Es muy difícil hacer una definición de filosofía. Algo ayuda su significación etimológica: la palabra viene del latín philosophia y ésta de la unión de los vocablos griegos philos, que es “amigo”, y sophos, “saber” o “sabiduría”. La filosofía fue, en sus comienzos, la explicación global del mundo, de la vida y del ser. Con el paso del tiempo los principios filosóficos fueron desglosándose y separándose para formar disciplinas científicas autónomas, al ritmo de la evolución del pensamiento. Todas las ciencias empezaron por ser filosofía. Pero conforme el conocimiento humano fue diferenciándose y pasó de lo simple a lo complejo, de lo indiferenciado a lo diferenciado y de lo homogéneo a lo heterogéneo, los principios filosóficos se desprendieron del núcleo central de las ideas generales, se desenvolvieron, cobraron autonomía y se plasmaron en diferentes disciplinas científicas. Esa es la historia de las ciencias. Obedecen a un proceso de diferenciación del conocimiento.
La filosofía quedó entonces como una explicación global del mundo y de la vida, de las primeras causas de los fenómenos, de los valores éticos y estéticos que rigen el comportamiento del hombre, mientras que las ciencias se hicieron cargo de profundizar, concretar y especificar los enunciados generales de la filosofía. Esta se mantuvo como conocimiento “nouménico” al paso que la ciencia se erigió como un conocimiento “fenoménico”. El nóumeno fue el vocablo utilizado por Platón y más tarde por Kant para designar una “cosa pensada” o una idea cognoscible por la inteligencia, en contraste con fenómeno que es la cosa en sí, la cosa tal como aparece ante la observación del hombre.
La filosofía fue el tronco común del cual se desprendieron las disciplinas científicas, entre ellas la política en el campo social. La política es un acervo de conocimientos tocantes a la realidad colectiva y la aplicación de ellos a situaciones concretas. La teoría y la práctica políticas van juntas y forman una sola unidad aunque mantienen entre sí la misma relación que los principios generales de cualquier ciencia con el arte que los aplica a casos concretos.
Detrás de la política hay una historia, una doctrina, una elaboración conceptual, en suma: una filosofía. Esta es la filosofía política, que entraña un conjunto de principios de interpretación del mundo social y de justificación de los actos humanos dentro de él. Fueron los griegos de la Antigüedad, en el siglo V antes de nuestra era —los sofistas, los socráticos, los aristotélicos—, quienes sistematizaron las primeras nociones de la filosofía política. Lo cual no quiere decir que antes de ellos no se haya pensado y discutido acerca del origen de la autoridad pública, las funciones de los gobernantes en un sentido teleológico, la naturaleza y valor de las leyes o los derechos y deberes de los gobernantes y gobernados. En los antiguos regímenes de Egipto, Babilonia, el Asia Menor, Creta, China, India y otros lugares se formularon ya algunas ideas acerca de estos temas, que son sin duda la materia de la filosofía política. Pero la sistematización de ellas correspondió a los griegos, que separaron la política de la superstición. La mentalidad griega las abordó con un sentido que podríamos llamar de secularización. Sus dioses eran un poco más que los hombres. Pero no mucho más. Hombres y dioses alternaban en la vida helénica.
La ideología política, en la medida en que entraña una cosmovisión, tiene ingredientes filosóficos. La ideología es una forma de ver el mundo y la fenomenología social. Ella implica una peculiar concepción de la vida, una cosmovisión, un weltanschauung, para utilizar la intraducible expresión de los alemanes. Idealistas unas, materialistas otras, las ideologías son, desde el punto de vista filosófico, distintas maneras de entender la libertad, la justicia social, el equilibrio entre la libertad y la autoridad, el origen del poder, la organización y fines del Estado, la función de éste en el proceso económico de la sociedad, los linderos del concepto democrático, la organización y participación populares, los límites y responsabilidad social del derecho de propiedad y otros temas cardinales de la convivencia humana.
El punto de partida de las ideologías es la filosofía política. Ella es la que inspira, orienta e informa las propuestas ideológicas. Por supuesto que aquí caben muchas posibilidades. Ciertas filosofías que endiosan el poder, la raza, la religión, el Estado o la guerra de conquista inducen a la formación de ideologías políticas autoritarias mientras otras forjan ideologías democráticas. Todo depende de los valores que cada una de ellas consagra. Las ideologías democráticas obedecen a filosofías para las cuales los valores de la libertad, la igualdad y la dignidad humana merecen alta estima. En todo caso, los valores filosóficos se plasman en los planteamientos ideológicos y éstos se desarrollan particularizadamente en los planes de gobierno.
La filosofía política empieza por plantearse los grandes problemas de la filosofía general: la posibilidad y límites del conocimiento, el origen de la vida, los valores éticos y estéticos, la realidad del ser, el destino del hombre. Trata de explicarse las primeras causas de todo lo que existe. Y después afronta la cuestión social, el orden moral, el origen y fines de la sociedad política, la legitimidad del poder, el sentido de la ley, el significado de la libertad, las dimensiones de la justicia, la igualdad, los deberes y las obligaciones del hombre frente al grupo, la justicia entre los Estados, los imperativos de la convivencia y, en general, las múltiples cuestiones atinentes a la vida de hombre en sociedad.
De aquí parte la primera gran bifurcación de la filosofía política con sus dos opciones: el materialismo o el idealismo. Para la primera, la única sustancia universal es la materia. Todas las demás sustancias no son más que emanaciones y formas diversas de ella. Niega por tanto la existencia del “espíritu” o de otras sustancias etéreas e inasibles independientes y distintas de la materia. El “alma” no existe como entelequia metafísica y lo que llamamos “espíritu” no es más que la materia en determinado grado de evolución. El pensamiento humano, sus ideas, sentimientos, convicciones morales y expresiones psicológicas no son más que manifestaciones del cerebro del hombre. Lo psíquico es una actividad cerebral y del sistema nervioso. Con la muerte del ser humano y la descomposición del cerebro termina todo.
Para la filosofía materialista la única forma del conocimiento humano es la sensorial. No existe la inmanencia, ni la intuición, ni la “gracia”, ni la “revelación” ni otros mecanismos cognoscitivos fuera de los sentidos y el cerebro. El materialismo no admite la existencia de substancias eternas, trascendentales o sobrenaturales. Tampoco la existencia de la divinidad, entendida como un ser supremo, omnisciente e intemporal. No hay la contraposición dualista de cuerpo y alma. Todo lo que nos rodea es materia en movimiento y en diversos estados de desarrollo. El universo no tiene elementos inmateriales: la materia es su único componente real. El pensamiento mismo no es más que una manifestación de ella en un grado superior de evolución.
La materia tiene vida propia y se rige por sus leyes. El mundo existe independientemente del pensamiento humano. No son las ideas las que crean las cosas —como pretenden ciertas corrientes de la filosofía idealista— sino, a la inversa, las cosas las que crean las ideas.
De este modo, la línea materialista de la filosofía desecha toda afirmación metafísica de la existencia de un espíritu, idea absoluta, alma o cualquier otro elemento inasible o incognoscible, como quiera que se llame, y sostiene que todos los fenómenos del universo son sólo diversas formas de la materia en movimiento y en distintas fases de su evolución.
Los orígenes del materialismo, como concepción del mundo, son muy antiguos. En la vieja Grecia, durante el siglo V antes de nuestra era, Demócrito (460-370 a. C.) sostuvo un pensamiento materialista. Se lo llamó el padre del materialismo. Afirmó que “el ser” se reduce a lo material y que incluso lo que se llama alma no es más que un agregado de átomos que, al dispersarse, determinan su desaparición aunque esos átomos vuelven a unirse después para dar origen a nuevos seres. En la Edad Media esta escuela de pensamiento tuvo un prolongado eclipse. La Iglesia Católica combatió estas ideas y sostuvo que el hombre está compuesto de sustancias corporales y espirituales. Pero ellas renacieron más tarde con la Ilustración y con el <encliclopedismo francés de los siglos XVII y XVIII. Cobraron fuerza con Hobbes, La Mettrie, Holbach, Strauss, Feuerbach, Schopenhauer, Lange, Vogt, Büchner y otros pensadores. En el XIX se reafirmaron principalmente con Marx, Engels y los pensadores marxistas, quienes las unieron con la dialéctica.
Para la postura materialista el orden moral es un producto de la razón y del sentimiento del hombre. No es algo que se le haya impuesto desde fuera ni desde arriba sino que es un fruto de su inteligencia y de su experiencia, acumulado en el curso de miles de generaciones.
La otra línea filosófica es la del idealismo que sustenta la tesis de que el mundo está integrado por dos elementos: espíritu y materia. Es una posición a la que se ha denominado dualista por eso. Se adhiere a la tesis de que el hombre está compuesto de dos sustancias: cuerpo y alma. El primer elemento es perecible, temporal y tangible. Crece, declina y desaparece con el tiempo. El segundo es intangible, eterno y trascendental.
El mundo de los valores morales, en consecuencia, dimana de una fuente externa al hombre. Proviene de lo que el filósofo norteamericano John B. Rawls (1921-2002) llamó el “intelecto” divino, que es el que diseña la estructura normativa para la conducta humana.
El idealismo es también, en otra dirección filosófica, la tendencia a considerar a la idea como el origen del conocimiento e incluso de la existencia, esto es, la tendencia a subordinar la realidad a la idea. La idea es, entonces, el principio del conocer y del ser. Según este punto de vista, el mundo material es una pura “ilusión”: es simplemente la “representación” que de él tenemos en nuestro cerebro.
Como es lógico, el planteamiento filosófico-político es un elemento esencial del concepto mismo de partido político. No puede haber partido sin ideología ni ideología sin filosofía política por la sencilla razón de que los partidos no pueden abstraerse de afrontar las cuestiones de la forma ideal de organización social, el régimen de gobierno, la justicia, la concepción política de la persona, sus derechos y prerrogativas, las relaciones internacionales. En una palabra: no pueden abstraerse de los problemas de la sociedad y del mundo. Los fundamentos programáticos y los planes de gobierno de los partidos son derivaciones de sus convicciones filosóficas.
Por eso las asociaciones formadas para la defensa coyuntural de un principio o de un interés económico determinado no tienen la categoría de partidos políticos porque carecen de la visión global de los problemas de un país y de la continuidad en su acción que caracterizan a estos entes políticos.