Es la doctrina según la cual todo sucede por la ineludible determinación del destino. El hombre nada puede hacer para evitarlo. Son fuerzas superiores a las suyas, de carácter metafísico, las que obran sobre los seres humanos y los sucesos. Desde tiempos muy remotos de la Antigüedad se hablaba del hado, como el orden inevitable de las cosas establecido por dios. Este era el fatum de los antiguos, o sea la fuerza divina que determinaba irresistiblemente el curso de los acontecimientos.
El fatalismo es la expresión extrema del determinismo filosófico. Lleva a la afirmación de que todo lo que sucede es inevitable y de que nada puede hacerse para impedirlo. Cabe, sin embargo, hacer una distinción entre el concepto de determinismo y el de fatalismo. El primero es más amplio, pues las causas que determinan los fenómenos responden a factores no necesariamente vinculados a la divinidad. Pueden ser las leyes naturales u otras fuerzas las que obren también sobre los hechos. En cambio, el fatalismo atribuye únicamente a la voluntad de dios todo cuanto sucede en la Tierra. Sus designios son ineluctables. Nada puede impedir que ocurra lo que debe ocurrir ni puede producir lo que no debe realizarse. El fatalismo es el resultado de la omnipotencia de dios o de su presciencia. Establece una relación de necesidad a la que todos los seres y las cosas están sometidos. Las usuales afirmaciones de que un acontecimiento es “cosa del destino” o de que “está escrito” que algo ocurra son las expresiones más comunes del fatalismo, frente al cual nada pueden los hombres. Hagan lo que hagan ellos, los designios divinos se cumplirán con la fuerza de lo inexorable. Aun las creencias fatalistas que admiten la libertad de querer se declaran impotentes frente a “lo que está escrito”.
El fatalismo es, desde los más remotos tiempos, un componente de casi todas las religiones, que defienden la predestinación y niegan el libre arbitrio de los seres humanos. En la India la creencia en la metempsicosis y en los efectos del karma fueron claras expresiones de fatalismo. Entre los griegos la fatalidad era una deidad temida, porque en sus sentencias iba la suerte de los hombres. Los latinos la representaban en su mitología como la parca, o sea como una de las tres diosas hermanas —cloto, láquesis y átropos—, con figura de viejas, que hilaban, devanaban y cortaban el hilo de la vida humana. El destino aparece en la mitología con caracteres de omnipotencia ciega e irrevocable. Nadie pudo impedir que Edipo cumpla con lo dispuesto por el oráculo, en la mitología griega. De la mitología el fatalismo pasó a las religiones. Según la religión islámica el soldado musulmán no puede dejar de tomar parte en el combate si “está escrito” que debe perecer en él y ganar de este modo la bienaventuranza. Para el fatalismo religioso, aunque una persona pretenda desviarse de su destino o resistirlo, los designios superiores se cumplirán inexorablemente.
Todo el predestinacionismo surgido en el siglo V dentro del <catolicismo —que tuvo ecos en el siglo IX con el obispo Gotescalco y sus seguidores, en el siglo XII con los albigenses, en los siglos XIV y XV con los wiclefitas y los husitas, en el siglo XVIII con el teólogo y obispo Cornelio Jansenio y los jansenistas— si bien fue considerado como un error por la ortodoxia, tenía afirmaciones fatalistas en el sentido de que dios no quería salvar sino a los predestinados, que la gracia concedida a éstos era la que les movía a perseverar en el bien y que los réprobos estaban destinados al mal por la voluntad divina.
Por largo tiempo se discutió en el seno de la Iglesia Católica la cuestión de la predestinación. Incluso se atribuyó su paternidad a san Agustín (354-430). Los teólogos católicos debatieron por siglos si Cristo murió por todos los hombres o por algunos de ellos solamente, si la gracia es un bien general o un privilegio de pocos y si ella merma o no el libre albedrío de los seres humanos.