan todo".
Del pequeño opúsculo de Hessel —32 páginas— se vendieron alrededor de cuatro millones de ejemplares en el mundo. Su autor murió en París dos años después, el 26 de febrero del 2013.
La rebelión de los indignados fue en sus orígenes un acto de descontento generacional, pero en los siguientes días se ampliaron su composición y el contenido de la protesta cuando la Puerta del Sol se copó de gente que compartía esas y otras preocupaciones. Y entonces se agregaron a las reivindicaciones originales: la condena a la corrupción, la separación de la religión y el Estado, la educación pública laica, el cierre de las centrales nucleares, la sostenibilidad ecológica, la reducción del gasto militar y el repudio a los políticos, a los partidos políticos y a los sistemas electorales que les "perpetúan en el poder".
Los indignados permanecieron acampados un mes en la plaza madrileña, desde donde invocaron el derecho a la resistencia y la desobediencia civil, como cursos de acción a tomarse, y lanzaron al mundo una serie de consignas contestatarias.
El movimiento de los indignados —que se denominó Movimiento 15 de Mayo (15-M), por la fecha de su nacimiento— despertó simpatía dentro y fuera de España y tuvo ecos inmediatos en otros países europeos, asiáticos y latinoamericanos.
Un mes después —el 19 de junio— los indignados volvieron a las calles. Centenares de miles de ellos se manifestaron en sesenta y seis ciudades de España. En la Plaza de Neptuno en Madrid se reunieron 50 mil personas y alrededor de 100 mil en la Plaza de Cataluña en Barcelona. Cosa parecida ocurrió en Valencia, Bilbao, Granada, Málaga y otras ciudades españolas, con contagios menores en Francia, Portugal, Grecia, Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, Eslovaquia, Holanda, Inglaterra, Italia, Irlanda, Islandia, Luxemburgo, Mónaco, Noruega, Polonia, República Checa, Rumania, Serbia, Suecia, Suiza, Turquía, Israel, Chile, Brasil, Rusia.
Pero el movimiento de los indignados no fue una rebelión, en el sentido propio de esta palabra, sino una movilización de masas que demandaba a los gobiernos determinados cambios imprecisamente señalados.
El movimiento tuvo después réplicas en muchas otras ciudades —Nueva York, Washington, Atlanta, Los Ángeles, Buenos Aires, Ciudad de México, Guatemala, Montevideo, Roma, Lisboa, Bruselas, Hong Kong, Taiwán, Atenas, Tokio, Berlín, Londres y otras más— donde se clamó por "cambio" global" y "democracia real" y se gritó contra los políticos, los banqueros, los grupos de poder económico, las corporaciones transnacionales y los empresarios de Wall Street.