Esta es una expresión usada con frecuencia en la vida política para referirse a un peligro o amenaza inminente. Sus antecedentes son muy curiosos. Damocles fue un amigo y cortesano adulador de Dionisio I, el tirano de Siracusa, en Sicilia, en el siglo IV antes de nuestra era. Cansado de sus adulaciones y, sobre todo, de la idea edénica que Damocles tenía del poder, el gobernante le invitó un día a un banquete espléndido y, en medio del festejo, le pidió que ocupara el trono. Damocles, embriagado de felicidad, tomó asiento en el solio, rodeado de la parafernalia de la corte; pero pronto vio con estupor que una filuda espada pendía del techo sobre su cabeza, sostenida apenas por una cerda de caballo. El cortesano, asustadísimo, clamó al rey que lo liberase de semejante peligro. El tirano consiguió su propósito: mostrar la otra cara del poder y enseñar a Damocles, y a cuantos como él pensaban, que el poder no sólo es boato y disfrute, como generalmente supone la gente, sino que entraña peligros, acechanzas, sinsabores y amenazas y que la buena fortuna de los hombres del poder es siempre precaria. Tan precaria como la suerte de su invitado esa noche.
De este episodio, que fue recogido por Cicerón en las Tusculanas y por Horacio en la Oda Primera del Libro III, surgió la frase “estar bajo la espada de Damocles” para significar la amenaza constante de un peligro.