Fueron las dos ciudades japonesas que, en el curso de la >Segunda Guerra Mundial, soportaron los primeros y únicos bombardeos atómicos de la historia. Ocurrió en el curso de la confrontación bélica contra la Alemana hitleriana, cuando el Presidente Harry S. Truman de los Estados Unidos de América ordenó, con propósitos disuasivos, el lanzamiento de bombas atómicas a Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945, que dieron muerte a más de doscientas mil personas. Y, con ese bombardeo nuclear de los “aliados” —Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Bélgica y Holanda—, se produjo la rendición del Japón —gobernado por el emperador Hirohito— y advino el fin de la Segunda Guerra Mundial.
En ese momento Japón formaba parte de la alianza tripartita con la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini.
El imperio nipón fue entonces ocupado por las fuerzas aliadas, lideradas por Estados Unidos, que le impusieron la prohibición de fabricar o poseer armas nucleares.
Pero mientras eso ocurría en Japón, la Alemania nazi —el Tercer Reich— emprendía un rearme en gran escala. Su industria estaba dedicada a producir armas y fortalecer la maquinaria militar. Y apuntaba directamente hacia la guerra, bajo la decisión de Hitler, Goering, von Neurath y los altos mandos castrenses —manejados en ese momento por el general Wilhelm Keitel— y con la alineación de más de trece millones de soldados.
Y es que, mientras transcurría la política de apaciguamiento entre los dos Estados —ante la actitud contemplativa de las potencias occidentales— Alemania rehacía su maquinaria militar y emprendía el rearme a gran escala. Su industria estaba dedicada a la producción para la guerra. Pero el programa militar del III Reich —diseñado y ejecutado por Hitler— rompía el equilibrio europeo y apuntaba claramente hacia la confrontación bélica ofensiva. En la reunión secreta celebrada en la cancillería de Berlín el 5 de noviembre de 1937, Hitler, Goering, von Neurath y los altos jefes militares así lo habían decidido. Y las fuerzas armadas alemanas contaban en ese momento con varios millones de soldados perfectamente adiestrados.
Wehrmacht —que significa Fuerza de Defensa— fue el nombre de las gigantescas estructuras armadas de la Alemania nazi desde 1935 a 1945. Y la Italia fascista puso en pie de guerra a sus 600.000 efectivos. Los Balcanes, con su exacerbación nacionalista, eran un polvorín. Y en febrero de 1938 el Führer reorganizó totalmente sus altos mandos militares —que fueron confiados al general Wihelm Keitel, de probada fidelidad al nazismo— y también los cuadros de la diplomacia, entregados al ministro de asuntos exteriores Joachim von Ribbentrop. Y finalmente ocurrió lo previsible: Hitler invadió Polonia el primero de septiembre de 1939. A las 4:45 de la madrugada el acorazado alemán Schleswig-Holstein disparó los primeros cañonazos contra la base polaca de Westerplatte, en la Bahía de Gdansk.
Y, entonces, Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania.
Se inició así la >segunda guerra mundial.
Los Weserflug WP 1003 fueron los aviones biplaza germanos con los cuales la Alemania nazi atacó Weserübung e invadió y dominó Dinamarca para posesionarse de la estratégica Noruega, que le permitiría contar con una magnífica base submarina para incursionar en el Atlántico norte y cortar la línea de abastecimiento de la Unión Soviética por el Océano Ártico. 125 divisiones alemanas, 7.500 tanques, 3.500 bombarderos y 1.500 aviones cazas atravesaron Dinamarca, cruzaron el Mar del Norte e ingresaron a Noruega. Los daneses no ofrecieron resistencia, pero los noruegos, débilmente auxiliados por Inglaterra y Francia, defendieron valientemente su territorio hasta que fueron vencidos por la superioridad numérica y tecnológica de Alemania, cuyas tropas se vieron adicionalmente favorecidas por la traición del tristemente célebre Mayor Vidkun Quisling, jefe del pequeño partido pronazi Nasjonal Samling, quien les abrió la entrada a los fiordos de Oslo, Stavanger, Trondheim, Bergen y Narvik. El gobierno noruego tuvo que abandonar su sede para organizar la defensa desde el puerto de Narvik. Las tropas invasoras instalaron en Oslo un régimen títere para controlar el país. Y, con miras a su futuro enfrentamiento contra la Unión Soviética, formaron con noruegos nazis la división de granaderos “SS Nordland”, destinada a colaborar con las fuerzas alemanas.
Y en su rumbo hacia Francia, la wehrmacht alemana el 10 de mayo invadió también, sin previa declaración de guerra: Luxemburgo, Holanda y Bélgica, rompiendo la neutralidad declarada por estos Estados. Pocos días después Holanda fue sometida y el rey Leopoldo III de Bélgica capituló tras una breve campaña de dieciocho días. El ejército alemán prosiguió entonces su camino hacia Francia. En junio sus tropas, comandadas por el general Heinz Guderian, apoyadas por la fuerza aérea —la luftwaffe—, bordeando la Línea Maginot por el Norte, no tuvieron problemas en cruzar por la zona boscosa de las Ardenas belgas —desguarnecida, porque los estrategos militares franceses la consideraban impenetrable—, ocupar París el día 14 de ese mes y desfilar a paso de ganso por los Campos Elíseos.
La Línea Maginot —tenida como infranqueable— pasó a la historia como uno de los más espectaculares y costosos fracasos estratégicos en los anales de la ciencia militar.
El 11 de agosto de 1940 comenzó el ataque aéreo contra Inglaterra. Los nazis bombardearon persistentemente Londres, Dunkerque —en donde los ingleses perdieron buena parte de sus equipos bélicos— y otras ciudades, en preparación para que sus diez divisiones pudieran avanzar y ocupar las islas británicas. Coventry fue borrada del mapa. El ataque duró hasta mayo del 41, en que Hitler se convenció de que su plan no era viable. Y tuvo que desistir, a pesar de que la aviación británica era inferior en número. Fue la primera gran decepción bélica del Führer.
En pleno colapso del ejército francés tras el ataque alemán el Mariscal Henri Philippe Pétain asumió la jefatura del gobierno de Francia el 16 de junio de 1940, tras la renuncia del Jefe de Estado Paul Reynaud, y propició un armisticio con el Tercer Reich. En ceremonia presidida por Hitler se firmó ese armisticio el 22 de junio en el bosque de Compiégne —dentro del mismo vagón del ferrocarril donde veintidós años antes se firmó la capitulación del derrotado imperio alemán al final de la Segunda Guerra Mundial, en el que el gobierno francés aceptó la ocupación de la mitad norte de su país —incluida toda la costa atlántica—, la reducción de sus fuerzas armadas, la desmovilización de gran parte de su flota, el pago de indemnizaciones de guerra, la entrega de los exiliados políticos alemanes que fugaron por la persecución nazi y otras condiciones deprimentes impuestas en el implacable diktat. Y, en garantía del cabal cumplimiento de sus estipulaciones, permanecieron en los campos alemanes millón y medio de soldados franceses, que habían sido recluidos por los nazis.
Siete días después el gobierno de Pétain se instaló en la ciudad de Vichy, ubicada en la zona no ocupada por el ejército alemán.
La respuesta del gobierno inglés al obsecuente gobierno de Vichy y al armisticio se produjo el 3 de julio: sus fuerzas armadas destruyeron la mayor parte de la flota francesa fondeada en la base africana de Mers-el-Kabir e inutilizaron los buques galos acoderados en puertos del Caribe. Estas operaciones, que costaron la vida a más de mil quinientos marinos franceses, se propusieron asegurar que la flota francesa no fuera utilizada por Hitler en contra de Inglaterra.
Hitler presionaba a Pétain para que entrara en la guerra junto con las potencias del eje. Fue eso lo que le pidió en la entrevista que mantuvieron el 24 de octubre de 1940 en Montoire.
Desde su exilio en Londres, a pocos días del ominoso 14 de junio, el general Charles De Gaulle repudió el armisticio y desconoció al gobierno de Vichy. Formó en Inglaterra el gobierno de la Francia libre en el exilio, cuya legitimidad fue reconocida internacionalmente, y desde allí ostentó la representación de su país ante el mundo democrático, aunque sin los medios de control sobre su territorio. Organizó y abasteció desde Londres a los grupos de la resistencia francesa, que golpearon con acciones clandestinas a las fuerzas de ocupación alemanas hasta el verano de 1944, en que las tropas aliadas liberaron Francia.
El precario orden internacional que surgió del fin de la Segunda Guerra Mundial con la firma del Tratado de Versalles entre las potencias aliadas —Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania— empezó a derrumbarse con la invasión japonesa a Manchuria en 1931. La comunidad internacional no pudo frenar al Japón en sus intenciones expansionistas. Y Hitler se anexó por la fuerza o la intimidación varios territorios. Empezó con Austria tres años después de que la Italia fascista invadiera impunemente Etiopía. Austria fue ocupada por las fuerzas militares nazis en la primavera de 1938 y anexionada al Tercer Reich, en cumplimiento del viejo sueño del Führer, a vista y paciencia de la comunidad internacional que estaba paralizada de miedo ante el poderío militar nazi. En julio de 1936 se produjo el alzamiento falangista en España que destruyó el régimen republicano. Hitler y Mussolini ayudaron al caudillo falangista general Francisco Franco Bahamonde durante la guerra civil española con más de cien mil soldados, aviones, buques, submarinos, tanques, cañones antiaéreos y piezas de artillería. Recordemos la denominada Legión Cóndor de combatientes hitlerianos en suelo español. En la primavera de 1939 Alemania convirtió en “protectorados” a Bohemia y a Moravia. Arthur Neville Chamberlain y Edouard Daladier, primeros ministros de Inglaterra y Francia, hicieron en ese momento concesiones suicidas a favor de Hitler en el caso de los sudetes checos. “Ahora habrá paz” dijo Chamberlain a su regreso de Munich, pero Winston Churchill comentó: “Inglaterra y Francia tenían que elegir entre la guerra y el deshonor. Eligieron el deshonor. Pero tendrán la guerra”. El 21 de agosto de 1939 la Unión Soviética firmó con el líder nazi el vergonzoso acuerdo de no agresión, denominado pacto Ribbentrop-Molotov, que permitió a Hitler invadir Polonia y atacar el oeste y el norte europeos, y a Stalin, quedar con las manos libres para anexionarse Estonia, Letonia y Lituania —en el más puro estilo hitleriano— y después, en junio de 1940, exigir a Rumania la cesión de Besarabia y Bukovina. El ministro de asuntos exteriores de la URSS, Vyacheslav Molotov, se entrevistó con Hitler el 10 de noviembre de ese año y retornó a Moscú cargado de buena voluntad hacia Alemania, que se tradujo en la suscripción del convenio económico germano-soviético en enero de 1941.
Pero mientras transcurría la política de apaciguamiento entre los dos Estados y la actitud contemplativa de las potencias occidentales, Alemania rehacía su maquinaria militar y emprendía el rearme a gran escala. Su industria estaba dedicada a la producción para la guerra. El programa militar del III Reich, diseñado y ejecutado por Hitler, rompía el equilibrio europeo y apuntaba claramente hacia la guerra ofensiva. En la reunión secreta celebrada en la cancillería de Berlín el 5 de noviembre de 1937, Hitler, Goering, von Neurath y los altos jefes militares así lo decidieron. Las fuerzas armadas alemanas tenían en ese momento trece millones de soldados. La Unión Soviética siguió la misma dirección: aumentó el ejército rojo de 600.000 a 960.000 hombres. La Italia fascista puso en pie de guerra 600.000 efectivos. Los Balcanes, con su exacerbación nacionalista, eran un polvorín. En febrero de 1938 el Führer reorganizó totalmente los altos mandos militares —que fueron confiados al general Wilhelm Keitel, de probada fidelidad al nazismo— y también los cuadros de la diplomacia, que fueron entregados al ministro de asuntos exteriores Joachim von Ribbentrop.
Finalmente, ocurrió lo previsible: Hitler invadió Polonia el primero de septiembre de 1939. A las 4:45 de la madrugada el acorazado alemán Schleswig-Holstein disparó los primeros cañonazos contra la base polaca de Westerplatte, en la bahía de Gdansk. Y, entonces, Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania.
Se inició la Segunda Guerra Mundial.
En la noche del 8 de abril de 1940 los ejércitos del Tercer Reich comenzaron la Operación Weserübung para invadir Dinamarca y posesionarse de la estratégica Noruega, que les permitiría contar con una magnífica base submarina para incursionar en el Atlántico norte y cortar eventualmente la línea de abastecimiento de la Unión Soviética por el Océano Ártico. 125 divisiones alemanas, 7.500 tanques, 3.500 bombarderos y 1.500 aviones cazas atravesaron Dinamarca, cruzaron el Mar del Norte e ingresaron a Noruega. Los daneses no ofrecieron resistencia, pero los noruegos, débilmente auxiliados por Inglaterra y Francia, defendieron valientemente su territorio hasta que fueron vencidos por la superioridad numérica y tecnológica de Alemania, cuyas tropas se vieron adicionalmente favorecidas por la traición del tristemente célebre Mayor Vidkun Quisling, jefe del pequeño partido pronazi Nasjonal Samling, quien les abrió la entrada a los fiordos de Oslo, Stavanger, Trondheim, Bergen y Narvik. El gobierno noruego tuvo que abandonar su sede para organizar la defensa desde el puerto de Narvik. Las tropas invasoras instalaron en Oslo un régimen títere para controlar el país. Y, con miras a su futuro enfrentamiento contra la Unión Soviética, formaron con noruegos nazis la división de granaderos SS Nordland, destinada a colaborar con las fuerzas alemanas.
En su rumbo hacia Francia, sin previa declaración de guerra, la wehrmacht alemana invadió el 10 de mayo Luxemburgo, Holanda y Bélgica, atropellando la neutralidad declarada por esos Estados. El rey Leopoldo III de Bélgica capituló tras una breve campaña militar de dieciocho días. El ejército alemán prosiguió entonces su camino hacia Francia. En junio sus tropas, comandadas por el general Heinz Guderian y apoyadas por la fuerza aérea —la luftwaffe—, bordeando la Línea Maginot por el Norte, no tuvieron problemas en cruzar la zona boscosa de las Ardenas belgas —desguarnecida, porque los estrategos militares franceses la consideraban impenetrable—, ocupar París el día 14 de ese mes y penetrar en la Europa del norte.
La Línea Maginot —tenida como infranqueable— pasó a la historia como uno de los más espectaculares y costosos fracasos estratégicos en los anales de la ciencia militar.
Y el 11 de agosto de 1940 comenzó el ataque aéreo contra Inglaterra. Los nazis bombardearon persistentemente Londres, Dunkerque —en donde los ingleses perdieron buena parte de sus equipos bélicos— y otras ciudades, en preparación para que sus diez divisiones pudieran avanzar y ocupar las islas británicas. Coventry fue borrada del mapa. El ataque duró hasta mayo del 41, en que Hitler se convenció de que su plan no era viable. Y tuvo que desistir, a pesar de que la aviación británica era inferior en número. Fue la primera gran decepción bélica del Führer.
Siete días después el gobierno de Pétain se instaló en la ciudad de Vichy, ubicada en la zona no ocupada por el ejército alemán.
La respuesta del gobierno inglés al obsecuente gobierno de Vichy y al armisticio se produjo el 3 de julio: sus fuerzas armadas destruyeron la mayor parte de la flota francesa fondeada en la base africana de Mers-el-Kabir e inutilizaron los buques galos acoderados en puertos del Caribe. Estas operaciones, que costaron la vida a más de mil quinientos marinos franceses, se propusieron asegurar que la flota francesa no fuera utilizada por Hitler en contra de Inglaterra.
Hitler presionaba a Pétain para que entrara en la guerra junto con las potencias del eje. Fue eso lo que le pidió en la entrevista que mantuvieron el 24 de octubre de 1940 en Montoire.
Desde su exilio en Londres, a pocos días del ominoso 14 de junio, el general Charles De Gaulle repudió el armisticio y desconoció al régimen de Vichy. Formó en Inglaterra el gobierno de la Francia Libre en el exilio, cuya legitimidad fue reconocida internacionalmente, y desde allí ostentó la representación de su país ante el mundo democrático, aunque sin los medios de control sobre su territorio. Organizó y abasteció desde Londres a los grupos de la resistencia francesa, que golpearon con acciones clandestinas a las fuerzas de ocupación alemanas hasta el verano de 1944, en que las tropas aliadas liberaron Francia.
En el ambiente de miedo y debilidad moral en que se desenvolvía el gobierno ultraderechista de Pétain, se culpó del fracaso bélico a la democracia, al republicanismo y al sistema parlamentario. La alta burguesía financiera, comercial e industrial francesa compartía esos juicios de valor. En tales circunstancias, el Senado y la Cámara de los Diputados, en reunión conjunta celebrada en el Gran Casino de Vichy el 10 de julio de 1940 —cercados por grupos fascistas vociferantes—, aprobaron por una amplia mayoría de votos, en medio de alborotos y presiones visibles e invisibles, la propuesta gubernativa de sustituir, mediante la aprobación de una ley constitucional provisional, el régimen republicano fundado en la división de poderes por uno autoritario y regresivo confiado a Pétain, sin cámaras legislativas ni limitaciones jurídicas.
Pero pronto se manifestó el rechazo de los ciudadanos a este orden de cosas. Insurgieron los movimientos de la resistencia organizados y abastecidos desde Londres, que golpearon mediante acciones clandestinas a las fuerzas de ocupación alemanas con toda clase de atentados y sabotajes.
Los grupos de la résistance se formaron espontáneamente a partir de la rendición de Francia en 1940. El General De Gaulle estableció en Londres el Consejo Nacional de la Resistencia, bajo la presidencia de Jean Moulin, para amalgamar a todos los grupos dispersos, organizarlos regionalmente y conducirlos en la lucha clandestina. El Consejo se reunió secretamente por primera vez en París el 27 de mayo de 1943. Pero el gobierno de Pétain fue muy duro contra la resistencia. La GESTAPO —policía secreta del régimen nazi— hizo arrestos masivos y desarticuló las fuerzas de la resistencia. Moulin murió en la cámara de torturas. La dirigencia fue diezmada. Lo cual obligó a los resistentes a concentrar su lucha en sabotajes y acciones paramilitares. El gobierno inglés formó en Londres el Special Operations Executive (SOE) con la misión de entregar apoyo logístico a los combatientes franceses y les proporcionó armas cortas, explosivos, equipos de comunicación y otros implementos de lucha clandestina.