El futuro, como dimensión temporal, ha sido tema de discusión filosófica en todas las épocas. Aristóteles formuló el primer análisis de los “futuros contingentes” al referirse a que lo que puede ocurrir no es necesariamente lo que ocurrirá. Sobre la base del pensamiento aristotélico, los teólogos escolásticos hablaron del “futuro contingente”, que no se sabe si tendrá realidad o no, y del “futuro necesario” que forzosamente vendrá y al que se refieren todas las formas de <determinismo y fatalismo, incluida la teoría de la predestinación. Esta cuestión estuvo anudada con los problemas teológicos de saber si Dios conoce el futuro contingente y de si existe o no la predeterminación de los hombres a la salvación o condenación eterna.
Fueron célebres las ardientes disputas en que se enredaron los tomistas —partidarios de santo italiano Tomás de Aquino (1225-1274)— y los molinistas —seguidores de las doctrinas del sacerdote jesuita español Luis de Molina (1535-1600)— y en torno de las cuales se enfrascaron por largo tiempo dominicos, agustinos y jesuitas.
Santo Tomás, con su permanente tendencia a usar la lógica humana para juzgar las cuestiones divinas, sustentó la tesis de que Dios no conoce el futuro contingente a menos que se dé “dentro de los decretos lógicamente posibles”, en cuyo caso no sale del estado de “posibilidad”. Y sostuvo que, en todo caso, dios tiene un conocimiento de los acontecimientos futuros distinto del que tienen sus criaturas. Afirmó que, en realidad, el futuro es para él presente. El futuro es futuro sólo para nosotros. Sostener lo contrario sería negar la eternidad de dios, que trasciende lo temporal. Esta tesis había sido ya defendida por san Anselmo y otros teólogos medievales. Pero el teólogo español Luis de Molina, al contradecir a santo Tomás, sostuvo que dios conoce desde la eternidad los futuribles, o sea el futuro condicionado, porque él tiene la comprensión absoluta de todas las circunstancias que pudieran influir en la libertad de los seres humanos. También el teólogo escocés Juan Duns Escoto (1266-1308) discrepó de santo Tomás. Sostuvo que el pasado y el futuro existen también desde la perspectiva divina, ya que de otra manera no hubiera distinción posible entre esas dos dimensiones del tiempo.
Dentro de esta larga y no terminada discusión se inscribe la cuestión de los futuribles, que es el término con el que se señala en filosofía y teología lo que puede ser si se cumplen ciertos hechos y condiciones. Los futuribles constituyen, por tanto, el futuro condicionado, que no será con seguridad sino que sería si se cumpliesen determinadas condiciones. Este asunto volvió a discutirse por parte de los teólogos católicos durante los siglos XVI y XVII. Ellos distinguieron el futuro absoluto del futuro condicionado como objetos del conocimiento divino. Al primero lo consideraron necesario y contingente al segundo. En el siglo XX el tema mereció la atención de diversos filósofos, el más importante de los cuales fue el polaco Jan Lukasiewicz (1878-1956).
En política la palabra conserva su contenido filosófico aunque se ha desprendido de sus connotaciones teológicas: futurible es el acontecimiento que puede ser si se cumplen determinadas condiciones. En la vida pública con gran frecuencia estamos ante futuribles, es decir, ante futuros condicionados.