La existencia de las fuerzas armadas fue, históricamente, parte de la división del trabajo social. Desde viejos tiempos, mientras unas personas se dedicaron a la agricultura, al comercio, a la manufactura, a la investigación científica o a cualquier actividad, otras se incorporaron a las fuerzas armadas y asumieron las tareas y responsabilidades de la defensa nacional.
Las fuerzas armadas son el conjunto de los contingentes, unidades y servicios militares del Estado destinados principalmente a velar por su seguridad exterior. Aunque dependen de un mando unificado —generalmente llamado comando conjunto— ellas se dividen tradicionalmente en tres grandes ramas: el ejército, la marina y la aviación, de acuerdo con el escenario en que actúan. Son las fuerzas militares de tierra, mar y aire. El ejército es la fuerza terrestre, la marina actúa en los mares y la aviación controla los espacios aéreos. Sin embargo, la tecnología moderna ha determinado que la división entre ellas no sea tan neta en la actualidad. Sus actividades están entretejidas. El ejército y la marina cuentan con servicios de aviación militar, al tiempo que la armada y la aviación tienen soldados de infantería. Se ha establecido entre ellas un sistema defensivo-ofensivo integrado.
Cada una de estas ramas se subdivide en armas y servicios, de conformidad con el tipo de instrumentos que utiliza y del papel que está llamada a desempeñar en las operaciones de la guerra. Las fuerzas de tierra, por ejemplo, se descomponen en las armas de infantería, artillería, caballería motorizada y otras especialidades técnico-operativas y en los servicios de transportes, sanidad, transmisiones, veterinaria y otros. Lo propio ocurre con las demás ramas.
Las fuerzas armadas están integradas, en tiempo de paz, por los soldados profesionales y por los elementos reclutados a través de la conscripción o servicio militar obligatorio, en virtud del cual todo ciudadano que alcanza la edad determinada por la ley está obligado a enrolarse y servir por el tiempo previsto en las leyes —generalmente uno o dos años— a las fuerzas armadas y a presentarse después cuantas veces sea llamado en casos de emergencia. Hay Estados —como Israel, Cuba y Ecuador, por ejemplo— que incorporan a las mujeres al servicio militar obligatorio.
La misión fundamental de las fuerzas armadas es la defensa nacional, en términos de integridad territorial frente a una amenaza extranjera, pero las Constituciones suelen asignarles funciones adicionales en tiempos de paz, como la de garantizar la vigencia del orden constitucional y la de coadyuvar al desarrollo económico y social.
En la medida en que las fuerzas armadas constituyen un poder fáctico, las relaciones con el poder civil no han sido fáciles. A lo largo del tiempo se han producido tensiones y conflictos entre el poder militar y el civil. Los gobernantes romanos solían enviar lejos a sus legiones para garantizar la tranquilidad interna. Otros regímenes políticos, en cambio, fundaron su poder en la fuerza militar. Hubo algunos que ampliaron innecesariamente el tamaño de ella con un altísimo costo social y grave sacrificio para el desarrollo económico. Unos pocos países licenciaron sus ejércitos —Suiza, Costa Rica— y confiaron la seguridad interna a la policía.
La tradición norteamericana en este campo es muy edificante: el poder militar ha estado siempre totalmente sometido al poder civil, como debe ser en una democracia. Desde los primeros días de su vida independiente se establecieron claramente estas relaciones en la convención constituyente reunida a fines de mayo de 1787 en Filadelfia, no obstante que muchos de sus más importantes miembros fueron líderes militares en la dilatada guerra de la independencia frente a Inglaterra. Allí estuvieron presentes George Washington, primer Presidente de Estados Unidos y comandante en jefe de las fuerzas revolucionarias, junto al coronel Alexander Hamilton, al capitán Jonathan Dayton, al mayor William Pierce, al general Thomas Mifflin, al coronel Alexander Martin, al general Charles Cotesworth y a muchos otros denodados combatientes de la guerra independentista.
Durante los siglos anteriores, en los que la guerra era tenida como una función “natural” de los Estados, y en los regímenes imperialistas y hegemonistas del siglo pasado, en que la conquista territorial y el sojuzgamiento de las colonias era un “derecho” de los grandes países, las fuerzas armadas tuvieron un papel esencialmente ofensivo. Dejaron de ser instrumentos de la defensa nacional para servir los fines de las guerras de expansión.
Posteriormente la >guerra fría inspiró sustanciales cambios en los conceptos de “seguridad” y “defensa” en el mundo, al calor de la lucha de las grandes potencias por marginarse >zonas de influencia sobre el planeta. Fue un gigantesco juego de ajedrez geopolítico por imponer al mundo una ideología. En este nuevo esquema se entregaron a las fuerzas armadas, especialmente en los países periféricos, ciertas misiones tutelares de la vida civil. Se transformó el concepto tradicional de la seguridad nacional y el combate contra el “enemigo interno” se convirtió en su principal responsabilidad, para cuyo cumplimiento se articularon acciones transnacionales. En Occidente se justificaron los golpes de Estado y el establecimiento de dictaduras militares por la necesidad de combatir la infiltración comunista. A esa época corresponde la elaboración de la llamada <doctrina de la seguridad nacional que, formulada en la década de los años 60 del siglo pasado por los ideólogos militares norteamericanos con el propósito de contrarrestar la amenaza marxista en los países del tercer mundo, se difundió por todas partes y fue recogida por las elites militares que contribuyeron a desenvolverla con la pretensión de suplantar a las ideologías políticas y de subsumir en su planteamiento global todos los objetivos nacionales permanentes de los Estados.
La confrontación Este-Oeste condicionó el papel de las fuerzas armadas en las >zonas de influencia de las dos grandes potencias. Bajo el imperio de la doctrina de la seguridad nacional, la lucha antisubversiva fue la alta prioridad militar de aquella época a ambos lados de la <cortina de hierro. El combate contra el “enemigo interno” se convirtió en la primordial función de las fuerzas armadas.
La doctrina de la seguridad nacional —que fue un subproducto de la guerra fría— proyectó la confrontación Este-Oeste al interior de cada uno de los Estados como respuesta a la subversión marxista. Por eso entendió la política como una forma de guerra interna, en la que era preciso aniquilar al “enemigo” y destruir las bases de su poder, y en la que no tuvieron cabida el diálogo ni la conciliación. Dentro de esta concepción, los dictadores militares sostuvieron que se libraba una verdadera guerra contra la subversión de izquierda, como parte de la confrontación mundial, y que la lucha era matar o morir.
No podemos olvidar que la extensión de la guerra fría hacia América Latina costó más de cien mil muertos en el curso de las operaciones represivas, las “guerras sucias”, el foquismo guerrillero, la insurgencia izquierdista y las acciones de terrorismo.
Las cosas cambiaron radicalmente a comienzos de la década de los 90, a partir de la cual avanza un proceso de redefinición del papel de las fuerzas armadas, a causa de dos factores principales: los cambios en el escenario mundial operados a partir de la terminación de la guerra fría y los procesos de consolidación de la democracia en muchos lugares del mundo.
El escenario internacional se ha modificado sustancialmente con el colapso de la Unión Soviética. Ha emergido un mundo unipolar comandado por la potencia triunfadora en la confrontación. El nuevo orden internacional se mantendrá por algún tiempo hasta que la emergencia económica, tecnológica y política de la Unión Europea, China, Japón y los países de Asia sudoriental diversifique el esquema mundial, en el marco de una geopolítica que se convierte cada vez más en geoeconomía. Los Estados Unidos de América son, hoy por hoy, la única potencia militar mundial, como lo demostraron en la guerra del golfo en 1991. Concomitantemente, la importancia estratégica de los países periféricos ha disminuido notablemente por la terminación de la guerra fría y la desaparición de las zonas de influencia. Como es lógico, todos estos cambios han impactado en las fuerzas armadas del >tercer mundo. La doctrina de la seguridad nacional, en los términos impuestos por el pentagonismo, ha perdido vigencia. Se busca un nuevo concepto de seguridad democrática. El “enemigo comunista” ya no existe. La guerra de las Malvinas en 1982 y la guerra del golfo en 1991, que probaron la incapacidad de los ejércitos del mundo subdesarrollado para resistir la fuerza tecnológico-militar de los países avanzados, propinaron un fuerte golpe a las cúpulas militares de algunos países grandes del sur —Argentina, Brasil, Egipto y otros— que aspiraban a convertirse en potencias regionales. El mundo “globalizado” y “tecnotrónico” de hoy —para usar dos neologismos en boga— les demostró que eso no era posible. La industria bélica del tercer mundo atraviesa por serias dificultades a causa de su retraso tecnológico y de la competencia exterior. Hay una verdadera “crisis misional” en los círculos de la “intelligentsiya” militar. La respuesta ha sido la intensificación de sus acciones en favor del desarrollo y de la defensa ambiental. El combate contra el narcotráfico y la lucha contra la delincuencia han aparecido también como nuevas funciones de la institución castrense. Se están reajustando los gastos de defensa y se ha abierto el debate sobre el tamaño de las fuerzas armadas. Ellas, por su parte, han intentado retener parcelas importantes del poder político de antaño.