Esta palabra viene del inglés stress, que en el mundo de la ingeniería significa tensión, esfuerzo constante. El profesor Hans Selye (1907-1982), de origen austro-húngaro pero afincado en Canadá, fue el primero en utilizar esta palabra allá por los años 30 del siglo pasado, tomándola de la ingeniería y de las pruebas de resistencia de materiales, para aplicarla a la biología.
Desde entonces, y enriquecida con los nuevos conocimientos, ella significa fatiga, cansancio, esfuerzo continuado del ser humano cuando es sometido a estímulos agresivos o desagradables.
El concepto de estrés comprende tanto el estímulo mismo, que puede ser físico, químico o psicológico, como la respuesta del cuerpo humano. Hay dos clases de estrés: el agudo y el crónico. El primero se produce por la agresión violenta, que el ser humano responde con masivas descargas de adrenalina, cortisona, prolactina y otras hormonas que van a la sangre y le producen alteraciones fisiológicas y psicológicas.
El otro tipo de estrés es el crónico y está causado por la hostilidad continuada del ruido, la contaminación ambiental, el entorno social, la tiranía del reloj y de la distancia, las desesperantes esperas que imponen las ciudades masificadas y la opresión inintencionada de la masa sobre el individuo.
La vida moderna, con el hacinamiento propio de las >sociedades de masas y con toda la agresividad ambiental que ellas suponen, somete al hombre de las megalópolis a un continuo proceso estresante que altera su salud y su comportamiento. Por grandes que sean sus aptitudes de adaptación —y el hombre tiene enormes potencialidades para ello— las duras condiciones de hacinamiento finalmente hacen mella en su psiquis y en su cuerpo.
La vida humana es un continuado esfuerzo de adaptación al medio y a sus inclemencias. La facultad de adaptación —en su doble dimensión de adecuación al medio natural y a la vida social con sus reglas y exigencias— es, según enseñó Selye, la más importante de la vida: “más aun, puede decirse que la facultad biológica de adaptación es la vida misma”. Cualquier desequilibrio que se produzca entre el ser humano y el medio natural o social pone en marcha una señal de alarma y dispara en aquél, como reacción, el mecanismo del estrés, con la hiperactividad de la sustancia cortical y de las glándulas suprarrenales, la atrofia del timo —glándula endócrina— y todas las demás reacciones bioquímicas, para hacer frente a la contingencia.
El profesor ecuatoriano José Varea, en su libro “El Subdesarrollo Biológico” (1976), explica que el ser humano dispone de una “defensa organizada” para resistir el estrés. Frente a los estímulos negativos del entorno, la corteza suprarrenal inicia el “contra-shock”, o sea la respuesta de resistencia que capacita al organismo para adaptarse al estrés prolongado, pero cuando las glándulas suprarrenales ya no están en condiciones de responder sobreviene la fase de agotamiento y, por ende, las neurosis y las psicosis que desordenan gravemente el comportamiento del ser humano.
Esto explica, en buena medida, la >violencia, la drogadicción, el >terrorismo y las demás anomalías de la conducta que se observan en las urbes masificadas de hoy.