Se llama así a aquel gobierno que reclama, desde el exterior, la legítima autoridad sobre un Estado de cuyo control gubernativo ha sido despojado por la fuerza. La historia europea del siglo XX contempló varios gobiernos en el exilio a causa de las violentas modificaciones en su mapa político. Los conflictos armados internacionales, las anexiones de territorios, las ocupaciones militares, las rebeliones y las guerras civiles produjeron gobiernos en el exilio durante la primera y la segunda guerras mundiales y en los períodos intermedios. El gobierno de Bélgica se refugió en Francia entre 1914 y 1918, el de Serbia se instaló en la isla de Corfú en Grecia en 1916, en el mismo año el gobierno de Montenegro se estableció en Francia, el gobierno republicano de España se exilió en México desde 1939 a 1942. Durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno de Polonia se refugió en Francia en 1939, los gobiernos de Holanda, Bélgica, Noruega, Yugoeslavia y Checoeslovaquia se trasladaron a Inglaterra, el gobierno de Grecia establecióse en Egipto, el de Luxemburgo en Canadá, el de Filipinas en Estados Unidos y los de Rumania y Bulgaria en Alemania.
Casos emblemáticos de gobiernos en el exilio fueron el republicano español, que se instaló en 1939 en Ciudad de México, bajo el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, a raíz de la toma del poder por las fuerzas franquistas; y el de la Francia libre que se formó en Londres, bajo la presidencia del general Charles De Gaulle, durante la invasión y ocupación de los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Después de su derrota en la guerra civil, los dirigentes republicanos españoles iniciaron una larga andadura, llena de vicisitudes, para mantener la vigencia de sus ideales e instituciones. Primero se movieron itinerantemente entre Toulouse y París, de acuerdo con los vaivenes de la guerra mundial, y después se domiciliaron en México, bajo el mando de Lázaro Cárdenas, en donde instalaron el gobierno de España en el exilio, que mudó su sede a París en febrero de 1946, por conveniencias logísticas.
México, en un acto que honró su política exterior en aquellos años, repudió la dictadura franquista que asaltó el poder en 1939 y reconoció al gobierno republicano en el exilio como el legítimo representante de España.
Durante este largo período el gobierno en el exilio estuvo integrado por el presidente de la República —que era el jefe del Estado—, por el jefe del gobierno y por los ministros de Estado. Se inició con Manuel Azaña, Presidente de la República a lo largo de la guerra civil española, que tras el triunfo de los falangistas se exilió en Collonges-sous-Saléve, Francia, desde donde envió a las Cortes, que estaban reunidas en París, su dimisión a la presidencia. De modo que Azaña fue el último de los presidentes en ejercicio y el primero en el exilio, después de vivir los horrores de la guerra civil. Le siguieron Diego Martínez Barrio de 1945 a 1962, Luis Jiménez de Asúa 1962-1970 y José Maldonado González 1970-1977. Y ejercieron la jefatura del gobierno durante este período: Juan Negrín 1939-1945, José Giral Pereira 1945-1947, Rodolfo Llopis Ferrándiz febrero-agosto de 1947, Álvaro de Álbornoz y Liminiana 1947-1951, Félix Gordón Ordás 1951-1960, Emilio Herrera Linares 1960-1962, Claudio Sánchez-Albornoz 1962-1971 y Fernando Valera Aparicio 1971-1977.
Cuando el franquismo terminó sus días por la muerte de Franco en 1975 y advino el proceso de concertación para transitar hacia el régimen democrático, se celebraron elecciones generales el 15 de junio de 1977 —las primeras desde 1936— para integrar los mandos del gobierno republicano. Triunfó en ellas el joven líder de la derecha Adolfo Suárez, a la cabeza de la Unión de Centro Democrático (UCD). Entonces, José Maldonado, presidente del gobierno en el exilio, emitió desde París una declaración en la que puso fin a la misión histórica cumplida por el gobierno español en el exilio, reafirmó su legitimidad bajo la Constitución de 1931 y elogió el hecho de que las urnas volviesen a marcar los destinos democráticos de España.
En lo que a Francia se refiere, después de la ocupación alemana de más de la mitad de su territorio al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el general Charles De Gaulle convocó a sus conciudadanos al sacrificio y a la esperanza el 18 de junio de 1940 —fue cuando pronunció la célebre frase de que “Francia ha perdido una batalla pero no la guerra”— y formó en Londres el Comité Francés de Liberación Nacional, reconocido internacionalmente como el gobierno de la Francia libre en el exilio, que ostentó la representación del Estado francés ante el mundo democrático aunque careció de los medios eficaces de control sobre su territorio. Desde el exilio, De Gaulle desconoció tanto al gobierno de Vichy, presidido por el mariscal Henri Philippe Pétain, como el armisticio que éste celebró con la Alemania nazi el 22 de junio de 1940. Después del desembarco de Normandía en el verano de 1944 —que fue uno de los episodios culminantes y decisorios de la Segunda Guerra Mundial— y de la reconquista de Europa continental por las fuerzas aliadas, De Gaulle regresó a París y en noviembre de 1945 fue elegido presidente del gobierno provisional por votación unánime en la Asamblea Constituyente.
A partir de la ocupación de Polonia por las fuerzas militares nazis el primero de septiembre de 1939 —que marcó el comienzo de la >segunda guerra mundial— se formó primero en París y después en Londres el gobierno polaco en el exilio —presidido sucesivamente por Wladyslaw Raczkiewicz, Wladyslaw Sikorski, Stanislaw Mikolajczyk, August Zaleski y Ryszard Kaczorowski—, que fue reconocido por los gobiernos aliados hasta el 6 de julio de 1945, en que Estados Unidos e Inglaterra revocaron su reconocimiento. Fue el símbolo de la resistencia a la ocupación extranjera: alemana primero y después soviética.
Stalin, abusando de la lberación de Polonia del dominio nazi por las fuerzas soviéticas, endureció su tratamiento al gobierno en el exilio. Durante 1943 y 1944 los líderes aliados, particularmente Winston Churchill, intentaron promover conversaciones entre Stalin y el gobierno polaco en el exilio. Pero esos esfuerzos fracasaron por la interposición de las masacres de Katyn, Kalinin y Járkov y por la delimitación de las fronteras de Polonia tras la guerra. Stalin insistió en que los territorios anexionados por los soviéticos en 1939, que tenían mayoría de población ucraniana y bielorrusa, debían permanecer en manos de Moscú, y que Polonia sería compensada con territorios desprendidos de Alemania. Mikolajczyk, sin embargo, rechazó comprometer la soberanía de Polonia sobre los territorios del este de antes de la guerra. Una tercera cuestión fue la insistencia del político polaco Stanislaw Mikolajczyk (1901-1966) en que Stalin no instaurase un gobierno comunista en la Polonia de postguerra.
Cuando en 1989 se avizoraba el final del régimen comunista en Polonia, su gobierno en el exilio se aproximó a Varsovia y en diciembre de 1990, en que Lech Walesa fue elegido el primer presidente polaco después de la era comunista, recibió los símbolos de la democracia polaca —la Constitución de 1935, la bandera roja presidencial, las fajas presidenciales— de manos del último presidente en el exilio, Ryszard Kaczorowski, en un emblemático acto de continuidad republicana, que reconoció la legitimidad del gobierno en el exilio.
En la década de los años 60 del siglo XX, a raíz del triunfo fidelista, los exiliados cubanos intentaron, sin éxito, establecer en Miami un gobierno en el exilio, en confrontación con el que acababa de inaugurar Fidel Castro en la isla en 1959. Pero su proyecto se desvaneció pronto por falta de acogida internacional, es decir, por la poca disposición de los Estados a otorgarle su reconocimiento.
El caso de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), antes de los acuerdos de paz de 1993 y de la devolución por Israel de los territorios de Gaza, Jericó y Cisjordania, se aproximó a la figura de un gobierno en el exilio aunque no coincidió exactamente con ella. Algunos regímenes, por afinidad ideológica y política, mantuvieron con la organización relaciones diplomáticas o cuasidiplomáticas, que de alguna manera significaron su reconocimiento expreso o tácito como el gobierno legítimo de Palestina.
El caso del presidente Jean Bertrand Aristide de Haití, quien fue derrocado en 1992 por un golpe militar encabezado por el General Raoul Cedras, se acercó también a esta figura. Aunque Aristide nunca estableció realmente un gobierno en el exilio, muchos países siguieron considerándolo como el gobernante legítimo de Haití y se negaron a reconocer al usurpador. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dispuso el retorno al poder del depuesto presidente y, en cumplimiento de esta decisión, fuerzas militares combinadas de varios países caribeños, dirigidas por tropas norteamericanas, desplazaron a la dictadura militar haitiana y repusieron en la presidencia a Aristide, en octubre de 1994, por el tiempo que le faltaba para completar su período constitucional.
Los gobiernos en el exilio plantean, entre otros problemas de índole política y jurídica, el de su reconocimiento internacional. El reconocimiento es un acto político poco común. Se lo hace por consideraciones ideológicas, en unos casos, o humanitarias en otros. De todas maneras es una figura romántica de orden internacional cada vez menos frecuente, que se ha ido desvaneciendo en el tiempo. Fue muy hermosa, por ejemplo, la actitud de México de repudiar la dictadura franquista que asaltó el poder en 1939 y de reconocer al gobierno republicano en el exilio como el legítimo representante de España. Creo que ese fue un acto que honró a la política exterior mexicana. El reconocimiento de un gobierno en el exilio es una acción simbólica de rechazo a una dictadura y de homenaje a los principios democráticos.