Desde los tiempos aristotélicos hubo preocupación por el equilibrio del poder entre las clases sociales en el seno de una sociedad sana, de modo que la clase media acomodada operara como elemento estabilizador entre los extremos: la aristocracia, que acumulaba la riqueza, y la masa popular desfavorecida en el reparto. Entre los romanos esta preocupación se expresó también en la distribución del poder político entre los diferentes órganos que lo ejercían. En la modernidad la idea occidental de este equilibrio —el balance of power, que llaman los constitucionalistas estadounidenses— se concretó, con el triunfo de las revoluciones norteamericana y francesa de fines del siglo XVIII, en la teoría de la <división de poderes ideada por Montesquieau y vislumbrada por otros pensadores, a fin de evitar que la concentración de la autoridad pública en las mismas manos condujera a un despotismo.
Pero el equilibrio de poder es también un viejo principio en las relaciones internacionales, cuyos orígenes apuntan a los más remotos tiempos de la interacción entre los clanes, las tribus y los demás grupos primitivos, que al medir la fuerza bélica de sus vecinos trataron de prepararse y armarse militarmente para balancear las fuerzas y resguardar así su propia seguridad. El equilibrio de poder fue siempre, y aún es hoy, un factor disuasivo de los actos de agresión en las relaciones internacionales. Por eso, a lo largo de la historia, a través de los movimientos armamentistas y de las alianzas militares, los Estados trataron de balancear el poder bélico como medio de prevenir los conflictos armados. Muy representativa de esta conducta internacional fue la llamada paz armada que se estableció en Europa durante el período de crispación y hostilidad que precedió a la Primera Guerra Mundial. Las grandes potencias de la época formaron alianzas militares hostiles: de un lado, la triple alianza compuesta por Alemania, Austria-Hungría e Italia; y, de otro, la triple entente de Gran Bretaña, Francia y Rusia para equilibrar las fuerzas. Este período de crispación y hostilidad desembocó en 1914 en la primera gran conflagración mundial.
En el período previo a la Segunda Guerra Mundial volvió a ocurrir lo mismo: la enloquecida carrera armamentista de la Alemania hitleriana y la formación del eje Berlín-Roma-Tokio obligó a los países de Europa occidental, la Unión Soviética y en especial a los Estados Unidos de América a fabricar enormes cantidades de armamento y a formalizar una alianza defensiva para equilibrar la fuerza bélica nazi-fascista y tratar de impedir la guerra. El esfuerzo resultó vano. La paranoia de Hitler arrastró al mundo a una nueva gran guerra. Los Estados Unidos, con armamentos muy limitados e insuficientes, entraron en la masiva fabricación de armas para sí y para sus aliados. Lester Pearson (1857-1972), en ese momento ministro de relaciones exteriores de Canadá, expresó en 1955, al celebrarse el décimo aniversario de la suscripción de la Carta de las Naciones Unidas, que “the balance of terror has replaced the balance of power”.
Después de la conflagración mundial se abrió el período de hostilidad ideológica, política, económica y militar entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética, conocido como la >guerra fría, en el que ambas superpotencias trataron en todo momento y por todos los medios de acumular la mayor cantidad de artefactos bélicos de la mejor tecnología, con un evidente efecto disuasivo que impidió que la guerra fría se convirtiera en guerra caliente. Fue el período del >equilibrio del terror que se extendió desde 1945 hasta 1989.
Con el colapso de los países comunistas en la última década del siglo XX terminó el equilibrio de poder. Occidente tuvo una victoria neta sobre sus contendores. De ella emergió un orden político, económico y militar unipolar dominado por la potencia triunfadora de la guerra fría. Al equilibrio sustituyó el desequilibrio de poder, que se agudizó más con la decisión del presidente George W. Bush —anunciada a comienzos de mayo del 2001 en un discurso pronunciado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington, dependiente del Pentágono— de establecer un escudo nuclear de defensa contra misiles de largo alcance. “La guerra fría ha terminado —dijo— y debemos ir más allá de las limitaciones del tratado ABM”. Se refería al instrumento suscrito entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en 1972 que prohibía explícitamente la creación de estos sistemas de protección. Y agregó que “el equilibrio nuclear del terror es obsoleto” porque ya no son enemigos de su país Rusia ni China, pero en cambio han surgido gobernantes irresponsables con poder nuclear “como Saddam Hussein y otros tiranos que odian a los Estados Unidos, que odian la libertad y la democracia”. En realidad, aunque no los nombró, Bush pensaba seguramente en Muammar Gadafi de Libia, Mohamed Jatamí de Irán y Kim Jong-il de Corea del Norte.
La iniciativa del presidente norteamericano contemplaba la creación hasta el 2004 de un “paraguas” antinuclear dotado de satélites teleguiados en el espacio, equipados con detectores infrarrojos capaces de identificar e interceptar en el espacio misiles agresores de procedencia extracontinental antes de que alcancen su objetivo. El gobernante ruso Vladimir Putin reaccionó en forma cautelosa y se limitó a expresar su preocupación por la posición norteamericana de considerar obsoleto el tratado ABM firmado en 1972 por la URSS y los Estados Unidos, pero el gobierno chino manifestó que “el plan estadounidense de defensa antimisiles ha violado el Tratado de Misiles Antibalísticos, lo que destruirá el equilibrio internacional de fuerzas de seguridad y pudiera provocar una nueva carrera armamentista”. La respuesta de Bush fue expresar su voluntad de eliminar, dentro de las negociaciones START III, más de la mitad de las 7.013 cabezas nucleares con que cuentan los Estados Unidos, suprimir las misiones nucleares de disuasión de sus bombarderos B-2 y B-52 y reducir la operación de los submarinos Trident para no alterar el equilibrio estratégico entre los anteriores rivales en la guerra fría.
Siempre dentro del concepto del equilibrio estratégico, los gobernantes de Estados Unidos y de Rusia, en su reunión de Washington del 13 al 16 de noviembre del 2001, realizaron un importante avance en el campo del desarme cuando acordaron reducir sus arsenales de ojivas nucleares. En ese momento los Estados Unidos tenían 7.013 ojivas para misiles: 2.079 en tierra, 3.616 en el mar y 1.318 a bordo de aviones bombarderos; y Rusia 4.858 ojivas: 3.364 en tierra, 1.868 en el mar y 626 a bordo de bombarderos. En el curso de esa cumbre los presidentes Bush y Putin acordaron un programa de reducción a cumplirse a lo largo de diez años, que llevará a los Estados Unidos a bajar su arsenal a 2.200 ojivas nucleares y a Rusia a 2.000. Pero en cambio, por romper el equilibrio de poder, Putin expresó su desacuerdo con el proyecto norteamericano de levantar ciertas limitaciones del tratado ABM y organizar un sistema de escudos nucleares antbalísticos situados en el espacio.
El presidente Barack Obama de Estados Unidos, en su visita a Moscú el 6 de julio del 2009, acordó con el presidente ruso Dimitri Medvedev reducir en un tercio sus respectivos arsenales nucleares, es decir, entre 1.500 y 1.650 ojivas nucleares y entre 500 y 1.100 vectores —misiles intercontinentales, submarinos y bombarderos estratégicos— en el curso de los siguientes siete años. En ese momento, Estados Unidos y Rusia poseían alrededor del noventa por ciento de las bombas atómicas del mundo.