Es la interpretación del >marxismo-leninismo hecha por Fidel Castro y aplicada a las condiciones de subdesarrollo económico y social de la isla cubana, con su rígida economía de monocultivo de la caña de azúcar.
El fidelismo —llamado también castrismo— tiene una gran carga emocional, alimentada principalmente por la dilatada confrontación de los líderes revolucionarios con el gobierno de Estados Unidos de América, cuidadosamente cultivada y fomentada por Fidel con el fin de impulsar los despliegues de un nacionalismo táctico y generar en su pueblo una gran mística de lucha, de disciplina y de sacrificio.
De la vida privada de Fidel Castro se conoce poco. Nació el 13 de agosto de 1926 en Mayarí, hijo de un adinerado terrateniente español plantador de caña de azúcar. Su hermana Juanita sostiene en su libro “Fidel y Raúl, mis hermanos. La historia secreta” (2009) que él era un joven “mujeriego y enamoradizo, con carácter fuerte”.
Su primer matrimonio fue en 1948 con Mirta Díaz-Balart —que terminó por divorcio siete años después—, con quien tuvo su primer hijo: Fidel Castro Díaz-Balart, físico nuclear, doctor en ciencias físico-matemáticas, máster en física, fundador del Instituto de Ciencias y Tecnología Nucleares de La Habana.
En su matrimonio con Dalia Soto del Valle, celebrado en 1980, tuvo cinco hijos: Alexis, Alexander, Antonio, Alejandro y Ángel.
Rumores públicos en la isla, que no han sido confirmados, le atribuyen varios hijos fuera de matrimonio.
Castro se incorporó al Partido del Pueblo Cubano —mejor conocido como Partido Ortodoxo— en 1947. Obtuvo su título de doctor en jurisprudencia en la Universidad de La Habana en 1950. Fue candidato a diputado por su partido —de tendencia liberal reformista— en las elecciones de 1952, que se frustraron por el golpe de Estado de Fulgencio Batista. Nunca fue afiliado al Partido Comunista cubano —que en Cuba se denominaba Partido Socialista Popular— ni militó en sus filas porque, como lo dijo más tarde, no le resultaba confiable un partido que actuaba bajo consignas recibidas de una metrópoli.
Sin embargo, desde sus tiempos de estudiante descubrió sus inclinaciones marxistas. El >Manifiesto Comunista le resultó seductor. Leyó con avidez las obras clásicas de Marx, Engels, Lenin y otros ideólogos del socialismo marxista, aunque fue muy crítico de los abusos y errores de Stalin. En nombre de los principios y de la ética política condenó, por ejemplo, el pacto Molotov-Ribbentrop, concluido el 23 de agosto de 1939 entre los regímenes estalinista y nazi, que dejó las manos libres a Hitler para invadir Polonia y atacar Europa occidental.
Todas sus lecturas y observaciones, como él lo dijo más tarde, le condujeron a “tomar conciencia de lo absurdo de la sociedad capitalista”.
Pero, como era un joven de acción —solía decir que “los revolucionarios aprendemos luchando el arte de la guerra”—, en 1947, cuando apenas tenía 21 años de edad, se incorporó a la frustrada expedición revolucionaria de Cayo Confites contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y en 1948 se vio envuelto coincidentemente en la rebelión popular originada en Bogotá por el asesinato del líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán, conocida como el <bogotazo.
Poco tiempo después se convirtió en el líder de una facción antigubernamental clandestina cuyas acciones culminaron con el asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953. La operación no tuvo éxito. Encarcelado y sometido a juicio, asumió su propia defensa.
Fue célebre por su altivez y valentía el alegato que pronunció el 16 de octubre de 1953 ante el tribunal que lo juzgaba, que obviamente era un órgano obediente de la dictadura. ”Termino mi defensa —dijo— pero no lo haré, como hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad del defendido; no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo en Isla de Pinos ignominiosa prisión. Enviadme junto a ellos a compartir su suerte, es concebible que los hombres honrados estén muertos o presos en una República donde está de presidente un criminal y un ladrón. A los señores magistrados, mi sincera gratitud por haberme permitido expresarme libremente, sin mezquinas coacciones; no os guardo rencor, reconozco que en ciertos aspectos habéis sido humanos y sé que el presidente de este Tribunal, hombre de limpia vida, no puede disimular su repugnancia por el estado de cosas reinante que lo obliga a dictar un fallo injusto. Queda todavía a la audiencia un problema más grave: ahí están las causas iniciadas por los setenta asesinatos, es decir, la mayor masacre que hemos conocido; los culpables siguen libres con un arma en la mano que es una amenaza perenne para la vida de los ciudadanos; si no cae sobre ellos todo el peso de la ley, por cobardía o porque se lo impiden y no renuncian en pleno todos los magistrados, me apiado de vuestras honras y compadezco la mancha sin precedentes que caerá sobre el Poder Judicial. En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá”.
Estas frases se convirtieron en la consigna política de los revolucionarios opuestos al régimen de Batista.
Condenado a 15 años de prisión, fue amnistiado el 15 de mayo de 1955 y se exilió en Estados Unidos y después en México, donde fundó el Movimiento 26 de Julio en 1955.
El 26 de noviembre de 1956 partió hacia Cuba en el yate Granma con 82 hombres para reiniciar la lucha contra la tiranía de Batista. Después de siete días de accidentada y riesgosa travesía en una pequeña nave de paseo construida para albergar hasta 25 pasajeros, los 82 rebeldes desembarcaron el 2 de diciembre en la playa de las Coloradas de la ensenada Turquino, en el extremo suroccidental de la isla, y se internaron en la montaña. Pero 70 de ellos murieron en los primeros bombardeos y combates o se dispersaron o se perdieron en la montaña o fueron arrestados.
Con los 12 sobrevivientes —entre los que estaban su hermano Raúl, Ernesto “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos— Castro se dirigió hacia la Sierra Maestra y emprendió la lucha guerrillera por dos años con el apoyo de los campesinos en los sectores rurales y de los intelectuales, estudiantes y la pequeña burguesía en las ciudades.
La lucha culminó, vencida la resistencia del ejército de Batista, con la fuga del dictador y la apoteósica entrada de los barbudos de la Sierra Maestra en La Habana el 8 de enero de 1959. Después de un corto gobierno de Manuel Urrutia y luego Osvaldo Dorticós, Castro asumió la jefatura del Estado y del gobierno. Nacionalizó los medios de producción, incautó las empresas de propiedad de inversionistas norteamericanos, colectivizó las propiedades agrícolas, implantó un régimen marxista-leninista, estableció el sistema de partido único, alineó a Cuba en el bloque comunista y afirmó la soberanía cubana frente al imperialismo norteamericano.
En sus diálogos con el periodista y escritor español Ignacio Ramonet, recogidos en el libro “Cien horas con Fidel” (2006) —en que relata su experiencia acumulada en tantos años de resistencia, combate y gobierno—, el líder de la >Revolución Cubana declaró que desde muy joven leía literatura marxista y comenzaba a manejarla. Dijo: “yo poseía arraigados sentimientos de justicia y determinados valores éticos. Aborrecía las desigualdades, los abusos. Me sentí conquistado por aquella literatura”; y en otro momento agregó que sus valores ideológicos le llevaron a tomar “conciencia de lo absurdo de la sociedad capitalista” y que sus valores éticos, tomados de Martí, dirigían sus pasos.
Esas y otras lecturas se conjugaron con experiencias de acción. Muy joven, siendo todavía estudiante universitario, se incorporó en julio de 1947 a la fracasada expedición revolucionaria de Cayo Confites contra la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana —donde aprendió cómo no deben hacerse las cosas— y el 9 de abril de 1948 participó por una casualidad, con fusil al hombro, en el levantamiento popular y las acciones violentas del <bogotazo que se dieron en la capital colombiana a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, donde pudo ver, según expresó más tarde, “el espectáculo de una revolución popular totalmente espontánea”.
Fue un internacionalista prematuro. Desde sus tiempos de estudiante apoyaba a los argentinos en la reivindicación de las Malvinas, a los panameños en su litigio por el Canal, a los puertorriqueños en su lucha independentista, a los dominicanos en sus afanes de liberarse del yugo trujillista y a los pueblos de las islas caribeñas en su brega por romper la férula colonial europea.
En su primer año de gestión el gobierno revolucionario nacionalizó las grandes compañías estadounidenses —entre ellas: Cubana de Electricidad, la United Fruit Company y la industria azucarera— e hizo de la >reforma agraria uno de los programas emblemáticos de la >revolución. El decreto que la estableció dispuso la expropiación forzosa de las tierras y afectó incluso las que pertenecían a la propia familia de Fidel. Especial atención prestó el gobierno a la cuestión educativa. 1961 fue declarado el “año de la educación” y se inició una masiva campaña de alfabetización con miles de jóvenes que recorrieron las zonas rurales para enseñar a leer y escribir a los campesinos.
La creación doctrinal de Fidel Castro es más bien escasa, pero su acción política muy intensa. Eso ha hecho del fidelismo una versión fundamentalmente pragmática de >marxismo, muy vinculada a la manera de ser del pueblo cubano y sin grandes ostentaciones teóricas.
El castrismo, ha dicho Régis Debray, es una acción revolucionaria empírica y consecuente que se encontró con el marxismo durante el camino. En su praxis se mezclan los postulados rígidos del >marxismo-leninismo con la exuberancia del >tropicalismo caribeño, la acción populista de los caudillos de la revolución y la magia de la personalidad carismática del líder cubano.
Fidel Castro fue uno de los grandes líderes políticos del siglo pasado. Como dice Ignacio Ramonet en su libro “Cien horas con Fidel” (2006), fue uno de los “pocos hombres que han conocido la gloria de entrar vivos en la historia y en la leyenda”. Perteneció a la rara especie de hombres de acción y de pensamiento que, según decía José Ortega y Gasset, “es el tipo de hombre menos frecuente, más difícil de lograr, precisamente por tener que unir entre sí los caracteres más antagónicos: fuerza vital e intelección, impetuosidad y agudeza”. Rompió la clásica tipología bipolar de los seres humanos formulada por el filósofo español. Fue, al mismo tiempo, un gran pensador —aunque no amó el sosiego y la tranquilidad de los intelectuales— y un impetuoso hombre de acción, con capacidad inagotable para el trabajo, don de mando extraordinario e intrepidez ante los riesgos y los peligros. No soportó la quietud. Sintió la necesidad de crear, de hacer cosas, impulsiva y compulsivamente. No estuvo para imitaciones. Fue un hombre original. Asumió con serenidad los grandes honores y angustias del poder: mientras más ingentes eran los problemas mayor era su serenidad para afrontarlos. Es muy probable que los grandes problemas le hayan mortificado menos que los pequeños y que le fueran aplicables las palabras de César Cantú: a este tipo de hombre “más le hacen sufrir las heridas de la flecha y las picaduras del alfiler”.
Como todos los grandes líderes políticos, hizo de la oratoria —de la gran oratoria de masas— el más importante instrumento de comunicación y la principal arma de lucha contra sus enemigos. Tuvo un dominio completo del escenario. Fue un gran comunicador de ideas y transmisor de emociones. Su palabra promovió tempestades e impuso calmas. Con su oratoria emotiva, estruendosa, electrizante y arrolladora movió y conmovió, convenció y persuadió a las multitudes y mantuvo viva la >mística revolucionaria de su pueblo por tantos años.
Sin embargo, como observó tan agudamente Ramonet, en el referido libro, fue notable el hecho de que en Cuba, mientras vivió el inspirador y líder de la Revolución, fue “inexistente el culto oficial a la personalidad. Aunque la imagen de Fidel está muy presente en la prensa, en la televisión y en las calles, no existe ningún retrato oficial, ni hay estatua, ni moneda, ni avenida, ni edificio, ni monumento dedicado a Fidel Castro ni a ninguno de los líderes vivos de la Revolución”.
Por supuesto que se le profesó un profundo respeto y se le tuvo un entrañable afecto, hasta el punto de que, como solían decir los cubanos, Fidel estaba en el futuro y, cuando surgía algún problema grave, se lo llamaba para que regresara al presente y lo resolviera.
Como afirma Ramonet, gracias a su liderazgo “su pequeño país (poco más de 100.000 kilómetros cuadrados y de 11 millones de habitantes) ha podido conducir una política de gran potencia a escala mundial, llegando incluso a echarle un pulso a Estados Unidos, cuyos dirigentes no han conseguido derribarlo, ni eliminarlo, ni tan siquiera modificar el rumbo de la Revolución Cubana”.
Fidel Castro, con más de medio siglo de revolución a cuestas, enfrentó a once presidentes norteamericanos, algunos de ellos reelegidos: Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush (padre), Clinton y Bush (hijo), Barack Obama.
Al propio tiempo, el líder de la >revolución cubana, en sus largas e interesantes conversaciones con Ramonet entre los años 2003 y 2005, confesó que nunca estuvo de acuerdo con ciertas prácticas de la dirigencia moscovita, ya que “en la Unión Soviética, por las tradiciones de gobierno absoluto, mentalidad jerárquica, cultura feudal o lo que fuera, se creó la tendencia al abuso de poder y, en especial, el hábito de imponer la autoridad de un país, de un Estado, de un partido hegemónico a los demás países y partidos”; y, con relación al >maoísmo, puntualizó que entre los grandes errores de Mao Tse-tung estuvo la instrumentación de la revolución cultural, cuyos “métodos para llevar esas ideas a la práctica fueron duros, injustos”. Concluyó que ella fue un “error de izquierda o, mejor dicho, ideas extremistas de izquierda”.
Los documentos desclasificados por la CIA el 26 de junio del 2007 y colocados en su sitio web de internet, que contienen una prolija y detallada información de los actos ejecutados por ella en diversos lugares del mundo desde 1953 hasta 1973, demuestran que Fidel Castro estuvo empeñado en promover un acercamiento con el gobierno de John F. Kennedy a comienzos de los años 60 para mejorar las relaciones cubano-norteamericanas, a pesar de los intentos fallidos de asesinarlo realizados por la CIA en 1960 y de su fracasado desembarco de 1.800 contrarrevolucionarios cubanos en la Bahía de Cochinos el 17 de abril de 1961. Hay en esos documentos numerosas referencias sobre el tema. Y, del otro lado, el memorándum secreto de la Casa Blanca de marzo 4 de 1963 evidencia el interés del presidente estadounidense para que se empezara a pensar en negociaciones con Castro dentro de líneas más flexibles —“start thinking along more flexible lines”—. En el memorándum reservado titulado “Cuba Policy” enviado en abril 11 de 1963 por Gordon Chase, especialista en asuntos latinoamericanos del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, al asesor presidencial de seguridad nacional McGeorge Bundy, le recomienda “mirar seriamente la otra cara de la moneda y tentar discretamente a Castro para un acercamiento hacia nosotros”.
La grabación magnetofónica de una conversación entre el presidente Kennedy y Bundy el 5 de noviembre de 1963 —diecisiete días antes del asesinato del líder norteamericano— en torno a la invitación de Castro a una reunión secreta en La Habana en 1963 para bajar las tensiones entre los dos países y el memorándum reservado de la Misión norteamericana ante las Naciones Unidas, escrito por William Attwood, que contiene la cronología y la evolución de la iniciativa del gobernante cubano para las pláticas secretas en La Habana, y en el cual se describe la fiesta celebrada en el departamento de la funcionaria norteamericana Lisa Howard en Manhattan el 23 de septiembre de 1963, donde Attwood se encontró con el embajador cubano ante las Naciones Unidas, Carlos Lechuga, para hablar sobre la referida reunión en la isla, prueban en forma evidente que estaban muy adelantadas las gestiones para concretarla. La única dificultad parecía ser el lugar del encuentro: Castro quería La Habana y Kennedy, la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. Esto queda claro en el memorándum reservado de noviembre 12 en el que Bundy reporta a Attwood acerca de la opinión favorable de Kennedy para el encuentro secreto, pero sugiere que se realice en Nueva York para que sea menos probable la filtración de información a la prensa.
Cuarenta y seis años más tarde, Fidel —retirado ya del gobierno de su país— comentó públicamente en la prensa cubana que Kennedy “quiso conversar seriamente con Cuba y así lo decidió. Envió a Jean Daniel para conversar conmigo y regresar a Washington. Éste cumplía su misión en ese momento, cuando llegó la noticia del asesinato del presidente Kennedy. Su muerte y la extraña forma en que se programó y llevó a cabo fue verdaderamente triste.”
El asesinato del joven presidente norteamericano en Dallas el 22 de noviembre de ese año cambió la historia, aunque Fidel insistió infructuosamente en su proyecto con el sucesor de Kennedy. El mensaje secreto de Fidel Castro al presidente Lyndon Johnson el 12 de febrero de 1964, casi tres meses después del asesinato de Kennedy, en el que le expresaba que las conversaciones iniciadas con el gobierno de Kennedy debían continuar, es una prueba de lo dicho. “Yo seriamente anhelo —dijo Fidel— que Cuba y los Estados Unidos eventualmente se sienten a conversar en una atmósfera de buena voluntad y mutuo respeto para negociar nuestras diferencias”. Pero la iniciativa no progresó en el nuevo gobierno norteamericano a pesar del “mensaje verbal” secreto cursado el 16 de junio de 1964 por Adlai Stevenson, embajador estadounidense ante las Naciones Unidas, al presidente Johnson, en el que le sugería reanudar las conversaciones iniciadas con Kennedy “en un bajo pero suficiente nivel para evitar cualquier posible dificultad”.
Sin duda, la muerte de Kennedy cambió la historia del siglo XX. Es muy elocuente la forma cómo el líder cubano se expresa sobre él en sus diálogos con Ignacio Ramonet.
El fidelismo tuvo las mismas características comunes a todos los regímenes marxistas-leninistas —toma del poder por la acción armada revolucionaria, instauración de un gobierno autoritario, irrespeto a los derechos políticos de las personas, supresión de la propiedad privada de los instrumentos de producción, estatificación económica, sistema de partido único— pero se ha distinguido de aquéllos por la formidable movilización de multitudes que ha acompañado al caudillo cubano durante casi cinco décadas de su acción política y a pesar de las duras condiciones económicas por las que pasó la isla a partir del colapso de la Unión Soviética y del bloqueo norteamericano.
Fidel Castro, en una conversación con Tomás Borge, recogida en el libro “Un grano de maíz” publicado por el líder guerrillero nicaragüense en 1992, afirmó que concuerda con la definición que de la democracia dio Lincoln: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. No cuestiona los elementos ilusorios que esta definición contiene. Al contrario: se funda en ellos para reafirmar que para él la democracia significa la defensa de “todos los derechos de los ciudadanos, entre ellos el derecho a la independencia, el derecho a la libertad, el derecho a la dignidad nacional, el derecho al honor”. La democracia implica, para él, fraternidad e igualdad entre los hombres. Y concluye que “la democracia burguesa capitalista no entraña ninguno de estos elementos, porque me pregunto cómo se puede hablar de democracia en un país donde hay una minoría con inmensas fortunas y otros que no tienen nada”.
Hizo hincapié en que los derechos humanos son primordialmente de naturaleza socioeconómica. Desde ese punto de vista, afirma que en ningún país se ha hecho más por los derechos humanos que en Cuba puesto que se ha dado a todos las mismas oportunidades, se ha erradicado el analfabetismo, los cuidados médicos y hospitalarios están garantizados, se ha establecido una real y absoluta igualdad entre los sexos, no hay desempleados, no existe discriminación étnica, no se encuentran niños mendigos, sin hogar o abandonados, no existen niños sin escuela. Por tanto, concluye Fidel, los derechos humanos están garantizados.
Como todos los regímenes marxistas, el fidelismo ha adoptado el sistema de >partido único. “El pluripartidismo es pluriporquería”, reafirmó Fidel Castro ante el Cuarto Congreso del Partido Comunista reunido en Cuba en octubre de 1991. Y en la mencionada conversación con Tomás Borge aclaró que no cree en la imperiosa necesidad del pluripartidismo. “Creo que para nuestros países —dijo— y especialmente un país como Cuba, una de las cosas más importantes es, precisamente, la unidad de nuestra fuerza, la unidad del país, que ha hecho posible la resistencia frente a todas las agresiones de los Estados Unidos”.
El triunfo de la revolución cubana obligó a los teóricos soviéticos a enmendar su concepción acerca del proceso revolucionario en América Latina y, en general, en el mundo subdesarrollado, en el sentido de que no era despreciable el camino guerrillero, que había demostrado su eficacia en la isla caribeña.
Esta fue una discusión doctrinal que venía de atrás.
Los téoricos soviéticos, muy influidos por el >trotskismo, sostenían que las revoluciones siempre son urbanas y las hacen las masas guiadas por su vanguardia: el movimiento obrero. Por consiguiente, es el “pueblo en armas”, y no la guerrilla, el que hace las revoluciones. La toma del armamento indispensable para que la revolución tenga éxito proviene del asalto a los cuarteles, que sólo es posible con una insurrección de masas y con la ayuda de complotados militares. Pero, a partir del triunfo del movimiento guerrillero cubano, los ideólogos de Moscú tuvieron que hacer ciertas enmiendas en sus concepciones “científicas” sobre la revolución con referencia al >tercer mundo, en el cual el <proletariado es incipiente y no están dados los demás presupuestos de la revolución marxista.
La >revolución cubana es una de las pocas acciones revolucionarias verdaderas que registra la historia reciente de América Latina. La inmensa mayoría de los movimientos insurreccionales latinoamericanos han sido meros >golpes de Estado que sustituyeron a los gobernantes sin dejar huella en la organización social. Desde mi punto de vista, en los últimos cien años de la historia de América Latina ha habido muy pocas revoluciones: la alfarista de 1895 en Ecuador, la mexicana de 1910, la de Bolivia en 1952, la cubana de 1958 y la sandinista de 1979 en Nicaragua, aunque ésta careció de la irreversibilidad, que es elemento esencial de una revolución, ya que sus conquistas fueron echadas hacia atrás. No me atrevo a mencionar ninguna otra, a pesar de que la euforia de sus protagonistas siempre llamó “revolución” a cualquier afortunada aventura cuartelera.
Durante la década de los 60 la revolución cubana tuvo una impresionante influencia sobre los países latinoamericanos. La leyenda de los heroicos combatientes de la Sierra Maestra invadió irresistiblemente la imaginación de las vanguardias revolucionarias de nuestros pueblos. La revolución cubana se levantó como un modelo de acción política para transformar la realidad latinoamericana. Por doquier se intentaron movimientos guerrilleros organizados a imagen y semejanza del de los barbudos cubanos. Todos ellos fracasaron —incluido el intento del heroico comandante “Che” Guevara en las montañas de Bolivia— a pesar de que fueron acaudillados por revolucionarios de pelo en pecho y no por simples declamadores de insolencias. Sólo después, con cierta perspectiva histórica, se pudo analizar que las circunstancias de Cuba —pequeña isla en cuyos centros vitales la >guerrilla estaba llamada a tener enorme resonancia— y de Nicaragua, con su corrompido y desmoralizado ejército somocista, fueron atípicas, esto es, difícilmente repetibles.
A lo largo de catorce años, en la guerra civil de Angola en que se enfrentaron el MPLA, sustentado por la Unión Soviética, y la UNITA, con el respaldo de Estados Unidos y de Sudáfrica, lucharon 36.000 soldados cubanos en apoyo al primero de esos grupos y más de 2.000 de ellos cayeron en combate. La lucha se inició a partir de la independencia de Angola, alcanzada el 11 de noviembre de 1975, en que se formaron dos gobiernos en la excolonia portuguesa: el del MPLA, con sede en Luanda; y el de UNITA, en Huambo. Las tropas regulares cubanas apoyaron al gobierno de Luanda y se enfrentaron a las fuerzas de UNITA. En agosto de 1988, en las negociaciones entre Angola, Sudáfrica y Cuba, se concertó un plan de paz y en mayo de 1991 abandonaron el territorio angoleño las últimas tropas cubanas.
Fidel, ante el derrumbe del mundo comunista, volvió a las raíces de la historia cubana: habló con frecuencia de los héroes de la independencia José Martí (1853-1895), Antonio Maceo (1848-1896) y Máximo Gómez (1836-1905) y entretejió el pensamiento de ellos con los planteamientos del marxismo, para hablar del partido martiano-marxista-leninista, según la definición adoptada por el IV Congreso del Partido Comunista Cubano en octubre de 1991.
Más pragmático que teórico, con limitados vuelos doctrinales, el fidelismo adaptó la ideología marxista a las realidades de un país subdesarrollado del >tercer mundo caribeño. Sus expresiones tuvieron mucho del <carisma de su líder y de la musicalidad, ritmo y alegría de los pueblos mestizos del Caribe.
Bajo la presión internacional y por las dificultades sobrevenidas a la isla por la desaparición de la Unión Soviética y el bloqueo norteamericano, el fidelismo tomó algunas medidas de liberalización en su economía. La abrió a la inversión extranjera en algunas áreas, como el turismo y la explotación del petróleo y el níquel. En el turismo alcanzó un éxito extraordinario. Ciertos pequeños negocios pasaron a manos privadas. El 70% de la tierra agrícola fue entregado en usufructo a los campesinos (el Estado retuvo la propiedad pero concedió su uso a los trabajadores del campo). Los campesinos pudieron ofrecer sus productos a las ciudades de acuerdo con las leyes del mercado. Algunas actividades artesanales se ejercieron libremente. Pequeñas empresas familiares fueron autorizadas para operar. El gobierno creó impuestos sobre algunas actividades económicas y tasas para los servicios.
Al amparo de la nueva política económica adoptada por el gobierno revolucionario, una ley —que los cubanos consideraron moderna y transparente— reguló la inversión extranjera y garantizó su operación y sus rendimientos. Los procesos de negociación fueron difíciles y a veces dilatados pero, cuando los acuerdos se dieron, su cumplimiento estuvo garantizado por las máximas autoridades del gobierno cubano y, bajo esas condiciones, Cuba honró escrupulosamente sus compromisos con los inversionistas extranjeros.
La administración de este sector económico estuvo a cargo del Ministerio para la Inversión Extranjera y la Colaboración Económica (MINVEC).
Las áreas productivas abiertas al capital extranjero fueron la agricultura, la industria básica, la industria ligera, la industria sideromecánica y electrónica, la industria farmacéutica, la industria alimenticia, turismo, transporte, energía, materiales de construcción, telecomunicaciones, recursos hidráulicos y minería.
Sin duda, la más desarrollada de ellas fue la turística, que aprovechó las paradisíacas playas de la isla con su clima caribeño, consideradas entre las más hermosas del mundo, y la bella arquitectura de La Habana vieja, estupendamente restaurada. El crecimiento de este sector fue impresionante en la década de los 90. Cuba pasó de 2.000 habitaciones hoteleras para el turismo internacional en 1990 a 29.000 en 1999. El gobierno informó que visitaron la isla un millón 400 mil turistas en 1998, lo que representó ingresos brutos de 1.800 millones de dólares en ese año. Y hacia el futuro las perspectivas son extraordinarias cuando se exploten los cayos del norte de las provincias de Camagüey, Ciego de Ávila y Villa Clara, con 120 kilómetros de maravillosas playas vírgenes de arena blanca y mangle. En ese momento el Ministerio de Turismo planeaba recibir en el año 2010 a siete millones de turistas, con un crecimiento anual promedio del sector del 13,5%.
En el curso del proceso de apertura económica, el Consejo de Estado aprobó el 24 de octubre del 2014 una “cartera de oportunidades” que contenía 246 nuevos proyectos de inversión en diversas áreas de la economía cubana por un monto de 8.710 millones de dólares. Fue ésta otra reforma de fondo destinada a atraer al capital extranjero. La cartera de nuevas inversiones comprendía la agricultura, la construcción, la industria farmacéutica, la biotecnología, la energía renovable y otras áreas de inversión.
No obstante el <bloqueo impuesto por el gobierno norteamericano mediante la ley Torricelli y la ley Helms-Burton, Cuba tuvo éxito en la recepción de inversión extranjera directa procedente principalmente de España, Canadá, Italia, Francia, Inglaterra y Holanda,
A partir de octubre de 1992 el Congreso de Estados Unidos aplicó un riguroso bloqueo comercial contra Cuba a través de la Cuban Democracy Act —mejor conocida como la ley Torricelli en razón del nombre de su impulsor, el representante de New Jersey Robert Torricelli— por medio de la cual, con el propósito de “buscar una transición pacífica a la democracia y un restablecimiento del crecimiento económico de Cuba”, se autorizó al presidente norteamericano para que impusiera sanciones a los países que mantengan relaciones comerciales o financieras con la isla o le presten algún género de asistencia. Este bloqueo se endureció con la ley Helms-Burton aprobada por el Congreso de Estados Unidos en 1996, que contemplaba severas sanciones a esos países, entre ellas la exclusión de la ayuda norteamericana autorizada por la ley de asistencia extranjera de 1961 y la declaración de “no elegibles” para los programas de reducción de su deuda con Estados Unidos.
La ley amplió sus sanciones a las filiales de empresas estadounidenses en el exterior y a los buques procedentes de puertos cubanos. A éstos les prohibió embarcar o desembarcar carga en Estados Unidos antes de transcurridos 180 días de su salida de Cuba y sin la autorización del Departamento del Tesoro; y en el caso de los buques que transporten pasajeros desde Cuba o hacia ella, no pueden entrar a puerto norteamericano alguno.
La medida se extendió en el tiempo a pesar de que la Asamblea General de las Naciones Unidas, a lo largo de muchos años, aprobó por abrumadoras mayorías resoluciones condenatorias del bloqueo económico contra Cuba e instó a Washington a levantarlo. Solamente Estados Unidos y unos pocos países votaban por el bloqueo o se abstenían de votar. En el año 2014 —el 28 de octubre— las cifras fueron abrumadoras en la Asamblea General: 188 de los 193 Estados miembros de la ONU votaron por la inmediata terminación del bloqueo, Estados Unidos e Israel votaron en contra y se abstuvieron de votar Micronesia, Palau y las Islas Marshall.
En lo que fue la primera vez que un presidente norteamericano lo hiciera, el 28 de septiembre del 2015 desde la tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas y ante los representantes de 193 países —el gobernante cubano Raúl Castro incluido—, Barack Obama planteó la conveniencia de terminar con el embargo contra Cuba —bloqueo, en realidad—, aunque esa decisión dependía del Congreso de Estados Unidos.
Sin embargo, la Asamblea General de la ONU, por vigésima cuarta ocasión, votó en contra del bloqueo a Cuba en la sesión del 27 de octubre del 2015 con 191 votos contra 2: el de Estados Unidos y el de Israel. Ronald Godard, embajador norteamericano, explicó su voto con el argumento de que el proyecto de resolución presentado por Cuba, casi idéntico al del año anterior, no reflejaba la situación de acercamiento entre los dos países que en ese momento impulsaban sus gobernantes y que les llevó, incluso, a abrir sus respectivas embajadas en Washington y La Habana para dar fin a 54 años de ruptura de relaciones diplomáticas.
El bloqueo, entre muchos otros perjuicios económicos, obligó a Cuba a hacer sus importaciones desde mercados más lejanos, lo cual le encareció los precios finales de las mercancías. Además, en el caso de algunos medicamentos y otros bienes, su vecino del norte era el único proveedor posible.
Pero a pesar de todas esas limitaciones, la legislación cubana alentó con un relativo éxito la formación de empresas de economía mixta y les garantizó la propiedad, el uso y la disposición de sus bienes, libres de expropiación salvo por motivos de interés social y previa indemnización por su valor comercial en moneda libremente convertible.
La inversión extranjera directa en Cuba podía asumir tres formas: empresas mixtas, asociaciones económicas internacionales y empresas de capital extranjero.
En las empresas mixtas, cuyo capital social estaba dividido en acciones, se juntaban el patrimonio estatal, generalmente en forma de bienes de capital, con las aportaciones dinerarias, o en bienes y equipos, o en derechos de propiedad intelectual entregadas por el sector privado, a cambio de los cuales recibía de la empresa las correspondientes acciones nominativas. La administración de las empresas mixtas se regía por el convenio de asociación suscrito por los accionistas. Ellas podían utilizar moneda libremente convertible —dólares, libras esterlinas, yenes o euros— en todas sus transacciones y negocios y no estaban obligadas a recibir pagos en moneda local. Sin embargo, para abrir y operar cuentas bancarias en el exterior en monedas convertibles requerían la autorización del Banco Nacional de Cuba.
Las empresas mixtas estaban autorizadas para contratar personal extranjero en cargos de dirección o puestos de trabajo que demandaran altos grados de especialización técnica y tales funcionarios y trabajadores podían repatriar el porcentaje de sus ingresos señalado por el Banco Nacional de Cuba, que usualmente era el 66%.
La ley autorizaba el >joint venture, o sea “el pacto o acuerdo entre uno o más inversionistas nacionales y uno o más inversionistas extranjeros para realizar conjuntamente actos propios de una asociación económica internacional, aunque sin constituir persona jurídica distinta a las partes”. En el respectivo contrato, que debía ser otorgado por escritura pública, se estipulaba la proporción en que ellas debían abonar los impuestos, la distribución de beneficios, la contribución a las pérdidas, la forma de gestión del negocio y las responsabilidades frente a terceros.
Finalmente, la empresa de capital totalmente extranjero podía estar constituida bajo la forma de compañía anónima por acciones nominativas o por personas naturales en ejercicio de sus propios derechos, inscritas en el Registro de la Cámara de Comercio de Cuba, quienes administraban el negocio, ejercían todos los derechos y respondían por sus obligaciones.
El sistema tributario cubano se ajustaba al esquema clásico de impuestos, tasas y contribuciones especiales, basados en los criterios de generalidad y equidad de la carga impositiva. Preveía impuestos sobre las utilidades, los ingresos personales, las ventas, el consumo, servicios públicos (telefónicos, cablegráficos, radiotelegráficos, electricidad, agua, transporte, alojamientos, recreación y otros), la propiedad y posesión de determinados bienes (viviendas, solares yermos, fincas rústicas y embarcaciones), vehículos de motor y de tracción animal, herencias y donaciones, utilización de la fuerza de trabajo asalariada (25% sobre el monto de remuneraciones pagadas) y la explotación de recursos naturales.
Se cobraban diversas contribuciones especiales y tasas por peaje, servicios de aeropuerto, anuncios y propaganda comercial.
Para efecto del impuesto a las utilidades se consideraban de fuente cubana las rentas provenientes de actividades desarrolladas en Cuba, así como de bienes situados en la isla y de derechos ejercidos en ella. Eran sujetos pasivos del tributo las personas naturales y jurídicas cubanas y extranjeras que generaban ingresos en Cuba en razón de sus actividades comerciales, industriales, constructoras, financieras, agropecuarias, pesqueras, de servicios, mineras o extractivas en general y cualesquiera otras de carácter lucrativo, siempre que tuvieran en territorio cubano un establecimiento permanente o la representación para contratar en nombre y por cuenta de una empresa. La tarifa del impuesto a las utilidades era del 30% de los ingresos netos para las empresas de economía mixta y del 35% para las de capital extranjero. No existía restricción alguna a la transferencia de las utilidades al exterior. Las reinversiones estaban total o parcialmente exoneradas del pago del impuesto. Una firma auditora cubana debía certificar los balances anuales de las empresas. La declaración del impuesto era jurada y su titular quedaba sometido a las sanciones legales en caso de falsedad o inexactitud de los datos.
Estaban comprendidos en el impuesto los salarios y remuneraciones personales, salvas las remesas de ayuda familiar que venían del exterior, las remuneraciones de los funcionarios diplomáticos y consulares extranjeros acreditados en Cuba, las retribuciones de los funcionarios extranjeros de organismos internacionales y las donaciones al Estado cubano o a instituciones sin fin de lucro.
Para alentar la inversión extranjera directa el gobierno cubano expidió en junio de 1996 el decreto-ley 165 que autorizaba la creación de >zonas francas y >parques industriales, definidos como “un espacio dentro del territorio nacional, debidamente delimitado, sin población residente, de libre importación y exportación de bienes, desvinculado de la demarcación aduanera, en el que se realizan actividades industriales, comerciales, agropecuarias, tecnológicas y de servicios, con aplicación de un régimen especial”.
Este régimen involucraba un conjunto de normas y regulaciones aduaneras, bancarias, tributarias, laborales y migratorias menos rígidas que las que imperaban en el resto del territorio, como una forma de brindar incentivos a los inversionistas extranjeros. Al amparo de estas disposiciones se crearon varias zonas francas —las de Berroa, Wajay, Mariel y otras— cuyos concesionarios y operadores gozaban de exenciones arancelarias por la introducción de bienes, insumos y materias primas para su procesamiento y por la exportación de los productos finales o intermedios, así como de exoneraciones de los impuestos sobre las utilidades y sobre la utilización de fuerza de trabajo por doce años si se dedicaban a actividades de manufactura, ensamblaje o procesamiento de productos terminados o semielaborados y de cinco años si emprendían en actividades comerciales o de servicios.
En lo concerniente a la banca y a las empresas financieras, pueden distinguirse tres etapas: la primera, que comprendió la fase inicial del ciclo revolucionario, en la cual se nacionalizaron The First Nacional City Bank de Nueva York, The First Nacional Bank of Boston, The Chase Manhattan Bank y los demás bancos nacionales y extranjeros, y en que fueron adquiridos por el Banco Nacional de Cuba los bancos The Royal Bank of Canada y The Bank of Nova Scotia; la segunda, a partir de 1970 en que el Banco Nacional de Cuba estableció oficinas de representación en Zurich, Tokio, Madrid y Panamá y abrió contactos con el exterior; y la tercera, desde 1989 en que, con la desaparición de la Unión Soviética y del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) que agrupaba a los países comunistas, se produjeron profundos cambios en la economía cubana —cuyo PIB descendió por esta causa en más de 30 puntos y entre un 75% y un 80% su comercio exterior—, y se crearon el Banco Popular de Ahorro, el Banco Financiero Internacional S. A., el Banco Internacional de Comercio S. A., el Banco de Crédito y Comercio, el Banco Popular de Ahorro, el Banco Metropolitano S. A., el Banco de Inversiones S. A. y un buen número de entidades financieras, bajo el asesoramiento del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA), del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y de la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL), con el fin de satisfacer los requerimientos internos de crédito para el desarrollo.
Durante esta etapa se otorgaron licencias para que numerosos bancos e instituciones financieras del exterior pudieran operar en Cuba y se abrieron nuevas oficinas de representación del Banco Nacional de Cuba fuera de su territorio.
En 1997 se creó además el Banco Central de Cuba como banco de emisión y autoridad rectora de los bancos e instituciones financieras cubanos o radicados en la isla.
Bajo el régimen fidelista, Cuba estaba integrada a los principales organismos internacionales: la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el PNUD, el Fondo de las Naciones Unidas para la Población, la ONUDI, la FAO, la UNICEF, el SELA, la CEPAL, la OLADE, la Asociación de Estados del Caribe y la Organización Mundial del Comercio (OMC); mantenía relaciones diplomáticas y de cooperación técnica con más de 142 países y tenía vinculaciones con más de cien organizaciones no gubernamentales (ONG) que aportaban proyectos, hacían donaciones y auspiciaban certámenes en la isla.
Ante la expectación del mundo entero, del 21 al 25 de enero de 1998 el papa Juan Pablo II visitó Cuba. Muchos pensaron que la visita papal habría de impulsar un cambio de rumbo en la isla. El pontífice fue recibido con extrema cortesía por su anfitrión. Pudo recorrer libremente su geografía y celebró misas campales en las ciudades de Santa Clara, Camagüey, Santiago de Cuba y La Habana, en las que dejó su mensaje pastoral. Fue evidente que tanto el papa como el gobernante cubano trataron de sacar provecho político de la situación: el papa emitió en sus homilías y discursos algunas críticas contra el régimen de Cuba, condenó por igual el marxismo que olvidó la libertad y el neoliberalismo que olvidó la equidad, cuestionó la falta de libertad para la educación católica y abogó en favor de “mayor libertad y pluralismo”; mientras que Fidel Castro logró la condenación pontificia del <bloqueo norteamericano y del >neoliberalismo a la vez que reivindicó a través de los medios de comunicación de todo el planeta las conquistas de la Revolución: un pueblo con menos desigualdades, menos ciudadanos sin amparo, menos niños sin escuelas, menos enfermos sin hospitales, más maestros y médicos por habitante y “un pueblo instruido al que el papa puede hablarle con toda la libertad que desee hacerlo”.
En su osado discurso de recibimiento en el aeropuerto, Castro formuló severas críticas a la conducta de la Iglesia Católica en el proceso de la conquista española, en las persecuciones de la >Inquisición y en los sangrientos episodios de las <cruzadas. Expresó que “el respeto hacia los creyentes y no creyentes es un principio básico que los revolucionarios cubanos inculcamos a nuestros compatriotas” y que “si alguna vez han surgido dificultades, no ha sido nunca culpa de la Revolución”. Criticó de entrada la intolerancia y el >racismo de la Iglesia y recordó sus experiencias cuando cursaba sus estudios en un colegio católico de jóvenes ricos y privilegiados de Cuba. “Me enseñaban entonces —dijo— que ser protestante, judío, musulmán, hindú, budista, animista o participar de otras creencias religiosas constituía una horrible falta, digna de severo e implacable castigo”. Y agregó que cuando se le ocurría preguntar por qué no había allí niños negros no ha podido olvidar aún las respuestas nada persuasivas que recibía.
Al aludir a la presión “de la más poderosa potencia económica, política y militar de la historia”, que pretende “rendir por hambre, enfermedad y asfixia económica total a un pueblo que se niega a someterse”, formuló un paralelo entre la resistencia de los cristianos en la antigua Roma, que prefirieron morir antes que renegar de su fe, y los cubanos de hoy, “tan calumniados como ellos, que preferimos mil veces la muerte antes que renunciar a nuestras convicciones”.
Pero, a pesar de estos mutuos cuestionamientos, quedó la impresión de que el papa y el gobernante cubano tuvieron más coincidencias que divergencias sobre los temas fundamentales.
El clima político se enrareció con la expedición por el parlamento cubano en 1999 de la controvertida Ley de protección de la independencia nacional y la economía de Cuba, que coincidió con los procesos judiciales a seis ciudadanos, entre ellos dos salvadoreños, acusados de atentados dinamiteros en La Habana y calificados por el gobierno fidelista como “ejecutores de la política anticubana de Washington”.
Esta ley abrió una gran controversia internacional: los sectores anticastristas la calificaron como un instrumento de represión contra los disidentes internos y una vulneración del derecho a la libre expresión del pensamiento —que provocaron a finales de marzo de 1999 la condena contra Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra—, mientras que los sectores oficiales cubanos argumentaron que era una ley para controlar a los “vendepatrias” cuyos “sueños anexionistas” y actividades contrarrevolucionarias eran alentados y financiados desde Miami por la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA).
A pesar de la ruptura de relaciones diplomáticas, en La Habana existía la oficina de la Sección de Intereses de los Estados Unidos, establecida en 1977, para realizar ciertos trámites consulares relacionados con el limitado movimiento migratorio y mantener intercambios mínimos de información. En la navidad del 2005 se produjo un incidente: en la fachada del edificio donde funciona esta oficina, frente al malecón habanero, el personal norteamericano instaló una gran pantalla electrónica para difundir noticias mundiales provenientes de las principales agencias occidentales, citas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y mensajes políticos subliminales. En medio de adornos navideños, exhibió un enorme número “75” que aludía al número de opositores encarcelados por el gobierno de La Habana en marzo del 2003 y condenados a penas de hasta veintiocho años de privación de la libertad. Fidel, indignado por esta provocación, dirigió personalmente la operación de tapar la enorme pantalla electrónica del edificio con una cortina de gigantescas banderas.
Cuba fue expulsada de la OEA el 31 de enero de 1962, en la VIII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores en Punta del Este, Uruguay, bajo la consideración de que —según decía la resolución— su gobierno “oficialmente se ha identificado como un gobierno marxista-leninista”, cosa que “es incompatible con los principios y propósitos del Sistema Interamericano”, y de que “la adhesión de cualquier miembro de la Organización de los Estados Americanos al marxismo-leninismo es incompatible con el Sistema Interamericano y el alineamiento de tal gobierno con el bloque comunista quebranta la unidad y la solidaridad del Hemisferio”. Pero 47 años más tarde —el 3 de junio del 2009— los cancilleres latinoamericanos y caribeños reunidos en la Asamblea General de la OEA en San Pedro Sula, Honduras, bajo la presidencia del canciller canadiense Lawrence Cannon, acordaron derogar la mencionada resolución de 1962 y abrir la posibilidad de reintegración de Cuba tras un proceso de diálogo con su gobierno de conformidad con “las prácticas, los propósitos y principios de la OEA”.
Lo irónico fue que 24 horas antes del levantamiento de la sanción Fidel Castro, desde su retiro político, había reiterado su denuncia de que la Organización de Estados Americanos había sido siempre “cómplice de todos los crímenes contra Cuba”.
Cuba forma parte de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), fundada en la cumbre de 33 jefes de Estado o de gobierno celebrada en Caracas el 2 y 3 de diciembre del 2011 e integrada por 33 Estados de la región, cuyo objetivo declarado es profundizar la integración regional, bajo la convicción de que “la unidad e integración política, económica, social y cultural de América Latina y el Caribe constituye, además de una aspiración fundamental de los pueblos aquí representados, una necesidad para enfrentar con éxito los desafíos que se nos presentan como región”.
Forman parte de este foro continental: Antigua & Barbuda, Argentina, Bahamas, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Dominica, Ecuador, El Salvador, Grenada, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Surinam, Trinidad & Tobago, Uruguay y Venezuela.
La población de estos países, a la fecha de constitución de la CELAC, rodeaba los 589 millones de habitantes —174 millones de pobres y 73 millones en pobreza extrema— sobre 50,5 millones de kilómetros cuadrados de territorio.
El tema migratorio fue un problema recurrente en las relaciones cubano-norteamericanas desde el triunfo de la Revolución. La primera política de migración aplicada por el gobierno norteamericano hacia Cuba fue la de estimular la salida legal o ilegal de ciudadanos cubanos hacia Estados Unidos para crear problemas al régimen de La Habana. Dio un tratamiento de privilegio a los emigrantes de Cuba —incluidos los criminales batistianos—, que provenían especialmente de la alta burguesía afectada por las medidas económicas del gobierno revolucionario y de las capas medias de profesionales y técnicos calificados, cuya salida conspiraba contra el desarrollo de la isla. El gobierno de Dwight Eisenhower creó en Miami en diciembre de 1960 el Centro de Emergencia para Refugiados Cubanos con el propósito de ayudar a los inmigrantes. El presidente John F. Kennedy firmó la ley 87-510 que creó condiciones financieras especiales a favor de ellos, a quienes consideraba “perseguidos por sus opiniones contrarias al régimen”. Con estas medidas los sucesivos gobiernos norteamericanos querían demostrar ante la opinión pública mundial el fracaso de la >Revolución Cubana, de la que los ciudadanos querían huir. La masiva incursión y petición de asilo de diez mil cubanos en la embajada peruana de La Habana en 1980 determinaron que el gobierno fidelista estableciera el denominado “puente marítimo Mariel-Cayo Hueso” por el que salieron de la isla alrededor de 125 mil cubanos rumbo a Estados Unidos. Pero esta emigración trajo serios problemas a los norteamericanos porque se trató de una masiva “exportación” de enfermos mentales y delincuentes comunes salidos de las cárceles. Por lo que el gobierno de Ronald Reagan se empeñó en devolver a Cuba esos ciudadanos “excluibles”.
En una nueva mesa de negociaciones entre los dos gobiernos se convino el 14 de diciembre de 1984 la repatriación de 2.746 cubanos “inadmisibles” de los que habían partido del puerto de Mariel. Pero cinco meses después, a causa de la salida al aire de la “Radio Martí” —que desde Miami transmitía hacia Cuba programas en español “para combatir el comunismo” en ondas corta y media las veinticuatro horas del día—, el gobierno cubano suspendió la ejecución del acuerdo.
Diez años más tarde, en el verano de 1994, se produjo la denominada “crisis de los balseros”, en la que más de treinta mil cubanos, con el tácito consentimiento de su gobierno, se echaron al mar en desvencijadas embarcaciones y en cualquier cosa que flotara para alcanzar las costas de Estados Unidos.
Como consecuencia de esta operación, los dos gobiernos suscribieron el 9 de septiembre de 1994 en Nueva York un pacto migratorio destinado a poner orden, seguridad y legalidad en la emigración cubana.
En ese documento los Estados Unidos se comprometieron a admitir hasta veinte mil inmigrantes cubanos por año, “sin contar a los parientes inmediatos de ciudadanos norteamericanos”, y a devolver a Cuba a los emigrantes interceptados en el mar —los llamados “balseros”— a menos que tocaran suelo norteamericano. Cuba, por su parte, se comprometió a tomar medidas para “impedir las salidas inseguras, usando fundamentalmente ‘métodos persuasivos”, y a recibir a los balseros devueltos sin represalias contra los ellos. Y ambos gobiernos se obligaron a “oponerse e impedir el uso de la violencia por parte de toda persona que intente llegar o que llegue a los Estados Unidos desde Cuba mediante el desvío forzoso de aeronaves y embarcaciones”.
En otro orden de cosas, como respuesta al planteamiento del gobierno norteamericano del presidente George W. Bush de que las elecciones libres en Cuba eran una condición necesaria para dar por terminado el bloqueo comercial, Fidel convocó a un peculiar >referéndum de cuatro días durante los cuales los ciudadanos cubanos pudieron respaldar con su firma una reforma constitucional que declaró que “el régimen económico, político y social, consagrado en la Constitución, es intocable”. El acto se realizó del 15 al 18 de junio del 2002. Según las informaciones oficiales, los cubanos mayores de 16 años registraron 8’135.620 firmas en los 129.523 centros de recepción instalados en todo el país, cifra que representaba el 99% de los cubanos convocados.
Por supuesto que dentro y fuera de la isla hubo impugnaciones a la legitimidad de la consulta, porque ella no ofreció a los ciudadanos otra opción que el respaldo a la tesis del gobierno. El disidente Vladimiro Roca, que poco tiempo antes había salido de la cárcel, dijo a la prensa extranjera que los cubanos “dependen del gobierno, de este monopolio que ejerce el gobierno sobre el trabajo. El que no trabaja para el Estado no trabaja para nadie”. Lo cual significa que ellos no son libres para tomar una opción.
Un mes antes los disidentes internos habían presentado al parlamento —la Asamblea Nacional del Poder Popular, compuesta en ese momento de 601 miembros, incluido Fidel Castro como diputado— el llamado “Proyecto Varela” —denominado así en honor al sacerdote católico Félix Varela, héroe de la independencia cubana—, con el respaldo de 11.020 firmas, para pedir que se consultara a los ciudadanos si estaban de acuerdo o no con la implantación de la libertad de expresión, la amnistía para los presos políticos, el derecho de poseer negocios propios en Cuba y la convocación a elecciones libres. Pero este proyecto fue sofocado por el referéndum del gobierno y por la enmienda constitucional que, en función de él, aprobó unánimemente la Asamblea Nacional durante los días 24 al 26 de junio del 2002 que declaraba que el régimen económico, político y social consagrado en la Constitución era “irrevocable”.
Sin embargo, el 3 de octubre del 2003 el líder del opositor Movimiento Cristiano de Liberación, Oswaldo Payá, entregó al parlamento cubano 14.384 firmas adicionales de respaldo al Proyecto Varela.
El disidente cubano, que en los años 60 fue condenado a trabajos forzados por el gobierno, criticó el 16 de diciembre del 2002 el bloqueo comercial de Estados Unidos contra su país, con ocasión del acto en el cual la Unión Europea le otorgó el galardón de derechos humanos por su trabajo en favor de la democracia cubana. A pesar de sus temores de represalia contra su familia, viajó a Estrasburgo para recibir el premio en la sede del Parlamento Europeo. Su viaje estuvo en duda hasta que el presidente del gobierno español, José María Aznar, y el presidente del Parlamento Europeo, Pat Cox, intercedieron ante el presidente Castro para que el líder disidente pudiera salir del país. “En la víspera de mi partida, derribaron mi puerta, me han amenazado a mí y a mi familia con la muerte. Yo tenía miedo, pero uno no se deja paralizar por el miedo, uno sigue adelante”, dijo Payá, quien encabezó el Proyecto Varela, que fue un llamamiento a las autoridades cubanas firmado por más de veinticinco mil ciudadanos para que permitieran reformas políticas en la isla, petición que por cierto fue ignorada por el presidente Castro. El propósito central de los líderes de la disidencia fue promover un referéndum sobre los derechos humanos fundamentales.
Oswaldo Payá falleció el 22 de julio del 2012 a causa de un accidente de tránsito en una carretera cercana a Bayamo. Sin embargo, los disidentes del régimen castrista afirmaron que no fue accidente de tránsito sino asesinato político.
Según la profesora Celia Hart Santamaría, militante del Partido Comunista de Cuba, a comienzos de este siglo la generación joven cubana abrió un intenso debate ideológico sobre el marxismo en los medios académicos con una nueva visión crítica, después de superado el trauma causado por el colapso de la Unión Soviética y sus gravísimas consecuencias sobre la economía de la isla. Hubo una severa actitud crítica contra el <estalinismo y un acercamiento a los ideólogos marxistas León Trotsky, Gyögy Lukács, Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo y otros protagonistas de la Revolución de Octubre, cuyo pensamiento buscaron reivindicar. El propósito no confesado fue prepararse para cuando Fidel ya no esté. Ella señaló su temor de que la apertura económica de Cuba y la formación de empresas mixtas pudieran restaurar el capitalismo, como ocurrió en la Unión Soviética.
Como parte de este debate, un grupo de investigadores publicó en Cuba el año 2002 el libro “Europa del Este: el colapso”, en cuyas páginas se decía que el socialismo fracasó en los países del bloque soviético por los errores y “grandes deformaciones” de su versión marxista. Se sostuvo que el colapso se debió principalmente, antes que a los esquemas teóricos, a “las acciones conscientes de los hombres”, que fueron “evitables o factibles de haber sido erradicadas o evitadas con una acción consecuente y oportuna”.
El sociólogo Aurelio Alonso expresó que “el socialismo en el siglo XXI hay que reinventarlo, con mucha imaginación” ya que el fracaso del socialismo del siglo XX en buena medida “se debió a la incapacidad manifiesta para generar una democracia verdadera”.
Manifestó Celia Hart en abril del 2005 que “lo que le espera a mi generación es muy fuerte: la manera en que nosotros podamos estructurar una revolución dentro de la revolución, una revolución que a lo mejor puede que fracase en Cuba pero triunfe en Venezuela o en otra parte de América Latina”.
En las postrimerías de su vida, Fidel Castro tuvo palabras duras contra aquellos a quienes llamaba “superrevolucionarios”, de dentro y fuera de la isla, que planteaban cosas imposibles, “aconsejaban a la Revolución veneno puro” y se pronunciaban y actuaban como si “el bloqueo no existiera, pareciera una invención cubana”. En un artículo suyo, publicado el 4 de septiembre del 2007, se preguntaba: “¿Qué ocurre con los superrevolucionarios de la llamada extrema izquierda? Algunos lo son por falta de realismo y el agradable placer de soñar cosas dulces. Otros nada tienen de soñadores, son expertos en la materia, saben lo que dicen y para qué lo dicen. Es una trampa bien armada en la que no debe caerse. Reconocen nuestros avances como quienes conceden limosnas”. Y agregaba: “Subestiman la más colosal tarea de la Revolución: su obra educacional, el cultivo masivo de las inteligencias”.
Pocos meses antes de cumplir sus 80 años, Fidel sufrió una dolencia intestinal y fue sometido a intervenciones quirúrgicas poco exitosas. Su condición de salud fue al comienzo un secreto de Estado. Encargó el poder provisionalmente a su hermano Raúl, en su condición de segundo secretario del partido y primer vicepresidente del Consejo de Estado. Todos los actos que se habían preparado en La Habana para festejar su cumpleaños el 13 de agosto del 2006 fueron postergados para los primeros días de diciembre. Pero Fidel estuvo ausente de todos ellos, incluído el desfile civil y militar del día 2 en la Plaza de la Revolución, que juntó a cerca de medio millón de personas y a muchos invitados extranjeros para celebrar los cincuenta años del desembarco del Granma. Tampoco estuvo presente en las celebraciones del aniversario del triunfo de la Revolución el 1 de enero. Las esferas oficiales de Cuba no dieron información alguna acerca de su estado de salud. La prensa del mundo adelantó muchas especulaciones en torno al tema. Se dijo que padecía un cáncer terminal al colon —eso fue lo que afirmaron los servicios de inteligencia norteamericanos— o, incluso, que había muerto pero que el hecho se mantenía en secreto para no causar alteraciones políticas en la isla. Esta afirmación fue desmentida por las esporádicas y breves apariciones virtuales del líder cubano en la televisión durante los meses posteriores. Sin embargo, a lo largo de cuatro años —desde su internación en el hospital— Fidel no se presentó en lugar público alguno. Estuvo ausente de las grandes celebraciones históricas cubanas.
Pero en julio del 2010 sorprendió a Cuba y al mundo con varias y sucesivas presentaciones en lugares públicos: el 7 de ese mes en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC) en La Habana, el lunes 12 —en vivo y en directo— en la televisión estatal, dos días después en el Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, el 15 en el Acuario Nacional, el 7 de agosto en la Asamblea Nacional del Poder Popular, donde pronunció un discurso, y otras apariciones públicas en los siguientes días. El 3 de septiembre dio su primer discurso de masas, vestido con su uniforme militar verde-oliva, desde las escaleras de la Universidad de La Habana ante unas diez mil personas, y habló del tema que por ese tiempo era de su mayor preocupación: el riesgo de una guerra nuclear en el Oriente Medio.
Cuando se acercaba la fecha de la elección por el parlamento del Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe, el líder cubano tomó una de las más dramáticas decisiones de su dilatada vida política: renunciar al poder. Mediante una carta dirigida el 18 de febrero del 2008 a sus “entrañables compatriotas”, publicada con gran despliegue en la prensa cubana, les comunicó que no aspiraba ni aceptaba una nueva designación para esa función debido a su mal estado de salud. “Traicionaría mi conciencia —les decía— ocupar una responsabilidad que requiere movilidad y entrega total que no estoy en condiciones físicas de ofrecer”. Y agregó que el proceso revolucionario “afortunadamente cuenta todavía con cuadros de la vieja guardia, junto a otros que eran muy jóvenes cuando se inició la primera etapa de la Revolución”. Y, en una casi tierna invocación a los jóvenes para que asumieran la responsabilidad de conducir hacia adelante el proceso revolucionario, les dijo que “algunos casi niños se incorporaron a los combatientes de las montañas y después, con su heroísmo y sus misiones internacionalistas, llenaron de gloria al país” y hoy “cuentan con la autoridad y la experiencia para garantizar el reemplazo”. Aconsejó a quienes lo sustituyan “ser tan prudentes en el éxito como firmes en la adversidad”, ya que el camino “siempre será difícil y requerirá el esfuerzo inteligente de todos”. Con referencia al pueblo cubano, expresó que “prepararlo para mi ausencia, sicológica y políticamente, era mi primera obligación después de tantos años de lucha”. Dijo que se dedicará a escribir sus reflexiones. Y prometió cumplir con su deber “hasta el último aliento”.
En sesión a puerta cerrada en el Palacio de Convenciones de La Habana, la Asamblea Nacional del Poder Popular, con la asistencia de 597 de sus 614 diputados —hubo 17 ausencias justificadas, incluida la de Fidel—, eligió el 24 de febrero del 2008 al general Raúl Castro Ruz, de 76 años de edad, Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe para el período de cinco años, en sustitución de su hermano Fidel. Con arreglo a la Constitución cubana, la Asamblea ejercía las facultades legislativas y elegía a los 31 miembros del Consejo de Estado y a su presidente y vicepresidentes. El general Castro encabezó la lista única de candidatos propuesta a la Asamblea. Primer vicepresidente fue elegido José Ramón Machado, alto dirigente del Partido Comunista cubano, y los cinco vicepresidentes fueron: Carlos Lage, Juan Almeida, Esteban Lazo, Abelardo Colomé Ibarra y Julio Casas Regueiro. Ricardo Alarcón fue reelegido para presidir la Asamblea.
En ese momento se abrió, sin duda, una etapa nueva en la historia de Cuba. Era la primera vez, en medio siglo, que Fidel estaba ausente del gobierno.
En su discurso de asunción del mando pronunciado ante la Asamblea, Raúl Castro se refirió a “la producción de alimentos y sus altos precios”, que tienen un “impacto directo y cotidiano en la vida de la población, sobre todo de las personas con menores ingresos”, y dijo que “se ha avanzado en los estudios (…) para que la tierra y los recursos estén en manos de quienes sean capaces de producir con eficiencia”. Expresó que tomará medidas “dirigidas a la paulatina solución de diversos problemas en la educación, la salud, el transporte, la vivienda, la recreación”, entre otros. Habló también de introducir tecnologias modernas al proceso de la producción y organizar mejor la mano de obra para incrementar la productividad y la capacidad exportadora del país, todo lo cual debe hacerse “con la participación activa de todos”. Con relación a la deuda externa manifestó: “Estamos obligados a defender la credibilidad del país ante los acreedores y garantizar los recursos necesarios para las inversiones que aseguren el desarrollo”. Finalmente, reconoció que “son justas las críticas de la población por el uso irracional de los recursos en determinadas entidades estatales por desorganización, falta de control y exigencia, mientras se encuentran pendientes de solución necesidades sociales y económicas”. “A eso se suman —dijo— las pérdidas derivadas del bloqueo económico contra Cuba y la necesidad de enfrentar las consecuencias de desastres naturales de magnitud y frecuencia crecientes, producidos por el cambio climático”.
En el discurso hubo, sin duda, un cierto dejo de autocrítica con relación a lo que se había hecho o dejado de hacer a lo largo del proceso revolucionario.
Meses más tarde, en julio del 2009, el diario “Granma”, sustentándose en las cifras proporcionadas por el viceministro de economía Adel Izquierdo, informó que la situación financiera y económica de la isla era “grave”, a causa del impacto de la crisis global que en ese momento imperaba en el mundo.
El 2 de marzo del 2009 el presidente Raúl Castro anunció sorpresivamente la destitución de Carlos Lage, vicepresidente del gobierno, y de Felipe Pérez Roque, ministro de relaciones exteriores, junto con otros jóvenes funcionarios del régimen, quienes fueron acusados de “ambición”, “deslealtad” a sus superiores, “abuso de poder” e “indiscreciones graves”. Todo lo cual llevó al Buró Político a tomar tal decisión. Al día siguiente, en cartas publicadas en el diario “Granma”, Lage y Pérez Roque reconocieron sus “errores”, asumieron la responsabilidad por ellos y renunciaron a su membresía del Comité Central del Partido Comunista cubano, aunque afirmaron que seguirán al servicio de los ideales de la Revolución. Los dos eran elementos relativamente jóvenes —Lage con 57 años de edad y Pérez Roque con 44—, habían merecido por largos años la confianza de Fidel y se proyectaban como elementos de relevo de las viejas figuras de la Revolución. Conocí personalmente a los dos y me parecieron de una gran brillantez intelectual.
Como se esperaba, Raúl Castro —de 81 años de edad en ese momento— fue reelegido como Presidente por el Consejo de Estado el domingo 24 de febrero del 2013 para su segundo y último mandato de cinco años. En el mismo acto se eligió al ingeniero electrónico Miguel Díaz-Canel —de 52 años de edad— para ocupar la segunda posición en el gobierno cubano. La elección de Díaz-Canel fue, según dijo Raúl Castro en su discurso ante el parlamento, el inicio de “la transferencia paulatina y ordenada a las nuevas generaciones” ya que “este será mi último mandato”.
Luego de vivir en el silencio del exilio en Miami durante 45 años, Juanita Castro Ruz, hermana menor del comandante Fidel Castro Ruz, decidió compartir sus vivencias personales y revelar algunos de sus secretos mejor guardados sobre la Revolución Cubana y sus hermanos. En octubre del 2009 publicó en Miami su libro de memorias titulado “Fidel y Raúl, mis hermanos. La historia secreta”.
La mayor de sus revelaciones fue su colaboración entre 1961 y 1964 —o sea antes de salir de Cuba— con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), a la que sus hermanos consideraban su archienemiga. Pero aclara que para trabajar en favor de ella puso de condición que “no haya operativos que atenten contra la vida de mis hermanos ni de la de nadie”.
Juanita Castro —la quinta de los siete hermanos: cuatro mujeres y tres hombres— abandonó Cuba el 19 de junio de 1964 porque se enteró de que su hermano estaba furioso con ella por sus acciones contrarrevolucionarias, aunque él aún no sabía lo de la CIA. Un año antes había muerto su madre, Lina Ruz, a los 57 años de edad. Y fue ese día cuando habló por última vez con su hermano Fidel.
Según relata en su libro, Juanita Castro apoyó la revolución contra el régimen de Batista, pero poco tiempo después los fusilamientos produjeron su decepción con el gobierno revolucionario, el rompimiento con sus hermanos y la salida de Cuba. Su hermano Raúl le ayudó clandestinamente con los trámites de emigración. LLegó ella a México y en una conferencia de prensa denunció lo que, en su opinión, estaba pasando en Cuba. Obviamente esa denuncia tuvo una fuerte carga política contra el régimen fidelista.
Sus memorias van desde su afortunada infancia, en el seno de su familia y en compañía de sus hermanos, hasta su exilio político en México y Estados Unidos.
Del Che Guevara dice: “Ese personaje nunca me gustó, nunca le tuve simpatía”. Y agrega: “Era arrogante, sucio, nunca se bañaba (…) era un hombre sin sentimientos (…) lo único que quería era convertirse en un personaje grandioso. Para mí fue funesto. Le hizo mucho daño a la revolución”.
Sin embargo, el libro no alcanzó la trascendencia que se esperaba.
En una entrevista en torno a él concedida en Miami a la agencia de noticias EFE el 15 de diciembre del 2009, Juanita pidió a su hermano Raúl que emprendiera la transición de la isla hacia la democracia porque después de cincuenta años de régimen comunista “está demostrado que el proceso es un fracaso rotundo”. Y, con referencia a su hermano Raúl, expresó que “ojalá sea el instrumento para que se produzca la transición en Cuba” ya que “no pueden seguir eternamente en el poder”.
Entretanto, el 2 de agosto del 2010, tras cuatro años de retiro y convalecencia, Fidel Castro presentó en La Habana su libro “La Victoria Estratégica”, que contiene una corta autobiografía: su infancia, el paso por la escuela de los Hermanos La Salle, luego sus estudios en “aquel colegio de la rancia burguesía en la provincia mayor y más oriental de Cuba” regentado por los jesuitas, sus tiempos universitarios, el asalto al cuartel Moncada, la Sierra Maestra. Habla de su niñez, su adolescencia y su juventud. Dice que fue un gran atleta. Y escribe: “Al graduarme de bachiller en Letras, a los 18 años, era deportista, explorador, escalador de montañas, bastante aficionado a las armas —cuyo uso aprendí con las de mi padre—, y buen estudiante de las materias impartidas en el colegio donde estudiaba”. Con referencia a sus días universitarios afirma que su “universidad sostenía relaciones con los exilados dominicanos en lucha contra Trujillo, con quienes se solidarizaba plenamente. También los puertorriqueños que demandaban la independencia, bajo la dirección de Pedro Albizu Campos, contaban con su apoyo. Eran elementos de una conciencia internacionalista presentes entre nuestros jóvenes, y que también me movían entonces a mí, a quien habían asignado la presidencia del Comité Pro Democracia Dominicana y el Comité Pro Independencia de Puerto Rico”. Describe las circunstancias políticas y sociales internas de Cuba en aquel tiempo y el entorno internacional. Narra los episodios victoriosos, los reveses tácticos y las vicisitudes de la lucha revolucionaria en la Sierra Maestra. Reproduce el parte leído por Radio Rebelde el 7 de agosto de 1958, al día siguiente de la batalla de Las Mercedes: “La ofensiva ha sido liquidada (…) La Sierra Maestra está ya totalmente libre de fuerzas enemigas”.
En el emotivo acto de presentación del libro estuvieron presentes diecinueve de sus viejos compañeros de armas: entre ellos, los comandantes Ramiro Valdés y Guillermo García y los generales Abelardo Colomé, Leopoldo Cintras, Ramón Espinosa y Joaquín Quinta Solá.
La revista norteamericana “The Atlantic” publicó en internet el 8 de agosto del 2010 las declaraciones formuladas por Fidel Castro desde el lugar de su retiro político al periodista Jeffrey Goldberg, en el curso de una larga entrevista de más de diez horas en varios días, en la que pasaron revista a los problemas del mundo y hablaron de los temas que en ese momento interesaban más al líder cubano: el conflicto árabe-israelí y el peligro de una guerra nuclear si persistían la tensiones con Irán. En un momento de la entrevista el líder cubano expresó: “el modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros”, porque “el Estado tiene un papel demasiado grande en la vida económica del país”.
Ante la sorpresa del mundo, el 17 de diciembre del 2014 los gobernantes Barack Obama de Estados Unidos y Raúl Castro de Cuba mantuvieron una cordial conversación teléfónica directa —preparada y coordinada por sus respectivos equipos diplomáticos—, en la que acordaron restablecer las relaciones diplomáticas entre sus Estados y abrir las respectivas embajadas en La Habana y Washington.
El acto sorprendió a la opinión pública mundial. No había ocurrido nada parecido en sesenta años, desde que se frustraron, por la muerte del presidente John F. Kennedy, las negociaciones en torno a una reunión al más alto nivel entre los dos gobiernos.
En su informe televisual al país Obama explicó que “es hora de poner fin a una política hacia Cuba que está obsoleta y que ha fracasado durante décadas”. Dijo que confiaba en que el Congreso Federal levantara el bloqueo económico, financiero y comercial impuesto a Cuba, que ha fracasado en toda la línea.
El gobernante cubano, por su parte, manifestó públicamente en su comparecencia televisiva que siempre estuvo dispuesto a mantener “un diálogo respetuoso con Estados Unidos, sobre los principios de soberanía y Derecho a la autodeterminación de los pueblos”, y agregó que la decisión del presidente Obama “merece el respeto y reconocimiento del pueblo cubano”.
No obstante, personajes ultraderechistas del Partido Republicano y buena parte de los exiliados cubanos en Estados Unidos criticaron acerbamente la decisión de Obama, con eco en los círculos políticos conservadores de América Latina y el Caribe, que se unieron a las críticas contra la iniciativa del gobernante norteamericano.
En el curso de la VII Cumbre de las Américas celebrada en Panamá 10 de abril del 2015 se produjo un encuentro y amigable conversación entre Barack Obama y Raúl Castro. Inmediatamente personeros diplomáticos de los dos gobiernos mantuvieron conversaciones reservadas a lo largo de varios meses con el fin de restablecer las relaciones diplomáticas entre sus dos países. Y finalmente se reabrieron las embajadas en solemnes ceremonias: el 20 de julio de ese año la embajada cubana en Washington y el 14 de agosto la sede diplomática de Estados Unidos en La Habana.
Quedaron reanudadas las relaciones diplomáticas entre los dos países después de 54 años de ruptura.
Los departamentos del Tesoro y Comercio del gobierno norteamericano eliminaron el 18 de septiembre de ese año algunas de las limitaciones al comercio con Cuba, abrieron los viajes hacia este país y eliminaron las limitaciones a determinados tipos de remesas de dinero de los cubanos emigrantes a su país.
Fue hasta ese momento la mayor ampliación de operaciones comerciales y financieras desde que se inició el proceso de acercamiento entre los dos países.
No obstante, persistía el bloqueo económico y financiero, que solamente podía ser desmontado por el Congreso Federal a través de medios legales.
El límite de dos mil dólares de remesas por trimestre hacia Cuba fue eliminado, igual que el máximo de dinero en efectivo que podía ser llevado a la isla (3.000 dólares para cubanos y 10.000 para extranjeros).
Se mantenía la prohibición de las remesas hacia Estados Unidos de funcionarios del gobierno cubano o del Partido Comunista de Cuba.
El nuevo paquete de medidas permitió el transporte por barco hacia la isla de viajeros autorizados, quienes podían abrir y mantener cuentas bancarias en Cuba para afrontar sus gastos mientras se encontraban en el país.
Ciudadanos estadounidenses pudieron tener “presencia comercial” en Cuba a través del establecimiento de empresas de capital mixto.
Jacob Lew, secretario del Tesoro, señaló en aquella oportunidad que “una relación más fuerte y más abierta entre Estados Unidos y Cuba tiene potencial de crear oportunidades económicas para estadounidenses y cubanos”.
Pero a pesar de ese nuevo paquete de medidas, los vuelos regulares hacia Cuba aún sufrían restricciones, los viajes eran objeto de licencias específicas para las personas interesadas y persistían los bloqueos a la exportación de ciertos bienes hacia la isla. Todo esto fue parte, obviamente, del proceso de aproximación y apertura entre los dos países promovido por sus gobernantes.
En lo que fue la primera vez que un presidente norteamericano lo hiciera, el 28 de septiembre del 2015 desde la tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas y ante los representantes de 193 países —el gobernante cubano Raúl Castro incluido—, Barack Obama planteó la conveniencia de terminar con el embargo contra Cuba —bloqueo, en realidad—, aunque esa decisión dependía del Congreso de Estados Unidos.
Sin embargo, la Asamblea General de las Naciones Unidas, por vigésima cuarta ocasión, votó en contra del bloqueo a Cuba en la sesión del 27 de octubre del 2015 con 191 votos contra 2: el de Estados Unidos y el de Israel. Ronald Godard, embajador norteamericano, explicó su voto con el argumento de que el proyecto de resolución presentado por Cuba, casi idéntico al del año anterior, no reflejaba la situación de acercamiento entre los dos países que en ese momento impulsaban sus gobernantes y que les llevó, incluso, a abrir sus respectivas embajadas en Washington y La Habana.
Los departamentos del Tesoro y Comercio del gobierno norteamericano eliminaron el 18 de septiembre de ese año algunas de las limitaciones al comercio con Cuba, abrieron los viajes hacia este país y eliminaron las límitaciones a determinados tipos de remesas de dinero de los cubanos emigrantes a su país.
Fue hasta ese momento la mayor ampliación de operaciones comerciales y financieras desde que se inició el proceso de acercamiento entre los dos países.
No obstante, persistía el bloqueo económico y financiero, que solamente podía ser desmontado por el Congreso Federal a través de medios legales.
El límite de dos mil dólares de remesas por trimestre hacia Cuba fue eliminado, igual que el máximo de dinero en efectivo que podía ser llevado a la isla (3.000 dólares para cubanos y 10.000 para extranjeros).
Se mantenía la prohibición de las remesas hacia Estados Unidos de funcionarios del gobierno cubano o del Partido Comunista de Cuba.
El nuevo paquete de medidas permitió el transporte por barco hacia la isla de viajeros autorizados, quienes podían abrir y mantener cuentas bancarias en Cuba para afrontar sus gastos mientras se encontraban en el país.
Ciudadanos estadounidenses pudieron tener “presencia comercial” en Cuba a través del establecimiento de empresas de capital mixto.
Jacob Lew, Secretario del Tesoro, señaló en aquella oportunidad que “una relación más fuerte y más abierta entre Estados Unidos y Cuba tiene potencial de crear oportunidades económicas para estadounidenses y cubanos”.
Sin embargo, a pesar del proceso de aproximación y apertura entre los dos países, promovido por sus gobernantes, los vuelos regulares hacia Cuba aún sufrían restricciones, los viajes eran objeto de licencias específicas para las personas interesadas y persistían los bloqueos a la exportación de ciertos bienes hacia la isla.
Pero a las 10:56 horas de la mañana el 31 de agosto del 2016 se inició el primer vuelo comercial regular entre Estados Unidos y Cuba después de más de medio siglo de suspensión de conexiones aéreas. El Airbus 320 de la aerolínea norteamericana JetBlue Airways partió del aeropuerto de Fort Lauderdale en La Florida y aterrizó en el aeropuerto internacional Abel Santamaría de la ciudad de Santa Clara en la isla caribeña.
Entre sus 150 pasajeros estuvo Anthony Foxx, Secretario de Transporte del gobierno estadounidense, quien hizo el viaje para mantener conversaciones en La Habana con los funcionarios cubanos de aviación.
En aquel momento las empresas norteamericanas JetBlue Airways, American Airlines, Frontier Airlines, Silver Airways, Southwest Airlines y Sun Country Airlines habían recibido permisos para operar en cinco ciudades estadounidenses —Miami, Fort Lauderdale, Chicago, Minneapolis y Filadelfia— y volar hacia nueve destinos cubanos: Santa Clara, Santiago de Cuba, Camagüey, Cayo Largo, Cayo Coco, Cienfuegos, Holguín, Manzanillo y Matanzas.
Como parte del proceso de aproximación, el presidente Barack Obama visitó Cuba los días 20, 21 y 22 de marzo del 2016. Fue esa la primera visita presidencial desde enero de 1928, en que el gobernante norteamericano John Calvin Coolidge llegó a la isla caribeña para participar en la VI Conferencia Panamericana.
Obama fue recibido en el aeropuerto de La Habana por el canciller cubano Bruno Rodríguez. Paseó por la parte vieja de la ciudad y disfrutó de un partido de béisbol, deporte cuya afición es compartida por los dos países.
En su discurso pronunciado en el Gran Teatro de La Habana, Obama explicó que su viaje se debía a la necesidad de “dejar artrás los últimos vestigios de la guerra fría” y “extender una mano de amistad al pueblo cubano”. Afirmó, con referencia al bloqueo financiero y económico, que era una “carga obsoleta contra el pueblo de Cuba”, razón por la cual había solicitado al Congreso federal su levantamiento. Y, en lo que implicó una crítica contra el régimen castrista, remarcó que “los ciudadanos cubanos deben tener el derecho a expresar lo que piensan”.
Raúl Castro, por su parte, en el curso de las palabras de bienvenida al presidente estadounidense, insistió en la terminación del bloqueo, en los daños y perjuicios que éste le ha causado a su país y en la devolución de la base naval de Guantánamo “ilegalmente ocupada” por Estados Unidos. Guantánamo es un <enclave de 117,60 kilómetros cuadrados situado en el suroriente de la isla, que fue ocupado por los norteamericanos en el año 1903.
Durante su permanencia en la isla Obama se reunió con trece líderes de la disidencia para escuchar su pensamiento.
Días después de la partida de Obama, Fidel Castro rompió su silencio y, en una declaración escrita, expresó: “no necesitamos que el imperio nos regale nada”.
En Estados Unidos las opiniones estuvieron divididas. Los sectores políticamente progresistas aprobaron el viaje de Obama para acabar con el bloqueo y la hostilidad contra Cuba, pero los sectores reaccionarios, con el Partido Republicano a la cabeza, condenaron la visita y afirmaron que ella pretendía legitimar el gobierno de los Castro.
En todo caso, fue ese un importante acercamiento político y diplomático entre los dos países.
En el ámbito deportivo ocurrió un episodio sorprendente: Estados Unidos y Cuba se enfrentaron en un partido amistoso de fútbol —soccer— el 7 de octubre del 2016 en el estadio Pedro Marrero de La Habana. Esto no había acontecido desde hace 69 años, cuando en un evento amistoso entre las dos selecciones en La Habana triunfó el equipo cubano por 5 a 2.
El resultado del encuentro intensamente disputado entre las selecciones de los dos países fue: Estados Unidos 2 goles, Cuba 0. Pero al margen del marcador y de la tenacidad del juego —y aunque el fútbol no es un deporte que goza de mucha popularidad en la isla—, el encuentro marcó un importante hito en el proceso de acercamiento entre los dos países.
Se recuerda que en el partido no amistoso jugado en La Habana el año 2008, durante la etapa de clasificación para el Campeonato Mundial Sudáfrica 2010, la selección norteamericana venció a la cubana por 1- 0.
Fidel Castro falleció en La Habana, a los 90 años de edad, el 25 de noviembre del 2016. Hubo conmoción en la isla. El gobierno decretó nueve días de duelo nacional. Sus restos fueron cremados y sus cenizas, después de recibir un masivo homenaje en la Plaza de la Revolución de La Habana y de recorrer con honores y lágrimas las provincias, llegaron a su último destino: el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, donde reposan los restos de José Martí.
Muchos de los emigrantes cubanos, en cambio, bailaron en las calles de Miami y festejaron la tan esperada muerte del líder revolucionario.
En el curso de la VII Cumbre de las Américas celebrada en Panamá 10 de abril del 2015 se produjo un encuentro y amigable conversación entre Barack Obama y Raúl Castro. Inmediatamente personeros diplomáticos de los dos gobiernos mantuvieron conversaciones reservadas a lo largo de varios meses con el fin de restablecer las relaciones diplomáticas entre sus dos países. Y finalmente se reabrieron las embajadas en solemnes ceremonias: el 20 de julio de ese año la embajada cubana en Washington y el 14 de agosto la sede diplomática de Estados Unidos en La Habana.
Quedaron reanudadas las relaciones diplomáticas entre los dos países después de 54 años de ruptura.
Los departamentos del Tesoro y Comercio del gobierno norteamericano eliminaron el 18 de septiembre de ese año algunas de las limitaciones comerciales con Cuba, abrieron los viajes hacia este país y eliminaron las limitaciones a determinados tipos de remesas de dinero de los cubanos emigrantes a su país.
Fue hasta ese momento la mayor ampliación de operaciones comerciales y financieras desde que se inició el proceso de acercamiento entre los dos países.
No obstante, persistía el bloqueo económico y financiero, que solamente podía ser desmontado por el Congreso Federal a través de medios legales.
El límite de dos mil dólares de remesas por trimestre hacia Cuba fue eliminado, igual que el máximo de dinero en efectivo que podía ser llevado a la isla (3.000 dólares para cubanos y 10.000 para extranjeros).
Se mantenía la prohibición de las remesas hacia Estados Unidos de funcionarios del gobierno cubano o del Partido Comunista de Cuba.
El nuevo paquete de medidas permitió el transporte por barco hacia la isla de viajeros autorizados, quienes podían abrir y mantener cuentas bancarias en Cuba para afrontar sus gastos mientras se encontraran en el país.
Ciudadanos estadounidenses pudieron tener “presencia comercial” en Cuba a través del establecimiento de empresas de capital mixto.
Jacob Lew, Secretario del Tesoro, señaló en aquella oportunidad que “una relación más fuerte y más abierta entre Estados Unidos y Cuba tiene potencial de crear oportunidades económicas para estadounidenses y cubanos”.
Pero a pesar de ese nuevo paquete de medidas, los vuelos regulares hacia Cuba aún sufrían restricciones, los viajes eran objeto de licencias específicas para las personas interesadas y persistían los bloqueos a la exportación de ciertos bienes hacia la isla. Todo esto fue parte, obviamente, del proceso de aproximación y apertura entre los dos países promovido por sus gobernantes.
En lo que fue la primera vez que un presidente norteamericano lo hiciera, el 28 de septiembre del 2015 desde la tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas y ante los representantes de 193 países —el gobernante cubano Raúl Castro incluido—, el presidente Barack Obama planteó la conveniencia de terminar con el embargo contra Cuba —bloqueo, en realidad—, aunque esa decisión dependía del Congreso de Estados Unidos.
Sin embargo, la Asamblea General de las Naciones Unidas, por vigésima cuarta ocasión, votó en contra del bloqueo a Cuba en la sesión del 27 de octubre del 2015 con 191 votos contra 2: el de Estados Unidos y el de Israel. Ronald Godard, embajador norteamericano, explicó su voto con el argumento de que el proyecto de resolución presentado por Cuba, casi idéntico al del año anterior, no reflejaba la situación de acercamiento entre los dos países que en ese momento impulsaban sus gobernantes y que les llevó, incluso, a abrir sus respectivas embajadas en Washington y La Habana.
Los departamentos del Tesoro y Comercio del gobierno norteamericano eliminaron el 18 de septiembre de ese año algunas de las limitaciones comerciales con Cuba, abrieron los viajes hacia este país y suprimieron las limitaciones a determinados tipos de remesas de dinero de los cubanos emigrantes a su país.
Sin embargo, a pesar del proceso de aproximación y apertura entre los dos países, promovido por sus gobernantes, los vuelos regulares hacia Cuba aún sufrían restricciones, los viajes eran objeto de licencias específicas para las personas interesadas y persistían los bloqueos a la exportación de ciertos bienes hacia la isla.
Pero a las 10:56 horas de la mañana el 31 de agosto del 2016 se inició el primer vuelo comercial regular entre Estados Unidos y Cuba después de más de medio siglo de suspensión de conexiones aéreas. El Airbus 320 de la aerolínea norteamericana JetBlue Airways partió del aeropuerto de Fort Lauderdale en La Florida y aterrizó en el aeropuerto internacional Abel Santamaría de la ciudad de Santa Clara en la isla caribeña.
Entre sus 150 pasajeros estuvo Anthony Foxx, Secretario de Transporte del gobierno estadounidense, quien hizo el viaje para mantener conversaciones en La Habana con los funcionarios cubanos de aviación.
En aquel momento las empresas norteamericanas JetBlue Airways, American Airlines, Frontier Airlines, Silver Airways, Southwest Airlines y Sun Country Airlines habían recibido permisos para operar en cinco ciudades estadounidenses —Miami, Fort Lauderdale, Chicago, Minneapolis y Filadelfia— y volar hacia nueve destinos cubanos: Santa Clara, Santiago de Cuba, Camagüey, Cayo Largo, Cayo Coco, Cienfuegos, Holguín, Manzanillo y Matanzas.
Como parte del proceso de aproximación, el presidente Barack Obama visitó Cuba los días 20, 21 y 22 de marzo del 2016. Fue esa la primera visita presidencial desde enero de 1928, en que el gobernante norteamericano John Calvin Coolidge llegó a la isla caribeña para participar en la VI Conferencia Panamericana.
Obama fue recibido en el aeropuerto de La Habana por el canciller cubano Bruno Rodríguez. Paseó por la parte vieja de la ciudad y disfruto de un partido de béisbol, deporte cuya afición es compartida por los dos países.
En su discurso pronunciado en el Gran Teatro de La Habana, Obama explicó que su viaje se debía a la necesidad de “dejar atrás los últimos vestigios de la guerra fría” y “extender una mano de amistad al pueblo cubano”. Afirmó, con referencia al bloqueo financiero y económico, que era una “carga obsoleta contra el pueblo de Cuba”, razón por la cual había solicitado al Congreso federal su levantamiento. Y, en lo que implicó una crítica contra el régimen castrista, remarcó que “los ciudadanos cubanos deben tener el derecho a expresar lo que piensan”.
Raúl Castro, por su parte, en el curso de las palabras de bienvenida al Presidente estadounidense, insistió en la terminación del bloqueo, en los daños y perjuicios que éste le ha causado a su país y en la devolución de la base naval de Guantánamo “ilegalmente ocupada” por Estados Unidos. Guantánamo es un de 117,60 kilómetros cuadrados situado en el suroriente de la isla, que fue ocupado por los norteamericanos en el año 1903.
Durante su permanencia en la isla Obama se reunió con trece líderes de la disidencia para escuchar su pensamiento.
Días después de la partida de Obama, Fidel Castro rompió su silencio y, en una declaración escrita, expresó: “no necesitamos que el imperio nos regale nada”.
En Estados Unidos las opiniones estuvieron divididas. Los sectores políticamente progresistas aprobaron el viaje de Obama para acabar con el bloqueo y la hostilidad contra Cuba, pero los sectores reaccionarios, con el Partido Republicano a la cabeza, condenaron la visita y afirmaron que ella pretendía legitimar el gobierno de los Castro.
En todo caso, fue ese un importante acercamiento político y diplomático entre los dos países.
En el ámbito deportivo ocurrió un episodio sorprendente: Estados Unidos y Cuba se enfrentaron en un partido amistoso de fútbol —soccer— el 7 de octubre del 2016 en el estadio Pedro Marrero de La Habana. Esto no había acontecido desde hace 69 años, cuando en un evento amistoso entre las dos selecciones en La Habana triunfó el equipo cubano por 5 a 2.
El resultado del encuentro intensamente disputado entre las selecciones de los dos países fue: Estados Unidos 2 goles, Cuba 0. Pero al margen del marcador y de la tenacidad del juego —y aunque el fútbol no es un deporte que goza de mucha popularidad en la isla—, el encuentro marcó un importante hito en el proceso de acercamiento entre los dos países.
Se recuerda que en el partido no amistoso jugado en La Habana el año 2008, durante la etapa de clasificación para el Campeonato Mundial Sudáfrica 2010, la selección norteamericana venció a la cubana por 1- 0.
Fidel Castro falleció en La Habana, a los 90 años de edad, el 25 de noviembre del 2016. Hubo conmoción en la isla. El gobierno decretó nueve días de duelo nacional. Sus restos fueron cremados y sus cenizas, después de recibir un masivo homenaje en la Plaza de la Revolución de La Habana y de recorrer con honores y lágrimas las provincias, llegaron a su último destino: el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, donde reposan los restos de José Martí.
Muchos de los emigrantes cubanos, en cambio, bailaron en las calles de Miami y festejaron la tan esperada muerte del líder revolucionario.
Pero las relaciones políticas, diplomáticas y económicas entre los dos países sufrieron ciertos cambios con el advenimiento del nuevo Presidente norteamericano: el ultraderechista Donald Trump, quien asumió el poder el 20 de enero del 2017 y no veía con simpatía el acercamiento hacia la isla caribeña.
La Asamblea General de las Naciones Unidas, por vigésima sexta ocasión, votó en contra del bloqueo a Cuba en la sesión del 1 de noviembre de ese año con 191 votos contra 2: el de Estados Unidos y el de Israel. Nikki Haley, embajadora norteamericana ante el organismo internacional, comentó en esa ocasión que “cada año la Asamblea General de la ONU pierde su tiempo examinando esta cuestión. El bloqueo a Cuba está codificado en la ley estadounidense y sólo el Congreso puede finalizarlo”. Y agregó que Washington mantendrá su política hacia Cuba “aunque nos quedemos solos. No tememos el aislamiento”.
En lo que significó la apertura de una etapa histórica en Cuba y el paso hacia una nueva generación revolucionaria, el 19 de abril del 2018 Raúl Castro Ruz —con sus 87 años de edad— renunció a la presidencia y jefatura del gobierno cubano, y entonces la Asamblea Nacional del Poder Popular —que era el órgano parlamentario, integrado por 605 asambleístas— eligió con el voto de 603 de los 604 parlamentarios presentes al Ingeniero Electrónico Miguel Díaz-Canel —de 58 años de edad, quien en ese momento ejercía la Primera Vicepresidencia del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros— para reemplazarlo en el ejercicio del poder. Sin embargo, Castro se reservó hasta el año 2021 la jefatura del Partido Comunista Cubano. “Cuando yo falte —expresó en el Palacio de las Convenciones de La Habana— Díaz-Canel podrá asumir también como Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba”.
Y es que en ese momento se abrió, sin duda, una etapa nueva en la historia de Cuba. Era la primera vez, en medio siglo, que Fidel estaba ausente del gobierno. Y, en lo que significó la apertura de una era histórica y el paso hacia una nueva generación revolucionaria, el 19 de abril del 2018 Raúl Castro Ruz —con sus 87 años de edad— renunció a la Presidencia y Jefatura del Gobierno Cubano, y entonces la Asamblea Nacional del Poder Popular —que era el órgano parlamentario, integrado por 605 asambleístas— eligió con los votos de 603 de los 604 parlamentarios presentes al Ingeniero Electrónico Miguel Díaz-Canel —de 58 años de edad, quien en ese momento ejercía la Primera Vicepresidencia del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros— para reemplazar a Raúl Castro en el ejercicio del poder.
Sin embargo, éste se reservó hasta el año 2021 la jefatura del Partido Comunista Cubano. “Cuando yo falte —expresó en el Palacio de las Convenciones de La Habana— Díaz-Canel podrá asumir también como Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba”.
De todas maneras, este episodio marcó realmente el fin de la era castrista de la Revolución Cubana y promovió el fraccionamiento inédito de la cúpula del poder, puesto que el nuevo Presidente, como jefe del gobierno, no asumió el liderazgo del Partido Comunista, que era lo acostumbrado. Y, sin duda, en ese momento, se abrió una etapa nueva en el proceso revolucionario cubano.