Esta es una locución muy antigua que sirve para señalar la creencia o la confianza de los hombres sencillos en algunas personas o ideas. Su origen, según la explicación que el humanista y gramático español Gonzalo de Correas (1571-1631) hace en su libro “Vocabulario de Refranes” (1627), está en la plática que un teólogo católico mantuvo con un carbonero acerca de cosas de la fe y, entre ellas, de la santísima trinidad. En un momento dado de la conversación el teólogo preguntó al buen hombre: “¿Cómo entendéis vos esto de las tres divinas personas, tres y una?” El carbonero tomó la falda de su sayo e hizo tres dobleces. “Ansí”, dijo, mientras extendía la falda y mostraba que eran tres dobleces en una sola tela.
Este parece ser el origen de la expresión que sirve hoy para denotar las creencias ciegas de las personas sencillas en las bondades de la religión o de la política, al margen de pruebas y demostraciones.
La “fe de carbonero” con que los pueblos acogen frecuentemente las promesas de los políticos es, en muchos casos, una fuente de desilusiones. Ellos esperan más de lo que los políticos pueden hacer cuando llegan al gobierno. Mi experiencia es muy dura al respecto. En mi campaña electoral para la Presidencia de Ecuador convoqué enormes concentraciones de masas y llegó un momento en que adiviné que amplios sectores del pueblo ecuatoriano alentaban esperanzas desmedidas. Con “fe de carbonero” esperaban milagros de mi gobierno. La experiencia fue torturante. Yo bien sabía que era imposible estar a la altura de esas expectativas. A pesar de que fui muy cicatero en mis ofertas la gente suponía que de la noche a la mañana, con sólo llegar al poder, la pobreza iba a transformarse en riqueza y las necesidades represadas por décadas —y talvez por siglos— se satisfarían inmediatamente. Yo sabía que esto no era posible. Y viví un tormentoso drama interno, como supongo que vivirán los políticos con cierto grado de sensibilidad, ante la “fe de carbonero” que ponen los hombres sencillos y buenos.