Es el nombre con el que usualmente designaban los marxistas a la alianza táctica de sus fuerzas con otras a las que consideraban progresistas para afrontar problemas de coyuntura. Los frentes populares se formaron en Europa generalmente para defender la "democracia burguesa" frente a la amenaza fascista durante la primera posguerra y en el curso de la Segunda Guerra Mundial; o para proteger a corto plazo las reivindicaciones obreras, hacer frente en procesos electorales a la derecha unificada o formar gobiernos de coalición que generalmente resultaron precarios, llenos de contradicciones internas y de duración limitada.
En estos frentes amplios, formados bajo la presión de un adversario común que obligó a los marxistas a abandonar su visión esquemática y sectaria de la política, tuvieron cabida socialdemócratas, radicales, liberales, republicanos y otras fuerzas tenidas como burguesas por ellos.
Bajo la inspiración del líder búlgaro Georgi Dimitrov, el VII Congreso de la >Internacional Comunista, reunido en julio y agosto de 1935, definió la nueva estrategia de los partidos comunistas de formar los denominados frentes populares para organizar la >resistencia antifascista. Dimitrov sostuvo en aquella ocasión que los partidos comunistas habían subestimado la peligrosidad del fascismo y su aptitud para seducir a los sectores pequeño-burgueses e incluso a amplios grupos populares, como había ocurrido en Italia y Alemania. Por eso propuso la organización de “todas las capas del pueblo trabajador” en el marco de “un poderoso frente único del proletariado” en Europa.
Estos frentes se ensayaron primeramente en Francia y en España, donde era evidente que, en las circunstancias prevalecientes, la posibilidad alternativa para los partidos comunistas no era optar entre la dictadura proletaria o el fascismo sino entre fascismo o la "democracia burguesa". Y entonces, por aquello de que, “de los males, el menor”, optaron por la formación de frentes únicos para derrotar al fascismo. Eso quedó claro en la historiografía marxista.
Los frentes populares adoptaron diversas denominaciones en cada lugar: “frente único”, “frente democrático”, “frente patriótico”, “unidad popular”, “frente de la patria”, “unión nacional antifascista” y otras. A la tendencia a formar este tipo de alianzas tácticas se denominó frentismo.
Los más importantes frentes populares europeos fueron el francés constituido en 1935 y el español en 1936.
1. El frente popular francés. El primer paso para la formación del frente popular en Francia fue la formalización del “pacto para la unidad de acción” entre el partido comunista francés y la section française de l’Internationale Ouvrière (SFIO) el 27 de julio de 1934. Inmediatamente la Confédération Générale du Travail Unitaire (CGTU), de orientación comunista, propuso a la Confédération Générale du Travail (CGT), de orientación reformista, el forjamiento de la unidad sindical, que se alcanzó en el congreso celebrado en Toulouse del 2 al 5 de marzo de 1936. A este movimiento de unidad obrera se incorporaron el partido liberal radicalsocialista, la asociación de intelectuales antifascistas y numerosas organizaciones menores que, en la gran marcha encabezada por Maurice Thorez, jefe del partido comunista; León Blum, socialista moderado y líder del SFIO; y Edouard Daladier, jefe radicalsocialista el 14 de julio de 1935 conformaron el frente popular con el juramento de “actuar conjuntamente para el desarme y la disolución de las ligas fascistas, para la defensa y extensión de las libertades democráticas y para una paz segura en el mundo”.
El Frente Popular triunfó en las elecciones del 26 de abril y del 3 de mayo de 1936 y asumió el gobierno de Francia, presidido por León Blum, el líder indiscutido de la SFIO desde la Primera Guerra Mundial. Su gestión se caracterizó por una gran moderación en las reformas socioeconómicas, inspiradas en buena medida en el new deal de Franklin Roosevelt que estimaba que la crisis mundial de esos años era causada por el subconsumo. En consecuencia, tomó medidas para elevar la capacidad de compra de la población, incrementó el nivel general de salarios, subvencionó a los obreros desocupados, entregó pensiones a los ancianos, promovió convenios colectivos de trabajo, limitó la jornada laboral, introdujo la semana de 40 horas, impulsó la organización sindical, creó un sistema de créditos agrarios, promovió un amplio plan de obras públicas, nacionalizó las industrias de armamento, estableció la escolaridad obligatoria hasta los 14 años.
Sin embargo, la gran debilidad del gobierno frentista fue la política económica en un país que afrontaba enormes problemas acumulados: escasa productividad, disminución de la producción industrial, bajas tasas de inversión, alto déficit fiscal, problemas de balanza de pagos y otros más, a los que se sumaba la fuga de capitales promovida por los grupos burgueses asustados. Todo esto en el marco de la gran recesión económica mundial. Lo cual llevó a Blum en 1937 a anunciar públicamente una pausa en su programa de reformas a fin de rescatar la confianza de los grupos ricos y a pedir a la asamblea nacional poderes extraordinarios para hacer frente a la situación, que le fueron negados por la cámara del senado. Surgieron enconadas discrepancias internas en el frente popular entre los radicales y los moderados. La unidad del gobierno se resquebrajó. Blum entró en pugna con el senado en torno a su plan financiero de corte keynesiano. Se vio obligado entonces a presentar su dimisión el 21 de junio de ese año y fue sustituido por Edouard Daladier hasta su renuncia en 1940.
2. El frente popular español. Con el colapso de la ignara, pintoresca y autoritaria dictadura del general Miguel Primo de Rivera, que se extendió desde 1923 hasta 1930, y después de derrumbada la monarquía de Alfonso XIII bajo el peso de su connivencia con el régimen de facto militar, nació la II República española el 23 de abril de 1931, sin ruido de sables ni derramamiento de sangre. De perfiles anticlericales, con tímidas reformas sociales, aprisionada en la disputa regional entre centralistas y autonomistas, en medio de una aguda crispación nacional, la II República bajo la jefatura de Manuel Azaña estuvo sometida al fuego cruzado de los conservadores, organizados en la Confederación Española de Derechas Autónomas liderada por el aristócrata católico José María Gil-Robles y Quiñones (1898-1980), y de los anarquistas, que controlaban la poderosa Confederación Nacional del Trabajo (CNT). El gobierno de Azaña cayó en el verano de 1933, a raíz de la decisión del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), muy radicalizado en ese momento, de separarse del gabinete. Como resultado de estos litigios e incomprensiones internas en el gobierno frentista, las elecciones parlamentarias del 19 de noviembre de 1933 fueron ganadas por la coalición de fuerzas monárquicas, católicas y conservadoras, aunque no obtuvo la mayoría parlamentaria para ejercer el poder. Se instaló entonces el gobierno de Alejandro Lerroux y de otras figuras del Partido Radical. Las izquierdas —socialistas, comunistas, anarquistas y disidentes del radicalismo— se radicalizaron aun más. Cuando Gil-Robles ingresó al gabinete de Lerroux como ministro de guerra intentaron una rebelión de los mineros de Asturias en octubre de 1934, que fue sangrientamente sofocada por los generales Manuel Goded y Francisco Franco. Como reacción al radicalismo de izquierda se fortalecieron las filas de la Falange Española. Y España siguió adelante en su camino de polarización de fuerzas.
En ese entorno se constituyó el Frente Popular en 1936 por los partidos de la izquierda republicana, los socialistas, los anarcosindicalistas, los comunistas, los trotskistas, las organizaciones obreras y los autonomistas catalanes. Por iniciativa y bajo la inspiración del líder de la Izquierda Republicana Manuel Azaña se suscribió el 15 de enero de 1936 el denominado "pacto de inteligencia republicana", del que formaron parte la Izquierda Republicana (IR), la Unión Republicana (UR), el Partido Nacional Republicano, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el Partido Comunista de España (PCE), la Unión General de Trabajadores (UGT), el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), el Partido Sindicalista, las Juventudes Socialistas y las formaciones políticas de izquierda de Cataluña.
Después de vencer en las elecciones del 16 febrero de 1936 a la coalición de derechas denominada "frente nacional antirrevolucionario", que incluía a la hasta entonces poderosa Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), el frente popular llegó al poder con el líder de la Izquierda Republicana Manuel Azaña, como Presidente del gobierno, quien encabezó una administración de corta duración con un programa más bien moderado: reforma agraria, reforma fiscal, democratización del estatuto del Banco de España, protección para las pequeñas empresas, depuración del ejército y de la administración pública de elementos monárquicos y fascistas, amnistía para los mineros comprometidos en la rebelión de Asturias, limitación de los privilegios eclesiásticos.
Pero la moderación gubernativa suscitó emponzoñadas discrepancias internas en el Frente Popular —al igual que en Francia— y los anarquistas ocuparon fábricas, dinamitaron iglesias, promovieron huelgas obreras contra el gobierno y sembraron el caos. El PSOE se dividió en dos fracciones: la liderada por Francisco Largo Caballero, que postulaba la revolución social y la dictadura del proletariado, y la de Indalecio Prieto, que era reformista. Hubo enfrentamientos violentos entre anarquistas y socialistas. La lucha sangrienta entre los grupos fascistas y los de la izquierda radical llegaron a su clímax. Se produjeron varios asesinatos políticos. El 13 de julio de 1936 fue asesinado el diputado monárquico de oposición José Calvo Sotelo, en circunstancias que nunca fueron debidamente aclaradas. En esas condiciones, como era previsible, surgió la reacción armada de la Falange Española, las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS), los requetés tradicionalistas y otros grupos monárquicos y conservadores, en connivencia con los mandos militares derechistas, que se sublevaron contra la II República española.
El gobierno del Frente Popular fue asaltado por el alzamiento del 18 de julio de 1936 acaudillado por los generales fascistoides José Sanjurjo, Emilio Mola, Gonzalo Queipo de Llano y Francisco Franco desde Santa Cruz de Tenerife, en las Islas Canarias, que desencadenó la sangrienta >guerra civil española y culminó tres años después con la dilatada tiranía franquista.
Largo Caballero, de septiembre de 1936 a mayo de 1937, y Juan Negrín desde mayo de 1937 a abril de 1939, como presidentes del gobierno del Frente Popular, arrostraron con gran valor y firmeza la conducción de las fuerzas republicanas en el curso de la guerra civil que culminó con la victoria de las armas nacionalistas y con el asalto de Franco al poder.
3. Los frentes populares en Europa. Por lo que al resto de Europa occidental se refiere, los emigrantes del Partido Comunista de Alemania (KPD) bajo el régimen nazi intentaron formar un frente popular con los exiliados socialdemócratas y burgueses para combatir desde fuera a la tiranía hitleriana. El comité central del KPD tomó una decisión en este sentido el 30 de enero de 1935. En la conferencia celebrada en Bruselas del 3 al 15 de octubre del mismo año el KPD ratificó su adhesión a la táctica frentepopulista tendiente a formar un amplio movimiento de masas “bajo dirección proletaria”. Pero la iniciativa de formar este “frente antifascista lo más amplio posible” se desvaneció en medio de las contradicciones ideológicas, las ambigüedades y los sectarismos de sus promotores. Los comunistas pretendían manejarlo mientras que los dirigentes del Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD) desconfiaban de que existiera base para una colaboración razonable. Los dos grupos, además, se disputaban el control de la clase trabajadora, adherida mayoritariamente a la socialdemocracia alemana. Al final las negociaciones quedaron en nada. Tampoco tuvo éxito el proyecto de los políticos e intelectuales alemanes exiliados en París, que formaron un Comité para la creación del Frente Popular alemán el 2 de febrero de 1936, en cuya iniciativa participaron 118 personalidades de primera línea. En el Manifiesto al Pueblo Alemán aprobado en esa fecha se invocaba la unión de todas las fuerzas de oposición al >nazismo para crear una Alemania de libertad y de paz, exenta de corrupciones e injusticias. Pero este comité no llegó a ejercer la más mínima influencia en los acontecimientos que se desarrollaban al interior de la Alemania hitleriana.
4. Los frentes populares de la postguerra. En Europa oriental la más importante de estas coaliciones fue el Frente Patriótico integrado en 1944 —después de la rendición de Bulgaria y su ocupación por el Ejército Rojo, en octubre de ese año— por el Partido de los Obreros (comunista), el Partido Socialdemócrata, el Partido Agrario e intelectuales independientes, bajo la inspiración del líder marxista Georgi Dimitrov (1882-1949), quien fue secretario general del Komintern y primer ministro de Bulgaria después del triunfo frentista en las elecciones de 1946.
El Frente Patriótico suprimió la monarquía, proclamó la república y formó un gobierno que al principio fue de coalición, con Dimitrov a la cabeza, pero que progresivamente fue dominado por los comunistas hasta que finalmente se convirtió en una de las <dictaduras del proletariado del este europeo.
Con la derrota del nazifascismo en 1945 estas alianzas perdieron interés puesto que el peligro pareció alejarse definitivamente. Sólo por excepción se volvieron a formar frentes populares en Italia —el Fronte del Popolo en 1947 y 1948— y en Francia la Union de Gauche en 1978 y 1986 con los socialistas de François Mitterrand, los comunistas de Georges Marchais y los radicales de izquierda de Robert Favre con fines primordialmente electorales, para vencer a la derecha.
5. El frente popular chileno. La primera experiencia latinoamericana de este tipo se dio en Chile con el Frente Popular, compuesto por radicales, socialistas y comunistas, que ganó las elecciones en 1938 y llevó al poder al líder radical Pedro Aguirre Cerda (1879-1941). Opuesto a la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo (1877-1960), Aguirre Cerda se impuso en esas elecciones al candidato derechista Gustavo Ross. Su gobierno fue corto, puesto que falleció en el ejercicio del cargo. En enero de 1939 tuvo que afrontar la penosa tarea de la reconstrucción de las regiones de Talca y Biobío, arrasadas por un terremoto. Con el apoyo parlamentario de los grupos de izquierda, Aguirre impulsó un ambicioso programa de reforma de la educación. Creó más de mil escuelas de enseñanza primaria, fomentó la enseñanza científica y técnológica y reformó la institución universitaria.
El 4 de septiembre de 1946 Gabriel González Videla, apoyado por un nuevo frente popular formado por fuerzas de centro-izquierda y de izquierda, triunfó en las elecciones presidenciales y el 3 de noviembre asumió el poder. Su primer gabinete ministerial estuvo integrado por cinco radicales, tres comunistas, tres liberales y un independiente. Pero pronto las relaciones del Presidente con el Partido Comunista se dañaron. El Presidente reprochaba a los comunistas sus acciones de agitación y sus huelgas, más el febril afán de copar los mayores espacios de control público, y éstos criticaban al gobernante el incumplimiento de sus ofertas electorales. En julio de 1947, a raíz de una huelga de la transportación colectiva en Santiago, impulsada por los comunistas, las relaciones se rompieron y los militantes comunistas fueron expulsados de los cargos públicos. El 3 de septiembre de 1948 se aprobó la Ley de Defensa de la Democracia, que declaró fuera de la legalidad al Partido Comunista y eliminó de los registros electorales a sus militantes. El presidente González Videla rompió relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y demás países de Europa Oriental —dentro del contexto de la guerra fría— y en ese mismo año se promulgó la ley de pago de semana corrida a los trabajadores, se estableció la inamovilidad de los empleados privados y se impuso tope a las pensiones de arrendamiento de habitaciones. Un año después se reconoció el derecho de sufragio de la mujer. En las elecciones parlamentarias de 1949 la alianza gobiernista, que mantenía un acuerdo de gobernabilidad, obtuvo el 73% de los votos mientras que los grupos opositores, en conjunto, no llegaron al 25%. González Videla inauguró la base militar Bernardo O’Higgins en la región antártica y fue el primer Presidente en llegar a ese continente. Proclamó en 1952 la soberanía de Chile sobre las doscientas millas marítimas adyacentes a sus costas.
Casi dos décadas después advino la Unidad Popular chilena para respaldar electoralmente a Salvador Allende y formar gobierno con él hasta el golpe militar del general Augusto Pinochet del 11 de septiembre de 1973.
Este frente popular se formó con miras a las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1970. Postuló al líder socialista Salvador Allende (1908-1973) —fundador del Partido Socialista de Chile—, quien propuso un programa nacionalización de todas las industrias básicas, la banca y las comunicaciones, bajo su lema: “vía chilena al socialismo”. Como no alcanzó mayoría absoluta en las urnas —obtuvo el 36,3% de los votos— la decisión quedó en manos del Congreso, que el 24 de octubre respaldó a Allende frente a su opositor de la Derecha, el expresidente conservador Jorge Alessandri. Allende se convirtió en el primer Presidente elegido con un programa socialista en un país no comunista de Occidente pero afrontó enormes dificultades a la hora de cumplir sus ofertas electorales. Instituyó el control estatal de la economía, ejecutó la reforma agraria, nacionalizó los recursos mineros, la banca extranjera y las empresas monopolísticas. Instrumentó una política internacional independiente. Impulsó un programa de redistribución de ingresos, aumentó los salarios e impuso el control de precios.
En cumplimiento de su programa y de sus ofertas electorales, Allende expropió las minas de cobre en poder de empresas norteamericanas, estatificó la banca, socializó 3.800 latifundios privados, expropió seis millones de hectáreas, afectó a cuatro mil latifundistas, nacionalizó noventa empresas que manejaban áreas estratégicas de la economía y estableció la “escuela nacional unificada” (ENU), que sometió a la educación pública y privada a los mismos parámetros y programas de estudio laicos.
Sin duda que Allende fue más allá de lo que la cultura política del Chile de los años 70 se lo permitía. La <cultura política es el conjunto de conocimientos, tradiciones, valores, intereses, mitos, creencias, juicios de valor, prejuicios, opiniones, prácticas, percepciones, sensibilidades, hábitos, costumbres, recuerdos históricos y símbolos de una comunidad, que orientan su comportamiento político y a veces lo condicionan. Es cierto que las revoluciones se hacen precisamente para desgarrar la cultura política predominante, pero no es menos cierto, como lo reconoció después el líder socialista Carlos Altamirano, que la "revolución desarmada" como la que ellos pretendían —que en realidad era reformismo— resultó imposible y que se tornó muy difícil “avanzar sin transar” con los poderes fácticos a pesar de que los trabajadores estaban en la calle gritando “¡el pueblo unido jamás será vencido!”, “¡crear, crear, poder popular!” y otras consignas revolucionarias de apoyo al régimen. Resultaron quiméricas la vía pacífica y democrática hacia el socialismo y la “revolución que supiera a empanada y a vino tinto chilenos”, como dijeron por esos años los líderes de la Unidad Popular. Y es que el >reformismo no se hace desde el gobierno sino desde el poder y Allende lo que en realidad tenía era el gobierno. García Márquez (1927-2014), con mucha agudeza, observó después que la contradicción más dramática de Allende fue "ser, al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y revolucionario apasionado".
Salvador Allende vulneró los intereses económicos concretos de los grupos sociales aventajados y de las empresas norteamericanas, hasta el punto que el presidente Richard Nixon expresó: “¡a este hijo de puta le voy a hundir su economía!”. Obviamente, al gobierno estadounidense de esos años de la guerra fría le eran preferibles dictaduras militares domesticadas antes que democracias incómodas en América Latina.
Los empresarios privados, asustados por las reformas de la Unidad Popular, produjeron un enorme éxodo de capitales e iniciaron un proceso de desinversión que bajó drásticamente la producción y la productividad, mientras que la oposición política, liderada por el partido demócrata-cristiano, con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) —como lo demostraron documentos confidenciales de esa institución, publicados en el 2001—, combatió duramente el programa político y económico del gobierno socialista. Todo lo cual llevó a Chile a una honda crisis económica, fiscal y financiera y produjo una peligrosa polarización de fuerzas. Hacia 1973 se sintió ya la escasez de alimentos, la especulación y la subida de los precios. Algunos instrumentos de producción estatificados, confiados a manos inexpertas, bajaron sus niveles de producción. Las fuerzas de la Derecha salieron a las calles en bulliciosas manifestaciones de “cacerolas vacías”. Los transportistas paralizaron el país. El gobierno sufrió un agudo proceso de desestabilización alentado desde dentro y desde fuera. Hasta que el 11 de septiembre de 1973 llegó el golpe de Estado militar que asumió el poder a sangre y fuego. Ese día una operación coordinada de fuerzas terrestres y aéreas atacó con bombas incendiarias y de demolición el Palacio de La Moneda, sede del gobierno. Aviones rasantes lo bombardearon inmisericordemente. El palacio ardió, semidestruido. En su interior, el presidente Salvador Allende, rodeado de un puñado de colaboradores, resistió con valor y gallardía ejemplares hasta el final. Cuando la situación estuvo perdida, prefirió suicidarse con un balazo en la boca antes que ser humillado por los golpistas. Dejó escrita una página de honor en los anales de la historia política latinoamericana. Por una conversación telefónica mantenida por Pinochet con uno de sus subalternos —cuya grabación se conoció veinte años después— se supo que el plan de los golpistas había sido embarcar al Presidente en un avión y echarlo a tierra. Esas fueron las instrucciones telefónicas de Pinochet: “¡…y si el avión se cae, pues qué pena”!
La Unidad Popular chilena sufrió el mismo drama de los frentes populares en todos los lugares. Hacia su interior, la discrepancia entre los radicales y los moderados resquebrajó su estructura y, hacia el exterior, las campañas de desprestigio, el <boicot económico, la conspiración política, la hostilidad internacional, la fuga de capitales y la desinversión promovidos por las fuerzas opositoras de la Derecha en coordinación con los sectores empresariales tuvieron el efecto de un cañonazo bajo la línea de flotación de la economía. La situación chilena se le fue de las manos al Presidente. Una larga conversación mantenida en Quito por él con un grupo de jóvenes dirigentes del naciente partido Izquierda Democrática en abril de 1971, durante su visita oficial al Ecuador, nos dio la idea de la situación chilena y del drama que dentro de ella vivía Salvador Allende. Fue una especie de testamento político. Nos entregó una serie de consejos acerca de lo que debíamos o no debíamos hacer. Nos pidió una y otra vez que, en la ejecución de nuestro proyecto político, no incurriéramos en el “izquierdismo infantil”. Sus consejos trasuntaban su angustia por lo que acontecía en Chile con ciertos exaltados dirigentes de su partido, que instaban a la insubordinación de los tenientes contra los capitanes y de éstos contra los mayores para subvertir toda la cadena de mando militar, y con sus aliados políticos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que traficaban armas para las milicias populares, en una línea de inconsciente acción desestabilizadora. No nos dijo, pero lo intuimos en sus angustiadas palabras, que su situación era desesperada. Cosa que se confirmó poco tiempo después en el “septiembre negro” del pinochetismo.
La Derecha ha convertido la expresión frente popular en sinónimo de comunismo porque la táctica de formar estas alianzas para resistir al fascismo partió de la >Tercera Internacional —el Komintern— formada por iniciativa de Lenin en 1919 para agrupar a los partidos comunistas. Por supuesto que los comunistas trataron siempre de manejarlos y de sacar el mayor provecho posible de ellos. Por eso estas coaliciones tuvieron siempre enormes dificultades internas a causa de los afanes de hegemonía de los comunistas. Lo cual ha llevado a las fuerzas de Derecha a considerar que los frentes populares no son más que una estratagema de ellos para utilizar a sus aliados ocasionales como “tontos útiles” y tratar de llegar por este medio al poder.
En el lenguaje marxista se denomina todavía “política de alianzas” a la búsqueda de convergencias tácticas de los partidos comunistas con partidos y organizaciones de izquierda no marxista, socialistas democráticos, liberales, grupos pacifistas, organizaciones de derechos humanos, sectores progresistas del clero católico y >nuevos movimientos sociales para alcanzar objetivos de corto plazo.
6. El frente nacional colombiano. En Colombia se formó un Frente Nacional en 1957, que no fue realmente un frente popular sino una concertación liberal-conservadora. La historia es la siguiente. El 9 de abril de 1948, en una céntrica calle de Bogotá, fue asesinado a tiros Jorge Eliécer Gaitán, el mayor caudillo popular colombiano del siglo XX. El homicida: un joven llamado Juan Roa Sierra, fue despedazado en ese momento por la gente enfurecida y su cadáver arrastrado hasta las puertas del palacio presidencial, donde estaba el presidente conservador Mariano Ospina Pérez, cuya cabeza pedía la muchedumbre.
Gaitán fue un líder formalmente liberal pero de convicciones socialistas, que insurgió con gran fuerza contra lo que él llamaba la “oligarquía conservadora” y la “oligarquía liberal”, que en su opinión representaban los mismos intereses socio-económicos en Colombia. Su penetración en las masas pobres fue enorme. El crimen produjo inmediatamente una violenta ola de protestas populares en la ciudad. La gente se lanzó a las calles con escopetas de caza, machetes, cuchillos de cocina, tubos de agua potable y cuanto instrumento de agresión tuvo a su alcance. Los grupos enfervorizados, sin jefes ni conductores, recorrieron las calles de Bogotá para vengar la muerte del caudillo. Resonó en ellas el clásico grito gaitanista: "¡a la carga! Fueron incendiados los símbolos del poder conservador: el Palacio de San Carlos, la Nunciatura Apostólica, los conventos de Santa Inés y de las dominicas, el colegio La Salle de los hermanos cristianos, la Procuraduría General de la Nación, el Ministerio de Educación, la Gobernación de Cundinamarca, el Palacio de Justicia, el diario "El Siglo" y otros edificios públicos o privados que de alguna manera simbolizaban la política conservadora, a la que tan encendidamente había combatido Gaitán. Numerosos policías se sublevaron, uniéronse a los insurgentes y distribuyeron fusiles. La confusión fue total. Los líderes gaitanistas fracasaron en su intento de formar una junta revolucionaria que diera alguna dirección al movimiento insurgente. Agentes provocadores y delincuentes comunes, muchos de ellos evadidos o liberados ese día de la cárcel de Bogotá, desviaron la protesta hacia el saqueo, el pillaje, el incendio y la orgía de sangre. La fuerza pública reprimió con dureza el alzamiento. Cerca de cinco mil cadáveres quedaron esparcidos en las ruinosas calles bogotanas.
Esta violenta jornada recibió el nombre de "el bogotazo".
El historiador colombiano Jorge Serpa Erazo dijo que las tres balas que segaron la vida de Gaitán partieron en dos la historia de Colombia en el siglo XX. Desde ese momento, conservadores y liberales se trabaron en una lucha a muerte en las ciudades y campos de Colombia, con decenas de miles de muertos de lado y lado.
En tales circunstancias, nueve años después, los expresidentes Laureano Gómez, conservador, y Alberto Lleras Camargo, liberal, se reunieron en en la pequeña ciudad costanera de Sitges en Cataluña —durante la dictadura militar del teniente general Gustavo Rojas Pinilla— y acordaron formar el Frente Nacional para conjurar la violencia que tan dolorosamente estremecía a su país, levantar el sistema democrático sobre bases más firmes, instituir el bipartidismo liberal-conservador por dieciséis años y asegurar la gobernabilidad de Colombia.
Los dos partidos se comprometieron a turnarse en el poder por cuatro períodos presidenciales, con gabinetes ministeriales compartidos y paridad en la administración pública, compromiso que se consagró y oficializó en una enmienda constitucional aprobada por >referéndum el 1º de diciembre de 1957, después del derrocamiento de Rojas Pinilla.
El dictador fue depuesto el 10 de mayo de 1957 por una junta militar transitoria, que convocó una asamblea constituyente que consagró el Pacto de Sitges y el Frente Nacional en el texto constitucional, los sometió a referéndum y llamó a elecciones.
El proceso de concertación tuvo como antecedentes la Declaración de Benidorm suscrita en esa ciudad española el 24 de julio de 1956 por los mismos expresidentes y el Pacto de Marzo, concertado en 1957 por los partidos Liberal y Conservador para oponerse a la continuación del régimen militar de Rojas Pinilla.
De acuerdo con lo estipulado en el Pacto de Sitges, fue elegido Presidente en 1958, con el 80% de los votos, el doctor Alberto Lleras Camargo, líder liberal, quien en 1962 fue sustituido por el conservador Guillermo León Valencia, que al final de su mandato entregó el poder al liberal Carlos Lleras Restrepo, y éste al conservador Misael Pastrana Borrero, con cuyo ejercicio presidencial terminó en 1974 la concertada alternación y se abrió el libre juego político de los partidos.
Pero, en la práctica, el Frente Nacional prosiguió al ritmo de las elecciones presidenciales y se turnaron en el poder el liberal Alfonso López Michelsen (1974-1978), el liberal Julio César Turbay Ayala (1978-1982), el conservador Belisario Betancur (1982-1986), el liberal Virgilio Barco (1986-1990), el liberal César Gaviria (1990-1994), el liberal Ernesto Samper (1994-1998) y el conservador Andrés Pastrana (1998-2002).
El Frente Nacional concluyó de hecho en los comicios presidenciales del 26 de mayo del 2002, en que Álvaro Uribe —disidente liberal, que se presentó como candidato independiente— triunfó en la primera vuelta electoral con el 52,8% de los votos sobre el candidato oficial del liberalismo, Horacio Serpa, quien obtuvo el 31,8%. El nuevo orden político colombiano se reconfirmó el 28 de mayo del 2006, en que el presidente Álvaro Uribe alcanzó su reelección con el 62 por ciento de los votos frente a Carlos Gaviria, candidato del Polo Democrático —una alianza de fuerzas autodefinidas como de izquierda democrática—, quien obtuvo el 22 por ciento. Y se proyectó en las siguientes elecciones presidenciales con el triunfo del candidato oficialista Juan Manuel Santos —exministro de Álvaro Uribe— sobre el postulante Antanas Mockus del Partido Verde.